¿Te contaban el cuento de Caperucita? ¿Te acordás si te daba miedo? A mí, no.
A mí no sólo no me daba miedo, sino que me tranquilizaba escuchar cómo la tonta de Caperucita caía en manos del lobo. Me parecía un cuento que empezaba haciendo justicia. Porque yo le "hacía caso" a mi mamá, a mi maestra, a los adultos en general. Así que ese cuento no estaba destinado a mí, sino a las nenas que "se portaban mal". Yo me portaba bien.
Lo que no entendía es por qué la abuelita resultaba ser la víctima en lugar de Caperucita. Me preguntaba por qué el lobo no se comía a Caperucita, y sí a una vieja que estaba en la cama. Yo quería coherencia, que se castigue al que desobedeció. No importa que la abuelita pueda haber tenido la culpa de haber educado mal a la madre de Caperucita, y que sus faltas hubieran alcanzado a la nieta. Yo no entendía de vericuetos. Tampoco era cuestión de edad para ser imputable.
Igualmente disfrutaba con erotismo perverso de la secuencia de preguntas y respuestas entre el lobo disfrazado de abuela y Caperucita, cuando Caperucita le hacía preguntas que iban "in crescendo" en dramatismo, hasta que el lobo contestaba su "para comerte mejor" y se la iba a tragar justo cuando llegaron los leñadores. Yo sabía que a mí el lobo no me iba a agarrar porque yo no me ponía a juntar a flores, y que algo hizo Caperucita para provocar al lobo, así que mi perversión podía tener rienda suelta ya que no estaba involucrada.
Lo que seguía tampoco me cerraba. Que los leñadores cazaran al lobo, le abrieran la panza y rescataran viva a la abuelita, me parecía que eso no podía pasar. Cuando un animal se come a una persona, primero la desgarra, me decía. Yo era realista, racional. No sabía que de todas las matanzas dejan algún sobreviviente para contarlo.
Además, que le llenaran de piedras la panza al lobo hasta que el lobo muriera ahogado por su peso cuando fuera a tomar agua al río, yo no quería escucharlo, me parecía que era una atrocidad vengativa sin sentido, morbosa, y que no tenía nada que ver con el cuento. Que el lobo era lobo, y no había que provocarlo. Y que de una vez por todas había que terminar con los enfrentamientos y los rencores.
Y que si en el cuento la culpable de todo era Caperucita, ¿por qué nadie le recriminaba nada? ¿Acaso el cuento quería decir que no importa desobedecer a la mamá, que el culpable termina siendo el lobo, justo a un animal, que no tiene la culpa de ser un animal?
Todos esos pensamientos me anduvieron en la cabeza, preocupada por la incoherencia de los premios y castigos con el discurso moral, hasta que un día se confirmó mi sospecha de que portarse bien no era siempre el seguro para ser feliz, que había algo más.
Resulta que a la vuelta de mi casa vivía una familia muy católica de la cual me hubiera olvidado totalmente si el hijo mayor, de 18 años, no hubiera desaparecido de la casa y luego hubiera vuelto después de un mes a presentar a la mujer y al hijo recién nacido. El barrio conmocionado por la desaparición de "el Alejandro", más conmocionado estaba con la novedad traída a su vuelta.
Vino a casa Doña María, la madre del Alejandro, con el nieto en brazos, y mi padre le hizo algún comentario sobre el proceder del hijo, a lo cual Doña María contestó oronda y con una sonrisa: así se hace Don Enrique, así se porta un macho, ese es mi hijo. Y mi padre sonrió como afirmando los dichos de Doña María, frente a mí, que me tragaba entero el verso de "portarse bien".
Y me quedó para siempre esta vuelta de tuerca, de Caperucita a Doña María, como incógnita sin resolver, por lo cual seguí por inercia la senda más recta, la que venía del discurso oficial. Cuando me dí cuenta de que estaba errada, era tarde, había pasado los años más hermosos resistiendo la tentación.
Tarde me dí cuenta (porque empecé a verlo a mi alrededor) que las chicas y chicos que eran felices, todos se habían ido por los senderos de flores aunque la madre les había dicho otra cosa. Claro que algunos se habían encontrado con el lobo. Pero ninguno de los que había hecho el camino recto había llegado a otro lugar que a la vetusta casa de la abuelita.
También me dí cuenta de que en las novelas de la tarde todas las protagonistas siguen el camino de Caperucita, por el camino de las flores; que todas se encuentran con el lobo, pero que al final siempre los leñadores le dan caza, le llenan la panza de piedras, y el lobo se ahoga en el río, mientras Caperucita es feliz, y son felices las espectadores observando el castigo al lobo.
Las novelas les cuentan a las mujeres el cuento de Caperucita que no entendieron cuando todavía había tiempo para ser feliz.