La ley que hablita al matrimonio homosexual destrona el iconismo y prestigio del heterosexual, lo lleva del Olimpo al llano, y lo va a obligar al sinceramiento de algunas de sus ficciones y pretensiones incumplidas a través de los siglos, para la desgracia de muchas personas que se involucran en una farsa.
Una de esas ficciones es pretender que es para toda la vida. Aún habiendo divorcio, las parejas siguen creyendo que se están casando para toda la vida. Otra ficción es el cumplimiento de la promesa de fidelidad. Otra ficción es que es el ámbito del amor.
Muchas veces es el ámbito del desamor, de la falta de respeto por el criterio del otro, el caldo de cultivo de los grandes odios y resentimientos entre esposos, entre padres e hijos y hasta entre hermanos.
NO ME LO CONTARON, YO LO VIVÍ
Yo nací y me crié en un mundo en el que los chicos teníamos madre mujer y padre varón, que eran esposa y esposo, casados por registro civil, con libreta de matrimonio heterosexual, también con ceremonia religiosa, constituyendo un hogar hasta que la muerte los separe, guardándose mutua fidelidad, criándonos a nosotros y nuestros hermanos todos gestados en el vientre de nuestra madre fecundado por nuestro padre mediante el acto sexual.
Los adultos tenían un problema insuperable en decirnos que entre ellos realizaban el acto sexual. Ellos dormían en la "cama grande", pero nosotros no pensábamos, ni podíamos siquiera imaginar que nuestro padre le hiciera a nuestra madre una cosa semejante, y menos pensar que nuestra madre diera su conformidad. Sobre la pared de la cabecera de la cama grande la mayoría de los matrimonios católicos ponían una cruz, y otros matrimonios ponían la foto de casamiento en un cuadro grande, donde la esposa lucía un vestido blanco con velo en la cabeza.
Los chicos no preguntábamos de dónde vengo ni cómo nací yo. Porque antes siquiera de indagar en tales cuestiones, se nos contaba que nos había traído una cigueña, después de que nuestros padres le habían escrito una carta pidiéndole que les traiga un bebé. Y aquí terminaba la explicación. A ninguno de nosotros se nos ocurría pensar que el cuento de la cigueña tuviera alguna falla racional.
Todos los chicos pasaban por el mismo proceso: un día otro chico les contaba la "verdad". Ningún adulto, ni tío ni tía ni abuela ni maestra, hablaría jamás del asunto de la sexualidad con un chico. La inciación sexual educativa estaba en manos de los mismos chicos.
En la escuela los más grandecitos se juntaban en ronda en el recreo y se contaban "chistes verdes" hablando bajito. Esa era la manera de descubrir a los que todavía creían en la cigueña. El que escuchaba por primera vez un chiste verde y no se reía, era observado por algún compañerito que se daba cuenta de su falta de participación en la risa. Ante esa observación, el compañerito lo interpelaba con una pregunta de rigor que era ni más ni menos que el rito de iniciación social a la sexualidad humana: ¿vos no estás "avivado"?
Al silencio del inocente que no entendía tampoco de qué cosa debería estar avivado, el iniciador le contaba una sarta de horrores que ocurrieron entre su papá y su mamá en la cama grande en la noche de bodas en que fue gestado él o su hermanito mayor y luego otras tantas noches para engendrar a cada uno de sus hermanitos. Hacíamos la cuenta de que donde había siete hijos, los padres habían realizado el acto sexual, la friolera de siete veces.
El inocente permanecía petrificado mientras se lo estaba "avivando", pero como el relator contaba esas cosas con picardía y alegría desembozada, el oyente hacía esfuerzos por entrar en ese clima de jolgorio superador, mientras trataba de superar la náusea. Una vez avivado, se juntaba con los otros a escuchar los cuentos verdes igual que los demás, con alegría y picardía. El chiste verde era la única fuente de información sexual que poseíamos los chicos de ese entonces. No había nada público sobre sexualidad, ni fotografías ni libros que pudieran informarnos.
