ADVERTENCIA 1: El link "Leer completo" no funciona más. Si el post no se abre completo, clickeá sobre el título, que se va abrir completo, en otra página de este mismo blog.
ADVERTENCIA 2: Soy Eva Lenczner o Eva Row, la misma persona. En Facebook me cerraron el muro porque me denunciaron por apropiación de identidad. Row es el apócope de mi apellido de casada. Tuve que enviar mis documentos para que me permitieran abrir un muro nuevo. El otro se perdió con tres mil seguidores. Es el resultado de tener muchos enemigos por jugarse y poner la cara en 6,7,8.

31 de julio de 2009

EL AGRAVIO DEL LENGUAJE A LA MUJER HETEROSEXUAL HEMBRA


La mujer hembra heterosexual debe ser reconcida como nuevo sujeto.

Las víctimas suelen ser víctimas por no estar identificadas. Hay una víctima que no está identificada: la mujer hembra heterosexual. Es un sujeto que se ha disuelto en un nuevo y auspicioso uso que suplanta al anterior de un término que la identificaba: mujer.

Si decimos "la mujer", ya eso no especifica ningún tipo de sexualidad porque engloba a las heterosexuales tanto como a las lesbianas aunque ellas tienen objetos sexuales distintos. Tampoco especifica ningún tipo de genitalidad, ya que engloba a las travestis y las transexuales. Si decimos "mujer heterosexual", eso engloba a las travestis y transexuales. Existe también una mujer heterosexual hembra.

¿Por qué habría que identificarla? Porque hay una problemática que la afecta específicamente de modo diferente a los otros tipos de mujeres. La afecta en su rol social de hija, en su rol social de madre, y en su rol social de pareja de un varón heterosexual, condenada aún a cumplir un rol determinado, a tener un tipo de conducta y a tener su libertad consignada. No se la puede llamar ya solamente mujer.

Podemos decir que Simone de Beauvoir se refirió a ella suficientemente y que ha habido avances en ese sentido en la sociedad. Pero no han sido suficientes, y la problemática continúa en el mundo entero.

La reciente liberación de estigmas sobre lesbianas, travestis y transexuales hace sentir a la sociedad que el problema de ser mujer fue aligerado. Sin embargo no es así. Lesbianas, travestis, transexuales y heterosexuales son mujeres de problemáticas algunas compartidas, pero otras específicas. Cada grupo tiene derecho a tener identificada su problemática específica. Y la heterosexual hembra mujer continúa con los problemas clásicos sin resolver.

Consiguieron erradicarse por fin del vocabulario público aceptado los términos llamados "políticamente incorrectos" referidos a todo grupo étnico, de diversidad de capacidades físicas, racial, homosexual, y génerico con excepción de la mujer hembra heterosexual.

Falta todavía imponer un lenguaje polítcamente correcto respecto de la porción de la humanidad que se define por el género femenino y además es biológicamente hembra (utilizando este término en sentido estrictamente biológico, no en su utilización habitual de calificativo despectivo, o de calificativo de sus virtudes como objeto sexual subordinado).

El género femenino parece liberado porque las lesbianas, las travestis y las transexuales ya han sido portegidas del agravio del lenguaje, pero la hembra que asumió el género femenino desde la heterosexualidad continúa siendo humillada por la verba machista. Las mujeres que aún conceden el uso de esa verba, reafirman con ese acto la parte de concesión que hace toda víctima a su victimario, revelando al mismo tiempo de un modo traslúcido su condición de sojuzgamiento.

A los chistes sobre la condición femenina donde se alude a un estereotipo de mujer que es como todos los estereotipos una caricatura infame, hay que empezar a darles su final algún día. Hay que empezar a condenar la práctica de chistes sobre la mujer heterosexual hembra, como se dio fin a la burla pública de los homosexuales.

El prototipo de mujer que se desprecia, claro que existe, pero es ni más ni menos que la consecuencia de ese desprecio, no la causa. Ni es un prototipo fatal por naturaleza, ni es de generalidad absoluta, como lo demuestran millones de mujeres, todavía minoría, que han salido del modelo gracias a excepcionales condiciones económicas y sociales de acceso a la educación, al trabajo y al confort del hogar. Pero ni aún el no ser como el prototipo, les asegura un trato merecido.

Para eso los varones y las mujeres de toda condición genérica, deben hacer un esfuerzo por erradicar para siempre los términos machistas del lenguaje público, las referencias en público a partes del cuerpo de la mujer con palabras vulgares, que refieren a la mujer como objeto de carne de faena o de utilidad sexual, como mina, tetas, culo, lomo, etc., reservando ese lenguaje si se desea y si se acuerda entre partes, para la intimidad o la conversación privada. Y se debe terminar de hacer referencia pública al estereotipo de mujer que habla sin parar, déspota, vigilante, espía, mentirosa, chismosa y envidiosa, etc.

Hay que terminar también con el uso de términos gramaticalmente simétricos pero que no conservan la simetría semántica para el varón y la mujer, como hembra y macho por ejemplo, donde el término macho usado como calificativo de hombre resulta honorífico, pero hembra usado como calificativo de mujer no está nunca destinado a destacar su buena honra. Basta de llamar macho al varón valiente, y basta de llamar hembra a la mujer atractiva.

Con los chistes socialmente aceptados, se humilla a la mujer, víctima de todas las épocas, de cuyo cuerpo se apropiaron y apropian todavía padres, hermanos, familia, vecinos, sociedad e Iglesias varias.

Es mentira que el lenguaje sea inofensivo. Mediante el lenguaje se perpetúa la cosificación y alteridad de la mujer hembra heterosexual. Mediante su descalifación por referencia a un estereotipo se consolida una idea que permanece en el pensamiento colectivo y que contribuye a justificar al victimario de la violencia que muchas mujeres en el mundo entero reciben hoy mismo sobre sus cuerpos y sus psiquis, desde castigos psíquicos y físicos, incluso el asesinato.

Cada chiste sobre la mujer de estereotipo, debería pensarse asociado a un moretón en algún brazo femenino.

Mediante el uso del lenguaje errático e impropio, se consolida la apropiación que las instituciones eclesiásticas y estatales ejercen sobre la vida y el cuerpo de la mujer, heterosexual hembra y de ese modo se consolida el poder de la directiva sobre su conducta y la limitación de su libertad.


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30 de julio de 2009

¿Será el vino de Mendoza?



Tierra de personajes inquietantes Mendoza, que aparte del Cleto, tiene un Juez Supremo de la Corte exageradamente independiente del Gobierno provincial. ¿Será el vino?

Allá la Corte es el único poder que publica las cifras del delito, aún contra la voluntad del propio Gobierno provincial. Eso no estaría nada mal.

Pero no es sólo eso, sino que la Corte le tiró al Gobierno una cifra con 33 muertos más de lo que hubo el año pasado y los números se le arruinaban al Ministro de Seguridad, que aseguraba haber bajado el delito, cosa por la que se desvive.

El Ministro Carlos Ciurca, detectó que los 134 asesinatos del 2008 eran en realidad 101. Y peor, pudo probar que en mayo de 2009 no hubo 24 homicidios sino ocho. Un error del 200 por ciento.

El Ministro agarró de un oreja al Juez Supremo Alejandro Pérez Hualde y lo llevó a dar un conferencia de prensa para reconocer el error.

La explicación pública del Juez Supremo es un capìtulo aparte. Me hizo acordar a lo vueltero del Cleto para justificar su voto no positivo. Dijo ésto: exis­te un error en el ti­peo de de­li­tos, lo que da co­mo re­sul­ta­do que la má­qui­na to­me un hur­to co­mo un ho­mi­ci­dio. Es­to ocu­rre por la pro­xi­mi­dad al­fa­bé­ti­ca de am­bos de­li­tos en el sis­te­ma, que fi­gu­ran uno al la­do del otro”.

Así que hay un error informático específico en el tipeo de delitos que engañaría a la máquina. La máquina debería estar programada para saber cuándo un homicidio es sólo un hurto. Habrá que buscar un programador muy especial para resolver una cuestión tan complicada.

La verdad es que alguien metió mal el dedo donde no hay ninguna posibilidad de equivocarse. Pero queda demasiado en evidencia decirlo de ese modo. El artículo acá.

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28 de julio de 2009

AGUINIS, CANTATE AURORA AGUINIS !!!





Alta en el cieeeeeeelo un águila guerreeeeeeera !!!

A ver Aguinis cantate Aurora.....ahora...que tu amado Macri nombró al Fino para cuidar"nos".

Fino, fino el más premiado...el más premiado !!!

Adivina, adivinador...¿quién habrá premiado tanto al Fino? Macri lo tiene guardado, dice y repite todo el tiempo "el más premiado", "el más premiado"...

A ver Aguinis, cantate Aurora...ahora, que Macri sacó el as que tenía bajo la manga y cantó que las ¡INSTITUCIONES JUDÍAS! lo premiaron. Ahora que Macri cantó y se supo ¡QUE LO PREMIÓ EL ESTADO DE ISRAEL!

Fino, fino el más premiado....

Premiado por avisarle a Kanoore Edul que lo iban a arrestar.

Y ahora encima de todo, el Fino le compra la ropa de la policía a quién?

Adivina adivinador ¿a quién le compra ahora la ropa de la policía?

A Kanoore Edul !!!

Adivinaste...!!!

El uniforme de la policía es azul....

Del color del maaaaaaaaaaaarrrrrrrrrr !!!


Y para compensar esa apropiación de nombre y desagraviarlo, escuchemos una versión maravillosa de Aurora, cantada por una voz bellísima. El nombre de la cantante no lo conoce el que puso el video. Si alguien lo sabe va a hacer un honor a la intérprete desconocida, contándolo en un comentario.


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25 de julio de 2009

ÉSTO HICE MIENTRAS TODOS GRITABAN "QUE SE VAYAN TODOS"

Artdeco: Esta lámpara tiene un diseño de belleza inquietante de estilo Art Decó inminente, saliendo como la mariposa del capullo después de haber sido oruga del Art Nouveaux. Es Art Decó en su intento por ser geométrica, pero sigue siendo Art Nouveaux en su resto de imagen figurativa. Este período de finales del Nouveaux y antes del Decó, es el más bello del siglo XX en cuestiones de arquitectura, moblaje y diseño de todo tipo. El Art Decó sería un estilo de geometría pura, donde hay sólo síntesis, alejada de la imagen para siempre. Pero en este Art Nouveaux la imagen misma comienza a presentarse en forma de síntesis. En este período los protagonistas fueron Mackintosh, junto a otros tres que revolucionaron las ideas del diseño desde Glasglow.

La imagen de las tres piezas largas y blancas del centro, se quiebran y continúan después de quebradas como el clásico lapiz que se introduce dentro de un vaso de agua. Es un efecto de la refracción de la luz sobre las imágenes. La línea de quiebre visual la dá una rama con tres hojas una de las cuales, la que cae en sentido vertical, se integra a una línea recta rompiendo la lógica figurativa y convirtiéndose en un puro efecto del juego de la geometría. Pero aquí la geometría se intercala con la figuración y se apropia de ella para succionarla hacia lo geométrico, es decir, hacia lo abstracto de las formas, o lo que es lo mismo, hacia el juego de la síntesis esencial de las cosas. Todo el arte es un intento de investigar la realidad, cuestionarla y modificarla. Es un intento del hombre de desafiarla y mostrarle que "puede" con ella. Por eso nos fascina el arte.

El detalle más importante de esta lámpara es la rosa. No es fácil diseñar una rosa en vidrio. Fue tan dífil que prácticamente hay una sola forma de hacer una rosa en síntesis visual, ésta. Es la famosa Rosa Mackintosh. En esta lámpara, cada cara tiene una rosa diferente. Fueron mis intentos por llegar a comprender a Mackintosh. Lo hice mirando decenas de rosas, con mayor o menor complejidad. Hay una de las cuatro que me gusta más.


Ésta es una del estilo que formulaba Tiffany, no sé de quièn es el diseño, pero lo ví y lo copié. Una copia no quiere decir nada más que tomar la idea. Luego la combinación de colores y el dibujo son obra del que lo hace. No hay dos lámparas iguales. Acà la tenemos en versión iluminada y con la luz apagada para ver mejor el tono de los vidrios.

Se llama "Garland".



Tiene una guarda con un diseño de rama sinusoide con flores que nacen de arriba y caen, y flores que nacen de abajo y suben. Fue muy difícil diseñar el patrón y lograr que el círculo tuviera una continuidad de sinfin. Tuve que aplicar conocimientos de geomtría. El que diseñaba estas guardas, sin duda sabía mucha geometría.


Esta es una sencillísima lámpara cuya belleza està en una especie de falda tableada con ondas abajo. El vidrio de la tablas es un marmolado delicado, y las ondas son de dos tipo de vidrio, uno muy repujado y opaco, muy difícil de cortar y el otro más traslúcido. Le puse "Vals" proque así vuelan las faldas en el baile del vals.

Esta lámpara es una copia del diseño del Tiffany, de la que me siento muy satisfecha. Sin ningún patrón comprado, sin tener que pagar los 600 dólares por el molde a Paul Crist, le copié a Tiffany su diseño maravilloso. Durante un mes entero luché por conseguirlo. Yo quería ver con mis propios ojos esas hojas cruzándose unas con otras sobre el tallo de caña con sus nudillos. Y al fin lo logré. Se llama como la llamó Tiffany: "Bamboo".


Aquí la tienen mirada desde arriba y en detalle.























Esta lámpara se llama Hart Inspiration porque quise homenajear a mi amigo Colin Hansford, quien cuando se enteró de mi falta de dinero para comprar vidrios, me mandó de EEUU una encomienda con pesados vidrios maravillosos, cuya estampilla le costó 100 dólares. Hart es un autor desconocido que tiene el estilo en el que me inspiré para diseñar esta lámpara. Colin Hansford, descubrió a este autor y compró sus lámparas en remate, vivió obsesionado tratando de averiguar algo de la vida de este Hart, y por fin pudo armar la historia de una existencia muy extraña que algún día contaré. Por esta lámpara me invitaron a integrar Asgla, a la que luego renuncié por abandono. Esta lámpara es diseño mío.




Aquí está mi primera lámpara, la llamé "Lágrima". El vidrio rojo tiene componente de oro y es carísimo.

Y aquí terminé con la historia de mis lámparas.

CLICKÉEN PARA AMPLIAR Y VERLAS BIEN DE CERCA.

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23 de julio de 2009

LAS DOS MUERTES DE LAS LÁMPARAS TIFFANY


(clickear en la imagen para ampliar)

CÓMO NACIERON


Louis Comfort Tiffany nació una semana después de que nació el que sería su amigo Thomas Edison, quien tendría mucho que ver en lo que haría famoso a Louis Comfot, sus lámparas Tiffany. Era febrero de 1848.

El era el hijo de un famoso banquero nortemericano. El padre soñaba con que su hijo siguiera el camino de los negocios de la familia. Pero, como pasa en tantas casas, el nene le salió artista. Le salió pintor, y muy bueno. No digamos que lo echaron de la familia, pero más o menos.

El nene quiso ir a estudiar pintura a Europa. El padre le pagó el pasaje y todos los gastos, por supuesto. En Europa se le dio por aprender también la técnica del vitraux, y aprendió muy bien, y se convirtió en un exquisito artista del vidrio. Cuando volvió a los EEUU se dedicó al vitraux y tomó de otro una técnica que cambiaba sustancialmente la del clásico vitraux.

Para explicar la diferencia de técnicas, expliquemos las dos:

el vitraux se hace sobre vidrio traslúcido, ni transparente ni opaco, deja pasar la luz pero no se ven las imágenes del otro lado. Las imágenes que vemos en la superficie de los vitraux se pintan a mano. Lo hace un experto especialista en el arte del dibujo y la pintura, pero no cualquier pintor sino uno especialista en vitraux. Luego de pintado el vidrio, se lo lleva al horno para que se fije la pintura. El vitraux se hace en secciones de vidrio cortado, en rectàngulos y cuadrados de diversos tamaños, que combinados simétricamente arman la totalidad. Los pedazos cortados, ya pintados y horneados se colocan sobre una inmensa mesa y se van uniendo entre si, encastrados en guías de plomo de doble entrada. Los cruces de cuatro secciones se sueldan con una puntada de estaño para lograr la rigidez de la estructura. Es como un rompecabezas.

La otra técnica, que hoy se llama técnica Tiffany porque fue el que la popularizó, consiste en lo siguiente:

Se hace sobre vidrio opaco pero de color intenso. Pasa la luz, pero menos que en el traslúcido. El vitraux Tiffany no se pinta con pintura ni se mete al horno. Es una técnica muy diferente a la otra, y mucho más difícil y compleja de realizar.

Es algo similar al mosaiquismo del Imperio Romano, de esos que habían en los baños de Pompeya. Quedan obras de arte del Imperio Bizantino. Pequeños trozos de mosaicos de colores van formando la imagen. En este caso no de mosaico sino de vidrio opaco. Los pequeños trozos de vidrio se unen entre sí mediante varios pasos. Primero se recubre todo el perfil de cada vidriecito con una cinta de cobre que apenas sobrepasa el borde. Luego se ponen todos los vidriecitos en contigüidad formando la composición y se se sueldan las uniones a lo largo de los bordes con estaño. El estaño tiene caer en su justa temperatura para que no se derrame ni quede irregular, Debe caer formando un cordón que tape las juntas.

Tiffany hizo muchos vitraux con esa técnica, que son obras de arte que dejan enmudecido al que lo mira. Pero su fama se debió a las lámparas.

El hacía vitraux para ventanles y puertas divisorias de ambientes en casas señoriales, cuando su amigo Edison inventó la lamparita eléctrica.

Hasta ese momento las làmparas y los veladores eran, como su nombre lo indica, de vela. La vela no fue nunca un objeto antiestético, sino todo lo contrario. La romántica vela no había necesidad de ocultarla debajo de la pantalla de vidrio que podía ser totalmente transparente generalmente adornado por volutas esmeriladas que hacían ondas o rayas. A veces el vidrio era opaco para dar un clima más íntimo con la luz más difusa. Las corolas de opalina rodeaban a la vela en bellísimas lámparas de colgar o en veladores elegantes. Algunas lámparas señoriales estaban llenas de caireles de cristal colgando entre las múltiples velas.

Al llegar la lamparita a los veladores hubo necesidad de cubrir sólo con opacidad no traslùcida ese artefacto tan poco estético con sus filamentos incandescentes. Se hicieron pantallas de todo tipo, pero Louis Comfort encontró la forma de obsequiar a su amigo,Edison, haciendo una pantalla de vitraux Tiffany. Hubiera sido imposible hacer lo mismo para un velador con velas. El fuego hubiera derretido las soldaduras. La lamparita con todo su calor, no consigue derretir el estaño que marca las líneas del dibujo.

La primera pantalla de vitraux Tiffany se la obsequió a su amigo. Gustó tanto la idea que las làmparas de pantallas de vitraux Tiffany se empezaron a fabricar por miles y miles en la fábrica Tiffany Studios que puso el hijo del banquero. Con la plata del padre se puso una fábrica que no hacìa solamente las pantallas de vitraux, sino los piés de metal de todo tipo, colgantes suntuosos, de pié y de mesa. Cada pié de cada lámpara era una obra de arte en sí misma. Lo mismo los vidrios. El fabricaba sus propios vidrios. Pero no eran vidrios de un solo color, aquí está el secreto de la tècnica.

Los vidrios de Tiffany eran cuadros ellos mismos. Las combinaciones de colores como manchas del impresionismo debian servir para las sombras de los pétalos de las flores, para la gradación de luz de un color o la combinación con sus complementarios. Habìa vidrios preparados para parecer un cielo con sus nubes, pero nunca en imagen figurativa, sino como se veía un cielo de Cezanne o de Van Ghogh, como manchas al óleo. Todo sería obra del color manchado de los vidrios.

