Querido lector, recorramos juntos un ejercicio de análisis político y literario, y no te canses antes de partir porque te parezca demasiado largo, te prometo una gran satisfacción al terminar de leer. Eso, si no sos oposición al kirchnerismo. Porque si lo fueras, vas a salir mal parado.

¿Por qué digo "caballero"? Porque a pesar de no estar en el gobierno, no es la misma clase de opositor que surgió el desgraciado año 2008, sino uno digno, que rescata la dignidad de la política al no agregarse al coro de los ataques impiadosos, desmesurados, insultantes, negadores de todo mérito, con los que todos los políticos de la oposición agreden a diario al gobierno desde los medios.
No sólo se separa del discurso general, sino que más allá de ser capaz de construir un discurso sin agravios y con criterio, es capaz de construir "una idea", una mínima idea valiosa para atravesar este tiempo post reelección.
Pero Terragno no arma un desbarajuste apoyando al gobierno directamente, poniéndose de uno de los lados de la cancha cuyo terreno marcó este conflicto con el campo. Sale preservado como un hábil adiestrador de palabras. Produce un texto que hay que desovillar para descubrir, que con elegancia y sutileza de caballero consigue darle palos a la oposición, de aquellos que se hubieran merecido recibir sin asco, por todos y cada uno de los criteriosos que se escondieron bajo la alfombra en nuestro país.
Lean conmigo lo que dice Terragno en una parte del texto:
"Las últimas semanas asistimos al festival de la abulia. En vísperas de una elección que debía abrir debates sobre el estado del país y sus perspectivas, la minucia sustituyó a la idea.
El Gobierno se peleaba con Clarín; las listas estaban pobladas de falsos candidatos; todos los políticos vivían pendientes de “Gran Cuñado”; la propaganda proselitista tenía menos contenido que la de Heineken; y los debates eran torneos de sarcasmo.
Muy pocos se atrevieron a enumerar, siquiera, los subtítulos de un proyecto. Hubo quienes insinuaron preocupación por la eventual falta de energía eléctrica. Otros hablaron, con timidez, sobre la redistribución del ingreso. El latiguillo más oído fue “calidad institucional”. No se discutió si el país podía (o no) crecer a tasas asiáticas; y eso que, de no aumentar el PBI a razón del ocho por ciento todos los años, en 2019 todavía estaremos por debajo del ingreso per cápita que Libia tiene hoy día.
Todos callaron (o ignoraban) que hacen falta 6.200 millones de dólares anuales para producir los kilovatios con los cuales alimentar semejante crecimiento.
Los que prometían redistribución del ingreso no supieron decir si crearían nuevos impuestos o modificarían las alícuotas de los actuales. Tampoco se ocuparon del gasto, absteniéndose de identificar a los santos que desvestirían para vestir a otros. Nadie presentó la fórmula para reducir la desigualdad social sin desfinanciar al Estado ni afectar la inversión.
Ni siquiera hubo creatividad para proponer el perfeccionamiento democrático. Peor aún, el 29 de junio ya se escuchaban los susurros de quienes -luego de exigir “calidad institucional”- acariciaban la idea de un cogobierno o un recambio. Como si un traspié del oficialismo, en una elección intermedia, pudiera asimilarse a una revocatoria de mandato."
Analicemos juntos los dichos anteriores:
Terragno presenta críticas increíblemente livianas al gobierno. Lo hace apenas sobre el tono de la campaña casi por obligación a la ecuanimidad (el gobierno se peleaba con Clarín, dice), pero deshabilita a la oposición de todas sus mañosas medianías. Juega a que está hablando de gobierno "y" oposición, pero a las claras la que resulta atacada es la oposición, hasta ahora inmaculada víctima del gobierno maldito.
