A Cristina la llamó la "vecina de enfrente"
Con eso está todo dicho. Ella allá, yo acá, y en medio, el abismo. Ella es la Presidenta de la Nación, pero para Macri, no es más que una "vecina de enfrente". Pero ¿qué es una "vecina de enfrente"?
La palabra "vecino" está en el lenguaje de Macri, seguramente propuesta por Durán Barba para identificar a su votante, con un apelativo correcto y específico. Hoy el "vecino" en Buenos Aires es el ajeno, el desconocido, aquel con el que no me saludo ni converso cuando me cruza en el pasillo, salvo si lo conozco de una asamblea o viajo seguido con él en el ascensor, o llego a casa a la misma hora, ocasiones en las que intercambio "qué calor que hace, o qué frío, deje que yo cierro, muy amable, muchas gracias, buenas noches, buenas noches."
Pero antes no eran las cosas así en el Buenos Aires, cuando "vecino" quería decir otra cosa. En el Buenos Aires que yo he vivido, por suerte, para mis más bellos recuerdos, "vecino" era palabra mágica, que tenía que ver con los inmigrantes, con gente que compartía, que se preocupaba por el otro, que era solidaria y afectuosa.
A la hora de tomar "la leche" mi mamá me mandaba a buscar a la casa de mi amiguita la Susi. Mi hermanito más chico, entraba a la bicicletería de Don Rodolfo, el papá de la Susi, como "Pancho por su casa", la cruzaba, y entraba por la puerta que estaba abierta, al patio de la casa de Doña María. Entraba del patio a la cocina y decía ¿Buenas tardes Doña María, está la Evita? Sí, ya viene, contestaba Doña María. Salía yo de la habitación de la Susi y mi hermanito me decía: dice mamá que vengas a tomar la leche.
Don "Rodolfo bicicletero", como se llamaba a sí mismo, exigía a todos los chicos del barrio que cuando le traían las biciletas, saludaran al entrar a su local de Federico Lacroze y Córdoba. Si alguno se olvidaba y le hablaba directamente sin saludar, Don Rodolfo lo paraba en seco con un ¿Qué se dice cuando se entra a un lugar? Buenas tardes, contestaba el chico medio avergonzado. Buenas tardes ¿y qué más? insistía Don Rodolfo. Buenas tardes, Don Rodolfo, decía el chico con los ojos puestos en la pared, como si el bicicletero fuera el maestro. El buen esloveno estaba educando a todos los chicos del barrio, porque los sentía a todos como si fueran propios.
Cuando Doña María pasaba por delante del negocio de mi papá, entraba siempre a saludar y cambiar algunas palabras. Recuerdo las conversaciones de mi papá con Doña María, cada uno en su media lengua, ella eslovena, él polaco, intercambiaban cuestiones domésticas y era un azar que se entendieran, solamente podía suceder por el milagro de la voluntad y el optimismo de estar integrándose a la Argentina. Mi papá tenía confusiones con el verbo ser, que no existe en idish, como en inglés, que ser y estar son el mismo verbo, pero encima, al infinitivo de "ser" él entendía que había que agregarle la preposición "a". En lugar de decir "ser" decía "a ser", que se escuchaba como"hacer".
Una vez mi papá había comprado un pajarito con una jaula. Doña María ya estaba enterada. ¿Así compra pajarito con jaula, Don Enrique? le preguntó Doña María. Mi papá le quiso comentar que le parecía que el pajarito debía ser una hembra. Pero le dijo lo siguiente:" El pajarito tiene que a ser pajarita". Lo que sonó claramente como "tiene que hacer pajarita". A lo que Doña María le contestó: Si quiere hacer pajarita, compra esposa para pajarito, don Enrique. Mi papá no le contestó nada pero puso cara de no entender. Yo, que era muy chica, tomé la dimensión del problema del inmigrante con el idioma.