Cada pantalla de Tiffany es una obra de ingeniería de la geometría y del diseño. Diseñar una pantalla como Tiffany es directamente imposible. El hizo decenas de diseños, los cuales se repitieron miles de veces. Cada diseño tiene su nombre. De cada diseño se hicieron pantallas de todo diámetro, que iban sobre piés de toda dimensión y utilidad. Muchos pies se hicieron solamente para un diseño de pantalla. La fábrica abarcó el mercado de EEUU y muy pocas piezas viajaron a Europa y a otros países. En los EEUU todas las casas de los más ricos tenían su lámpara suntuosa de Tiffany, o de otras fábricas que lo imitaron. Pero a pesar de todo el esmero de la competencia, de la calidad y refinamiento, no existió diseño que se le pudiera comparar en belleza y calidad artìstica a las de Tiffany.

La gloria nunca es eterna. Llegó la primera guerra mundial y el mundo se convulsionó. El poco valor de la vida humana europea se trasladó a la simpleza del arte. El desapego a la complejidad pasó del Art Nouveaux y su barroquismo al Art Decó, con sus líneas y formas geométricas simples. Los diseños de Tiffany parecieron antiguos, y a pesar de que introdujo las formas del Art Decó a sus diseños, ya el corte de múltiples vidriecitos no entusiasmó por mucho tiempo. Se empezaron a usar las pantallas sencillas lisas blancas, y de pronto, después de la guerra, la fabricación comenzó a descender hasta que el año 30 lo agarró con una quiebra absoluta y tres años después le llegaba el final de la muerte.

A la muerte de Tiffany, se dice, que las señoras señoriales le regalaban las lámparas Tiffany a la servidumbre para reemplazarlas por la decoración Art-Decó.


LA RESURRECCIÓN

Y así se perdieron las lámparas en la historia, valoradas y conservadas seguramente en casas humildes, hasta que un día de finales de los años sesenta, una casa de remates de Nueva York decidió ofrecer una de ellas como antigüedad. El éxito obtenido en el remate, el valor inaudito que alcanzó esa lámpara, abrió los ojos de los rematadores que se lanzaron a buscarlas desesperadamente. El objeto codiciado empezó a ser motivo de pedido especial de cuantiosos millonarios nortemericanos que revalorizaron el extraordinario arte de Tiffany. 20 mil dólares, 30 mil dólares por una lámpara. Esas cifras se pagaron. Y no había làmparas.

Para agregar curiosidad a todo ésto, resultó que un dentista cuyo nombre no les va a caer nada bien porque se llamaba Neustadt, cuando Tiffany se murió, empezó a comprar esas lámparas porque le gustaban fanáticamente. Las compraba por nada. Llegó a comprar 400. En su casa vivìa rodeado de lámparas por todos lados. En los sesenta se enteró del revival. las mostró a la prensa, pero dijo que no se quería desprender ni de una sola de ellas. ¿Qué me dicen? Y nunca vendió ni una sola lámpara. Es más, hizo una fundación y un museo para que esas lámparas estén por la eternidad en exposición. El catálogo de la fundación Neustadt, con las fotos de cada lámpara, muestra en detalle cada uno de los diseños y se convirtió en el gran factor de conocimiento de la obra de Tiffany, cada vez más admirada.

Neustadt ayudó a divulgar la existencia de las lámparas, y la gente que conservaba alguna, empezó a enterarse de que ahora tenían gran valor de remate, y las lámparas empezaron a aparecer de a poco en las casas de remates. Cifras cada vez más altas se lograban, por el furor de tener una de esas en sus casas los más ricos.

Pero la mayoría de esas lámparas tenían uno o varios vidriecitos rotos, o despegado alguno de los cordones de estaño. ¿Quién podría arreglar esas lámparas y devolverles el valor? Nadie conocía la técnica. Nada se sabía de un arte tan ajeno a los años sesenta, absolutamente muerto. No había siquiera vidrios de ese tipo en existencia.

Paul Crist era un joven que hacía arreglos en viejos vitraux. Uno de los expertos en arte de una casa de remates le llevó a él una lámpara Tiffany para ver si la podía arreglar. Un poco asustado por miedo a arruinar una pieza que podría ser tan valiosa, empezó primero a estudiar cómo sería la técnica totalmente desconocida con la que se había fabricado. Para eso, con mucho cuidado procedió a aplicar el soldador sobre el estaño que rodeaba a una pieza rota de vidrio de color sencillo que pudiera ser reemplazada. Consiguió derretir todo el estaño por adelante y por atrás, hasta poder sacar la pieza afuera. La observó y vió que la pieza estaba rodeada en su perfil de corte por una cinta de cobre cortada a mano y pegada con pegamento. Se consiguió un pedazo de vidrio de color parecido, una lámina de cobre del mismo espesor de la cinta pegada, la cortó y refabricó la pieza, luego la soldó de nuevo al conjunto, le consiguió hacer el mismo tipo de cordón y por fin tonalizó de marrón oscuro el cordón de estaño para que tuviera el mismo tono que el resto de la pantalla. Cantó Eureka porque su vida cambió para siempre.

Paul Crist no se conformó con ser el carísimo arreglador de lámparas Tiffany. Cada una de las que le traían pasaba por un proceso especial. Les hacía un molde de yeso donde el cordón en su volumen dibujaba todo el diseño sobre el molde. Luego llenaba el yeso con resina y al sacar la resina tenía un molde para fabricar una imitación perfecta. Y empezó a hacer lámparas como las hacía Tiffany, y llegó a tener decenas de moldes.

Paul Crist inició la fabricación de réplicas y comenzó a formar talleres de estudio de la técnica. El se hizo millonario. Se consiguió que fabricantes de vidrio hicieran réplicas de los vidrios originales de Tiffany. Cada rèplica llegó a valer entre dos mil y cuatro mil dólares.

Ya a fines de los 90 tenía alumnos en todo el territorio de los EEUU. Les vendía un kit por 600 dólares que servía para hacer una sola lámpara, que incluía el mode, el patrón del diseño en papel, y les vendía aparte las herramientas para cortar el vidrio y decenas de cosas que son necesarias para la fabricación.

Al difundir la técnica se empezaron a multiplicar los alumnos y los alumnos pusieron talleres y surgieron proveedores de insumos por todos lados. Un gran negocio había surgido. Eso sí, son pocos los que lograban hacer una lámpara Tiffany del nivel necesario para llamarse réplica y ser vendida entre 2 y 4 mil dólares. Y siempre fue necesario contar con los moldes de Paul Crist, porque es casi imposible que alguien solito sea capaz de hacer un molde y copiar mirando la foto el diseño de Tiffany. Y también es muy difícil hacer un diseño propio que no sea una vulgaridad.

Por eso los que llegaron a hacer réplicas de las mejores, no superan las 60 personas en todo el mundo.

Mientras tanto, las cifras de los remates mantenían el valor de las réplicas, y todos los alumnos soñaban con tener una en su casa, aunque sea no tan perfecta. Muy pocos pudieron tener talleres donde se fabricaban todas las obras de Tiffany cuyo molde recuperó Paul Crist.

MI PARTICIPACIÓN

Ahí estoy yo en el otro lado de América, sin saber de la existencia de esas lámparas, ni de toda esa historia que acabo de contar, cuando en el mal año 2002 las veo por primera vez en el Café Tortoni. Pero yo no sabía que lo estaba viendo era una miserable versión degradada de un arte tan excelso, y sin embargo, me volví loca por aprender cuando las ví. Tomé el teléfono de la "profesora" y la llamé para tomar el curso.

Me dijo el precio, el taller era en Av De Mayo. Elegí el horario del mediodía, para ir y volver a mi óptica. Era la única alumna. Me dijo que me iba a enseñar a hacer una mariposa. Le dije que yo quería hacer una làmpara. Un poco se reisitió pero la convencí. Me dio una revista para elegir el modelo. Era una lámpara de lados planos, la misma que está en la portada de mi página Web.

La revista traía el molde. Me hizo calcar el molde en una hoja fina de plástico transparente, separar las piezas del molde con tijeras, llevarlas al vidrio, dibujar la pieza sobre el vidrio por los bordes del molde y cortar los vidrios. Hice todo en un santiamén.

A ella le llamó la atención y me preguntó cómo era que yo cortaba sin miedo. Le expliqué que mi vida fue cortar vidrio. Me fui de ahí con los cortes, pero algo no me cerraba. Cuando llegué a la óptica me dí cuenta de que el método no era coherente, que para que los vidrios coincidieran debería haber otro método más preciso que dibujar con un marcador sobre un molde de plástico.

La siguiente clase le mostré mi decepción. Ella me dijo que no había otro método. Le dije que eso no podía salir bien. Me contestó que acá las alumnas vienen a pasarla bien y que ella no está en condiciones de darme otra cosa. Y tenía una lámpara redonda ahí que me pareció hermosa. Entonces le pregunté si esa la había hecho con el mismo método. Me dijo que sí, pero que esas redondas necesitaban que se comprara un molde y un patrón de papel con el diseño, que el mode era muy caro, que ella lo prestaba. Seguía sin cerrarme el método grosero de corte. Me fui de ahí y despuès la llamé para decirle que no iba a ir más.

Entonces empecé a buscar esas lámparas en Internet, hasta que las encontré. Días y días de investigación me llevaron a la página de Paul Crist. De ahí pasé a la de Grotepass. Ellos tienen toda la explicación del corte del vidrio. y todo el método de fabricación paso por paso. Y ahí comprobé que lo que a mí no me cerraba era correcto. El método era mucho más complejo.

Con el patrón se dibuja sobre el plástico, pero se quita el medio y se deja el excedente, y se dibuja la pieza sobre el vidrio pero por adentro del molde. El corte sobre el plástico se hace con un cortante filosísimo no con tijeras que dejan puntas y el marcador salta perdiendo una línea que debe ser perfecta. Pero los diseños de Tiffany que ellos hacían me eran imposibles de copiar. ¿Y de dónde sacar el molde?

Encontrè la página de Tashiro, que otra vez explica todo el método al detalle. Pero Tashiro hace sus propios diseños y enseña a hacer un molde en madera. Yo compré telgopor e hice un molde en telgopor, pero el de mayor densidad, lo hice tal cual decía Tashiro. Y me dispuse a empezar a cortar vidrio en serio.

Pero le escribí a Tashiro diciéndole mis dudas y temores. El me contestó al día siguiente por mail. Empiece a trabajar y a la primera dificultad pregunte. Empecé y le escribí a la primera dificultad.
Me fue guiando paso a paso, dàndome los infinitos secretos de una técnica complejísima. Supe desde el vamos todos los secretos más importantes. Tashiro era uno de los sesenta que vendían sus lámparas a más de cuatro mil dólares.

Cuando terminé me pidió una foto. Se la mandé y me llenó de elogios. Me mandó a que le escriba a Colin Hansford, que le diga que si cree que estoy en condiciones de entrar a Asgla, la asociación de Artistas de Vidrio Estañado. Todo ésto no fue muy rápido, me llevó meses. Mientras espiaba quién era Colin Hansford y la Asociación. Esperé a hacer mi làmpara que llamé Hart Inspiration.
Entonces la mandé y allá todos se sorprendieron y me invitaron a pertenecer como miembro a la Asociación de la que todos ellos forman parte.

Eso significaba pensar que podría vender una de mis lámparas en por lo menos dos mil dólares. Hasnford me dijo que sí, que viniera a Nueva York. ¿Con qué? me decía yo, y le escribí la historia del corralito.

Mientras tanto las lámparas se iban sumando en mi óptica. Un cliente mío se fascinó y empezó a comprarme. En ese año, repito, en ese año me encargó 4 lámparas al hilo. Se las cobré 500 dólares cada una. Cada lámpara lleva un mes de trabajo, no es así no más la cosa.

En el medio una rectora de una Universidad Privada me pidió un vitraux de ventana. Se lo hice. Me tardó un mes. Quedó enamorada de su ventana.

Cuando iba por la lámpara cuarta y ya dispuesta a viajar para los pagos del primer mundo con la plata que junté, me dice mi cliente que vio una làmpara como las mías en el centro, por 70 dólares. Me tomé un taxi y la fui a ver. Era china. No lo podía creer. Por 70 dólares yo no movía más un dedo.

Así como les digo, de la noche a la mañana, los chinos inundaron el mundo con las réplicas malas de las lámparas Tiffany. Le escribí a Tashiro y me contestó que todo lo que hacíamos se iba a caer, que nos mataron los chinos. Y peor, Tashiro se había mudado a un enorme taller en las afueras de Toyota, y planeaba volverse a su primer reducto pequeño porque la venta se había parado totalmente.

Al mes Tashiro estaba de vuelta en su viejo taller. Hansford me dijo que el interés de los compradores de antigüedades había caído vertiginosamente y que ni siquiera las auténticas Tiffany se iban a poder vender en los remates. Y así fue. Nadie quiere más esas lámparas en su casa si es millonario. Otra vez son signo de mal gusto. Porque cualquiera las tiene y se ven por todos lados.

Al poco tiempo Kirchner empezó a cambiar el volumen de trabajo en la óptica, y mi rumbo se volvió hacia los anteojos, que ahora después de tanta vuelta, volvían a significar mi modo mejor de ganarme el sustento.

Nunca más tuve tiempo para dedicar a las lámparas Tiffany, ni vale la pena que lo haga. Con las que me quedan tengo bastante. Siguen siendo hermosas y para mí son el vestigio de una gesta que me permitió vivir una noche negra con esperanza de un mejor amanecer.

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22 de julio de 2009

MIS LÁMPARAS TIFFANY , MENEM Y EL CORRALITO

TRISTEZA - PÉRDIDA DE LA UTILIDAD DE MI DESTREZA

(clickear en la imagen para ver ampliada)

Durante la época de Menem mi profesión sufrió un tsunami. El modo de hacer anteojos tradicional, y todo el sistema de provisión mayorista clásico se derrumbó. El corte de cristales a mano en el taller de la óptica quedó desactualizado de la noche a la mañana cuando se abrieron las compuertas a la tecnología del primer mundo. Cayeron infinidad de ópticas. Cayeron infinidad de mayoristas. Y llegaron nuevos, improvisados mayoristas, que ofrecían la nueva tecnología solamente a quienes tuvieran el capital para empezar a hacer ópticas de gran cantidad de clientes, generalmente metidas en Obras Sociales, o en relación a entidades como Pami, haciendo arreglos de exclusividad. Individuos con mucho arrojo ex-fabricantes de corpiños, o importadores de relojes o de artículos de bazar, de repente vieron el negocio y se pusieron ópticas tipo supermercado. Los ópticos tradicionales nos vimos avasallados. Solamente unos pocos de aquellos hemos sobrevivido a ese cambio. La cirugía mayor sin anestesia, que le decían.

Llegaron máquinas automáticas que cortan el cristal donde el trabajo humano era indispensable. Y se reemplazó prácticamente el vidrio por el material orgánico, una especie de resina plástica. Todo muy bueno. Pero podría haber sido más gradual el cambio, para darnos tiempo a reconventirnos.

Un día apagué para siempre mi hermosa biseladora de pulir bordes de vidrio. Un día miré mi cajón plagado de recortes de vidrio pensando que nunca más agregaría allí un recorte. Y ahí está todavía el cajón con sus últimos vidrios, sin haberse agregado ni uno más.

Por ser una óptica de clientela, la cantidad de trabajo no permite ni imaginar la compra de una biseladora automática del nuevo material orgánico. Hablamos de decenas de miles de dólares. Pero pronto unos pocos de los clásicos proveedores sobrevivientes, compraron la nueva maquinaria y nos ofrecen hoy el servicio de lo que se llama el calibrado del anteojo.

Ya no trabajo más en mi taller. Todo lo hace una máquina en el taller del laboratorio que trabaja para mí.

Antes de todo ésto, yo había cortado vidrio todos los días de mi vida. Mi mano tenía una destreza de la cual estaba orgullosa. Realmente para mí fue un gran sufrimiento que la destreza acumulada en décadas, de la noche a la mañana no tuviera ya la más mínima importancia. Algo parecido a la tristeza del relojero cuando se dejaron de vender los relojes a cuerda y todo el mundo empezó a comprar los electrónicos.

DESESPERACIÓN- EL FINAL DE LA ESTAFA NEOLIBERAL

Mi madre se murió en 1999 y dos propiedades quedaron en sucesión para repartir entre 3 hermanos. La sucesión se terminó en noviembre del 2001, y la venta de una de las propiedades se efectuó en la escribanía del Banco Nación sucursal Plaza de Mayo, precisamente el 20 de diciembre del 2001, en el mismo momento que arreciaba la represión en la Plaza de Mayo, cinco pisos más abajo de dónde yo estaba.

Eran las 13 horas del famoso 20 de diciembre, día posterior a la fatídica noche del 19. Se cerró el Banco decían en la Escribanía, y los gases lacrimógenos podían olerse desde las ventanas abiertas, por lo que se cerraron. Habíamos pedido a la Escribana que nos hiciera cheques por separado a los herederos, para depositarlos cada uno en su cuenta, que habíamos abierto para tal fin en el mismo Banco, como nos había indicado la Escribana. Pero la sopresa fue que el comprador trajo un cheque por el total y no había nada que hacer. El cheque se lo dió el Banco Central que curiosamente en esas locas circunstancias había sido capaz de otorgar un crédito a la secretaria de la Escribana. Cosas de no creer.

Depositalo en tu cuenta dijeron mis hermanos, y nos hacés una transferencia. Ningún problema para mí. Pero al bajar tomamos conciencia de que se había cerrado el Banco. Llevate vos el cheque me dijeron y cuando se abra de nuevo lo venís a depostiar.

Yo salí de ahí temblando, con un cheque por el total metido en mi corpiño. Ni me acuerdo cómo atravesé ese infierno de gases acumulados en los pasillos del Banco. Bajamos por las escaleras con las narices tapadas. Y me fui viendo el desastre de caballos sobre la gente en la Plaza. Y yo con el cheque en el corpiño.

Los Bancos estaban cerrados y parecía el fin del mundo. Todos los días salían resoluciones del Banco Central. El primer día que se abrió el Banco Nación fui corriendo a depositar el cheque, y me enteré de que me habían dado un cheque "cancelatorio" del Banco Central que debìa ser depositado por intermedio de una operatoria especial, y que debía ser en ese día porque al día siguiente caducaba. Me volví loca para conseguir depositarlo y por fin lo logré. Pero no pude hacer la transferencia porque se prohibió esa operación. Nadie podía transferir nada de su cuenta a otra cuenta.

Todos creíamos que la plata no la veíamos más. Se devaluó el peso a la tercera parte. No sabíamos si lo que teníamos eran dólares o pesos. Los resúmenes venían sin indicar la moneda en la que estaban. Cada rato teníamos que concurrir para efectuar el cambio de operatoria sobre el dinero depositado, que se pasaba a Bonos, que a lo que teníamos había que sumarle el CER. Como la cuenta estaba a mi nombre, todo lo tenía que hacer yo. Me pasé una vez diez horas en la cola del Banco. Ese día cuando me tocaba a mí el Banco se quedó sin sistema, y casi le salto al cuello al empleado, que al verme tan loca hizo las cosas a mano.

