Doce años antes del nacimiento del Estado de Israel, un adolescente alemán, terminaba su primera instrucción en Hannover, en un clima antijudío tal, que no podía pensar en ningún futuro personal. Era a finales de 1935. Sus hermanos estaban más o menos encaminados. Pero a él, por judío, ya le estaba impedida la instrucción Media, así que tenía que hacer algo para irse de Alemania.
Por eso se quiso anotar para viajar a Palestina en el plan de inmigración que ofrecía el Mandato Británico, pero le respondieron que le faltaba un año para tener la edad requerida, y después recién empezar a esperar que le toque el permiso.
La familia estaba pasando necesidad, ya que el negocio familiar, antes medianamente próspero, había decaído al extremo de no poder mantener al joven.
En Francia había un tío que dijo que lo podía recibir, para que buscara trabajo en París.
Pero como no se podía cruzar la frontera de entrada a Francia sin un contrato de trabajo, decidieron que fuera primero a Bélgica, donde había otro tío, que le iba a dar unos pesos, porque a Francia se entraba, o con contrato de trabajo o con dinero para sustentarse durante el período de permanencia.
La estadía de los dos años de permiso de permanencia en París fue dificultosa. Herschel no se llevó bien con su tío Abraham, y se las arregló malamente para sobrevivir en pensiones sin trabajo efectivo.
Llegado el año 1938, las noticias de la vida de su familia en Alemania eran cada vez peores. El nazismo avanzaba, sus hermanos habían perdido sus empleos, y la sastrería de su padre debió cerrarse por falta de ventas. A pesar de que sus padres tenían ciudadanía polaca, tampoco podían retornar a su país de origen, porque en previsión de que los 70 mil judíos polacos que residían en Alemania quisieran volver a Polonia a causa del nazismo, el gobierno de este país, en marzo de 1938, había prohibido la entrada a los polacos que permanecieron fuera del país más de cinco años, y los Grynszpan habían salido de Polonia en 1911.
Así llegó agosto de 1938 cuando Herschel no había podido renovar el permiso de estadía en Francia y la policía le había ordenado salir del país, por lo que su permanencia era ilegal. Por otro lado ya tenía vencido el tiempo de reingreso a Alemania, aunque lógicamente, no deseaba volver. Se encontraba sin solución posible, sin poder quedarse, y sin poder salir.
Además de todo eso, y para agravar la situación de sus padres, Alemania decreta en ese mes de agosto, que los judíos inmigrantes tienen caduco el permiso de permanencia. Procede al arresto de 12 mil judíos polacos residentes, los deporta a Polonia en trenes, pero detiene el recorrido dos kilómetros antes de la frontera y los hace bajar y caminar a pie hacia la frontera.
Esos 12 mil judíos llegaron a la frontera de Polonia caminando, pero se les impedía la entrada. Allí estaban desesperados sus hermanos y sus padres. Su hermana Berta le manda entonces desde la frontera con Polonia, a París una carta rogándole que los ayude “a viajar a América”, a él justamente, que no podía estar en peor situación personal.
La carta de Berta está fechada el 31 de octubre. Le llega a Herschel el 3 de noviembre. El domingo 6 de noviembre Herschel va a casa de su tío Abraham a exigirle que ayude a su familia, y en una pelea violenta con su tío que lo acusa de comprometerlo porque está en situación ilegal, logra sacarle 300 francos que se gasta al otro día, de esta forma: un revolver calibre 6.35 y una caja de balas.
El 7 de noviembre de 1938 por la mañana Herschel escribe una carta a su hermana que se pone en el bolsillo junto a la de Berta, va a comprar el revolver, toma el subte y se dirige a la Embajada Alemana.
A las 10 de la mañana, en la oficina de recepción, solicita ser atendido como ciudadano alemán por un oficial de la Embajada. Lo recibe Ernst von Rath, un joven oficial alemán, al que Herschel le dispara tres balas en el abdomen gritando: Hago ésto en nombre de 12 mil judíos perseguidos. Tenía 17 años.