Por los cuentos verdes nos enterabamos de la anatomía genital y del procedimiento de coito. De esos chistes habíamos concluído que las mujeres que hacían esas cosas eran las "putas", malas mujeres. Ni nuestra madre ni nuestra hermana ni nosotras, si fuéramos nenas, haríamos jamás cosas de ese tipo. Pero cuando estábamos obligados a pensar en papá y mamá, sacábamos el pensamiento de ese lugar, porque nos era intolerable. Sólo pensábamos que nuestros padres lo habían hecho sin placer, tan sólo para engendrar hijos, porque nuestra madre, estaba claro que no era una "puta".
Las chicas no sabíamos que a nuestros hermanos varones nuestro papá los llevaba a "debutar" con una prostituta ni bien crecían en altura y le salían los vellos de una incipiente barba en la cara. Ellos hacía una alianza de casta superior con los varones mientras las chicas recibíamos control estricto de nuestros cuerpos y de nuestras comportamientos sociales, cuidándonos la virgindidad hasta extremos humillantes, preparándonos para el matrimonio heterosexual por el que recibiríamos y deberíamos jurar fidelidad para toda la vida.
En la escuela primaria teníamos una materia que se llamaba Actividades Prácticas en la que en el sexto grado a las chicas nos hacían coser y bordar el ajuar de matrimonio, que consistía en una bombacha, un camisón, una sábana, funda de almohada y mantel de mesa bordados. También teníamos la materia Puericultura, por la que aprendíamos a bañar al bebé y ponerle los pañales usando una muñeca. Los varones en cambio, en la materia Actividades Prácticas aprendían a encuadernar libros. Yo me quedé con las ganas de aprender a encuadernar y me moría de envidia mirándolos a mis hermanos hacer una tarea tan bella. Pero aceptaba que eso no era para mí.
TODOS LOS CAMBIOS TODOS
A nosotros, los chicos que nacimos a mediados del siglo XX, nos tocó pasar por todos los cambios. En apenas una década el mundo comenzó la liberación sexual y ya se empezaba a hablar de "amor libre" cuando éramos adolescentes. A nosotros nos tocó romper con el mito de la virginidad de la mujer en el matrimonio. Pero nuestros padres no se avinieron a esos cambios. Ninguna chica le contaría a su madre que tenía "relaciones sexuales" con su novio. Así siguió la ficción.
Las chicas que ya no eran vírgenes debían seguir los rituales como si lo fueran. Se casaban por ceremonia religiosa y civil y juraban fidelidad eterna hasta que la muerte la separe. Pero llegó el divorcio. Y estas chicas fueron las que se divorciaron.
Si alguna chica quedaba embarazada podía ser objeto de las mayores torturas y humillaciones. Marta, una chica que vivía en mi barrio fue golpeada por el padre en una tarde terrible, fue obligada al aborto a pesar de ser muy católicos, y luego obligada a casarse con un hombre soltero que le llevaba veinte años, el que la embarazó.
MATRIMONIO PARA TODA LA VIDA
Las siguientes generaciones ya nacieron en el clima sexual distendido, con la sexualidad asumida desde el hogar, con el cuento de que el papá le puso a la mamá una semillita para que en el vientre se desarrollara el bebé.
Hoy los chicos tienen sexo en la adolescencia, en el noviazgo, o sexo sin compromiso. Sin embargo, también les gusta casarse por civil y hasta tener una ceremonia religiosa que siga diciendo las mismas cosas que siempre: fidelidad hasta que la muerte los separe. Pero muchos jóvenes no tienen la imagen de papá y mamá viviendo en la misma casa toda la vida. Muchos de ellos se han alejado del padre, algunos de la madre. Los matrimonios que se incian para toda la vida suelen durar una década, a veces menos.
Sin embargo, la ficción del matrimonio para toda la vida sigue existiendo, sin haber sido sincerada la realidad de que no es más para toda la vida. ¿Por qué entonces partir de hacer una promesa que nadie puede asegurar poder cumplir? ¿Cómo no sentirse defraudado alguien que recibió una promesa que no se cumplió?
Es verdad que nadie se casa para divorciarse, como nadie se muda a otra casa pensando en volver a mudarse. Pero este punto de partida ficcional de que la unión es para toda la vida, desemboca la mayoría de las veces en la tragedia de aquel divorciado que nunca acepta haber sido abandonado por el otro y arruina la vida propia y la de su familia en esa obstinación de alma en pena. Aunque todo se supere después de un tiempo, el tiempo perdido en la espera de ello es irrecuperable y doloroso, marca a fuego a los hijos, produce pérdidas de oportunidades y destrozo sin sentido del patrimonio.