Cuando dice "las listas estaban plagadas de falsos candidatos", obviamente no se refiere sólo a las candidaturas testimoniales propuestas por Kirchner. Si hubiera querido hubiera dicho "la lista del gobierno", pero eludió decirlo así. Eligió hablar de "las listas" en plural, dando por entendido lo que entendemos todos los que no estamos ciegos, que Michetti ejerció primero que nadie una candidatura testimonial a la vicejefatura de gobierno, a la que renunció para ser legisladora. Lo que diferencia ambas posturas es la enorme hipocresía del PRO que esconde la mano y critica en el otro lo mismo que hace, mientras que Kirchner fue de frente. Y Terragno tiene la dignidad como para observarlo, la dignidad que perdieron todos los críticos en la Argentina.
En la cita a "Gran Cuñado", se sabe que cuáles fueron los candidatos que participaron, los candidatos del gobierno no fueron. El golpe es a la oposición. A Michetti, a Macri, a Narváez. Y todos sabemos que Carrió hace su propio Gran Cuñado cuando va a televisión a hacer su personaje demencial y escandalizador que suma audiencia, para lo que la invitan a hacer sus "torneos de sacarsmo", como dice Terragno.
En cada sujeto que Terragno utiliza sin identificar, no hay otro palo por la cabeza novedoso que el que recibe la oposición.
El gobierno vive reclamando el derecho a utilizar recursos para la energía necesaria del crecimiento sostenido, el modelo fue capaz de no hacer faltar energía en los dos mandatos, el gobierno supo crear un aumento de las retenciones aunque Terragno se refiera los "impuestos" eludiendo el debate con intención, como diciendo que si estuvieron en contra de las retenciones debieron haber contestado a la pregunta de la Presidenta ¿de dónde saco los recursos que necesito? Terragno le reclama todas esas cosas a la oposición.
Léase de nuevo el texto, esta vez pensando sólo en la parte que le toca a la oposición que está englobada en sujetos que incluirían al gobierno. Y véase que es la más grande de las palizas recibidas por parte de un crítico que no es kirchnerista.
Sigue Terragno sin identificar algunos sujetos, e identificando ahora a algunos, y lanzando una idea que contiene por fin las ideas que quiere debatir el gobierno desde siempre y la oposición le niega:
"El resultado electoral fue aleccionador: desautorizó las ínfulas, desarmó la arbitrariedad y dio lugar a un Congreso, que estaba obligado a obedecer, y ahora quedará en condiciones de debatir.
La oposición deberá contribuir a que el Gobierno -ahora con más modestia y más controles- cumpla su mandato.
El tiempo de los grandes cambios será 2011. El país debe llegar a esa fecha con opciones reales, no con la reiteración de la abulia que caracterizó a la reciente elección. Hay, en el público, avidez por nuevas formas de encarar los problemas públicos.
Dos semanas atrás, lancé una convocatoria a políticos, intelectuales, juristas, economistas, científicos, técnicos, empresarios, trabajadores, universitarios, sociólogos, educadores, sanitaristas (en todos los casos, sin distinción de género) y ONG dedicadas al perfeccionamiento institucional, la justicia y la transparencia. La respuesta ha sido tan amplia como entusiasta.
El propósito es elaborar, como un aporte al debate nacional, el “Plan 10/16”: un programa de desarrollo económico y social que debería aplicarse entre el Bicentenario de Mayo y el Bicentenario de la Independencia. Según mi convicción, si seis años bastaron, en el siglo XIX, para que nuestros antepasados construyeran -de la nada-, una nación, seis años deberían alcanzarnos para hacer, de esta Argentina sin ilusiones, un país de esperanzas.
El plan no empieza por dar respuestas prematuras. Formula, con rigor, las preguntas desde las cuales hay que partir para diseñar un programa eficaz. Existe entre los políticos y los economistas poca conciencia -o deliberado ocultamiento- de los efectos secundarios y colaterales que tienen las decisiones que se toman desde el Estado.
Supongamos que se quiere:
* Promover las exportaciones, y proteger a la industria nacional de ruinosas competencias externas, previniendo así una ola de quiebras y despidos. Para esto, conviene un dólar caro.
* Lograr la estabilidad, para evitar que la inflación distorsione los precios relativos, corroa los salarios y licue la confianza de los inversores. Para esto, conviene un dólar barato.