Don Enrique, tengo malla la Susi nueva, quedó chica, puede servir la Evita. Pase Doña María, diga mi mujer, le dijo mi papá. Nosotros también teníamos negocio con vivienda y la puerta al comedor de la casa siempre estaba abierta. Doña María entró a la casa y aplaudió con las manos mientras pegó el grito ¿Doña Ana, puede pasar? Sí Doña María, venga a la cocina gritó mi mamá. Hablaron de la malla de la Susi que podía servirme a mí. ¿Y cuánto quiere por la malla Doña María? preguntó mi mamá. No, Doña Ana, yo quiere olla para budín usted no usa, está colgada en pileta de patio, dijo Doña María. Bueno, llévesela, le dijo mi mamá.
¿Cómo te va en la escuela? era típico que te preguntara cualquier vecino. Y la pregunta terrible a fin de año era ¿pasaste de grado?. Doña María nos contaba a la Susi y a mí los cuentos del campo en Yugoeslavia, que ella le decía Eslovenia. Yo escuchaba absorta que Doña María contaba cómo se levantaban con las gallinas y que todavía seguían levantándose juntos a las cuatro y media o cinco de la mañana con Don Rodolfo, que no saben qué hacer a esa hora, y que toman mate juntos hasta que amanece, "juntito con mi viejo" decía la mamá de mi amiga, que no tendría más de treinta años cada uno.
Esa palabra que recordamos todos como una palabra querida, "vecino", ya no se usa más para identificar al que comparte con vos la vida, sino al que está metido en su casa igual que vos en la tuya. Esa persona a la que llamamos "el tipo que vive en el décimo", o la "vieja del cuarto piso", o la mina que está rebuena, la hija de la abogada del noveno "b".
No me meto en la vida de nadie, cada uno en su casa, hace de su culo un pito. Esos son los vecinos de hoy. Los vecinos a los que alude Macri. Esos que tienen su departamentito de dos ambientes, y se sienten "propietarios". Esos que no quieren que voten los inquilinos en las Asambleas. Esos que deciden ir a la Comisaría a denunciar a unos bolivianos que invitan a gente extraña que andan por los pasillos, con los que uno se tiene que cruzar.
Los bolivianos se compraron la esquina de la verdulería. ¿De dónde sacan plata? De la verdura no puede ser. Venden droga. Esa es la explicación.
Con eso está todo dicho. Ella allá, yo acá, y en medio, el abismo. Ella es la Presidenta de la Nación, pero para Macri, no es más que una "vecina de enfrente". Pero ¿qué es una "vecina de enfrente"?
La palabra "vecino" está en el lenguaje de Macri, seguramente propuesta por Durán Barba para identificar a su votante, con un apelativo correcto y específico. Hoy el "vecino" en Buenos Aires es el ajeno, el desconocido, aquel con el que no me saludo ni converso cuando me cruza en el pasillo, salvo si lo conozco de una asamblea o viajo seguido con él en el ascensor, o llego a casa a la misma hora, ocasiones en las que intercambio "qué calor que hace, o qué frío, deje que yo cierro, muy amable, muchas gracias, buenas noches, buenas noches."
Pero antes no eran las cosas así en el Buenos Aires, cuando "vecino" quería decir otra cosa. En el Buenos Aires que yo he vivido, por suerte, para mis más bellos recuerdos, "vecino" era palabra mágica, que tenía que ver con los inmigrantes, con gente que compartía, que se preocupaba por el otro, que era solidaria y afectuosa.
A la hora de tomar "la leche" mi mamá me mandaba a buscar a la casa de mi amiguita la Susi. Mi hermanito más chico, entraba a la bicicletería de Don Rodolfo, el papá de la Susi, como "Pancho por su casa", la cruzaba, y entraba por la puerta que estaba abierta, al patio de la casa de Doña María. Entraba del patio a la cocina y decía ¿Buenas tardes Doña María, está la Evita? Sí, ya viene, contestaba Doña María. Salía yo de la habitación de la Susi y mi hermanito me decía: dice mamá que vengas a tomar la leche.