EL MATRIMONIO HOMOSEXUAL ARRASTRA AL SINCERAMIENTO DEL MATRIMONIO HETEROSEXUAL
Ahora que el matrimonio heterosexual dejó de ser en la Argentina un ícono social, veremos como este hecho arrastra las costumbres hacia nuevos horizontes de mayor sinceración. ¿Será que ante la realidad del divorcio el matrimonio heterosexual deje de proponerse ser para toda la vida y se asuma de entrada que la relación de pareja puede romperse y que los divorcios no signifiquen más una tragedia donde los hijos pagan los desatinos de sus padres en una pelea infernal de abogados, y llamados a la policía?.
El juez en lo civil debería incluir en su discurso de casamiento una fórmula que hiciera recordar a los contrayentes que ese matrimonio no es un contrato vitalicio, que tiene fecha de claudicación abierta, que dura hasta que alguno de los dos lo interrumpa.
El juez debería hacerles recordar en el mismo momento del casamiento que les asiste a cada uno individualmente el derecho al divorcio, y que en ese momento cesan todos los derechos que un cónyuge adquiere sobre el otro durantre el matrimonio. Igual como se establece la cláusula de ruptura de cualquier contrato, se debería decir en el momento de casarse, qué reclamos individuales se pueden hacer al otro en caso de divorcio, en cuestiones de patrimonio y alimentos para los hijos. Y qué derechos son los que se pierden. Pero no hay una sola mención a ese tema por un falso pudor que oculta una complicidad del estado con el punto de vista religioso en la ficción del matrimonio para toda la vida.
Basta de padres excluídos del hogar por un Juez. Que el divorcio nazca del acuerdo de dos adultos que entiendan que el matrimonio puede romperse con la sola voluntad de alguno de los dos. Basta de prometerse amor eterno para toda la vida.
Seguramente habrá algunos, pocos o muchos que sobrevivan, pero que no sea por la capacidad de soportar infidelidades, ficciones y presión social.
Una de esas ficciones es pretender que es para toda la vida. Aún habiendo divorcio, las parejas siguen creyendo que se están casando para toda la vida. Otra ficción es el cumplimiento de la promesa de fidelidad. Otra ficción es que es el ámbito del amor.
Muchas veces es el ámbito del desamor, de la falta de respeto por el criterio del otro, el caldo de cultivo de los grandes odios y resentimientos entre esposos, entre padres e hijos y hasta entre hermanos.
NO ME LO CONTARON, YO LO VIVÍ
Yo nací y me crié en un mundo en el que los chicos teníamos madre mujer y padre varón, que eran esposa y esposo, casados por registro civil, con libreta de matrimonio heterosexual, también con ceremonia religiosa, constituyendo un hogar hasta que la muerte los separe, guardándose mutua fidelidad, criándonos a nosotros y nuestros hermanos todos gestados en el vientre de nuestra madre fecundado por nuestro padre mediante el acto sexual.
Los adultos tenían un problema insuperable en decirnos que entre ellos realizaban el acto sexual. Ellos dormían en la "cama grande", pero nosotros no pensábamos, ni podíamos siquiera imaginar que nuestro padre le hiciera a nuestra madre una cosa semejante, y menos pensar que nuestra madre diera su conformidad. Sobre la pared de la cabecera de la cama grande la mayoría de los matrimonios católicos ponían una cruz, y otros matrimonios ponían la foto de casamiento en un cuadro grande, donde la esposa lucía un vestido blanco con velo en la cabeza.
Los chicos no preguntábamos de dónde vengo ni cómo nací yo. Porque antes siquiera de indagar en tales cuestiones, se nos contaba que nos había traído una cigueña, después de que nuestros padres le habían escrito una carta pidiéndole que les traiga un bebé. Y aquí terminaba la explicación. A ninguno de nosotros se nos ocurría pensar que el cuento de la cigueña tuviera alguna falla racional.