No quiero seguir con este cuento porque me agota sólo contarlo. Quiero decirles que mi estado de ánimo ameritaba una profunda depresión. Mi padre trabajó toda la vida como un esclavo para comprar su departamento y el local de comercio donde trabajó medio siglo. Ya sabrán que le mataron a toda su familia primera en la guerra, que no se dio permiso para descansar y sólo trabajaba. Que cuando yo le decía papà no trabajes los domingos, él me decía: tonta, estoy trabajando para vos, para que tengas algo cuando yo no esté más. Y veía esa plata en el corralito y me imaginaba cada ojalillo que mi padre puso en cada toldo de lona con su transpiración y el sueño de dejar algo para sus hijos. Y me moría de rabia por la falta de respeto de los Bancos del Primer Mundo, de los Capitales de las Empresas Multinacionales que un día decidieron burlarse de mi papá, y hacer añicos sus horas y horas de trabajo sin descanso.

Pero no me permití deprimirme. La depresión era una vieja conocida mía. Decidí poner energía en otras cosas. Internet, las páginas Web. Y aguantar en la óptica con la migaja de dinero que conseguía rescatar cada día para sobrevivir, cuando no había circulante y quebraban todos los días otros mayoristas de òptica que desaparecerían para siempre, como Raymond SA y Talleres Kruk.

DESCUBRO LAS LÁMPARAS TIFFANY- REVALÚO MI DESTREZA

Ir a tomar un café al Tortoni, en medio de ese temporal económico y político, era un paseo que me daba con mi marido. Allí descubrí un día las lámparas Tiffany. Cuando las ví me enamoré. Es así, las lámparas Tiffany seducen a algunas personas, hasta dejarlas en estado hipnótico.

El día que las ví por primera vez, me acerqué, las estudié y ví que yo podía. Simplemente podía hacerlas porque nadie me ganaba a mí en el corte de vidrio. Una mano que trabajó por décadas en el corte de vidrio para anteojos, se reencontraba con la utilidad perdida. Las volví a ver varias veces. Iba al Tortoni sólo para verlas. Y cada vez me enamoraban más. Vì el cartel de la persona que hacía la exposición, que ofrecía un curso en su taller. Tomé el telèfono y la llamé.

Hacer esas lámparas era para mí el sueño mayor, utilizar mi destreza en desuso y encarar un proyecto emocionante, para contrarrestar el desastre que estábamos viviendo todos los argentinos, cada uno con su particularidad.

Pero no fue nada fácil. Por suerte para mí. Porque las dificultades hicieron el camino mucho más interesante de lo que esperaba.

Un mundo nuevo se abrió para mí, inosospechado, del que eran portagonistas una pareja de alemanes, los Grotepass, que viven en Essen, un japonés, Ishiro Tachiro, que vive en Toyota y un norteamericano, Colin Hansford, que vive en Nueva York.

Vayan mirando mi página que va a desaparecer en octubre. Vean las páginas de mis amigos. Quédense absortos como yo lo hice un día, o tal vez indiferentes, según como sean sus naturalezas respecto a ser seducidos o no por las lámparas Tiffany.

Eva Row, Al modo de Tiffany

Dr Grotepass Studios, Tiffany Lamps

Colin Hansford, Leadedlamps

Ishiro Tachiro, Tashiro stained and leaded glass Studio

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21 de julio de 2009

COMO DARSE CUENTA DE QUE UN NIÑO NO VE BIEN


Lo primero es ver si se acerca demasiado a los objetos más lejanos. Pero no confundirse, porque los chicos de vista normal ven bien muy cerca, algo que van perdiendo los adultos. Puede ser que el niño sea un detallista y le guste observar las cosas más de cerca. Hay que ver si lo hace todo el tiempo o si lo hace algunas veces, si alguna vez puede quedarse lejos del televisor cuando mira algún programa, o si siempre se acerca.

Antes de proseguir tengo la obligación de llamar la atención a los padres que les dicen a sus hijos que no se acerquen tanto al televisor porque hace mal a la vista. Éste hecho me enfurece. El televisor no le hace nada a la vista, ni cerca ni lejos. Ésto es un mito. Por favor, encima de que no llevan a los chicos a solucionar su problema, los torturan alejándolos de los objetos que desean ver. Los chicos se acercan para ver bien, no les hagan la vida más difícil. Déjenlos acercarse que no pasa nada. No los torturen.

El niño que tiene una miopía importante se levanta del asiento y se acerca para mirar al pizarrón o al televisor. Mira los libros de cuento poniendo la nariz encima del texto. Dibuja con el papel contra su cara. Si es muy pequeño, veremos que se arrodilla en la silla para poner el cuerpo sobre la mesa para dibujar.

La cercanía a los objetos sirve para sospechar una miopía, pero, cuando los chicos no ven bien de cerca, pueden tener hipermetropía. Si un chico se aleja del libro para verlo mejor, entonces es posible que sea hipermétrope.

Signos de posible problema visual.

El chico que se inicia en la escuela y por varios días no escribe nada en su cuaderno.
Parece distraído.
Parece que no atiende.
Parece que no escucha.
Conversa con los compañeros e interrumpe la clase si es un chico alegre.
No tiene comunicación con sus compañeros, se aisla y resulta antipático, y es un chico triste.
Se pone a hacer dibujitos que no tienen nada que ver con la clase.
Si es miope puede resultar un alumno muy bueno, siempre que se siente en la primera fila. Le gusta leer y estudia mucho. Pero no le gusta participar de los deportes, no se hace amigo de los compañeros. Empieza a ser mirado con desconfianza porque siempre obedece a la maestra y nunca participa en ningún lío, ni tiene problemas de conducta.
Es obsesivo con sus pertenencias. Tiene todo ordenado y limpio. No se olvida nada, no pierde ningún objeto. Muchas veces no es solidario, no le gusta prestar sus cosas.
Si es hipermétrope le resulta difícil hacer la tarea, prefiere las actividades deportivas, se relaciona mejor con su cuerpo, le gusta correr y ve perfectamente a la distancia.

TODOS LOS CHICOS TIENEN QUE IR AL OCULISTA TODOS LOS AÑOS, no sólo una vez. En cualquier momento aparece un problema refractivo porque eso está en la genética. Algunos chicos a los seis años tienen una vista perfecta, pero a los ocho años ya tienen miopía. La miopía empieza en cualquier momento de la vida hasta los veinte años, y continúa agregándose hasta los 30.

Pero es importante detectar los problemas refractivos en la niñez temprana, cuando se desarrolla la personalidad. Un miope puede transformarse en un neurótico obsesivo, que por ver solamente lo que está muy cerca, empieza a adaptar su personalidad a esas situaciones. Empieza por preocuparse por dejar sus pantuflas derechitas al lado de su cama y termina por pelearse con sus hermanos porque le patearon los pantuflas.

Hace unos años, cuando la medicina no estaba tan avanzada y los chicos no iban al oculista, los miopes tratados tardíamente no tenían los ojos suficientemente estimulados y no alcanzaban nunca la visión normal. Era común ver al miope asociado a una personalidad obsesiva.

Las observaciones que hice a través de cuatro décadas, me permiten decir que la miopía tenía mucho que ver con la personalidad. Me refiero a miopes de mucha graduación. La mayoría estaba lleno de resentimiento hacia sus padres y hacia el mundo, todos los habían defraudado, no habían tenido suerte, eran monotemáticos y detallistas, fanáticos en cuestiones sin importancia. Conocí muchas personas que aburrían a su familia con su permanente reclamo de atención.

En cambio los fuertemente hipermétropes eran todo lo contrario. Escuchaban todas las críticas. Apenas si se miraban al espejo. Se hacían cargo de los demás. Soportaban todo tipo de agresiones, siempre conciliadores, bonachones. Un poco desprolijos, solían no saber dónde dejaron sus cosas, vivían olvidándose la lapicera o perdiendo los documentos.

Hablo en tiempo pasado porque hoy mejoraron mucho las cosas. Hay mucha difusión de la psicología y los padres que pueden se ocupan mucho de sus hijos. Los anteojos de hoy son más efectivos, y para los casos de mayor graduación hay lentes de contacto que le permiten sentirse como si no tuvieran problemas refractivos.

Pero igualmente subsiste el tema de los chicos que no son detectados en la infancia con los problemas visuales.

Como ilustración voy a copiar el comentario 4 que hizo el amigo Carpe Diem en el post "Por qué ..."

Eva:

Cuando empecé el secundario descubrí de golpe que no veía con claridad lo que escribían en el pizarrón. Como ser "un cuatro ojos" me horrorizaba (y me condenaba la la exclusión futbolera) no le dije nada a nadie. Pase de ser abanderado en la primaria a cuatro de copas en la secundaria, donde me defendía con las materias de libros (historia, idioma, etc.), pero capoté definitivamente con las exactas, que se dirimían en el pizarrón. Tuve un secundario desastroso sin que nadie se diera cuenta de que era miope. Y cada vez veía peor. Ya en la universidad y cuando gane mi primer dinero me compré lentes de contacto, y acepté tener como suplentes unos anteojos. Pero el mal estaba hecho. No sabes lo que me jodió en términos de estudio, de relación con los demás y en la vida diaria no ver un joraca (6 dioptrías tenía que usar). Todavía no entiendo como mis viejos no se dieron cuenta.


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19 de julio de 2009

GRAN CONCURSO LA COSA Y LA CAUSA

A partir del 12 de febrero de 2010, entre los primeros 10 comentarios con respuesta correcta que reciba este Post, se sorteará un premio. El comentario enviado debe decir por escrito el dato correcto del número de veces que Pino Solanas dice la palabra "escándalo", o cualquier palabra de la familia como "escandaloso", etc. El concurso hace referencia a la primera vez que Pino Solanas salga por TN a partir de hoy a la noche (inclusive), 12 de febrero de 2010.

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EL CASO DE LA NENA QUE NO ERA AUTISTA


El 20 de diciembre de 2008 hice un post que se llama "Por qué converso tanto con las personas en la Óptica ". En un párrafo dije: "Prometo hacer un post con “El caso de la nena que no era autista”, no lo van a poder creer." Marcelo me lo reclamó y ahí va.



Una clienta mía, peluquera, mujer simple y de pocas luces, me cuenta que tiene una nena de 7 años "con problemas". Me lo cuenta como con dificultad de contar. Que la nena va a la escuela y no escucha a la maestra. Que la hicieron repetir de grado. Que apenas aprendió las letras. Que no habla con las compañeritas. Que la mandaron a la psicóloga y la trata por "autismo". Pero que a la maestra se le ocurrió que la nena podría además tener problemas de la vista, y sería bueno llevarla al oculista. Que la llevó y a la noche viene con la nena para hacerle los anteojos.

¿Qué te dijo el oculista de la nena? le pregunté. Nada, me dijo la peluquera, le recetó anteojos. Y me extiende la receta. Veo la receta, es simple: una pequeña miopía de -1 dioptrías en ambos ojos. La calmo, le digo que no es tanto. La espero a la noche que venga con la nena.

Llega la mujer con la nena. Como yo reviso todas las recetas que llegan, la siento a la nena a mirar los optotipos con la graduacion recetada por el médico y compruebo que la nena no ve nada. Ni las letras más grandes. La nena sabe las letras, pero me dice claramente: no veo. Me quedé muda. Le dije a la madre que iba a llamar al oculista. Por suerte estaba y contestó al teléfono. Delante de la mamá hablé con el oculista.

Con la presentación de rigor, le digo al oculista que yo soy un tipo de óptico que se niega a hacer un anteojo si no es para mejorar la visión de una persona, que en este caso la nena no veía ni las letras más grandes, que necesitaba saber qué le pasa a la nena y para qué le haría el anteojo.

Me contestó fastidiado lo siguiente: yo le dije a la madre que la nena no ve nada, ella no quiere escuchar. El ojo derecho lo tiene perdido, y con el ojo izquierdo ve un 5 porciento. ¿Entonces para qué le voy a hacer el anteojo? le contesté. ¿No hay alguna forma de hacer algo por la visión de la nena, qué tiene la nena? ¿Por qué no me dá un diagnóstico? Mire, yo le receté lo que pude recetarle, contestó, que no lo haga si no quiere, es lo mismo. Ya le dí el diagnóstico, tiene una miopía de -1 dioptrías. Que le haga estudios para saber qué tiene.

Todo ésto lo hablé con la función del teléfono en "manos libres". La madre escuchó lo que dijo el oculista. Pero seguía sin reaccionar.

Entonces volví a sentar a la nena frente a los optotipos y comencé con mi método a buscar en todos los sentidos posibles una pequeña mejoría. Fuí descartando todos hasta encontrar uno. Encontré el sentido por los lados esfèricos negativos. Descarté los astigmatismos y la hipermetropía. Continúe agregando potencia esférica negativa y para mi sorpresa la nena iba aumentando la visión. La llevé a 7 décimas con 8 dioptrías negativas. Eso significa que la hice pasar de la borrosidad absoluta a la visión casi normal. No lo podía creer.

Claro que hay que hacerlo con paciencia, esperando en cada agregado que el ojo lo acepte y forme los canales neurológicos que hacen al complejo de la percepción, a la sensibilidad, a la conexión necesaria para recibir el estímulo tan largamente mezquinado a esos pobres ojitos.

Y la nena respondía. También la nena respondía a mi afecto. Cosa de la que estaba carenciada, por la mamá y por la sociedad entera. Yo celebrara cada vez que ella veía un poquito más. Le acariciaba la manito que tenía sobre la mesada y le expresaba mi contento, como si hubiera metido un golazo de media cancha. Y la nena se iba poniendo ella contenta. Y parecía que quería satisfacerme a mí, más que poder ver ella. No había sonreido hasta que yo empecé a vivarla porque vió un poquito más. Y empezamos como un juego alegre. Un juego por la vida.

Y como dije la llevé a ver 7 décimas, que es lo que ve el promedio de la población. Pero le pedí a la madre que la llevara a otro oculista. Que necesitaba un diagnóstico serio sobre la evolución de esa miopía, el estado de la retina y controlar la presión ocular para descartar un glaucoma. Yo le recomendé el oculista al que tengo más confianza, con el que puedo hablar, que me respeta como profesional y se digna a intercambiar conmigo sus conocimientos. Se llama Héctor Braver.. Héctor me ayudó a salvar a mucha gente como ésta nena.

La salvamos. Dejó de ser tratada como autista. Era miope. Terminó el año y pasó de grado. Hoy es una mujer que hace su vida normalmente. Tiene 30 años y se operó de la miopía. Ni vestigios tiene de esa miopía que se disfrazó de un problema psíquico de comunicación con el mundo.

Un aparte para hablar de la mamá

Mi experiencia me enseñó que el principal factor en contra de los chicos que tienen problemas visulaes, son los padres. Los padres no quieren saber que sus hijos pequeños tengan un defecto en la visión. Cuando llegan a la óptica con una receta, llegan con disgusto, como si eso los descalificara ante el mundo, como si hubieran fracasado en el aporte de su genética. Empiezan a buscar los culpables. Las mujeres separadas pueden llegar a decir: en mi familia no hay nadie que use anteojos, debe ser el padre, encima eso le dejó al nene.

Vergonzantes y negadores, ponen palos en la rueda. Lo primero que dicen casi todos es: ¡¡¡Ay, yo no me imaginaba que mi hijo iba a tener que usar anteojos!!! Lo dicen adelante del chico, y uno observa al pequeño mirar al padre y ve que en sus ojitos se demuestra la preocupación a su vez, la preocupación por haber decepcionado al padre. El chico empieza a sentir que lo espera una cosa desgraciada.

Es ahí cuando dedico una charla para revertir la situación planteada. No permito que las cosas se dirijan por ese rumbo psicótico. Nos sentamos los tres y empiezo a hablar de lo que es un defecto visual, le empiezo a bajar los decibeles al drama y encaro las cosas desde el lado optimista, primero que nada, para recuperar la voluntad de la criatura y allanarle el camino a superar su defecto refractivo y continuar la vida como si nada pasara.

Por otro lado, los defectos refractivos en su enorme mayoría no son signo de una enfermedad, sino obedecen a las exigencias de la civilización que hace indispensable tener cierta agudeza visual mínima, que no era necesaria en la vida prehistórica. La maravillosa ciencia de la Óptica, interfiere en el camino de los rayos de luz y los desvía para que lleguen a la retina y formen las imágenes nítidas. Lo principal es el estado de la retina, y del nervio óptico. Estos dos factores son óptimos en la mayoría absoluta de las personas con defectos refractivos. No hay por qué hacer un drama de esta situación.

Un aparte para el gran culpable

La culpa del estado de ánimo de los padres, y de casi todos los que descubren un problema refractivo en sí mismos, no es sólo psicología indivudual, también es el mercado. El mercado se ha ocupado y se ocupa de meter miedo en la gente, esa es la mejor manera de hacerlos correr a gastar plata. Créanme, a ningún mercachifle de la Medicina le conviene que se aligere la dramatización de un problema médico. Con cuántas cosa pasará lo mismo aparte de la Óptica. Yo tengo prevención contra eso, me cuido de aceptar los términos dramáticos, me pongo a estudiar cada situación en la que me presentan un panorama único que me lleva sólo a gastar plata en un sentido. Pregunto, averiguo, y muchas veces descubro que hay otras oportunidades que no me fueron planteadas, u otra versión de las mismas cosas.


Un aparte para Héctor Braver.

Héctor, con su respeto por mí, siempre dijo que no le daba bolilla a ningún óptico, que hablaba sólo conmigo, que nunca había concido a un óptico como yo. Y me mandó siempre a todos sus amigos y su familia. Teniendo tantas ópticas en Buenos Aires, sólo Eva para sus hijos, para sus amigos, para su familia. Me confió lo más preciado a mí. ¿No es un orgullo?

Lo más interesante fue cuando me mandó dos recetas de dos amigos que se había hecho en Cuba. En ese tiempo en Cuba no había bifocales. Esos amigos de Cuba necesitaban bifocales y no podían tenerlos. Les dijo que que iba a hacerlos en Buenos Aires y se los iba a enviar a Cuba.

Me mandó las dos recetas y me preguntó si podía hacer los dos bifocales sin ver a las personas. Él sabía que hacer un bifocal es como una dentadura postiza, que sin el paciente para medirle sus particularidades es imposible. Sin embargo, le pedí la descripción de cada uno, el peso, la altura, la descripción del rostro. Por mi experiencia tengo ya una estadística en mi cabeza de valores en relación a los físicos, que no pueden fallar. Salieron bien. Las dos personas saltaban de la alegría cuando les llegaron los anteojos.

Cuando yo le he enviado a alguien a Héctor, sea problemático o no, él siempre tomó el teléfono ni bien había salido el paciente, sin que yo lo llamara, y me pasaba un diagnóstico compelto, a toda velocidad porque tenía el consultorio continuamente lleno. Un diagnóstico serio, que me dejó siempre tranquila de que estamos haciendo las cosas bien.

Algunas veces yo superé recetas de Héctor mismo. Lo he llamado para decirle que había encontrado algo que mejoraba la visión del paciente. Siempre me dió la razón y anotó el cambio en su historia clínica. Algunas veces me mandó él a mí un problema, para que yo le diera mi opinión, inclusive de personas que no iban a hacerse el anteojo en mi óptica, porque lo compraban en la de su Obra Social. Siempre colaboré con él y él conmigo, en una mancomunión donde no hubo jamás el mínimo interés secundario. Una mancomunión que duró cuarenta años. El dolor es demasiado grande hoy para mí, la pérdida de Héctor Braver para mí es una catástrofe. Por fin lo puedo contar. Acaba de fallecer hace dos meses. Y era joven todavía y estaba con todas las luces. Cáncer en el páncreas.

No tengo consuelo. No tengo.