* Para promover las exportaciones, proteger la industria local y mantener la estabilidad, se requiere un equilibrio cambiario; y éste depende, a la vez, de un conjunto de decisiones y controles.
A menudo, el público (y los propios políticos) rechazan las discusiones “técnicas”, porque parecen arcanas; o propias de funcionarios de segunda o tercera línea. Los dirigentes se ufanan de la importancia que tienen las “decisiones políticas”, pero tales decisiones valen de poco si se ignora cómo implementarlas. A eso -fijar objetivos políticos y hallar las fórmulas técnicas para alcanzarlos- está dedicado el Plan 10/16. "
Deliberadamente dejé para después la primera parte del artículo publicado en la Revista Debate el 10/07/2009, que es una alegoría histórica, materia de la cual Terragno es un estudioso, que también es interesante escrudiñar, porque también hay una defensa del gobierno y una crítica a la oposición.
Me atrevo a decir que a Terragno se le deslizó un apoyo efusivo al gobierno, si no, para qué escribió todo el texto que le amerita la conclusión "muchas veces se requiere navegar contra la corriente". ¿A quién se lo dice Terragno? ¿Quién navega contra la corriente en nuestro país?
DIGANME POR FAVOR, SI NO ES EL GOBIERNO EL QUE NAVEGA CONTRA LA CORRIENTE. Y si no es el gobierno, entonces busca formar una oposición que navegue contra la corriente de ésta oposición, cosa que no es poco. Tirarse contra toda la oposición, no es poco.
Leamos ya lo último, que es el principio de la nota:
"Los humanos -advertía Jorge Luis Borges- no tenemos el don de predecir: concebimos el futuro como una mera prolongación del presente. Hay, sin embargo, quienes se esfuerzan por sobreponerse a tal limitación. Imaginan un porvenir deseable y se esfuerzan por inducirlo. En vísperas del Bicentenario, conviene recordar qué pensaban, en los albores de la nacionalidad, los políticos abúlicos; y qué hacían aquellos que estaban organizando el futuro.
Los primeros creían que Manuel Belgrano debía replegarse a Córdoba y que José de San Martín debía interrumpir su marcha al Perú. Ambos próceres fueron llamados desde Buenos Aires para que asumieran tareas “superiores”, como doblegar a José Gervasio de Artigas, Estanislao López y Pancho Ramírez. Los dos se negaron.
Si Belgrano hubiese obedecido al Triunvirato, y oído a la opinión pública porteña, habría abandonado la frontera norte. En ese caso, los hombres del virrey José Fernando de Abascal habrían perseguido a los patriotas hasta Córdoba y quedado a un paso de Buenos Aires. Belgrano sabía que era preciso cortar la marcha realista hacia el sur; y lo hizo con los formidables triunfos de Tucumán y Salta.
Tiempo después, José de San Martín cruzó los Andes -una hazaña que, de haberse guiado por encuestas, jamás habría emprendido- y, ya consolidada la libertad chilena, no volvió a las Provincias Unidas, como le exigía la dirigencia porteña. Se dirigió por mar al Perú, para atacar al imperio hispanoamericano en su corazón. De no haber sido por tal desobediencia, el Virreinato del Perú se habría mantenido firme, Fernando VII habría acudido en la ayuda del virrey y Sudamérica habría sufrido un grave retroceso.
Cuando se brega por el bien común, con objetivos bien definidos y planes para alcanzarlos, muchas veces se requiere navegar contra la corriente.
A casi doscientos años de la Revolución de Mayo, la Argentina necesita de belgranos y sanmartines. No puede aspirar, claro está, a la repetición de aquellos prohombres irrepetibles; pero requiere de dirigentes dispuestos -si no al ciclópeo cruce de los Andes o a la metamorfosis de un abogado que se vuelve heroico general- por lo menos a emprender tareas muy arduas, con metas ambiciosas, tesón indefectible y honradez a toda prueba.
