De entender tanto de las cosas de la vida.
De creer que la vida no tiene demasiado sentido. De ser un escéptico. De sentirse un marginal y estar a gusto porque todo es basura.
Cuando el escéptico paga un alto precio por esa inteligencia descarnada, debería darse cuenta de que en algo ha fallado, y que lo único que puede haberle fallado, es nada más y nada menos que la inteligencia.
"Pago el precio con gusto", debería poder decir siempre el escéptico para ser coherente. Pero no puede decirlo cuando el precio es muy alto. Cuando lo ataca el dolor.
El escéptico se sorprende del dolor que lo ataca, acostumbrado como está a observarlo todo desde la ajenidad y sin conmoverse.
Cuando el escéptico paga el precio del escepticismo con dolor, se esconde avergonzado, porque queda desnuda su ineptitud. En sus planes no existía el verdadero amor, como no existía el verdadero dolor.
La marginalidad de un escéptico es un lugar tan impuesto por los demás, como lo es la vida dentro de los cánones más subordinados. No hay libertad en la marginalidad, sino otra forma de sometimiento. Optar por ser un marginal es aceptar la más triste forma de esclavitud. Si el sometimiento es involuntario, la opción por la marginalidad es una esclavitud a la que lleva la voluntad.
En la vida no se puede ser ni subordinado ni marginal. En la vida hay que tener una obligación moral. Si no sirve la impuesta hay que crearse la propia. Pero no se puede vivir sin alguna. Para eso no se puede ser un escéptico.
La vida es un juego. Hay que aprender a jugarlo. No hay un mayor para qué.
De creer que la vida no tiene demasiado sentido. De ser un escéptico. De sentirse un marginal y estar a gusto porque todo es basura.
Cuando el escéptico paga un alto precio por esa inteligencia descarnada, debería darse cuenta de que en algo ha fallado, y que lo único que puede haberle fallado, es nada más y nada menos que la inteligencia.
"Pago el precio con gusto", debería poder decir siempre el escéptico para ser coherente. Pero no puede decirlo cuando el precio es muy alto. Cuando lo ataca el dolor.
El escéptico se sorprende del dolor que lo ataca, acostumbrado como está a observarlo todo desde la ajenidad y sin conmoverse.
Cuando el escéptico paga el precio del escepticismo con dolor, se esconde avergonzado, porque queda desnuda su ineptitud. En sus planes no existía el verdadero amor, como no existía el verdadero dolor.
La marginalidad de un escéptico es un lugar tan impuesto por los demás, como lo es la vida dentro de los cánones más subordinados. No hay libertad en la marginalidad, sino otra forma de sometimiento. Optar por ser un marginal es aceptar la más triste forma de esclavitud. Si el sometimiento es involuntario, la opción por la marginalidad es una esclavitud a la que lleva la voluntad.
En la vida no se puede ser ni subordinado ni marginal. En la vida hay que tener una obligación moral. Si no sirve la impuesta hay que crearse la propia. Pero no se puede vivir sin alguna. Para eso no se puede ser un escéptico.
La vida es un juego. Hay que aprender a jugarlo. No hay un mayor para qué.