Un aparte para la maestra

¡Qué lección la de la maestra! Su percepción del problema de la nena es admirable. ¿Dónde se estudia esa dedicación, esa preocupación? ¿Es una materia pedagógica? Este cuento debería ser una lección para las maestras. Ver más allá de la superficie. Interrogarse, llamarse al criterio, observar al alumno pequeño. Ella salvó a la nena. Pero no hubiera sido suficiente. La cadena mágica se hubiera cortado en el oculista aquél. Cualquier óptico le hubiera hecho los anteojos según la receta. Tal vez la madre hubiera obligado a la hija a usarlos. Y seguramente la nena no los hubiera usado, porque no tenían ninguna acción sobre su visión. Y quién sabe cuál hubiera sido el destino de la nena. Tal vez ahondarse más en su desconexión con el mundo. Tal vez haberse convertido de verdad en una autista.

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18 de julio de 2009

ESTOY AGRADECIDA

Ayer se cayò Geocities, pero luego volvió a estar y luego se volvió a caer. El aviso de cierre es para el 26 de octubre. Gracias a la colaboración e indicación de los compañeros, tengo casi todo guardado. Pero hubo un ángel que cruzó la cordillera para ayudarme. Marcelo, hasta me hizo una nueva Web de mis lámparas, no lo puedo creer, y en seguida que pudo me mandó el documento en Word de todo el testimonio de mi hermana. No se puede creer. Estoy agradecida. No tengo palabras. Si la vida fuese siempre así. Si cuando tuviéramos un problema siempre alguien corriera a socorrernos, sería hermoso vivir. No hay otra cosa que sea más importante que la solidaridad entre las personas. Uno no está acostumbrado, uno se ha acostumbrado a que siempre está solo. Sigo estando sorprendida, como si fuera Cenicienta después del baile, que vuelve a su casa pero ya no es la misma que era antes del encantamiento que le hizo el Hada Buena.

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17 de julio de 2009

HOLOCAUSTO WEB: UNA BOMBA ATÓMICA CAYÓ EN INTERNET

Si no tenías una página Web en Geocities, probablemente no te hayas dado cuenta de lo que acaba de pasar, ni puedas darte cuenta de lo que ésto significa. Una bomba ha caido sobre la Web. Una bomba sin sonido. Sin imagen.

Yo tenía varias páginas Web muy importantes en Internet. Geocities me envió hace unos días una comunicación de que iba a retirar todo el material en 26 de octubre. Aconsejaba bajar las páginas a una carpeta, y ofrecía un alojamiento con costo a 5 dólares por mes el primer año, luego no me acuerdo ya, pero el precio se incrementaba mucho. Yo estaba pensando qué hacer, pero tenía tiempo hasta el 26 de octubre.

Hoy a la madrugada, cuando terminaba un post relatando la historia de una de mis páginas que tuvo trascendencia en España porque movilizó un caso judicial que se hizo famoso, descubro que ya el sitio ha desaparecido.

Estoy en una especie de shock. Lo que perdí no tiene nombre. Perdí el testimonio de mi hermana, víctima del Holocausto. Espero tener una copia en alguna carpeta. Perdí la página que hicimos para España junto a Manuel Borraz, que juntaba documentación inenarrable de un hecho muy trascendente. Perdí también mi página sobre lámparas Tiffany, con toda mi obra fotografiada, que me valió el ingreso a la Asociación de Artistas de Vidrio Estañado de los EEUU, por la calidad de mi obra en vidrio. De ésto jamás había hablado en este blog. Estaba por contarlo. Se perdió un montón de caricaturas de mi marido de las cuales no hay copia.

En fin, me siento derrotada. He tomado contacto con el fenómeno Internet en su aspecto más inquietante. ¿Quién dispone de nuestro material? ¿Qué pasaría si hoy mismo Blogger borrara todos los blogs?

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Geocities cierra para siempre. Manuel Borraz. (Tercera Parte)

Geocities va a borrar pronto la página Web que ayudé a hacer a Manuel Borraz, página que es el fiel testimonio del afán incansable de Manuel, de su lucha de años sin desmayo por ayudar a un desconocido, que logró sacar de la cárcel a un inocente, que logró conmover conciencias adormecidas, que logró mover expedientes, que logró por fin cortar el martirio de un hombre en una cárcel de Cataluña.

(continuación del post anterior)

Iba aprendiendo sobre la marcha, e iba haciendo mi página Web que se llamó igual que la lista: "estafados". Si quieren verla, échenle un vistazo que dentro de dos meses va a desparecer para siempre. También hice la primera exposiciòn Web de las caricaturas de mi marido Bob Row. Cuando hube publicado la página "estafados", Manuel Borraz me escribió a mi correo privado contándome una historia conmovedora.

Hacía unos años, había ocurrido en Cataluña una serie de violaciones que correspondían a la misma autoría. Dos hombres en un pequeño auto sometían mujeres y las violaban. El arma con el que amedrentaban a las mujeres era un palo de béisbol. Manuel Borraz siguió las alternativas a través de los diarios. Ya eran varias mujeres las violadas y la población empezaba a manifestar su malestar porque el caso no se resolvía. La policía y la Justicia eran cuestionadas por la opinión pública.

Un día se detiene a dos personas sospechadas de haber cometido las violaciones. El diario El País publica un artículo firmado por un periodista, donde aparecen las fotos de los sospechosos antes de que se hubiera hecho la ronda de reconocimiento. En la ronda de reconocimiento las mujeres reconocen a los hombres cuyas fotos fueron publicadas con anticipación y los detenidos quedan encarcelados acusados de los crímenes, esperando juicio.

Al tiempo uno de los dos acusados le escribe una carta al periodista que publicó las fotos, diciéndole que era inocente y que la publicación de su foto fue lo que indujo a las mujeres a reconocerlo. El periodista publicó la carta en el diario. Se sensibilizó tanto con la carta, que comenzó a preocuparse de los presos, martirizado por la culpa de haber cometido un error que tal vez le costó la libertad a dos inocentes. El periodista fue a visitar al preso que le escribió, también fue a visitar a su familia y se condolió de la situación en la que habían quedado. Comenzó a pedir desde el diario que se revise el caso, pero ya su prédica no interesaba a nadie, porque la tranquilidad había vuelto después de haberse "resuelto el caso". El periodista por fin, abandonó el afán de compensar su error.

Cuando el periodista publicó la carta del preso, Manuel Borraz la leyó, y como simple lector, sintió que ese caso no podía quedar así, que si los hombres eran inocentes, los ciudadanos no debían permitir que fueran acusados ni menos condenados. Entonces Manuel le escribió al periodista, quien le respondió contándole todo lo que expuse en el párrafo anterior, que se había convencido de que eran inocentes, que la culpa lo carcomía y que habìa hecho todo lo que podía para ayudar a estos hombres, pero no estaba en sus manos hacer algo efectivo por ellos, cosa que lamentaba profundamente.

Manuel empezó a preocuparse por saber más sobre el caso, a conocer todos los detalles: el expediente, cómo se detuvo a esos hombres, el nombre de los abogados defensores, todas las minucias que le eran posible conocer. Lo que disparó la indignación de Manuel, y a nadie más en Cataluña, fue que al tiempo volvieron a suceder nuevas violaciones con el mismo método de las anteriores, incluyendo al palo de béisbol, estando los acusados presos, cosa que para Manuel era signo de que éstos hombres eran efectivamente inocentes. Pero la Justicia no lo consideró así. Los nuevos casos eran nuevos casos, fueron investigados y se descubrió a los culpables. Uno de ellos era increíblemente parecido a uno de los dos que estaban acusados de la serie anterior de violaciones.

Estando presos los cuatro acusados de dos series idénticas de violaciones, al tiempo, surgió como novedad la prueba de ADN como método para determinar la autoria de un violador. Los abogados defensores lograron que se investigara si en los elementos guardados en el expediente existían restos de semen para comparar con el ADN de sus defendidos. Desgraciadamente había restos de semen en sólo dos casos de los varios más. Esos dos restos de semen fue demostrado que no pertenecían a ninguno de los dos detenidos primero, con lo que se exculpó sólo de esos dos casos a los acusados. Pero más, los abogados lograron que los restos de semen se compararan también con los de la pareja de violadores presos en segunda instancia por crímenes idénticos. Y el resultado fue que efectivamente, los dos casos probados que no eran adjudicables a la pareja acusada de la primera serie, eran sí a su vez adjudicables a uno de los dos apresados en segundo término. Añadiendo la declaración del jefe del penal que estaba convencido de que los dos hombres eran inocentes y recomendaba a la Justicia revisar el caso, los abogados peticionaron la revisión, dados los tantos elementos que inducían a pensar en la inocencia de dos hombres. Pero la Justicia consideró que no había elementos suficientes como para revisar el caso.

Ahí fue que Manuel comenzó una lucha personal, enviando cartas a los diarios, a magistrados, a organizaciones, a todo lo que podía. Entonces Manuel me pidió que en mi página "estafados" publicara el caso de los dos hombres inocentes acusados por violación. Y por supuesto que le dí lugar, y ubiqué el caso con el título "Estafados por la Justicia". Comencé a hacer la pàgina, pero era muy fatigoso preguntar a Manuel por mail y esperar la respuesta sobre cómo pensaba él que se debía diseñar la página. Entonces le propuse a Manuel darle un curso por mail. Que le iba a indicar cómo se hacía una página Web de Geocities, paso por paso, transmitiéndole todo lo que yo había aprendido.

Y asì hicimos en jornadas de alumno abnegado y profesora dispuesta a vencer la enorme distancia geográfica entre Barcelona y Buenos Aires, la imposibilidad de hablar por teléfono y las dificultades de enseñar una cosa tan compleja.

Primero hice una página Web de doble comando, en la que Manuel podía entrar a la par mía y hacer todo lo que yo hacía, e ir aprendiendo los secretos hasta poder largarse por sí mismo, que era lo que yo quería. Ví que Manuel tenía un afán tan impresionante por ayudar a salvar a estos hombres de la injusticia atroz en la que vivían, que debía adquirir la independencia necesaria para poder dar rienda suelta al caudal de energía que tenía acumulada. Fueron jornadas agotadoras para mí, y supongo que para él. Al final, Manuel aprendió todo y pudo largarse solo a hacer la página Web que soñaba. Esa página fue el sustento de lo que siguió a favor de los hombres. Uno de ellos murió en la cárcel.

Desde que Manuel hizo su página Web asociada a la mía, su impulso se multiplicó. En la página él mismo cuenta todo lo que movió cielo y tierra para interesar a las autoridades en el caso. Y fue logrando despertar algunas conciencias. Al preso sobreviviente se le propuso que firmara la solicitud de indulto ya que la revisión le era negada, pero el hombre se negó a firmar, porque decía que era inocente y que prefería morir en la cárcel antes de admitir ser culpable, cosa que admite alguien que pide indulto.

Al que le interese seguir los detalles del caso hasta su final, y la lucha de Manuel, puede leer la página Web.

Comento sólo que por fin hubo muchos que se involucraron gracias a Manuel, y se solicitó el indulto a pesar del preso, cosa que le fue concedida después de 15 años en la cárcel. En todo ésto intervinieron periodistas famosos, y hasta se hizo un libro basado en la historia, y pronto se hará una pelìcula del caso.

Manuel y yo seguimos en contacto cada vez más esporádico, pero con un enorme cariño mutuo, que se ha soldado en esta lucha solidaria juntos. Tengo que decir que Manuel Borraz no debería pasar desapercibido por el mundo entero, si yo pudiera, recomendaría a Manuel Borraz para el premio Nóbel de la Paz, porque jamás he visto ni nadie ha visto a un simple ciudadano que dedica años de su vida a un hombre que no conoce para salvarlo de la cárcel, solamente porque una vez leyó en un diario que un periodista reconoció la culpa de haber publicado fotos antes de una ronda de reconocimiento, y que a nadie le preocupaba esa injusticia en toda España.

Y esta página Web, tan significativa, está a punto de desaparecer del espacio virtual para perderse para siempre sin que queden ni vestigios de ella, ni del esfuerzo realizado por salvar a un inocente.

(continuará mañana)

Nota de úlitma hora:

Queridos amigos: cuando iba a poner los links hacia las páginas que menciono, veo con enorme tristeza que ya todo ha desaparecido. Sólo pueden verse en cachet algunos restos de nuestro trabajo. No sé cuánto tiempo durará esa reserva del cachet. Me dijeron que borrarían todo el 26 de octubre, y ya hoy no encuentro más nada. El dolor me consume. Estuve por copiar las páginas, pero pensé que tenía tiempo. Ahora ya es tarde.

Pero encontré entre decenas de artículos referidos a Manuel Borraz y a Ahmed Tommouhi, que se llamaba el condenado inocente, un artículo de todos los muchos que escribió Arcadi Espada. Este artículo es el mejor, donde cuenta de Manuel lo que yo acabo de contar. En este artículo se hace mención a la desaparecida página que hicimos Manuel y yo, miren la dirección, ahí está mi nombre compuesto por eva bobrow:

www.geocities.com/eva_bobrow/Tommouhi.html

Lean por favor, este artículo, pinchen que tiene el link al diario El País, de Cataluña

Dos hombres

ARCADI ESPADA 13/04/2004

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16 de julio de 2009

Geocities cierra para siempre. (Segunda Parte)

Geocities, borra todo, manda al tacho de basura el cúmulo de trabajo de tanta gente, es un escàndalo universal, es como quemar la biblioteca de Alejandría, habrá mucha gente fallecida, obras inéditas en papel, la primera obra Web de la humanidad, debería ser preservada como patrimonio histórico, cultural, no sé, me desespera saberlo.


(continuación del post anterior)

Decidí entonces hacer la lista de correo que yo soñaba. Invité a cuatro o cinco cyberateos a participar de una lista que se llamara "estafados". La cosa era considerar "estafa" no solamente a la religión, sino a todo intento de manipulación, englobando todo dentro de un mismo fenómeno que denominaríamos "estafa".

Le dí de entrada a la lista un formato y una dinámica diferentes. Comencé a enviar mensajes con noticias de los diarios que hablaban de diferentes estafas. Alguien de los invitados comunicó a otros conocidos suyos del ciberespacio la existencia de esta lista, y unos cuantos me pidieron entrar. Entró un grupo que participaba en el mundo de la lucha contra pseudociencia. Da la casualidad que cuatro eran argentinos y tenían en la Argentina una filial de la internacional Ciscop, una entidad que devela racionalmente los llamados misterios, los Ovnis, las supersticiones, las mancias, las propiedades paranormales, videncias, curas milagrosas, etc. Junto con ellos entró Manuel Borraz.

Manuel Borraz, un ingeniero catalán especialista en refutar el tema Ovni, a lo que ha dedicado su tiempo libre y publicado en diversos medios españoles, fue un magnífico colistero, colaborador y entusiasta de la lista.

Todos los días alguien enviaba un artículo de un diario con el tema de la estafa. Yo lo hacía también todos los días, buscando entre todos los diarios del mundo. El material era inagotable. Todos los sábados yo hacía un mail con un gráfico de esos que se llaman "trampe a l´oeil", que traduje como "trampa al ojo". Se trataba de graficar la metáfora de la "estafa". Los colisteros esperaban cada sábado mi nuevo hallazgo de trampa al ojo. Fui publicando toda la obra de Escher.



Prácticamente no dialogábamos entre nosotros. Sí, se hacían comentarios sobre cada artículo publicado. No sé cómo entró también un joven de Costa Rica, y también entró otro colistero que abandonaba la lista por cuatro meses porque se iba a trabajar a alta mar y no podía conectarse a Internet. Los dos años que estuvo la lista "estafados", hubo una despedida y un regreso del fiel colistero que se alejaba hacia islas remotas del Pacífico. La gente de la Ciscop me había otorgado el título de "estafóloga". Fuimos conociendo todos los abusos de las empresas, las trampas de facturación, las distintas denuncias de los damnificados a las entidades de Derecho del Consumidor como la famosa estafa de las vacaciones por tiempo compartido, las ventas de productos en sistema piramidal, los afectados de todo el mundo divulgando sus daños. Fueron dos años de mucho trabajo de todos y de compartir cosas de mucho interés.


Llegó el desastre del 2001 y los compañeros de España y el colistero de Costa Rica me preguntaban cómo era mi situación en la Argentina. Conté desesperada que tenía todos mis ahorros en el Corralito, que no había circulante, que no había trabajo. Ellos veían en la televisión los desmanes, los asaltos a los supermercados, esas imágenes que dieron la vuelta al mundo. Me emocionó un mail privado que me enviaron de común acuerdo: estaban dispuestos a mandarme dinero a través de una colecta que harían entre ellos y me preguntaban cuánto necesitaba para sobrevivir. La oferta me sobresaltó, y me emocionó hasta las lágrimas. Por supuesto que no acepté. Entonces los de España me pidieron por favor que les buscara una entidad para donar dinero porque no podían permanecer ajenos a tal desastre.

Hice el contacto para que enviaran una donación a un Comedor infantil del conurbano. El colistero de Costa Rica no encontró forma de enviarme su solidaridad y con una carta bellísima llena de amor y solidaridad latinoamericana me despachó por correo varios libros de literatura de un clásico autor costarricense que conservo y sigo releyendo. Una de las prosas poéticas más bellas que he leído en mi vida. Algùn día voy a publicar acá algún cuento de esos.

Mientras tanto, la mirada introspectiva del triste espectáculo de mi ansiedad por lo que estaba pasando en mi patria, y en mi vida por culpa del desastre, me llevó a la conclusión de que debía usar esa energía brotada de la indignación y colocarla en trabajo enfervorizado, para contrarrestar la parálisis a la que estaba condenada, como todos en la Argentina. Hice dos cosas, una: dedicarme a aprender a hacer una página Web en forma autodidacta para rescatar el material que se publicaba en la lista y tenerlo a la vista, y la otra: aprender una técnica que había descubierto que se llama Vitraux Tiffany, pero esto último lo cuento en otro capítulo.

El aprendizaje de hacer una página Web sin tener idea de lo que estaba haciendo, me consumía horas y horas de jugar al acierto y error, de concentración e irritación de la vista, hasta que los ojos se me caían de sueño. Así fui llevando adelante el proyecto hasta poder cumplir el sueño de hacer una página Web en el sitio Geocities. Y así fue cómo no caí en la depresión, pasando horas vacías de clientes en la òptica, con la sensación de que el mundo se había terminado, pensando en un futuro que se veia impredecible en sus consecuencias aterradoras. Pero no quería desesperarme. Decidí pelear contra la caída de los brazos moviendo los brazos para cualquier lado. Hacer, hacer, hacer cosas, construir, construir, aprender, aprender. No pensar, no desmayar, no desesperar.

Por fin llegaron a los comercios de la capital los "patacones" que salvaron apenas el parate absoluto del mercado de circulación, luego los "lecops". Empezó a moverse algo el trabajo, que no servìa para mucho pero dos o tres cositas por día entraban en la óptica. Cosas sin importancia, todos arreglos mínimos. Asì pasaría el 2002, con los negocios del Once cerrándose y cada vez más locales vacíos. Imposible reponer mercadería. Lo que vendía, que había pagado en dólares, lo vendía en pesos al mismo valor, como si continuara el uno a uno, porque nadie me pagaría 100 dólares por un armazón en enero de 2002 con el dólar a tres pesos, cuando me lo pagaban en diciembre de 2001 con el dólar uno a uno. Entonces me iba deshaciendo de la mercadería acumulada en el stock, a la tercera parte de su valor. Me descapitalizaba por todas partes. Yo entregaba un armazón de origen francés, que había pagado más caro de lo que lo cobraba, y en lugar de sufrir hacía de tripas corazón y pensaba que esa noche íbamos a tener para comprar comida, o para pagar algún servicio, y que no podía perder una venta de ninguna manera, que debía conservar mis clientes, me costara lo que me costara. La mayoría de ellos no supo el sacrificio que hice para sostenerlos. Entregué armazones que me costaron 50 dólares a 100 pesos, así hasta agotar el stock.