Para descubrir a tales dirigentes, se debe empezar por discernir entre los abúlicos y los que pretenden organizar el futuro."
¡¡¡BRAVO TERRAGNO !!!
¿Por qué digo "caballero"? Porque a pesar de no estar en el gobierno, no es la misma clase de opositor que surgió el desgraciado año 2008, sino uno digno, que rescata la dignidad de la política al no agregarse al coro de los ataques impiadosos, desmesurados, insultantes, negadores de todo mérito, con los que todos los políticos de la oposición agreden a diario al gobierno desde los medios.
No sólo se separa del discurso general, sino que más allá de ser capaz de construir un discurso sin agravios y con criterio, es capaz de construir "una idea", una mínima idea valiosa para atravesar este tiempo post reelección.
Pero Terragno no arma un desbarajuste apoyando al gobierno directamente, poniéndose de uno de los lados de la cancha cuyo terreno marcó este conflicto con el campo. Sale preservado como un hábil adiestrador de palabras. Produce un texto que hay que desovillar para descubrir, que con elegancia y sutileza de caballero consigue darle palos a la oposición, de aquellos que se hubieran merecido recibir sin asco, por todos y cada uno de los criteriosos que se escondieron bajo la alfombra en nuestro país.
Lean conmigo lo que dice Terragno en una parte del texto:
"Las últimas semanas asistimos al festival de la abulia. En vísperas de una elección que debía abrir debates sobre el estado del país y sus perspectivas, la minucia sustituyó a la idea.
El Gobierno se peleaba con Clarín; las listas estaban pobladas de falsos candidatos; todos los políticos vivían pendientes de “Gran Cuñado”; la propaganda proselitista tenía menos contenido que la de Heineken; y los debates eran torneos de sarcasmo.
Muy pocos se atrevieron a enumerar, siquiera, los subtítulos de un proyecto. Hubo quienes insinuaron preocupación por la eventual falta de energía eléctrica. Otros hablaron, con timidez, sobre la redistribución del ingreso. El latiguillo más oído fue “calidad institucional”. No se discutió si el país podía (o no) crecer a tasas asiáticas; y eso que, de no aumentar el PBI a razón del ocho por ciento todos los años, en 2019 todavía estaremos por debajo del ingreso per cápita que Libia tiene hoy día.
Todos callaron (o ignoraban) que hacen falta 6.200 millones de dólares anuales para producir los kilovatios con los cuales alimentar semejante crecimiento.
Los que prometían redistribución del ingreso no supieron decir si crearían nuevos impuestos o modificarían las alícuotas de los actuales. Tampoco se ocuparon del gasto, absteniéndose de identificar a los santos que desvestirían para vestir a otros. Nadie presentó la fórmula para reducir la desigualdad social sin desfinanciar al Estado ni afectar la inversión.
Ni siquiera hubo creatividad para proponer el perfeccionamiento democrático. Peor aún, el 29 de junio ya se escuchaban los susurros de quienes -luego de exigir “calidad institucional”- acariciaban la idea de un cogobierno o un recambio. Como si un traspié del oficialismo, en una elección intermedia, pudiera asimilarse a una revocatoria de mandato."
Analicemos juntos los dichos anteriores:
Terragno presenta críticas increíblemente livianas al gobierno. Lo hace apenas sobre el tono de la campaña casi por obligación a la ecuanimidad (el gobierno se peleaba con Clarín, dice), pero deshabilita a la oposición de todas sus mañosas medianías. Juega a que está hablando de gobierno "y" oposición, pero a las claras la que resulta atacada es la oposición, hasta ahora inmaculada víctima del gobierno maldito.
Cuando dice "las listas estaban plagadas de falsos candidatos", obviamente no se refiere sólo a las candidaturas testimoniales propuestas por Kirchner. Si hubiera querido hubiera dicho "la lista del gobierno", pero eludió decirlo así. Eligió hablar de "las listas" en plural, dando por entendido lo que entendemos todos los que no estamos ciegos, que Michetti ejerció primero que nadie una candidatura testimonial a la vicejefatura de gobierno, a la que renunció para ser legisladora. Lo que diferencia ambas posturas es la enorme hipocresía del PRO que esconde la mano y critica en el otro lo mismo que hace, mientras que Kirchner fue de frente. Y Terragno tiene la dignidad como para observarlo, la dignidad que perdieron todos los críticos en la Argentina.
