Como óptica, pude observar una cantidad de mitos sobre el ojo y la vista que se manejan a nivel popular, que son francamente asombrosos, como muestra general del conocimiento popular distorsionado.
Uno de los más asombrosos mitos, por ejemplo, es que la vista se gasta.
A nadie se le ocurre que otro sentido u órgano se gaste. Que el olfato se gaste. Que el tacto se gaste. Que el gusto se gaste. Que el brazo se gaste por haber levantado mucho peso. Es justamente al revés. Un brazo se fortifica, no se gasta. Igual le pasa al ojo.
He podido observar hace muchos años, que hombres de campo analfabetos, que pasaron su vida con el ojo relajado mirando al infinito, arriando ganado por ejemplo, tenían presbicia más precozmente que el que "se quemó las pestañas estudiando". La mujer de campo analfabeta, en cambio, por coser con aguja a mano o a máquina, y mantener contraído el músculo que acciona al cristalino en el enfoque del punto próximo -en definitiva era como si leyera- no tenía presbicia anticipada.
Sobre el mito de que la vista se gasta, reposa la culpa de haberla "gastado", por supuestos absurdos excesos de la juventud, como leer con poca luz. La preocupación por la culpa de no haber cuidado los ojos se manifiesta también en la argumentación exculpativa que ofrecen los trabajadores obligados por la pobreza, como el coser de noche durante muchos años, argumento que el présbita se esmera en exponer para librarse de la responsablidad que lo atormenta, y lo avergüenza. El haber cosido tantos años y con poca luz, le fortificó el ojo, pero no lo sabe y piensa lo contrario.
Estas observaciones en mi ámbito, me llevaron a preguntarme por qué los oftalmólogos no derriban los mitos de la llamada Salud Visual en tantos programas de difusión y divulgación de la Ciencia, y terminé entendiendo que son ellos mismos los que generan ese mito y por eso no los derrumban siendo tan fácil. Es su interés mercantil el atrapar al cliente atemorizándolo y culpándolo para que concurra a la consulta médica.
Lejos de querer divulgar la Ciencia para bien de las personas, los mercaderes de la Medicina nos tienden las redes de pesca de incautos. Siembran el temor y la culpa, todo lo que hace falta para garantizar un sujeto entregado, confundido y dispuesto a gastar la plata necesaria para corregir sus faltas.
Todo el tiempo, en la divulgación de los programas médicos, nos indican el cuidado de la Salud, detrás de lo cual existe una industria poderosa que recoge la cosecha de la siembra de miedos y culpas en la población.
Los programas de divulgación de la Salud aparecen como si estuvieran al servicio de las personas pero en realidad están al servicio de los laboratorios, clínicas y médicos, y de los sistemas de Seguro de Salud, que se preocupan por cómo disminuir sus gastos, tratando de cambiar hábitos en la población, para que el gasto sea lo menor posible.
Allí fueron a parar como primera preocupación el tabaquismo y la alimentación, el primero por el cáncer de pulmón y la segunda por la hipertensión, colesterol y diabetes.
Hoy es importante la industria de la Medicina pero también lo es el achicar los gastos estatales en salud, y los de los privados del Seguro de Salud. El gasto por el cáncer de pulmón disminuye erradicando el hábito de fumar, cosa que resultó en un éxito de la acción cultural, como nunca ocurrió con el combate de otra sustancia.
Para combatir al tabaquismo -los gastos por cáncer de pulmón- se puso a disposición toda la legislación estatal, después de haber ideado la figura del "fumador pasivo", de dudoso rigor, pero que encuentra en la población no fumadora un aliado para perseguir al fumador sin misericordia, hasta en su ámbito privado, como si fuera una bruja del medioevo, cuando curiosamente no ocurre lo mismo con el alcohol, que produce tantos estragos en la vida social y familiar. Si el tabaco produce fumadores pasivos, el consumo de alcohol produce lesiones psíquicas y físicas mucho más reales en el entorno del alcohólico, pero a la cultura social no le ha llegado la hora de condenar al alcohólico con tanta pasión como lo hace con el tabaquista.
Podría prohibirse el consumo de alcohol en lugares públicos, pero eso sería una catástrofe nacional. Se ve que a los Seguros de Salud no les produce gasto el hábito alcohólico como el del tabaco, aunque el alcoholismo sea la mayor causa de muertes en accidentes de auto. A las dos de la mañana es lo más normal encontrar a todos alcoholizados en una reunión social donde se bebe. Claro que los alcoholizados no lo registran, justamente por su estado, que no les permite evaluarse a sí mismos, pero los que no bebemos alcohol, que somos una especie devaluada, observamos el espectáculo lamentable, pero no tenemos el aliado cultural que nos permita perseguir hasta en su ámbito familiar a ese bebedor socialmente aceptado, ni se nos permite condenar al consumidor de alcohol, sobre el que existe la más sensible misericordia.
Detrás del tema de la alimentación, apareció el negocio de la comida saludable, que compite en el mercado contra laboratorios como Monsanto, que sobrevive a juicios de Justicias prestigiosas que exculpan completamente las acusaciones, pero aún así, dejan sembrada la paranoia de que los Estados protegen a Monsanto contra la salud de la gente, y nace un ejército de militantes que a través de Green Peace protegen a Monsanto contra los intentos de competencia independientes de su poder económico.
Desde libros, revistas y programas de TV sobre distintos vegetarianismos hasta la persecución militante contra las semillas transgénicas y la contaminación del agua, cada día se suman más adictos a cambiar la dieta por aventuras de riesgo no medido, y a ser parte activa -sin saberlo- de la persecución a intentos gubernamentales de sobrevivir al mercado financiero internacional.
Está en nosotros poder encontrar el término medio y no prendernos de la primera frase que nos aparezca para sembrarnos el miedo y mantenernos cautivos. Está en nosotros no deslumbrarnos por la tecnología médica que se nos aplica en estudios innecesarios, con el único fin de facturarle a la Prepaga un servicio. Hay que preguntarle al médico para qué manda hacer un estudio y evaluar los riesgos y beneficios. Y es bueno tomar otra opinión médica. Y es bueno saber que laboratorios y todo tipo de ortopedia le mandan al médico una salutación en efectivo. De una vez por todas.
Por ejemplo, yo tenía un fibroma de 4 kilos. El cirujano me mandó a hacer un estudio y posterior tratamiento muy complicado -con riesgo- antes de decidir si yo iba a cirugía. Cambié de cirujano y lo consulté por ese estudio. Me dijo que era para ver si se podía reducir el fibroma. Le pregunté qué posiblidad había de reducirlo. Me contestó que igual iba a tener que ir a cirugía. Le pregunté si no era mejor ir directamente a cirugía. Me contestó que sí. Y no me hice ningún estudio ni tratamiento antes de operarme el fibroma.
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