Pero yo contrarrestaba la tragedia con la energía metida en hacer una página Web.

(continuará en el próximo post)

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15 de julio de 2009

Geocities cierra para siempre. (Primera Parte)

Se termina Geocities. Me avisaron por mail que retiran el sitio. Allí comencé mis primeras armas en Internet, con una página Web. Pero antes de llegar, el camino fue trabajoso.

Cuando le compré la Commodore a mi hijito y él empezó, yo quise aprender y le pedí que me enseñe. No te metas mami, ésto no es para viejos, me contestó. Ahí comencé a entender que la relación padres-hijos no es simétrica. Y que tenía que arreglármelas sola en un mundo desconocido.



No quise, de ninguna manera, permanecer al costado de este fenómeno que se veía extraordinario desde el comienzo. Al poco tiempo de convertirme en una experta en dos o tres cosas fundamentales en el año 94, le pude contestar una inquietud a mi más ilustre amigo, el autor de Rosaura a las Diez: Marco Denevi.

Marco me dijo por teléfono: Eva, ésto de la computación nos pone fuera del mundo de golpe a los adultos, ¿vió cómo los chicos parece que hubieran nacido sabiendo computación? Y yo le dije: que no lo hagan sentir fuera el mundo Marco, las computadoras en muchos casos no son más que máquinas de escribir, no hay nada que hagan los chicos que no pueda hacer usted.

Entonces me anoté en un curso de la Universidad. Me anoté en "Entorno Windows". Luego en Word y en Excell. Y aprendí lo prinicipal. Después vino Internet. Primero con el teléfono conectando y desconectando para no usar la línea, y tardando horas en bajar una página.

Casi inmediatamente descubrí las listas de correo. Elegí una que se llamaba "Save Bill Clinton". Me metí pidiendo permiso para ver si me aceptaban por no ser norteamericana. Unos me dijeron que sí, alguno me dijo que por qué no me metía en cosas de mi país. Le contesté que desgraciadamente todo lo que pasaba en su país repercutía en el mío. Se calló la boca. Participé de la discusión y mientras, descubrí la herramientas encuestas. Y enseguida puse una encuesta. La cuento porque el resultado fue muy interesante. La encuesta 1 decía: ¿Si la situación económica del país no fuera tan buena como resultó con Clinton, usted igualmente lo defendería por el caso Lewinsky? La mitad contestó que no. Luego, hice una segunda encuesta. Pregunté: ¿Si en lugar de ser Mónica Lewinsky hubiera sido un varón, igualmente usted defendería a Bill Clinton? El 70 por ciento contestó que NO.

Luego de esa participación busqué otras listas y encontré Cyberateos. Un grupo de ateos españoles. Ateos furibundos furiosos enemigos de la Iglesia Católica. Allí conocí a unos cuantos personajes interesantes. Una mujer cultísima y muy mayor, que había vivido en la época de Franco y fue presa, nos contó que fue torturada todos los miércoles por tres meses, que era cuando Franco mandaba sus torturadores oficiales a la Comisaría de su pueblo. En el último tiempo la largaron, volvió a su casa, y al miércoles siguiente la fueron a buscar a su casa, la llevaron a la Comisaría para torturarla, y la volvieron a dejar salir. Esa mujer, atea y furiosa enemiga de la Iglesia Católica, había sido víctima del cura de su pueblo. Ella en confesión le dijo dónde se escondía su marido que buscaban los nacionales para matarlo. El hombre fue inmediatamente descubierto, fusilado, y ella se lo adjudicaba al cura. Pero contaba que su madre la había entrampado y no sabía cómo zafar de la promesa que le había hecho en el lecho de muerte, de hacerle una misa todos los años. La mujer seguía haciéndole la misa a su madre.

En cierto momento uno de los colisteros escribió su problema personal, para que lo ayuden a resolverlo. Dijo que se iba a casar, y que su novia le había dicho que si no se casaba por Iglesia, iba a matar a sus padres de dolor. Nos preguntaba si nos parecía mal que hiciera ese sacrificio por los padres de su novia que eran muy buenos y muy mayores, y no quería causarles daño.

Todos los ateos de Cyberateos le contestaron que estaban de acuerdo, que lo haga por los padres de la novia, y cada uno comenzó a contar las excepciones que tiene que hacer para no hacer daño a su familia. Uno que tuvo que dejar que sus hijos se bautizaran. Otro que va a la Iglesia para la Navidad.

Después de que hubieron contestado todos los que lo hicieron, flotaba en el aire la aprobación. Entonces yo le escribí que qué hubiera pasado si él hubiera tenido padres ateos que se hubieran muerto de dolor si él se casara por la Iglesia, que le pregunte a su novia si ella hubiera estado dispuesta a casarse sólo por civil en ese caso. El colistero nunca me contestó. Nadie volvió a sacar el tema.

(Continuará mañana)

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14 de julio de 2009

GOLDE

Entrevista a
Golde



Realizada en video
 por Rolit Kosover,
para Steven Spilberg,
en Bat-Iam, Israel
el 5 de diciembre de 1996

Traducida del hebreo
al castellano,
por Luis Bekerman,
editada por Eva Row,
en Buenos Aires, Argentina
el 9 de mayo de 2007



(El texto que sigue tiene 12 páginas)



Contame, por favor, dónde naciste y cuándo...
Nací el 17 de marzo de 1931 en una ciudad llamada Sókolow, en Polonia.
¿Cómo se llamaba tu padre?
Mi padre se llamaba Herszko.
¿Y el nombre de tu madre?
El nombre de mi madre era Gyla.
¿De qué trabajaba tu padre hasta 1937?
Tenía un negocio de telas.
¿Cuántos niños eran en la casa?
Dos hijas.
¿Cómo se llamaba tu hermana?
Mi hermana se llamaba Sara, era tres años menor que yo.
¿Ustedes eran una familia religiosa?
No precisamente.
¿Cómo recordás los sábados, las fiestas?
Cuidábamos del sábado y de las fiestas también. Y en casa, también cuidábamos kashrut .
¿Te acordás de cosas especiales de las fiestas?
Me acuerdo de Pesaj , me acuerdo de Rosh Hashaná . Nos reuníamos en casa del abuelo. El se sentaba en una silla especial, cómoda. Usábamos la vajilla más linda.
¿Recibías regalos para las fiestas?
Sí, chocolates, golosinas.
¿Cuáles son los recuerdos de tu primera infancia?
Éramos una familia normal. Mi papá viajó en 1937 a Buenos Aires, Argentina. Antes de su viaje, me llevó al cine con él. Cine mudo. Mi hermana también quería ir, entonces yo le dije que íbamos al dentista.
Había un asunto que mi papá intentaba resolver antes de viajar, que era el de anotarme en el colegio estatal. Pero en Polonia se anota a los niños en el colegio a los siete años, en ese entonces, yo tenía seis, y me rechazaban.
Después de que mi papá viajó, mi mamá empezó a vender todo lo que había en mi casa y pasamos a vivir con mi mamá, mi hermana y yo, en lo del abuelo.
¿Por qué viajó tu papá en el 37?
La situación económica en Polonia era difícil y había mucho antisemitismo. Mi papá sufría mucho la situación, y en la Argentina nosotros teníamos una tía, la hermana de mi mamá, que había inmigrado en la década del veinte. Ellos habían planificado que después de que él estuviera tres años y recibiera la nacionalidad, nos iba a llevar a nosotros para la Argentina. Unas cuantas parejas de la ciudad habían procedido de esa forma.
Hasta el año 39 seguían en comunicación por carta. Mamá seguía comprando permanentemente cosas para llevar. Y me acuerdo que en una de sus cartas papá le mandó a mamá una hoja de un árbol que no crecía en Polonia. La relación entre ellos era muy buena, y vivíamos con la esperanza de volver a estar juntos en algún momento.
En el 39 empezó la guerra, y al principio todavía recibíamos cartas. Pero luego se interrumpió.
Vos decís que tu papá se fue en el 37 y luego empezaste el colegio. ¿A qué colegio fuiste?
Fui a un colegio estatal polaco, con niños polacos.
¿Y alguna otra educación recibías?
Sí, a la tarde iba al colegio idish.
¿Qué era lo que estudiaban allí?
Aprendíamos a leer y a escribir en idish, y la historia del pueblo judío.
¿Tenías amigos no judíos en esa época?

-1-

No, tenía vecinos no judíos. Vivíamos en la calle Shidleska, en la que teníamos solamente dos vecinos judíos. Y ahí tenía vecinas con las que yo jugaba, que eran polacas. Pero tenía miedo de cruzar la calle porque tenía miedo de que me peguen. Mi mamá siempre se preocupaba de que yo no cruzara la calle.
¿Entrabas a la casa de tus amigas?¿Cómo te recibían?
Bien, bien. Me recibían bien. Yo sabía qué familia era antisemita y qué familia le tenía simpatía a los judíos, de acuerdo a lo que se comentaba en casa.
¿Cómo recordás en tu infancia el antisemitismo?¿Cómo se entiende en la infancia ese concepto?
Hasta lo que yo recuerdo en este momento, uno de los motivos por los que papá abandonó Polonia es que había una cruz muy alta frente a mi casa y un vecino que solía volver borracho le decía a mi papá: ¿Ves Herszko, ves a Jesús ahí arriba? A vos te vamos a cortar la cabeza y vamos a poner tu cabeza ahí. Lo recuerdo como si fuese hoy. Se decía entonces que no había más nada que buscar acá, que había que escaparse.
¿Te acordás de hechos de violencia?
¿En el año 37, 38?
Sí, antes de la guerra.
Sí, me acuerdo que yo estaba en el negocio de mi abuelo y veía que había gente que se paraba frente a los negocios y gritaba “¡No comprarle a los judíos!”. Eso ocurría especialmente los días de mercado, cuando todos los campesinos venían a la ciudad. Estaban parados, entregando volantes, y hablando con la gente. Les decían de no entrar en los negocios de los judíos porque son “nuestros enemigos”. Eso es lo que yo me acuerdo, y también recuerdo que hubo golpizas.
¿Te acordás de miedos que vos hayas tenido?
¿Miedos? Miedos en el año 37, no. Vivíamos en muy buenas condiciones, no nos faltaba nada en casa. Y después cuando pasamos a la casa de la abuela y del abuelo, especialmente el abuelo intentó suplir la ausencia de papá multiplicado por cien, en todos los sentidos. Era un judío observante, culto, un comerciante importante. Encontraba tiempo para salir de paseo conmigo. Los sábados me llevaba al campo, donde había cultivos altos; yo me dedicaba a cortar unas flores azules y el abuelo hacía coronas con esas flores, y me las ponía en la cabeza. Me mimaba, me compraba cosas.
Durante la semana, cuando él volvía a casa, yo tenía confeccionada una lista con mis quejas sobre “su hija”, o sea, sobre mi mamá.
¿Cuáles eran las quejas?
Que ella no me había permitido ir a lo de una amiga porque tenía miedo.
Tenía algunas amigas cercanas, a cuyas casas yo iba, y ellas venían a mi casa. Y yo me preguntaba ¿por qué tener miedo de ellas? Mi mamá era muy miedosa. Que no me mire en el pozo de agua cuando pase al lado, que no me encuentre con perros en el camino, que quizá se me cruce alguna vaca, que no hable con adultos extraños, que no hable con niños extraños, que quizá tienen sarna. Todo el tiempo ella tenía algún motivo para tener miedo.
Me acuerdo de un día, cuando ya había comenzado la guerra y escaseaba combustible, mi mamá había querido ahorrar leña. El abuelo volvió a casa de noche y hacía muchísimo frío. Le conté al abuelo que había tenido muchísimo frío durante todo el día. Entonces él se enojó con mi mamá. Le dijo ¿qué estás haciendo, cómo ahorrás leña, no te das cuenta de que los chicos tienen frío? Se enojó muchísmo con ella. Y yo me puse muy contenta.
¿Te acordás de detalles de la vida ordinaria?
No me acuerdo de muchos detalles. Mi abuelo era un judío observante. Me acuerdo que al principio de la guerra, cuando ya las cosas estaban difíciles, había que ahorrar en el uso de la plancha, porque no había que gastar carbón, y yo tenía trenzas que ataba con cintas anchas, entonces el abuelo enrollaba las cintas y las ponía debajo de unos libros muy gruesos, no sé si era Gmarah o Talmud, eran libros muy pesados forrados en cuero, y me planchaba las cintas con el peso de los libros para que yo luciera prolija. Era un ser humano que me resulta muy difícil describir, la abuela también, pero él especialmente.
¿Cuál era la sensación de vivir sin papá?
Yo quiero señalar que tuve un abuelo maravilloso, pero cuando iba a la casa de mis amigas en donde había un padre, las envidiaba muchísimo. Pero vivía con esperanza, porque veía que mamá se preparaba para el viaje. Ya teníamos preparadas valijas grandes. Mamá permanentemente compraba cosas. Se estaba preparando. Y bueno, nosotros en cualquier momento estábamos por viajar.
¿Qué era lo que escribía tu papá sobre la situación en la Argentina?
A mi papá en la Argentina le resultaba todo dificultoso, no se podía acostumbrar a la vida de allá. Y hasta donde yo recuerdo, en el año 39, antes del comienzo de la guerra, él decía que se sentaba sobre la valija y estaba dispuesto a volver a Polonia. Allá a la fuerza lo retuvieron y le dijeron “esperá a que en Polonia se aclare la situación”. Y cuando comenzó la guerra ya se tuvo que quedar. Todo le resultaba muy difícil. Él vivía en lo de la tía.
¿En el 39, cuando comenzó la guerra, y un poco antes, se sospechaba de que "algo" podía a suceder?
Se hablaba. Hasta donde yo podía entender, al lado de la casa de mi abuelo había una panadería y los hijos del panadero, probablemente gente joven, pero que a mis ojos se veían como adultos, hablaban sobre la situación política, y uno de ellos solía decir que "de una gran nube nunca viene lluvia". Eso es lo que yo quería escuchar, porque yo quería escuchar cosas buenas. Eso es lo que yo recuerdo.
¿Te acordás del primer día de la guerra?
Si, me acuerdo exactamente del primer día de la guerra. Almorzamos; hasta me acuerdo qué es lo que almorzamos, comimos sopa de pollo con fideos. Mi mamá me dijo que si no terminaba la sopa, no iba a recibir carne y de repente hubo un “pum” y eso fue cuando cayeron las bombas sobre la estación del tren. Entonces dijeron “ahí está, empezó la guerra”.

-2-

Hasta donde yo recuerdo, a la ciudad entró el ejército ruso que le dió la posibilidad de escapar a la población judía, de cruzar la frontera, porque no estábamos lejos de la frontera. Estábamos cerca de un río que se llamaba Buk. Y cruzando el río, el territorio ya pertenecía a Rusia. Yo me acuerdo que muchísima gente, con carretas cargadas, cruzaba el río, o sea, cruzaba la frontera. Yo fui ahí con mi mamá a mirar, y mi mamá a toda costa quería huir, pero mi abuelo no quería escuchar hablar de eso. Y mi mamá, aparentemente, no tenía el coraje de abandonar a sus padres. Y así es como nos quedamos en casa. Los rusos estuvieron muy poco tiempo, después entró el ejército alemán. Entraron muchísmos soldados, y los gendarmes, y yo me acuerdo todavía como marchaban en un tremendo orden por la mitad de la calle, y cantaban una canción que la recuerdo hasta hoy.
¿Me podés cantar la canción?
La letra no, pero la melodía sí. “Aái- lí, ai-lú, ai-lá/ aái- lí, ai-lú, ai-lá/ ai-lí, ai-lá/ai-lála- lála - lála - lála “.........Y lo repetían, y yo miraba esas botas relucientes. En esa época mi abuelo todavía tenía el negocio en la calle principal de la ciudad, y ahí todavía la vida era efervescente, pero ya eso no duró mucho tiempo. Poco a poco empezaron a trasladar a la gente de las calles principales a las calles laterales, cerca de donde estaba la Sinagoga más grande.
¿De qué año estamos hablando?
Estamos hablando del año 40. Yo tenía nueve años.
Con tu permiso, me gustaría que hagamos hincapié en la etapa entre el año 39 y 40, cuando entraron los alemanes. ¿Cómo influyó eso sobre tu vida cotidiana?
Sobre mi modo de vida personal, yo mucho no sufrí. La casa de mi abuelo estaba situada en la zona que posteriormente fue el ghetto. Por lo tanto, no nos trasladaron, solamente nos agregaron una familia que venía de Kalish; el abuelo tenía una casa grande. Kalish era una ciudad grande. En Sókolow estaban concentrando la población de los alrededores. Después recién entendimos que era porque estábamos en la línea del ferrocarril que llevaba al campo de concentración de Treblinka. Entonces, yo personalmente no sufría, sólo que la cosa cada vez avanzaba más. Mientras el abuelo seguía teniendo el comercio en el lugar donde siempre lo tuvo, a nosotros no nos faltaba nada. Pero la situación se iba como cerrando cada vez más. Después ya los chicos no podíamos ir más al colegio estatal, los campesinos empezaron a tener miedo de venir a comprar al comercio de los judíos. Entonces encerraron a los judíos, o sea, se decidió sobre un lugar en donde solamente los arios podían vivir y un lugar donde solamente los judíos podían vivir. En ese momento todavía no sabíamos que iba a haber un ghetto, la gente no lo creía.
¿Qué era lo que creía la gente?
Me es difícil saberlo porque yo todavía era chica, yo solamente me acuerdo de lo que escuchaba. Mi abuelo estaba muy inquieto y gente más pobre, que no tenía mucho que dejar en la ciudad, se escapó. Mi abuelo todo el tiempo contaba algo que a mí me daba fuerzas, me daba ánimo. Porque mamá estaba permanentemente haciendo planes, qué hacer para huir, qué hacer para escondernos en alguna parte. Ella sentía que algo estaba pasando. Entonces el abuelo contaba cómo cuando él iba a rezar, durante la Primera Guerra Mundial, una vez le quisieron pegar y él extendió el talit y no se atrevieron a tocarlo. Y relataba que los alemanes se escaparon en gatkes (calzoncillos) , que no tuvieron tiempo de ponerse los pantalones, huyeron, y que esta vez iba a pasar lo mismo. Pero empezaron los rumores y mi abuelo también empezó a tener miedo. Entonces juntó a toda la familia, también familiares lejanos, unas treinta o cuarenta personas. El tenía muchos conocidos polacos, campesinos ricos, que eran sus clientes. Acordaron que nos refugiáramos en la casa de uno de ellos. Estuvimos allí dos o tres días, dormimos sobre el piso, con mucha otra gente, era muy incómodo. Y volvimos. Había tres escalones en la entrada de la casa del abuelo y él se inclinó y besó los escalones y dijo que ya nunca más nos íbamos a ir a ninguna parte. Nosotros nos vamos a quedar en casa, y ustedes van a ver que los alemanes se van escapar con los gatkes en la mano. Pero la cosa estaba cada vez más difícil. Y así pasó el año 40.
¿En esa etapa, ustedes seguían recibiendo cartas de su papá?
No, no, ya no venían cartas, la cosa estaba muy difícil. La gente que había abandonado sus casas y sus negocios, ya no tenía forma de manutención. Hubo una epidemia de tifus, y mi abuelo todavía traía todos los días una persona de la Sinagoga para el desayuno y para Shabat . Siempre venía gente los sábados a comer en lo del abuelo. Y después cuando ya donde vivíamos era zona de ghetto y le habían expropiado el negocio al abuelo, él con unos cuantos socios armaron un negocio dentro del ghetto.
¿En qué fecha empezaste a vivir en un ghetto?
En 1941, en el otoño.
¿Te acordás el traslado?
Me acuerdo perfectamente.
Contanos, por favor.
Cuando trasladaron a la gente de las calles céntricas a las calles laterales, los concentraron a todos alrrededor de la Sinagoga grande, que estaba cerca de la casa del abuelo. Era una Sinagoga muy grande, muy lujosa. Todos los Simjat Tora mi abuelo me llevaba con una banderita y con una manzana roja.
Desde aún antes de que esa zona se convirtiera en ghetto, los alemanes ya habían empezado a obligar a los hombres a trabajar donde ellos decidían. Con la nieve, los obligaban a limpiar los alojamientos de los soldados y al que se oponía le pegaban o lo mataban. Y existía el Judenrat, que era un representate de los judíos ante los alemanes, que debía informarlos sobre lo que les requerían. Y se decía que él recaudaba y pagaba una contribución, y que eso lo podía salvar de la muerte. La gente hacía todo lo posible para salvar su vida.
Y los alemanes cada vez pedían más plata, y la gente cada vez tenía menos, y estaba tan cansada y tan quebrada, y ya no tenía ninguna esperanza, y ahí, empezaron a construir un muro.