Todos los chicos pasaban por el mismo proceso: un día otro chico les contaba la "verdad". Ningún adulto, ni tío ni tía ni abuela ni maestra, hablaría jamás del asunto de la sexualidad con un chico. La inciación sexual educativa estaba en manos de los mismos chicos.
En la escuela los más grandecitos se juntaban en ronda en el recreo y se contaban "chistes verdes" hablando bajito. Esa era la manera de descubrir a los que todavía creían en la cigueña. El que escuchaba por primera vez un chiste verde y no se reía, era observado por algún compañerito que se daba cuenta de su falta de participación en la risa. Ante esa observación, el compañerito lo interpelaba con una pregunta de rigor que era ni más ni menos que el rito de iniciación social a la sexualidad humana: ¿vos no estás "avivado"?
Al silencio del inocente que no entendía tampoco de qué cosa debería estar avivado, el iniciador le contaba una sarta de horrores que ocurrieron entre su papá y su mamá en la cama grande en la noche de bodas en que fue gestado él o su hermanito mayor y luego otras tantas noches para engendrar a cada uno de sus hermanitos. Hacíamos la cuenta de que donde había siete hijos, los padres habían realizado el acto sexual, la friolera de siete veces.
El inocente permanecía petrificado mientras se lo estaba "avivando", pero como el relator contaba esas cosas con picardía y alegría desembozada, el oyente hacía esfuerzos por entrar en ese clima de jolgorio superador, mientras trataba de superar la náusea. Una vez avivado, se juntaba con los otros a escuchar los cuentos verdes igual que los demás, con alegría y picardía. El chiste verde era la única fuente de información sexual que poseíamos los chicos de ese entonces. No había nada público sobre sexualidad, ni fotografías ni libros que pudieran informarnos.
Por los cuentos verdes nos enterabamos de la anatomía genital y del procedimiento de coito. De esos chistes habíamos concluído que las mujeres que hacían esas cosas eran las "putas", malas mujeres. Ni nuestra madre ni nuestra hermana ni nosotras, si fuéramos nenas, haríamos jamás cosas de ese tipo. Pero cuando estábamos obligados a pensar en papá y mamá, sacábamos el pensamiento de ese lugar, porque nos era intolerable. Sólo pensábamos que nuestros padres lo habían hecho sin placer, tan sólo para engendrar hijos, porque nuestra madre, estaba claro que no era una "puta".
Las chicas no sabíamos que a nuestros hermanos varones nuestro papá los llevaba a "debutar" con una prostituta ni bien crecían en altura y le salían los vellos de una incipiente barba en la cara. Ellos hacía una alianza de casta superior con los varones mientras las chicas recibíamos control estricto de nuestros cuerpos y de nuestras comportamientos sociales, cuidándonos la virgindidad hasta extremos humillantes, preparándonos para el matrimonio heterosexual por el que recibiríamos y deberíamos jurar fidelidad para toda la vida.
En la escuela primaria teníamos una materia que se llamaba Actividades Prácticas en la que en el sexto grado a las chicas nos hacían coser y bordar el ajuar de matrimonio, que consistía en una bombacha, un camisón, una sábana, funda de almohada y mantel de mesa bordados. También teníamos la materia Puericultura, por la que aprendíamos a bañar al bebé y ponerle los pañales usando una muñeca. Los varones en cambio, en la materia Actividades Prácticas aprendían a encuadernar libros. Yo me quedé con las ganas de aprender a encuadernar y me moría de envidia mirándolos a mis hermanos hacer una tarea tan bella. Pero aceptaba que eso no era para mí.
TODOS LOS CAMBIOS TODOS
A nosotros, los chicos que nacimos a mediados del siglo XX, nos tocó pasar por todos los cambios. En apenas una década el mundo comenzó la liberación sexual y ya se empezaba a hablar de "amor libre" cuando éramos adolescentes. A nosotros nos tocó romper con el mito de la virginidad de la mujer en el matrimonio. Pero nuestros padres no se avinieron a esos cambios. Ninguna chica le contaría a su madre que tenía "relaciones sexuales" con su novio. Así siguió la ficción.
