CRISTINA FERNÁNDEZ DE ARGENTINA
Las viudas lloran mucho, algunas no tanto.
Una que yo conozco, a poco del entierro se fue a Mar del Plata, y lloraba mirando fijo el mar. Me acerqué y empezó a decirme: no puedo creer que yo esté acá mirando el mar. Eso quería decir, yo la entedía, que empezaba a sentirse libre, y no lo podía creer, por eso lloraba, de alegría. Unas cuantas mujeres lloran de alegría. Vos las ves llorar y te creés que es sólo de tristeza. De tristeza, puede ser, por haber vivido tantos años al lado de un hombre, sin ser feliz. Tristeza por el tiempo irrecuperable, en el que se perdió la juventud, la lozanía, el deseo.
Otras en cambio, como Paulina, lloran poco. Pero entierran al hombre que amaron intensamente durante toda la vida. Antes de morir David, me encontré a Paulina sacando a pasear al marido, que estaba con cáncer terminal y podía caminar del brazo. Paulina me saluda mientras camina del brazo de David, con una cara rozagante, en una escena que no puedo olvidar, y exclama: estoy paseando con mi novio! Paulina habrá llorado a David durante el entierro. Nunca la ví, desde poco tiempo después, sin su sonrisa de siempre.
Hay viudas y viudas. Todas lloran. Algunas menos.
Algunas lloran su estado de orfandad. No porque hayan perdido a un padre metafórico. Sino porque han perdido un padre real. Pasaron de ser hijas de su propio padre a ser hijas de su marido. Como a una hija, tanto el marido como el padre la abastecieron de todo. Vivienda, alimentación, vestidos, calzados. Todo lo que necesitaron lo tuvieron sin tener que conseguirlo por las suyas. Nunca trabajaron fuera de su casa. Sirvieron al padre como buenas hijas, sirvieron al marido como buenas esposas, sirvieron a los hijos como buenas madres. Son irremediablemente huérfanas del varón que fue dueño de su vida. Si además dejaron el deseo al costado, entonces lloran su orfandad toda la vida. No superan el duelo, no tienen consuelo. Si en cambio fueron amadas con exclusividad por el marido, las menos, cuelgan los botines de mujer, superan el duelo, y se dedican a servir a las nueras para cuidar a sus nietos como una buena abuela.
Las que rompieron el modelo
Están empezando a quedar viudas las mujeres de la generación del 60 y del 70. Esas (nosotras) nos dividimos entre las que seguían el modelo antiguo y las que lo rompíamos a pedazos como se rompe una factura pagada para tirar a la basura. Las que se quedaron con el modelo viejo repitieron lo que viene de siglos, generación tras generación. Las más pobres, algunas teniendo hijos sin padre, trabajando afuera para mantener los hijos que les cuida la madre. Las menos desafortunadas, siendo objeto del marido pobre, trabajando de sirvienta, obrera, peluquera para "ayudar al marido". Otras siendo objeto del marido abastecedor, pobre o rico. Algunas, también siendo felices. De todas ellas, las menos.
Las que rompimos el modelo somos las que fuimos a la Universidad. Las que militamos. Las que perdimos la virginidad, pero en modo ultrasecreto, para que no se enteren nuestros padres, diosmelibre. No tuvimos novio sino "compañero". No le decíamos "novio" ni a palos. Decile a tu novio que venga a cenar, decía mamá. No es mi novio, mamá, es mi compañero, contestábamos irreverentes, luchando por el lenguaje sin coraje para explicar lo que quería decir la diferencia. Mamá no iba decir nunca "tu compañero". Qué se cree esta mocosa, si a esta casa entra un muchacho, entra como novio o se queda afuera, decía mamá para adentro, en una lucha sin cuartel por la cultura moral. Lucha entablada en todas las cocinas de las casas, entre madre e hija en la década del sesenta-setenta.
Todas nos casamos por Registro Civil. Las más rebeldes no pasamos ni por la Iglesia ni por la Sinagoga. Transgredir la religión, mal o bien, con tristeza o sin ella, nuestros padres llegaron a soportarlo. Transgredir el Registro Civil hubiera sido hundir en la vergüenza a nuestros padres y suegros, a la familia entera y hundir en el escarnio a todos ellos y a nosotras mismas, frente a los vecinos del barrio de cualquier barrio de la ciudad. Hubiera sido empezar la vida sin la ayuda solidaria de nuestros padres y familia, que querían un "casamiento" donde nos regalaban lo que necesitábamos para empezar a vivir en un hogar. Nos casamos. Algunas no hemos usado el vestido blanco. No queríamos los símbolos burgueses que nos ataban a un modelo exterminador contra el que luchábamos con obsesión.
Muchas de nosotras al tiempo nos divorciamos. El divorcio estaba mal visto. Fuimos las que escandalizaron a las familias cuando nos divorciamos. Hemos trabajado siempre. Hemos ganado nuestro propio dinero, mucho o poco, nuestro. Nos hemos desgarrado construyendo un modelo de mujer que nunca fue reconocido del todo, porque la sociedad sigue siendo machista, y se nos mezquinaron oportunidades. Hemos ganado menos que los varones, nos han visto con ojos despectivos por ser mujeres. Nos han creído putas por vivir sin marido. Cualquier infeliz se permitió desnudarnos con los ojos irrespetuosos, aunque fuera un subordinado o nuestro jefe. No nos han respetado en la medida de nuestro merecimiento, en la medida de nuestro sacrificio para llevar adelante una casa e hijos en soledad, en la medida de nuestro padecimiento. Nuestra vida es muy parecida a la de la más desmerecida continuadora del modelo antiguo, salvo por la enorme autoestima, que sentimos, por el enorme tesón con el que defendemos nuestro orgullo de ser como somos, personas.
La Presidenta de la Nación, optó por romper el modelo desde la juventud, como universitaria que es, y como militante. No se casó por la Iglesia. No se dirvoció porque tuvo una pareja maravillosa. Llegó a la viudez después de un matrimonio exitoso como los que se cuentan con los dedos de una sola mano, y que más querrían ostentar los cultores de la moral conservadora. Esa pareja fue una perla, motivo de envidia de todos, varones y mujeres, pobres y ricos, amigos y enemigos. De envidia abierta y sana, de los que los amamos. De envidia encubierta de los que odian.
Un mensaje para los machistas
Cuidado con ella. Puede aplastar al primero que intente desnudarla con los ojos para convertirla en objeto. Lo digo en serio. Estoy bajo su piel. Nada de "fuerza Cristina", no necesita que se la desees, la tiene. Ojo con ella. Cuidado machos, de abajo y de arriba y del costado. Cuidado oligarcas y clasemedieros con aspiraciones, cuidado con ella. No la subestimen, porque les va a hacer tronar el escarmiento.