-3-

Un muro de cemento alrededor de la zona que era parte del barrio judío. Construyeron un muro grande de aproximadamente tres metros de altura, y arriba alambre de púa y al lado del muro había apostado policías. No me acuerdo qué tipo de policías, si eran alemanes, si eran polacos, si eran gendarmes.
Era algo terrible, difícil en todos los sentidos. Y cada vez había menos plata para comer, porque el abuelo ganaba menos, pero nosotros vivíamos en nuestra casa. Yo me acuerdo cómo el abuelo entregaba distintas mercaderías y recibía comida a cambio de ello. Mamá también iba a casa de gente conocida y les vendía ropa y recibía comida a cambio.
Me acuerdo también que mi tío se había escapado para el lado ruso, y vivía con unas cuantas parejas más en Bialistock y vivieron ahí unas cuantas semanas, pero se enteraron de que en mi casa se estaba viviendo todavía en forma más o menos normal, entonces volvió un mes antes de la liquidación del ghetto, y eso era en 1941.
¿Cómo era tu vida cotidiana dentro del ghetto?
Bueno, en el día a día. Ya teníamos prohibido ir al colegio estatal polaco entonces unas cuantas madres se organizaron y le empezaron a pagar a docentes que habían sido de la secundaria, y así seguíamos estudiando, y yo estudiaba también polaco. El abuelo dijo que hay que vender lo que sea, pero seguir con la enseñanza de los chicos. Y seguía yendo a estudiar también idish en forma particular a lo de una maestra, que me acuerdo todavía que tenía una joroba. No me acuerdo cómo se llamaba. Vivía en un tercer o cuarto piso. No me acuerdo exactamente. Y todo era muy difícil. Todo era muy modesto. No nos podíamos comprar ropa, no podíamos comprar nada. La abuela nos daba de su ropa para que nos confeccionemos algo. Para mí y para mi hermana.
¿Tenían radio?
No.
O sea que estaban totalmente aislados.
Sí, nosotros estábamos absolutamente aislados. En mi casa no había radio, pero en la casa de mi amiga sí había una radio. Y ellos escuchaban la radio. Cuando el abuelo iba a la Sinagoga, o se encontraba con amigos en la calle, hablaban sobre política, hablaban sobre la situación, sobre qué posibilidades teníamos de seguir viviendo. Me acuerdo cuando papá todavía estaba en Polonia, me mandaba siempre a traerle un periódico en idish. Moment era el nombre del periódico. Pero me resulta difícil decir algo sobre la situación política en esa época.
¿Qué otros recuerdos tenés del ghetto?
Que mucha gente murió.
¿De qué?
De enfermedades. De tifus, de desnutrición, a causa de la suciedad, a causa del hacinamiento.
¿Te acordás qué era lo que comías en el ghetto?
Era muy pero muy modesto. Me acuerdo que nosotros tomábamos leche con cacao y después tomábamos café, que era un agua negra. La comida era muy pobre. Y todo el tiempo vivíamos con miedo porque había rumores de que puede llegar a pasar algo. Íbamos a dormir vestidos y mamá siempre decía, ponete otro pullover, que quizá vamos a tener que escapar.
Pero yo le creía al abuelo, que eran los alemanes los que se iban a tener que escapar. Por lo tanto, ¿de qué había que temer? No había que tener miedo.
Ellos seguían persiguiendo a los hombres, pegándoles y cortándoles las barbas. Me acuerdo que los hombres perseguidos corrían como locos. Capturaban a la gente y los llevaban a trabajos forzados para limpiar la nieve, para limpiar las viviendas de los soldados, para trabajar en el ferrocarril. Y me acuerdo que el abuelo miraba esas escenas por la ventana detrás de las cortinas y pedía que se le dé un pañuelo, porque como temía que se le corte la barba, en caso de que vinieran los alemanes, él iba a ocultar su barba con un pañuelo, fingiendo un dolor de muelas.
Me acuerdo que todo el tiempo había funerales. Eso era 1941.
¿Cuánto tiempo estuvieron en el ghetto?
Un año. Desde el otoño del 40 hasta septiembre, Iom Kipur, del año 41, en que fue nuestro fin.
¿Te acordás de ese día?
Me acuerdo muy bien de ese día. Todo el mundo intentaba escaparse del ghetto, y alguna gente lo logró.
El abuelo decidió que iba a fabricar un escondite en la casa. En un principio lo hizo en el desván, donde había unos baúles. Cubrió los baúles con trapos. Los baúles tenían una entrada, y unas cuantas personas podían entrar dentro de un baúl . Pero después llegó a la conclusión de que no era un escondite suficientemente bueno, que era peligroso, que era fácil de descubrir.
Entonces construyó una pared falsa. Detrás de esa pared falsa, existía la posibilidad de mover desde adentro un ropero y ocultar la entrada. Era Iom Kipur, el abuelo rezó en casa, tenía puesto el talit, y a cada rato miraba por la ventana, a través de las cortinas.
Entonces le dijo a mamá que algo no le gustaba, que algo estaba pasando algo en la calle, que estaban trasladando familias enteras de muchas casas, y que éste era el momento para entrar en el escondite. Todos nos metimos, movieron el ropero y ocultaron la entrada, y el abuelo nos pidió intentar ni siquiera respirar, porque los alemanes podían llegar en cualquier momento a la casa.
No pasó mucho tiempo, escuchamos que ellos entraron en la casa, subieron las escaleras, al desván, hicieron una búsqueda breve, bajaron al sótano, y nosotros pensamos que ellos ya se habían ido, pero volvieron a entrar en la casa. Y con palos que llevaban en la mano empezaron a golpear las paredes, y donde escuchaban un sonido hueco, ellos entendían que ahí tenía que haber algo. Entonces entendieron que parece que había algo detrás de esa pared. Buscaron la forma de entrar, movieron el ropero, y nos sacaron a todos afuera.
Cuando nos sacaron, el alemán le dio al abuelo un golpe con la culata del fusil y nos pusieron a todos contra la pared de entrada de la casa. Yo pensé en ese momento: ahora nos van a matar a todos. Estábamos el abuelo, la abuela, mamá, mi hermana y yo. Nos contaron, y nos llevaron hacia el centro, que también era dentro del territorio del ghetto, y nos llevaron a una plaza, a un terreno grande donde los campesinos venían a vender sus productos. Alrededor de ese lugar estaban los comercios de los judíos. Había gritos, y llantos, y miedo. La gente gritaba, y se llamaban unos a los otros. Mamá nos tenía tomadas de las manos, y el abuelo con el talit sobre la cabeza. Todos los comercios de los alrededores estaban vacíos.

-4-

Cuando nos llevaron a aquella plaza, llena de gente, de gritos y llantos, y mamá teniéndonos de las manos, y el abuelo con el talit, y la abuela, ahí nos encontramos también con una tía, con sus dos niñas pequeñas, con una en brazos y otra de aproximadamente cuatro años, parada al lado de ella. Circundando el terreno, estaban los comercios vacíos, porque las mercaderías, o los alemanes o los polacos se las habían llevado. Ahí, en esos comercios vacíos metían a la gente que habían traído a aquella plaza. A nosotros también nos metieron adentro de uno de esos negocios, junto con un montón de gente más. Era un negocio que anteriormente vendía agujas, hilos, botones. Nos metieron adentro del negocio y nos encerraron.
El hacinamiento era terrible. Los chicos lloraban, que querían beber. Y lloraban, y gritaban y era imposible moverse, imposible darse vuelta. Y el abuelo, no sé de qué forma, habló con mamá, y decidieron hacer algo.
En ese hacinamiento terrible, lograron acercarse hasta la ventana. Era una ventana alta, de dos metros, quizá más. En la ventana había rejas. Ellos se pararon al lado de esa ventana (era otoño, Iom Kipur y yo tenía puesto un abrigo de otoño, una pollera y medias hasta las rodillas, y mamá me dijo que me quite el abrigo. No entendí exactamente por qué.
Ahí, en ese lugar, en donde en alguna época se vendían agujas e hilos, ellos encontraron aguja e hilo, me rompieron el forro de mi abrigo, la plata que el abuelo tenía encima me la pusieron adentro del forro, volvieron a coser el forro, y algo más de plata me dieron para que me ponga en el bolsillo. Yo no entendía lo que estaba pasando y por qué lo están haciendo. Mamá me dio el abrigo de nuevo, yo me lo puse. Todo eso era muy, muy difícil de realizar porque el hacinamiento era una cosa terrible, muy difícil de describir. Hacinamiento, miedo, gritos. Era muy dificultoso moverse o girar.
Mamá agarró un pañuelo, me lo puso en la cabeza y me lo ató debajo de la barbilla. Ellos me dijeron que fuera a unas cuantas cuadras de allí, donde vivía otra tía mía, la esposa de un hermano de mi mamá que murió de muerte natural durante la invasión. Que ella iba a estar oculta dentro del sótano, que sobre la puerta del sótano iba a haber puesta una alfombra, y que yo tenía que ir ahí, a ver si la encontraba para que me refugiara.
La abuela, que era también una mujer creyente, (los adultos ya sabían que su fin estaba próximo), me dijo que con la plata que tenía en el bolsillo, fuera a un almacén en donde ella tenía una deuda, y la pague. El abuelo todo el tiempo repetía: SHMÁ ISRAEL , SHMÁ ISRAEL, SHMÁ ISRAEL..
Y todo el tiempo me intentaban meter en la cabeza que yo tenía que bajar por la ventana. Que ellos me iban a ayudar a bajar por la ventana. Yo lloraba, y gritaba, y decía que no estoy de acuerdo. Ellos me agarraron, me alzaron y empujaron, porque se podía salir empujando un poco a través de las rejas, y me bajaron por la ventana. Todavía había gente, ya no tanta, en la plaza.
Y yo, con paso seguro, me fui caminando hacia la casa donde vivía la tía, para ver si la tía estaba ahí, y para pagar la deuda en el almacén. El almacén estaba pegado a la casa de mi tía. Cuando llegué ahí, todas las ventanas estaban abiertas, todos los vidrios rotos, el sótano estaba abierto, no encontré un alma viva. Solamente gatos, rondando por el lugar, y llorando.
Aparentemente, tanto mamá como el abuelo, sabían que yo iba a volver porque se quedaron parados al lado de las rejas. No era muy lejos el lugar hasta donde yo había ido. Cuando me vieron aproximarme, cuando yo volví, me empezaron a hacer señas con la mano, que no me acerque, que no me acerque, que me aleje, que me vaya.
¿Adónde ir? En el año 40, uno de los vecinos nuestros de la calle donde vivíamos, había estado de acuerdo en recibirme y en ocultarme, pero le pidió al abuelo objetos de valor, o una suma de dinero, entonces el abuelo dijo: si pide dinero por tu vida, entonces lo único que le interesa es el dinero, y que después me iba a matar. Y no estuvo de acuerdo en que yo vaya con ese vecino.
Cuando yo volví al negocio después de haber ido a la casa de mi tía, el abuelo y mamá estaban parados al lado de las rejas, hacían señas para que no me acerque, para que me aleje, y yo no sabía qué hacer, porque ya habían pasado unas cuantas horas, y ya era casi de noche, y yo tenía once años, pero once años en el año 42, no once años hoy en 1996. Y no sabía, no sabía qué hacer, qué decidir, pero tenía la sensación de que si voy a estar en libertad, si voy a estar “al aire libre”, voy a poder sobrevivir. Fuera de eso, no iba a pasar nada, en unos cuantos días yo iba a volver con mi familia. Esa es la idea que yo tenía en la cabeza.
Y me hice un plan, porque ya que tenemos conocidos en la calle Szidlecka, donde yo vivía antes de vivir con mi abuelo, voy a ir a la casa de nuestros vecinos y les voy a pedir que me permitan quedarme, durante un tiempo, hasta que la familia vuelva. Pero a mi alrededor había un muro de cemento con alambre de púas, y no se podía salir del ghetto.
Caminé y caminé por todas las calles linderas al muro. Entre dos casas altas encontré que había un espacio, una abertura, muy chica, de medio metro, o un metro, no puedo decir exactamente. Esa abertura estaba tapiada con tablones muy, muy altos, y aparentemente alguien ya había logrado escapar por esa abertura entre las dos casas. Y yo agarré y me deslicé por esa abertura, y ya del otro lado era el lado ario, ya no era el ghetto.
Cuando salí a la calle, que era la avenida Piatskevo, cuando me deslicé, a dos metros, de espaldas a mí, estaba parado un gendarme, un gendarme alemán, alto, brilloso, lustroso, con guantes blancos y con un perro ovejero alemán muy grande al lado de él. Yo me tenía mucha confianza, estaba muy segura de mí misma. Y él, o no prestó atención, o no quiso prestar atención, o quizá tenía una hija de mi edad, o no se quería ensuciar los guantes, porque él vio de donde yo había salido, y yo seguí en mi camino hacia la calle Szidlecka.

-5-

Llegué a la casa de esos vecinos nuestros, y cuando me vieron empezaron a gritar: "andáte de acá, a ver si por culpa tuya nos matan a nosotros! ".
No lejos de ahí, había una calle principal, por la que se podía llegar a Szedlice, que es una ciudad cercana más grande que Sókolow. Yo seguí caminado por esa calle, no me quería alejar, no había pasado todavía un día desde que me había separado de mi familia.
Seguí caminado por esa calle principal, y me hice un plan. Yo entendía que si iba por caminos laterales no iba a encontrar el camino de vuelta a casa. Y pensé que si sigo caminando por la calle principal, en la que estaban los postes de telégrafo y se escuchaba permanentemente el zumbido del telégrafo, voy a saber cómo volver.
Caminé, me alejé unos buenos kilómetros de la ciudad. Oscureció, salí del camino principal y me metí en un campo. Me metí en una plantación de zanahoria (siempre en la celebración de Iom Kipur le cuento a mis hijas sobre la zanahoria) . Los surcos eran bastante profundos y la zanahoria ya estaba madura, porque ya era otoño. Por lo tanto, los tallos verdes ya estaban altos también. Entonces, me acosté dentro de un surco, ahí me dormí y pasé la noche. A la mañana me desperté toda mojada del rocío. En esa época en Polonia ya era otoño y hacía frío.
A la mañana vi que se aproximaba un campesino en su carreta, acompañado por su hija. Venían a trabajar en el campo. Me acerqué a ellos, les conté quien soy, les conté sobre mi abuelo. Ellos me dijeron: está bien, quedáte con nosotros.
Me dieron un pedazo de pan. Me quedé con ellos durante todo el día en el campo y los ayudé. Ellos no vivían ahí, vivían en la ciudad pero cerca de ahí tenían un establo donde guardaban el heno. El hombre se llamaba Scorski Bolesko, me di cuenta que entendía idish y que era amigo de los judíos. Le pregunté si a la noche me permitía entrar a dormir en ese establo.
El me dijo que sí, que me permitía. Cuando entré al establo, me encontré que ya había ahí unas cuantas familias judías con chicos. Cada familia mantenía a los niños cerca suyo, les daba algo de comer, abrigo. Yo estaba sola, el piso era de tierra. Me acosté por unas cuantas horas, pero cuando aún era de noche, me levanté y me fuí.
Salí y empecé a buscar la ruta por la cual yo había caminado hacia Siedlice. Y volví de vuelta a Sókolow, para ver que había pasado en el ghetto.
Así es como yo empecé a vivir caminando. Así anduve dando vueltas desde septiembre del 42 hasta enero del 43. Cada día en un pueblo distinto, y volvía a la ciudad. Volvía a Sókolow. Me resulta difícil explicar cómo logré volver a entrar al ghetto y salir, muchas veces. Entraba por el portón, y salía, y nadie me preguntaba nada, nadie me hacía ningún problema. Entraba a las casas que había por el camino, les pedía algo de comer, y me daban. Así es como yo empecé a vivir caminando.
Cuando volví al ghetto, la primera vez, directamente pisaba, pisaba cadáveres. Los polacos levantaban los cadáveres, los ponían sobre carretas, las carretas en las que se traslada heno, que tienen barrotes altos de los dos lados. De esos barrotes se caían brazos, piernas, caía sangre también. Fui a ver el negocio donde nos encerraron, y ya los negocios estaban todos vacíos.
Yo quería ver a donde llevan los cadáveres, porque cerca de la ruta aquella por la que yo caminaba, había un cementerio polaco, y también un cementerio judío. Yo pensé que estaban llevando los cadáveres judíos al cementerio judío. Por caminos laterales seguí a las carretas, pero no, no llevaban los cuerpos al cementerio judío. Después me di cuenta que al lado de la estación del ferrocarril habían cavado un pozo grande, unos cuantos pozos, en donde los enterraban a todos juntos. También me di cuenta de que en un cementerio judío viejo que había por la zona, donde se enterraba a la gente en épocas normales, habían tirado abajo todas las lápidas y habían plantado ahí un bosque.
Y así di vueltas y vueltas, y reconocí a uno de nuestros vecinos.
Los polacos son un pueblo antisemita, muy antisemita, si ellos no hubieran ayudado a los alemanes, muchos judíos hubiesen podido salvar sus vidas. Era una familia muy antisemita que yo ya en el año 37 tenía miedo de pasar cerca de la casa, porque el hijo de ellos me quería pegar. Me dijeron que podía dormir arriba, en el desván. Los escuché hablar y oí que ellos decían que tienen un cobertizo en el campo con paja, y que la paja estaba inservible, estaba vieja, negra, y que querían quemar la paja, y que me iban a quemar ahí adentro, así había una judía menos. Por suerte ellos no cerraron la puerta con llave, yo pude salir, y bueno, otra vez estaba afuera.
Y así yo seguía dando vueltas y vueltas, y volvía a pedir comida, y a veces me daban, otras veces no me daban.
Me acuerdo que había una casa chiquita donde vivía una mujer vieja que conocía a mi mamá. Ella tenía una vaca y me dejó estar por dos días. A los dos días me dijo que ella lo lamenta, pero que tiene miedo, porque teme que vean que hay alguien en la casa de ella.
Siempre volvía a la ciudad, buscando otra vez vecinos nuestros, y unos me dijeron que si yo les traía bufandas de piel del ghetto, me iban a dar comida. Ellos sabían que era peligroso volver al ghetto, pero realmente mucho no les importaba.
Volví al ghetto, a la Sinagoga grande, aquella grande, lujosa, que no sé exactamente de qué siglo era. En Sókolow había un seminario de estudiantes de Ieshivá muy conocido y un rabino que era famoso por ser de esa ciudad, me enteré de eso después.
En esa Sinagoga, fuera de las cosas de valor que los alemanes ya se habían llevado, había una montaña inmensa de zapatos y ropas y cosas que los polacos habían juntado de las casas de alrededor. Y estaba todo junto. No estaba separado o seleccionado, estaba todo mezclado.
Cuando me acerqué a uno de esos montones, reconocí un zapato rojo y una blusa de mi mamá. Me conmovió muchísimo y salí, y me dije a mí misma que no iba a volver a lo de esos vecinos.
Yo tenía hambre, tenía muchísima hambre. Frente a esa Sinagoga había un Beit Midrash , un edificio más chico, y ahí había gente parada haciendo una cola y cada uno de ellos tenía en la mano algún recipiente, alguna ollita, entonces pensé, yo también me voy a parar en la cola. Y vi que el que baja al sótano (había que bajar unos escalones) recibe un poco de sopa y un pedazo de pan, pero tiene que mostrar algún papel, y yo no tengo qué mostrar, si llego ahí y no tengo nada que mostrar, entonces me van a matar. Pero alguien que aparentemente me vio entrar a la cola y salir, me dio un pedazo de pan.