Las chicas que ya no eran vírgenes debían seguir los rituales como si lo fueran. Se casaban por ceremonia religiosa y civil y juraban fidelidad eterna hasta que la muerte la separe. Pero llegó el divorcio. Y estas chicas fueron las que se divorciaron.
Si alguna chica quedaba embarazada podía ser objeto de las mayores torturas y humillaciones. Marta, una chica que vivía en mi barrio fue golpeada por el padre en una tarde terrible, fue obligada al aborto a pesar de ser muy católicos, y luego obligada a casarse con un hombre soltero que le llevaba veinte años, el que la embarazó.
MATRIMONIO PARA TODA LA VIDA
Las siguientes generaciones ya nacieron en el clima sexual distendido, con la sexualidad asumida desde el hogar, con el cuento de que el papá le puso a la mamá una semillita para que en el vientre se desarrollara el bebé.
Hoy los chicos tienen sexo en la adolescencia, en el noviazgo, o sexo sin compromiso. Sin embargo, también les gusta casarse por civil y hasta tener una ceremonia religiosa que siga diciendo las mismas cosas que siempre: fidelidad hasta que la muerte los separe. Pero muchos jóvenes no tienen la imagen de papá y mamá viviendo en la misma casa toda la vida. Muchos de ellos se han alejado del padre, algunos de la madre. Los matrimonios que se incian para toda la vida suelen durar una década, a veces menos.
Sin embargo, la ficción del matrimonio para toda la vida sigue existiendo, sin haber sido sincerada la realidad de que no es más para toda la vida. ¿Por qué entonces partir de hacer una promesa que nadie puede asegurar poder cumplir? ¿Cómo no sentirse defraudado alguien que recibió una promesa que no se cumplió?
Es verdad que nadie se casa para divorciarse, como nadie se muda a otra casa pensando en volver a mudarse. Pero este punto de partida ficcional de que la unión es para toda la vida, desemboca la mayoría de las veces en la tragedia de aquel divorciado que nunca acepta haber sido abandonado por el otro y arruina la vida propia y la de su familia en esa obstinación de alma en pena. Aunque todo se supere después de un tiempo, el tiempo perdido en la espera de ello es irrecuperable y doloroso, marca a fuego a los hijos, produce pérdidas de oportunidades y destrozo sin sentido del patrimonio.
EL MATRIMONIO HOMOSEXUAL ARRASTRA AL SINCERAMIENTO DEL MATRIMONIO HETEROSEXUAL
Ahora que el matrimonio heterosexual dejó de ser en la Argentina un ícono social, veremos como este hecho arrastra las costumbres hacia nuevos horizontes de mayor sinceración. ¿Será que ante la realidad del divorcio el matrimonio heterosexual deje de proponerse ser para toda la vida y se asuma de entrada que la relación de pareja puede romperse y que los divorcios no signifiquen más una tragedia donde los hijos pagan los desatinos de sus padres en una pelea infernal de abogados, y llamados a la policía?.
El juez en lo civil debería incluir en su discurso de casamiento una fórmula que hiciera recordar a los contrayentes que ese matrimonio no es un contrato vitalicio, que tiene fecha de claudicación abierta, que dura hasta que alguno de los dos lo interrumpa.
El juez debería hacerles recordar en el mismo momento del casamiento que les asiste a cada uno individualmente el derecho al divorcio, y que en ese momento cesan todos los derechos que un cónyuge adquiere sobre el otro durantre el matrimonio. Igual como se establece la cláusula de ruptura de cualquier contrato, se debería decir en el momento de casarse, qué reclamos individuales se pueden hacer al otro en caso de divorcio, en cuestiones de patrimonio y alimentos para los hijos. Y qué derechos son los que se pierden. Pero no hay una sola mención a ese tema por un falso pudor que oculta una complicidad del estado con el punto de vista religioso en la ficción del matrimonio para toda la vida.
Basta de padres excluídos del hogar por un Juez. Que el divorcio nazca del acuerdo de dos adultos que entiendan que el matrimonio puede romperse con la sola voluntad de alguno de los dos. Basta de prometerse amor eterno para toda la vida.
Seguramente habrá algunos, pocos o muchos que sobrevivan, pero que no sea por la capacidad de soportar infidelidades, ficciones y presión social.