En la cita a "Gran Cuñado", se sabe que cuáles fueron los candidatos que participaron, los candidatos del gobierno no fueron. El golpe es a la oposición. A Michetti, a Macri, a Narváez. Y todos sabemos que Carrió hace su propio Gran Cuñado cuando va a televisión a hacer su personaje demencial y escandalizador que suma audiencia, para lo que la invitan a hacer sus "torneos de sacarsmo", como dice Terragno.
En cada sujeto que Terragno utiliza sin identificar, no hay otro palo por la cabeza novedoso que el que recibe la oposición.
El gobierno vive reclamando el derecho a utilizar recursos para la energía necesaria del crecimiento sostenido, el modelo fue capaz de no hacer faltar energía en los dos mandatos, el gobierno supo crear un aumento de las retenciones aunque Terragno se refiera los "impuestos" eludiendo el debate con intención, como diciendo que si estuvieron en contra de las retenciones debieron haber contestado a la pregunta de la Presidenta ¿de dónde saco los recursos que necesito? Terragno le reclama todas esas cosas a la oposición.
Léase de nuevo el texto, esta vez pensando sólo en la parte que le toca a la oposición que está englobada en sujetos que incluirían al gobierno. Y véase que es la más grande de las palizas recibidas por parte de un crítico que no es kirchnerista.
Sigue Terragno sin identificar algunos sujetos, e identificando ahora a algunos, y lanzando una idea que contiene por fin las ideas que quiere debatir el gobierno desde siempre y la oposición le niega:
"El resultado electoral fue aleccionador: desautorizó las ínfulas, desarmó la arbitrariedad y dio lugar a un Congreso, que estaba obligado a obedecer, y ahora quedará en condiciones de debatir.
La oposición deberá contribuir a que el Gobierno -ahora con más modestia y más controles- cumpla su mandato.
El tiempo de los grandes cambios será 2011. El país debe llegar a esa fecha con opciones reales, no con la reiteración de la abulia que caracterizó a la reciente elección. Hay, en el público, avidez por nuevas formas de encarar los problemas públicos.
Dos semanas atrás, lancé una convocatoria a políticos, intelectuales, juristas, economistas, científicos, técnicos, empresarios, trabajadores, universitarios, sociólogos, educadores, sanitaristas (en todos los casos, sin distinción de género) y ONG dedicadas al perfeccionamiento institucional, la justicia y la transparencia. La respuesta ha sido tan amplia como entusiasta.
El propósito es elaborar, como un aporte al debate nacional, el “Plan 10/16”: un programa de desarrollo económico y social que debería aplicarse entre el Bicentenario de Mayo y el Bicentenario de la Independencia. Según mi convicción, si seis años bastaron, en el siglo XIX, para que nuestros antepasados construyeran -de la nada-, una nación, seis años deberían alcanzarnos para hacer, de esta Argentina sin ilusiones, un país de esperanzas.
El plan no empieza por dar respuestas prematuras. Formula, con rigor, las preguntas desde las cuales hay que partir para diseñar un programa eficaz. Existe entre los políticos y los economistas poca conciencia -o deliberado ocultamiento- de los efectos secundarios y colaterales que tienen las decisiones que se toman desde el Estado.
Supongamos que se quiere:
* Promover las exportaciones, y proteger a la industria nacional de ruinosas competencias externas, previniendo así una ola de quiebras y despidos. Para esto, conviene un dólar caro.
* Lograr la estabilidad, para evitar que la inflación distorsione los precios relativos, corroa los salarios y licue la confianza de los inversores. Para esto, conviene un dólar barato.