Don "Rodolfo bicicletero", como se llamaba a sí mismo, exigía a todos los chicos del barrio que cuando le traían las biciletas, saludaran al entrar a su local de Federico Lacroze y Córdoba. Si alguno se olvidaba y le hablaba directamente sin saludar, Don Rodolfo lo paraba en seco con un ¿Qué se dice cuando se entra a un lugar? Buenas tardes, contestaba el chico medio avergonzado. Buenas tardes ¿y qué más? insistía Don Rodolfo. Buenas tardes, Don Rodolfo, decía el chico con los ojos puestos en la pared, como si el bicicletero fuera el maestro. El buen esloveno estaba educando a todos los chicos del barrio, porque los sentía a todos como si fueran propios.
Cuando Doña María pasaba por delante del negocio de mi papá, entraba siempre a saludar y cambiar algunas palabras. Recuerdo las conversaciones de mi papá con Doña María, cada uno en su media lengua, ella eslovena, él polaco, intercambiaban cuestiones domésticas y era un azar que se entendieran, solamente podía suceder por el milagro de la voluntad y el optimismo de estar integrándose a la Argentina. Mi papá tenía confusiones con el verbo ser, que no existe en idish, como en inglés, que ser y estar son el mismo verbo, pero encima, al infinitivo de "ser" él entendía que había que agregarle la preposición "a". En lugar de decir "ser" decía "a ser", que se escuchaba como"hacer".
Una vez mi papá había comprado un pajarito con una jaula. Doña María ya estaba enterada. ¿Así compra pajarito con jaula, Don Enrique? le preguntó Doña María. Mi papá le quiso comentar que le parecía que el pajarito debía ser una hembra. Pero le dijo lo siguiente:" El pajarito tiene que a ser pajarita". Lo que sonó claramente como "tiene que hacer pajarita". A lo que Doña María le contestó: Si quiere hacer pajarita, compra esposa para pajarito, don Enrique. Mi papá no le contestó nada pero puso cara de no entender. Yo, que era muy chica, tomé la dimensión del problema del inmigrante con el idioma.
Don Enrique, tengo malla la Susi nueva, quedó chica, puede servir la Evita. Pase Doña María, diga mi mujer, le dijo mi papá. Nosotros también teníamos negocio con vivienda y la puerta al comedor de la casa siempre estaba abierta. Doña María entró a la casa y aplaudió con las manos mientras pegó el grito ¿Doña Ana, puede pasar? Sí Doña María, venga a la cocina gritó mi mamá. Hablaron de la malla de la Susi que podía servirme a mí. ¿Y cuánto quiere por la malla Doña María? preguntó mi mamá. No, Doña Ana, yo quiere olla para budín usted no usa, está colgada en pileta de patio, dijo Doña María. Bueno, llévesela, le dijo mi mamá.
¿Cómo te va en la escuela? era típico que te preguntara cualquier vecino. Y la pregunta terrible a fin de año era ¿pasaste de grado?. Doña María nos contaba a la Susi y a mí los cuentos del campo en Yugoeslavia, que ella le decía Eslovenia. Yo escuchaba absorta que Doña María contaba cómo se levantaban con las gallinas y que todavía seguían levantándose juntos a las cuatro y media o cinco de la mañana con Don Rodolfo, que no saben qué hacer a esa hora, y que toman mate juntos hasta que amanece, "juntito con mi viejo" decía la mamá de mi amiga, que no tendría más de treinta años cada uno.
Esa palabra que recordamos todos como una palabra querida, "vecino", ya no se usa más para identificar al que comparte con vos la vida, sino al que está metido en su casa igual que vos en la tuya. Esa persona a la que llamamos "el tipo que vive en el décimo", o la "vieja del cuarto piso", o la mina que está rebuena, la hija de la abogada del noveno "b".
No me meto en la vida de nadie, cada uno en su casa, hace de su culo un pito. Esos son los vecinos de hoy. Los vecinos a los que alude Macri. Esos que tienen su departamentito de dos ambientes, y se sienten "propietarios". Esos que no quieren que voten los inquilinos en las Asambleas. Esos que deciden ir a la Comisaría a denunciar a unos bolivianos que invitan a gente extraña que andan por los pasillos, con los que uno se tiene que cruzar.
Los bolivianos se compraron la esquina de la verdulería. ¿De dónde sacan plata? De la verdura no puede ser. Venden droga. Esa es la explicación.