-6-

Nuevamente volví a salir del ghetto, y vi a los muertos. A pesar de todo, yo continuaba con la esperanza de que quizá alguno de la familia sobrevivió.
Fui a un pequeño pueblo muy cercano a la ciudad, Cziyednia. Ahí entré a la casa de un campesino de nombre Trevnia, gente muy afectuosa que lo conocía al abuelo, me permitieron hasta dormir en la casa durante unas cuantas noches. Les llamó la atención a los vecinos, y me hicieron entender que me tenía que ir.
Entonces, volví al ghetto. Nunca me quería alejar demasiado, como para no perder el camino de vuelta para volver a casa. Yo me la pasaba deambulando del pueblo al ghetto, del ghetto al pueblo. Me decía a mí misma: yo no vuelvo más al ghetto, pero de repente me agarraba una urgencia, como que tengo que volver, que en una de esas pasó algo que yo tengo que ver qué es lo que pasó ahí.
Volví al ghetto. Yo estaba muy sucia, con la cabeza llena de piojos (desde septiembre del 42 no me bañé más, hasta enero del 43) y no me sacaba la ropa de noche. Cuando había nieve, yo agarraba la nieve y me lavaba la cara, y cuando encontraba un charco, movía el musgo y tomaba de ese charco. Me acuerdo que estaba sedienta todo el tiempo. Y no me enfermé. En casa, a menudo estaba enferma.
Fui a lo de unos vecinos nuestros, la familia Severiniuj que eran conocidos de mis padres, gente que no hablaba de plata. Cuando llegué a lo de esta familia Severiniuj, que tenían dos hijas más grandes que yo, me lavaron la cabeza y estuve unos cuantos días en la casa de ellos detrás del ropero. Me bañé en la casa de esta gente, pero a nadie le conté que yo tenía plata. Ellos tenían un hijo también, y el chico me preguntó: ¿qué vas a hacer si se te rompen los zapatos? , y yo pensaba: ¿qué tonterías está hablando este chico, si yo dentro de poco voy a volver a casa?
Cuando todavía estábamos en lo del abuelo, en la cocina había un horno en donde los sábados se horneaban jalot . Era un horno bajito y había que sentarse en un banquito para poner las cosas adentro. Cuando empezaron los rumores de que podía suceder algo, el abuelo llamó a la abuela, a mi mamá y también a mí. Había una lata grande de té Visotsky, me acuerdo todavía que había un dibujo de una mujer china sobre la lata. El abuelo metió en esa lata de té cosas de valor. Sacó unos cuantos ladrillos del horno, metió la lata y volvió a cubrir con los ladrillos. Era para que sepamos que si le pasa algo a alguien, ahí había cosas de valor. Cada vez que me iba a dormir, a la intemperie, o en una caballeriza, siempre tocaba el doblez en donde tenía guardada la plata. No tenía idea de cuánto tenía ahí.
Yo ya tenía miedo de ir por la calle principal. Cuando iba para la casa de la familia Severiniuj ya tomaba caminos laterales. Para entrar a esa casa había un muro que yo tenía que trepar, y ellos tenían un vecino que trabajaba con los alemanes y éste vecino parece que me vio trepar el muro unas cuantas veces y les advirtió que si ellos no me echaban, él iba a tener que avisarle a los alemanes. Entonces ellos me lo dijeron y yo me fui, pero antes me avisaron que mi tío, el hermano de mi mamá, preguntó por mí, y dejó dicho dónde yo lo podía encontrar.
Como no me podía quedar más en la casa de los Severiniuj, empecé a deambular nuevamente, siempre pidiendo un pedazo de pan y lugar donde dormir y un breve tiempo después volví al ghetto y me encontré con el tío. El estaba en una casa cerca del Zamenplaz, que es el lugar en donde concentraban a la gente aparentemente para mandarlos a Treblinka. Allí lo encontré a él y a unos cuántos hombres jóvenes más, que trabajaban con los alemanes. Ellos sabían que sus vidas estaban en peligro pero trabajaban.
Mi tío dibujaba muy lindo, era un muy buen dibujante pero trabajaba con los alemanes como pintor. El tío me dio de comer, me dio un abrigo, porque yo tenía frío, yo estaba vestida así como había salido de casa en septiembre. A la noche los hombres se iban a dormir a un sótano, porque pensaban que en una de esas vienen los alemanes a buscarlos y ellos se pueden ocultar. Y yo me quedé sola en un piso totalmente vacío, con todas las ventanas rotas.
De alguno de los departamentos mi tío trajo una almohada, me la puso adentro de un ropero y yo me acosté a dormir ahí adentro. Al otro día, no me podía levantar porque tenía una fiebre muy alta, no sabía qué me pasaba. Yo pensaba: éste es mi fin, ahora ya no me voy a poder escapar.
Yo me quedé acostada en el ropero todo el día. Cuando el tío volvió del trabajo, me trajo alguna medicina y me bajó la fiebre. En ese momento me dije a mí misma: yo al ghetto no vuelvo más.
La cosa estaba cada vez más difícil. Al principio había polacos que me daban un pedazo de pan y que me dejaban dormir, y otros que no, pero con el tiempo los alemanes empezaron a amenazar a la gente, que en el pueblo que encuentren un judío, van a quemar todo el pueblo.
Continué deambulando, de aquí para allá, de pueblo en pueblo, y empezó a hacer ya muchísimo frío, y yo otra vez estaba llena de piojos y me sentía muy mal, y no sabía qué hacer conmigo misma.
Entonces, atravesé los campos y volví a lo de la familia Severiniuj, y ellos me cortaron el pelo. Me acuerdo que era de noche, en el jardín me peinaron, y yo me bañé. Entonces ahí, en ese momento, yo les conté que tenía plata. Les di la plata, y ellos me compraron unas cuantas polleras, un abrigo bastante caliente y zapatos, y unas cuantas ropas más, con flores, como para que no parezca judía, porque la ropa tenía su significado. Yo tenía un paquetito, y esas eran todas mis pertenencias, unos cuantos trapos, y no me podía quedar en la casa de ellos a causa de los vecinos.
Cuando la señora Severiniuj escuchaba que le golpeaban la puerta y era una vecina, ella directamente me metía dentro del ropero. Siento que el ropero todavía me persigue. Esta vecina se quedaba un rato largo, y yo adentro del ropero hacía algún movimiento y el ropero se movía. Se escuchaba como la vecina decía: me parece que tenés algo adentro del ropero. No tuvieron otra opción que abrir el ropero y me vieron ahí, y esa fue la última vez que yo fui a lo de la familia Severiniuj. Me dije que ya nunca más iba a volver al ghetto.
Yo había estado muchísimas veces en el ghetto, iba ida y vuelta. Unos cuantos meses duró este merodeo en el ghetto. Ví los muertos, fui a mirar la casa del abuelo, y no había restos de nada. El horno estaba abierto y roto. Entonces me fui más lejos de la ciudad.

-7-

Empecé a ir a un montón de pueblos, y a todo el mundo le contaba quién era yo. Contaba que era judía, y que mi abuelo tenía un comercio en Sókolow durante más de cincuenta años, y yo pensaba que eso me podía ayudar a que me den de comer y a que me dejen dormir. Yo ya era conocida por todas esas zonas.
Cada vez que me acercaba, los chicos, con perros, me corrían y me espantaban, como que no tenía derecho a acercarme al lugar. Me acuerdo que una vez, aparentemente me estaban esperando. Tenían en la mano un pedazo de grasa de cerdo y me llenaron la boca con grasa de cerdo, y me dijeron: vos, judía sucia, parchiva jidufka, no te atrevas más a acercarte a nuestro pueblo. Y eso sucedía en todos los pueblos.
Yo dejé de pedir que me dejen dormir en algún lugar. Esperaba que se apaguen las luces y me metía en secreto a un gallinero y me iba antes de que cante el gallo.
Era Navidad, y volví a lo de nuestros vecinos Severiniuj, y había olor a tortas, y tenían puesto el árbol de Navidad, y había luces, y velas, y afuera había una terrible tormenta de nieve. Es difícil de describir lo que era esa tormenta de nieve, no se podía ver a un metro de distancia. Esta gente me dio un pedazo de torta, y me dijo que me vaya. Ellos me echaron, me dijeron que no vuelva, y yo me acuerdo que le debían muchísimos favores a mis padres, desde la época en que mi papá todavía estaba en Polonia. Yo lloré terriblemente. Y otra vez volví a tomar el camino para Siedlice. No era muy lejos, eran aproximadamente dos kilómetros, siempre siguiendo la línea del telégrafo. Lo único que tenía en mente era no perderme, saber cómo volver. Si el abuelo dijo que los alemanes se iban a escapar. Con ese clima, seguí caminando de noche, y ya no pedía permiso para dormir.
Me acuerdo que era diciembre del 43, o enero del 44, en el momento más frío del invierno. En un pueblo me metí a un establo, y ese establo estaba lleno de caballos y de vacas, y yo con mi instinto me encontré un lugar en un rincón, porque cualquier caballo podía matarme si me ponía una pata encima. Y de repente, empiezo a escuchar pasos, porque cuando hace mucho frío y la nieve está muy seca, los pasos producen un sonido muy especial en la nieve. En ese momento pensé que me iba a morir de miedo, porque le tenía mucho miedo a los lugares cerrados. Era el dueño de la casa, que venía con una lámpara a agregarle comida a los animales, porque las noches en invierno son muy largas. Y él, por supuesto, me vio. Me puse a llorar, no había ninguna necesidad de explicar quién soy yo. Él me dijo que no tiene corazón como para echarme porque afuera hace un frío terrible, pero que iba a dejar la puerta abierta para que si llegan los alemanes de noche, yo diga que entré sola. Nunca voy a olvidar esto.
Recuerdo que en el año 43, que yo deambulaba entre la ciudad y los pueblos, mientras estaba en el camino, escuché gritos y disparos. Eran policías polacos que trabajaban con los alemanes. Estaban volviendo en sus motos a sus casas. Ellos me asustaron terriblemente y me dijeron que la próxima vez que me encontraran me iban a matar. Yo seguí merodeando, y vi que el peligro era muy grande, que ya no me dejaban entrar a ningún pueblo, que me pegaban, y me insultaban, y me corrían con perros, y me humillaban.
Merodeando entré a un pueblo que se llama Scrupki. Era domingo y vi que toda una familia se iba a la Iglesia. Solamente el campesino se había quedado en la casa. Y entré. Y otra vez conté el mismo cuento de siempre, le conté quien soy y quien era mi abuelo y le pedí que me diera algo de comer.
El me dijo, sentate, yo te voy a dar algo para comer y para tomar, pero qué tonterías estás diciendo nena, si no son los alemanes, van a ser nuestros polacos los que te van a matar. En ese momento, por esa zona, había grupos armados, los partisanos blancos les decían, que mataban alemanes, y también mataban judíos. Buscaban más a los judíos que a los alemanes. Y este hombre me dijo, no te atrevas a decir quien sos, y me ayudó a construir una nueva identidad. Este hombre me ayudó en eso, porque a mí no me daba la cabeza como para hacerlo por mi cuenta.
Durante ocho o nueve meses yo anduve por ahí diciendo quien soy. Al que no se daba cuenta por sí mismo, era yo quien se lo contaba, porque yo pensaba que eso me podía ayudar. Entonces, me dijo el campesino, vos decí que sos de Posnan, que a tu papá se lo llevaron al Ejército. Que vos, con tu mamá y con tu hermana, vinieron a Sókolow y que tu mamá murió en el tren. Que te separaste de tu hermana y no sabés dónde está. Que tu nombre es Gurska Iadviga, acordate bien, hija de Wladislaw y Helena Vlodiavchuk. Y esa era la historia de mi vida. De Posnan porque en el año 44, esa ciudad pasó a integrar parte de Alemania, se trasladaban familias alemanas a esa ciudad y a los habitantes cristianos polacos de Posnan los expulsaron y enviaron al centro de Polonia. El campesino conocía bien Posnan, me dijo donde trabajaba mi papá, a qué colegio yo había ido, la dirección de mi casa en Posnan, como eran las casas y muchas cosas más.
Volví a ir a lo de la familia Severiniuj, a la que le había dado la plata. Y les conté que no se qué hacer, que todo el mundo me echa. Ellos me contaron que en el ghetto ya prácticamente no queda nadie, que no hay más judíos. Me puse a llorar terriblemente. Ellos me alentaron, me dijeron no tenés porqué llorar, vas a ver que vos vas a sobrevivir, y vos sabés que vos tenés a tu papá en Buenos Aires, en la Argentina. Ellos lo conocían muy bien.
Me compraron una cadenita con una cruz, un misal, me compraron un rosario y me enseñaron a rezar. Ya tenía doce años en ese momento, y decidí enfrentar el cambio de identidad, y que nadie me conozca, que nadie sepa quién soy. Entonces, ya teniendo mi nueva historia, el crucifijo, el rosario y el misal, yo decidí que iba a cambiar de camino totalmente.
Y empecé a atravesar bosques, e ir a lugares en donde nadie me conozca y nadie sepa que yo soy judía. Porque además, ya me había enterado a través de la familia Severiniuj, que ya no tengo a quien buscar, porque en el ghetto ya no quedaba nadie.
Empecé a caminar y caminar. Unas cuantas noches dormí en el bosque. Cuando se movía una hoja pensaba, ¿es el viento o alguien anda por ahí? Y no tenía miedo, porque sabía que estando a la intemperie me voy a poder escapar, me voy a salvar, voy a sobrevivir. Cuando me acostaba a dormir, juntaba las manos y me las ponía debajo de las costillas como para no agarrar una pulmonía, porque en casa yo siempre sufría de resfríos y estaba enferma.

-8-

Cuando salí del bosque, llegué a una ruta que tenía muchísimo movimiento y todo el tiempo transitaban por ahí gendarmes que iban a Sókolow y a otra ciudad donde tenían un campamento.
En el primer pueblo que encontré, elegí a una casa para entrar. Entré y les pregunté si necesitaban ayuda, en la casa o con las vacas. Me dijeron que no, que no necesitan ayuda porque ellos tienen hijos, pero que me pueden llevar a casa de unos parientes. Les dije que sí, por favor. Ellos me llevaron a lo de una familia Borijovsky. Una familia que no tenía hijos. Una mujer muy buena y muy agradable, que dijo que con placer me iba a recibir, pero que como estamos en marzo, que todavía hay nieve, no hay pasto, que vuelva dentro de un mes.
Entonces regresé a casa de la familia Severiniuj y les conté, y me dejaron quedarme sólo por dos semanas y a la otra volví a casa de la familia Borijovsky. Les había dicho que tenía una tía en Sokolow. Cuando llegué, la señora me dijo, ya me caiste bien, no te voy a mandar de vuelta, quedate acá conmigo, me vas a ayudar a coser bolsas para las papas.
Yo tenía un miedo terrible porque el cuñado de ella era uno de aquellos partisanos, y él sospechaba de mí todo el tiempo. Y las vecinas también, y venían, y me miraban, y yo escuchaba las conversaciones entre ellas, que decían, esta nena parece que es judía, y la señora discutía con ellas y les decía, no, ustedes están equivocadas, eso no puede ser, miren los ojos azules que tiene, miren el cabello que tiene, lo bien que habla polaco. Y las vecinas le contestaban que eso no es prueba de nada, porque hay familias judías que en la casa hablan con los chicos en polaco.
Yo vivía con un miedo permanente. Y por fin apareció el pasto. Y yo salí a pastar con las vacas. ¡Tantas vacas!¡Pensar que mamá tenía miedo que me encuentre con una vaca en el camino!
Yo les provoqué mucho daño a esta gente, porque los pastizales estaban en el medio del campo, y las vacas se me escapaban y yo no me las podía arreglar. Pero ellos me dijeron que no era nada terrible y que me iban a llevar a lo del padre de ella, en un pueblo cercano. Y así fue. Un domingo me llevaron a lo del padre de esta mujer.
Ahí, a ese lugar, nunca llegaron los alemanes; no se podía entrar al pueblo con vehículos porque no había un camino transitable. Así es como llegué al pueblo de Nimirkin. Llegué como conocida de la familia Borijovsky, pero mis problemas no terminaron. Pero ya estaba mejor, porque no tenía que preocuparme ni por la comida ni por un lugar para dormir.
Yo no tenía pelo, me tuvieron que rapar por los piojos. Usaba un pañuelo en la cabeza, y los chicos del pueblo me quitaban el pañuelo y se burlaban de mí. ¿Qué te pasa, porqué no tenés pelo? Y como yo había tenido un tío que se enfermó de tifus y sabía que se pierde el pelo, le decía a los chicos que había tenido tifus.
El dueño de casa se llamaba Czepoli Dobrovolsky y era un hombre maravilloso, pero tenía un vecino que se llamaba Sicorsky, que empezó a entrometerse con la historia de mi vida. Sicorsky había escuchado que yo era de Posnan. Durante la Primera Guerra Mundial él había estado apostado ahí con el Ejército. Conocía la ciudad, la calle en la que yo había vivido, el lugar donde mi padre había trabajado, el colegio al que fui, y yo sabía que nunca había estado en Posnan, lo único que recordaba es lo que se hablaba en casa, que la gente de Posnan era muy antisemita. Cuando yo decía que algo no me acordaba, sospechaba de mí todo el tiempo. Este hombre tenía una hija que se llamaba Celina, y que tenía mi edad, y cuando nos peleábamos ella me decía “judía roñosa”.
El dueño de casa era muy bueno conmigo, todo lo contrario de la esposa, que era muy mala y muy avara, y que siempre me recordaba que si no fuese por ella, a mí me iban a comer los piojos. El, en cambio decía: vos sos huérfana, yo también fui huérfano alguna vez, y los extraños se portaron bien conmigo, y está prohibido hacerle el mal a una huérfana.
Una vez a él lo lo llamaron a una reunión con el Intendente. Había gente de todo el pueblo. Ahí lo asustaron, le dijeron que tiene que averiguar quien es la nena que está en su casa, porque si no, todo el pueblo puede ser responsable si es judía. Cuando él volvió, yo ya estaba durmiendo y me despertó. Me dijo, contame la verdad, decime si sos judía. Y yo empecé a llorar, y a rezar, y a pedirle a Jesús, y a Santa María, que eso no es verdad, que no soy judía.
De algún modo el tiempo pasó, el Intendente se enfermó y murió. A unos cuantos que se metieron conmigo algo les pasó. Y nuevamente volvió la tranquilidad.
Yo le era muy necesaria en la casa porque me entregaba muchísimo al trabajo, trabajaba muchísimo. Me despertaba cuando todavía era noche. Cuidaba las vacas, las ordeñaba. El establo no estaba pegado a la casa, tenía que caminar dos casas más para llegar. Tenía que ir con esos baldes de madera, que son pesadísimos. Llevaba comida para los chanchos en esos baldes. Trabajaba en el campo con una entrega total, de todo corazón. Y los vecinos, por envidiosos me decían: ¿qué cuidás tanto?¿Por qué trabajás tanto? ¿Por qué te esforzás tanto? Y yo estaba feliz porque tenía un lugar donde vivir.
Pero, todo el tiempo sospechaban de mí. ¿Cómo es que pasan tantos años y nadie me visita?. Claro, yo dije que no tenía padres, pero había contado que tenía una tía en Sókolow. Entonces ellos, varias veces se propusieron acompañarme a ver a mi tía, como para hablar con ella sobre mis condiciones laborales, cuánto me tienen que pagar, cuánto pide la tía que me paguen. Pero tuve mucha suerte, cuando ellos decidieron viajar para ver a mi tía, la carreta estaba tan cargada con bolsas, porque ellos también eran proveedores de los alemanes, que no había lugar para mí en la carreta. Y así es como logré no viajar “a lo de la tía”.
El hijo del vecino Sicorsky, Félix, tenía un amigo que era jefe de los partisanos de nombre Crinsky que venía a visitar de vez en cuando a Félix. Una vez se cruzó conmigo y me atacó diciendo: ¿vos sos judía, verdad? Decí la verdad. Decí la verdad! Comencé a llorar y a rezar y a pedirle a Jesús, y él me dijo: si yo te estrello contra la pared, vos contás la verdad ¿no? Pero Félix salió y le dijo: déjala a la nena, déjala. Y otra vez me salvé.
Unos meses después, un día que yo había llevado a pastar las vacas al bosque a un claro donde lo hacen todos, me avisaron que Crinsky había estado por ahí y les había pedido que se alejaran de mí. Les dijo que me quiere llevar al bosque, que ellos se mantengan alejados. Me quería matar en ese momento. Estaba dispuesto a matarme en ese momento, pero la gente que estaba en el lugar nos siguió a los dos, y no nos dejó solos. Entonces él me dijo: no importa, va a ser la próxima. A él también, algo le pasó.