* Para promover las exportaciones, proteger la industria local y mantener la estabilidad, se requiere un equilibrio cambiario; y éste depende, a la vez, de un conjunto de decisiones y controles.
A menudo, el público (y los propios políticos) rechazan las discusiones “técnicas”, porque parecen arcanas; o propias de funcionarios de segunda o tercera línea. Los dirigentes se ufanan de la importancia que tienen las “decisiones políticas”, pero tales decisiones valen de poco si se ignora cómo implementarlas. A eso -fijar objetivos políticos y hallar las fórmulas técnicas para alcanzarlos- está dedicado el Plan 10/16. "
Deliberadamente dejé para después la primera parte del artículo publicado en la Revista Debate el 10/07/2009, que es una alegoría histórica, materia de la cual Terragno es un estudioso, que también es interesante escrudiñar, porque también hay una defensa del gobierno y una crítica a la oposición.
Me atrevo a decir que a Terragno se le deslizó un apoyo efusivo al gobierno, si no, para qué escribió todo el texto que le amerita la conclusión "muchas veces se requiere navegar contra la corriente". ¿A quién se lo dice Terragno? ¿Quién navega contra la corriente en nuestro país?
DIGANME POR FAVOR, SI NO ES EL GOBIERNO EL QUE NAVEGA CONTRA LA CORRIENTE. Y si no es el gobierno, entonces busca formar una oposición que navegue contra la corriente de ésta oposición, cosa que no es poco. Tirarse contra toda la oposición, no es poco.
Leamos ya lo último, que es el principio de la nota:
"Los humanos -advertía Jorge Luis Borges- no tenemos el don de predecir: concebimos el futuro como una mera prolongación del presente. Hay, sin embargo, quienes se esfuerzan por sobreponerse a tal limitación. Imaginan un porvenir deseable y se esfuerzan por inducirlo. En vísperas del Bicentenario, conviene recordar qué pensaban, en los albores de la nacionalidad, los políticos abúlicos; y qué hacían aquellos que estaban organizando el futuro.
Los primeros creían que Manuel Belgrano debía replegarse a Córdoba y que José de San Martín debía interrumpir su marcha al Perú. Ambos próceres fueron llamados desde Buenos Aires para que asumieran tareas “superiores”, como doblegar a José Gervasio de Artigas, Estanislao López y Pancho Ramírez. Los dos se negaron.
Si Belgrano hubiese obedecido al Triunvirato, y oído a la opinión pública porteña, habría abandonado la frontera norte. En ese caso, los hombres del virrey José Fernando de Abascal habrían perseguido a los patriotas hasta Córdoba y quedado a un paso de Buenos Aires. Belgrano sabía que era preciso cortar la marcha realista hacia el sur; y lo hizo con los formidables triunfos de Tucumán y Salta.
Tiempo después, José de San Martín cruzó los Andes -una hazaña que, de haberse guiado por encuestas, jamás habría emprendido- y, ya consolidada la libertad chilena, no volvió a las Provincias Unidas, como le exigía la dirigencia porteña. Se dirigió por mar al Perú, para atacar al imperio hispanoamericano en su corazón. De no haber sido por tal desobediencia, el Virreinato del Perú se habría mantenido firme, Fernando VII habría acudido en la ayuda del virrey y Sudamérica habría sufrido un grave retroceso.
Cuando se brega por el bien común, con objetivos bien definidos y planes para alcanzarlos, muchas veces se requiere navegar contra la corriente.
A casi doscientos años de la Revolución de Mayo, la Argentina necesita de belgranos y sanmartines. No puede aspirar, claro está, a la repetición de aquellos prohombres irrepetibles; pero requiere de dirigentes dispuestos -si no al ciclópeo cruce de los Andes o a la metamorfosis de un abogado que se vuelve heroico general- por lo menos a emprender tareas muy arduas, con metas ambiciosas, tesón indefectible y honradez a toda prueba.
Para descubrir a tales dirigentes, se debe empezar por discernir entre los abúlicos y los que pretenden organizar el futuro."
¡¡¡BRAVO TERRAGNO !!!