-9-

¿Qué hacer? Tampoco tenía ninguna orientación acerca de la situación. En el pueblo no había radio, no había diarios. De vez en cuando escuchaba que un chico judío había soñado en idish, o sea, había hablado en idish mientras dormía. Y yo sabía hablar en idish, el idioma que se hablaba en casa. Pero tenía deseos de olvidar el idish porque escuché que los chicos sueñan en idish y así descubren quienes son, y los matan.. Y escuché que aquí mataron una familia judía escondida, y allá a otra.
Cuando iba con mis amigas al bosque a juntar hongos, a veces me decían: vámonos de acá, que acá apesta a judío, porque en esa parte del bosque había aparentemente judíos que habían sido matados y enterrados.
Dobrovolsky era un hombre con un corazón de oro. Yo volví a ir al colegio en el pueblo, al colegio estatal. El estaba muy orgulloso de mí. Que yo era inteligente. Que soy distinta de los otros chicos que son unos salvajes. Tenía muchas amigas, me había hecho amigos en el pueblo. La señora Dobrovolska era muy, muy mala conmigo. El me decía todo el tiempo que no le preste atención, que ella es una avara, que yo tengo que comer, que me tengo que desarrollar porque si no, me voy a enfermar de tuberculosis.
A veces, los domingos, él llevaba las vacas a pastar, como para que yo pueda dormir un rato más. Apenas él salía, venía la mujer y me despertaba para que vaya a trabajar.
Todo el tiempo estaba preocupada, pero me acordaba muy bien que tenía a mi papá en la Argentina, y tenía la expectativa de que quizá me voy a encontrar alguna vez con alguien conocido pero después de haber visto esas carretas con los barrotes altos, y todos esos cadáveres, lo dudaba.
-¿Vos sabías que la guerra había terminado?¿Cómo te enteraste?
-Sí. El frente estaba cerca. Nuestro pueblo estaba muy cerca del Río Buk. Nuestra orilla era la zona que le pertenecía a los alemanes, y la otra orilla era zona rusa. En mayo del 45 terminó la guerra. Estábamos prácticamente en el frente de batalla. En nuestro pueblo había Ejército alemán, pero ellos ya no me buscaban a mí.
Tenían un puesto de observación en un techo y miraban para el otro lado de la frontera. Me acuerdo que un día yo estaba ordeñando las vacas, y les estaría molestando porque uno de ellos pegó una patada al balde y volcó toda la leche.
Todos los habitantes del pueblo nos escapamos en cierto momento porque teníamos miedo por los tiroteos, por los disparos. Los alemanes estaban en retirada y llegaron los rusos.
En casa del campesino donde yo vivía, vinieron a vivir dos oficiales rusos, y yo sabía que los rusos son buenos para los judíos, porque yo me acordaba que ellos nos habían permitido escapar en 1939. Ahí ya supe que se había terminado la guerra.
En el pueblo había dos familias de Posnan que ya se habían vuelto a sus casas. Me invitaron a volver con ellos para ver si encontramos a alguno de mi familia, pero yo sabía que era toda una mentira. Les dije que no, que yo no voy a viajar todavía, entonces se fueron y yo me quedé.
En esa época, después de la guerra, en Polonia, la educación para la juventud era totalmente gratuita. Les dieron posibilidad de estudiar a los jóvenes campesinos de los pueblos, a todo el pueblo. En la familia de mi campesino había un joven de nombre Marian viviendo con ellos que marchó a una escuela secundaria en otra ciudad. Cuando volvió de vacaciones, yo decidí que tenía que hacer algo conmigo misma. Ya era el año 47.
-¿ Hasta el año 47 vos estuviste en el mismo lugar?
-Sí, me quedé en el mismo lugar. Mi campesino me dijo ¿cómo te vas a casar si no tenés papeles y las familias de Posnan ya volvieron a sus casas? ¿Quiénes van a ser los testigos? Entonces, cuando este muchacho Marian volvió de vacaciones, decidí que tenía que hablar con él.
No le conté que soy judía, no. Solamente le dije: Marian, vos me tenés que ayudar, qué va a ser de mí en el futuro, ¿voy a seguir andando con las vacas? Entonces él escribió para mí una petición adjuntando toda mi historia, al Intendente de Sókolow. Unos días después hubo una respuesta pidiéndole a mi campesino que se presente para que diga quien soy. El por supuesto que no dijo nada malo de mí. Le habían pedido que venga junto conmigo a la Municipalidad de Sókolow. El Intendente me recibió, no me preguntaron nada sobre cómo es que yo estuve sola durante la guerra, aceptaron mi versión sobre mi historia. Lo único que yo le pedía es que como no tengo familia ni tengo medios, que me dé una ayuda para estudiar.
Aparentemente le caí bien al Intendente y él me dijo que me iba a ayudar con la condición de que yo estudie.
En Sókolow había un Gymnasium (secundario) para adultos, para los que se atrasaron durante la guerra. Y ahí hicimos dos semestres durante un año. El director de esa secundaria era amigo del Intendente que se comunicó con él y me aceptaron en el colegio, y me dio un empleo en un galpón en donde se envasaban huevos, y me dio la dirección de una persona empleada de él, que tenía habitaciones para alquilar. Entonces yo tenía un empleo, estudiaba, y podía pagar el alquiler porque tenía un sueldo.
Ahí también todo el tiempo sospechaban de mi origen, sospechaban de mí. En el trabajo yo estaba sola. Al principio yo envasaba los huevos, pero después mi tarea pasó a ser solamente recibir los cajones con los huevos, pesarlos y registrarlos. Tenía muy buenas condiciones para estudiar porque podía hacer mis tareas de colegio durante el horario de trabajo.
Así comencé a caminar por las calles de Sókolow, por las calles del ghetto, por fuera del ghetto, donde había estado la casa del abuelo. No había rastros. Aparentemente habían destruido la casa. Ví a la mujer que los sábados encendía la cocina en lo del abuelo y que además acarreaba los baldes con agua. Esta mujer andaba con una bufanda de piel muy linda.
Todos los negocios que habían sido de los judíos ahora eran de los polacos. No había un solo judío. Yo a veces tenía ganas de que alguien me reconozca. Nadie me reconocía y yo tenía una especie de trauma, tenía miedo de contar.
Estuve en la calle Szidlecka, y nadie me reconoció.

-10-

Yo estudiaba y trabajaba. Pero cerraron esa secundaria.
Había un ingeniero que inspeccionaba el galpón en el que yo trabajaba, que venía de la casa central, que estaba en Siedlice. Me arregló un traslado a Siedlice dentro de la misma empresa donde empecé a trabajar como administrativa. Ya había hecho dos años de secundaria. La mujer que me alquilaba en Sókolow me recomendó con una señora Guevartovska en Siedlice, a casa de quien me mudé.
La situación era favorable para la juventud que trabajaba y estudiaba en Polonia. Pero las condiciones eran muy difíciles. Me dejaban salir una hora o a veces dos, antes de tiempo del trabajo para estudiar. A veces yo tenía que estudiar con los pies adentro de un balde con agua caliente.
En ese momento nadie sabe nada de mí, ni yo tengo contacto con judíos. Me enteré de que una vez por mes llegaba a la empresa un judío de Lodz. Planifiqué encontrarme con él para que me dé alguna información, como ya había pasado tanto tiempo, pero nunca me encontré con él.
Todo el tiempo estaba preocupada pensando en que va a pasar si me despiden del trabajo porque yo no tenía ninguna profesión. Tenía dos amigas. A una de ellas, con la que luego nos recibimos juntas, le dije que teníamos que aprender una profesión.
Ella también era administrativa y era más grande que yo. Yo tenía ganas de estudiar mecánica dental. Había que tener domicilio en Varsovia. ¿De dónde iba a tener yo domicilio en Varsovia, si yo no tenía nada? La única opción fue ir a la Escuela de Enfermería. Mi amiga polaca y yo, nos inscribimos y nos anotamos para dar exámen, y fuimos aceptadas en la Escuela de Enfermeras de Varsovia. Estamos hablando del año 50.
Terminé la Escuela de Enfermería. En uno de los hospitales donde hacíamos la práctica, había un médico que se llamaba Mandel. Pensé que debía ser judío y me propuse hablar con él cuando me tocara estar en su turno. Pero nunca lo hice porque hablar del tema me daba algo así como un terror o pánico enfermizo.
Terminé como alumna destacada, junto con mi historia que me seguía. Yo era “la hija de un obrero de Posnan”, y eso estaba muy bien visto porque no era burguesa, no era capitalista.
Era obligatorio trabajar durante tres años donde uno se había recibido, pero yo tenía muchísimas ganas de continuar los estudios en la Escuela de Medicina. Sólo tres alumnas tenían el derecho de ingresar a la Escuela de Medicina. Pero eran tres años más, y los pocos centavos que tenía ya los había gastado y ya se me habían hecho agujeros en los zapatos. Recibía unos centavos de beca que me alcanzaba para pasta dentífrica y viajes en el tranvía. Pensé en trabajar y ahorrar durante un año y luego estudiar.
Se presenta un nuevo problema cuando iba a recibir el diploma: necesitaba certificado de nacimiento.
Entonces escribí una carta a Posnan para pedir el certificado. Recibí como respuesta que en sus archivos no se registra mi nacimiento. Desde un principio yo sabía que eso era imposible.
Entonces fui a Sókolow. Viajé a Sókolow y fui a lo de nuestros vecinos Severiniuj. Se agarraron de la cabeza. ¡Sobreviviste! ¡Estás viva!, ¡Estás viva!. Me contaron que mi papá les escribió inmediatamente después de la guerra en el 45 y que ellos le respondieron que me vieron tirada muerta en la entrada del Cementerio, con los cuervos picoteándome los ojos. Yo sé quien era la que estaba tirada muerta ahí. Conmigo rondaba una nena que era más chica que yo, con un abrigo blanco; y que era aún más tonta que yo. Yo por lo menos tenía la capacidad de arreglármelas para parar de vez en cuando en lo de alguno de los vecinos. Esta nena no tenía a nadie, y a ella la mataron. Yo la ví tirada, muerta, y los cuervos picoteándole los ojos. Entonces les dije que me den la dirección de mi papá, a lo que ellos me respondieron: no, la tiramos hace mucho. Esto me conmocionó muchísimo y me dije a mí misma: yo lo tengo que encontrar.
Fui al Registro Civil y saqué mi documentación. A los judíos los habían matado a todos, pero la documentación estaba toda. Volví con mi certificado de nacimiento, el certificado de nacimiento de mi mamá, de mi hermana, de mi tío, el certificado matrimonial de mis padres. Volví a Varsovia y decidí hacer lo máximo posible por encontrarlo a mi papá.
Yo ya era una enfermera diplomada. No seguí estudiando medicina porque no tenía los medios económicos. Cuando empecé a buscar a mi papá me dirigí al Maguén David Rojo.........
-¡A la Cruz Roja, querrás decir !
-Sí, a la Cruz Roja. Ahí me dijeron que era muy tarde, tantos años después de la guerra. Que todas las búsquedas ya terminaron, y que en Buenos Aires no se hace censo de población. Y en todos los lugares a los que me dirigía, no había esperanza.
Recibí un empleo en un hospital muy lujoso en Varsovia, y ahí hice los tres años que tenía que reintegrar. En mi turno recibieron una paciente que se llamaba Jana Ielen. No tuve dudas de que era judía. Estaba enferma de asma, y era la esposa de un médico. Yo estaba toda la noche alrededor de ella, le daba los medicamentos y oxígeno. Su marido, el médico vino a visitarla. Empezaron a hablar conmigo y me preguntaron si mi familia vive en Varsovia.
En ese momento yo ya me quería sacar de encima este asunto de tener una identidad falsa. Les dije que no tenía familia. Ellos me preguntaron qué pasó, si fueron muertos durante la ocupación. Les dije que sí, y les conté toda la historia, que mi papá salió en el año 37 del país y que yo me quedé con mi mamá y con mi hermana menor. Ellos se agarraron de la cabeza diciendo ¡Dónde estuviste!¡Dónde estuviste! Nosotros cuando encontramos chicos judíos los ayudamos a que estudien gratuitamente, y vos hiciste un trabajo tan pesado.
Me dieron la dirección de un hombre que pertencía a una agrupación judía que sacaba un periódico. Era un grupo de judíos polacos que editaba un periódico que también se distribuía en el exterior y que se llamaba Folk Shtime . El secretario de esta organización era su amigo. Lo llamaron por teléfono y me organizaron una cita con él.

-11-

En la cita me dijo que yo hubiera podido terminar mis estudios, porque la agrupación tiene una Academia en donde los chicos estudian gratuitamente, que buscaban a los chicos pero que nadie sabía sobre mi existencia, y me prometió hacer los máximos esfuerzos por encontrar a mi papá.
Yo le dí todos los datos que me acordaba, en que año salió de Polonia, quién se quedó en Polonia, el apellido de mi mamá. Ellos lo publicaron en el "Folk Shtime" que también se distribuía en Buenos Aires, y a las dos semanas hubo una respuesta de mi papá, no dirigida a mí, sino al periódico, diciéndo “por favor querida gente, ayúdenla”.
El tampoco lo podía creer, se desmayó cuando se enteró de la noticia. Cuando en un principio yo le escribí lo hice en polaco. El me respondió en idish y yo corrí a lo de esta gente para que me traduzca. Cada vez entendía más idish, porque yo de niña lo había estudiado.
Como a él le habían escrito los Severiniuj que me vieron muerta, me empezó a pedir señas de la casa, datos sobre en dónde estaban ubicadas las cosas en la casa. Cuando yo le respondí en donde estaba tal foto, en donde estaba el reloj, en donde estaba esto y lo otro, entonces él me respondió que yo era "hueso de sus huesos, carne de su carne" y se emocionó muchísimo.
Me contó que estuvo diez años solo, que estuvo buscándonos, que no quedó nadie. El allá se casó y tuvo tres hijos, dos hijos son médicos y tengo una hermana que es óptica. Yo con mi hermana ahora estoy un poco en contacto, pero no tenemos un idioma común porque ella habla español y yo no sé hablar en español, y con los hermanos no estoy en contacto.
-¿Vos te encontraste con tu papá?
-No. Ni pude seguir estudiando. Viajar a la Argentina en ese momento, aunque hubiese tenido la posibilidad, no hubiese podido porque no se permitía salir de Polonia en esa época, en el 54.
Yo ya lo había encontrado a mi papá, y él me mandó cincuenta dólares, entonces yo ya era rica y quise seguir estudiando. Pero no me permitieron. Y esto es algo que yo quiero remarcar. Le escribí una carta al director del hospital en el que trabajaba, que era judío, el Dr Roter, y él no estuvo de acuerdo en “liberarme”.
Me contestó que yo le costé mucha plata a Polonia, porque formar una enfermera dipolomada es algo carísimo. Lloré muchísimo, y le conté toda la verdad, en qué condiciones trágicas yo pasé todo ese infierno, y que si sigo estudiando y me recibo de médica voy a poder entregar más de mí misma. Entonces me mandó a ver al responsable general de todo aquello que me contestó que él estaría de acuerdo pero que mire lo que le escribió el director del hospital.
Entonces viajar a ver a papá no, seguir estudiando no. Conocí a mi marido y me casé. Mi hija mayor nació en el 56, y en el 57 vinimos a Israel.
-Nos estamos acercando al final del reportaje. Yo quería preguntarte si tenés alguna conclusión con respecto a la época de la guerra. Me refiero a una conclusión, a tus reflexiones, a tus pensamientos sobre todos aquellos años.
-Mirá, una vez quisieron hablar conmigo de Yad Bashem , sobre religión. Yo no pude ser sincera. Mataron chicos chiquitos, y gente tan santa. Entonces, a mí me resulta difícil ser creyente. Aunque yo pasé por situaciones en las que le pedí ayuda a Dios, pero me resulta difícil creer.
Caminé sobre demasiados cadáveres, sobre sangre, de gente que mataron sin ningún motivo, simplemente porque eran judíos. Sigo viendo a mi tía con una nena que tenía nueve meses, y la otra cuatro años, parada al lado suyo. Entonces yo no puedo afirmar que no existe Dios, o discutir sobre ese tema, pero me resulta difícil creer.

Muchas Gracias.

FIN

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Pino Solanas, su política buitre y la resolución de Ballesteros

EN QUÉ CONSISTE LA POLÍTICA "BUITRE" DE SOLANAS 9/01/2010
Buitre, porque para conseguir el poder se alía estratégicamente con la derecha como un comensal, y la alienta al proceso de destruir al Gobierno creyendo poder así alzarse con el poder al fin de la destrucción, porque confía en que su discurso más verborrágico e incendiario que el de la misma derecha, va a poder eclipsarlo y finalmente va a poder liderar el último tramo de la destrucción y alzarse con el poder.
Leer el post..
RESUELVO: 1) SOBRESEER DEFINITIVAMENTE en la presente causa N° 14467(expte 7723/98) en la que no existen procesados (art. 434 inc. 2° del Código de Procedimientos en Materia Penal) 2) REMITIR copia de la presente resolución (mediante disco) y poner las actuaciones a disposición de las HONORABLES CAMARAS DE SENADORES Y DIPUTADOS DEL CONGRESO DE LA NACION para su consulta o extracción de copias de las piezas procesales que se indiquen a los efectos que estimen conducentes. TEXTO DEL FALLO Leer comentarios

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