Fue apresado por la policía francesa, a la que se entregó mansamente. La carta que llevaba en el bolsillo decía: Mis queridos padres, no puedo hacer otra cosa, el corazón me sangra cuando leo la tragedia de 12 mil judíos, quiero que el mundo entero se entere de mi protesta, perdónenme.
Pero nada mejoró para los judíos que el mundo se haya enterado de su protesta. En Alemania se redobló el ataque, con una furia no conocida. El 9 de noviembre de 1938, moría Von Rath por las heridas recibidas. Por la noche, un violento pogrom se desataba contra los judíos, por parte de jóvenes alemanes que de manera “espontánea” se manifestaron contra la forma en que los judíos pretendían hacer “justicia por sus manos”, asesinando a un diplomático alemán.
Esa noche y hasta la madrugada, 90 judíos fueron asesinados, miles de comercios atacados con sus vidrieras rotas, 200 sinagogas destruídas o incendiadas, 30 mil judíos arrestados y deportados. Se les hizo cargo de una multa colectiva por la vida de Von Rath y los destrozos de los edificios. Esa noche, del 9 al 10 de noviembre de 1938, se conoce como la “Kristallnacht”,”La noche de los cristales”.
La reacción de los judíos del mundo, fue condenar a Herschel Grynszpan, pero no solamente como pantalla ante el mundo, como se hace cuando se condena la violencia de la boca para afuera. No. Fue una condena unánime, verdadera, que catapultó a Herschel Grynszpan, para el que nunca se tuvo otra consideración, ni en vida ni de su memoria, que el reproche y el desprecio. Su actitud trajo mucha desgracia para los judíos, se decía, él tuvo la culpa de la Kristallnacht.
La mente del judío de preguerra, del judío general, era una mente sometida, temerosa de ofender o de hacer enojar al no judío. Se deploró y despreció sinceramene el asesinato. Herschel Grynszpan jamás tuvo ningún homenaje, ni antes ni después.
Fue tanto el temor de los judíos del mundo, por las consecuencias sobre los judíos de Europa del acto de Herschel, que se hicieron colectas muy intensas entre los judíos de EEUU para hacerse cargo de su defensa en juicio, que se desarrolló en Francia.
En Alemania lo hubieran destrozado en el acto. A toda costa la defensa a cargo de los judìos quería hacer fundar la idea de que Herschel NO ACTUABA EN NOMBRE DE LOS JUDIOS, que era una actitud individual. La defensa se fundó en base a emoción violenta a raíz de la situación de sus padres. Presentaban como prueba la carta de Berta y la respuesta que él mismo había redactado antes del crimen, que estaban en mano de la Policía Francesa.
Pero el argumento de emoción violenta no fue muy consistente para convencer a los jueces franceses ni a los alemanes y en general al mundo entero, de que Herschel actuó por mano propia, de que no fue el brazo ejecutor de ninguna organización judía ni local ni mundial. Se necesitaba un argumento más contundente. A nadie le importaba salvar a Herschel, lo que importaba eran “las consecuencias de este juicio para los judíos de Europa y del mundo”.
Para salir de la dificultad de la defensa se cambió de abogados. El nuevo abogado encontró la veta contundente para salvar la situación. Investigó la vida de Von Rath y descubrió que era homosexual y que era muy conocido en la noche de París, ya que Von Rath la vivía escandalosamente, y travestido. Para poder entrar en esa veta, se cambió la declaración del reo, se hizo confesar a Herschel que era homosexual y que el crimen en realidad había sido pasional por un vínculo personal, en una relación de exposición pública verdaderamente inconveniente para el prestigio del Régimen Nazi.
El cambio de estrategia en la defensa resultó exitoso, porque liberó a los judíos de ser cargados con la acusación de complot étnico por ese crimen. Lo que fue de Herschel Grynszpan a nadie le importó saberlo. El juicio no se terminó, finalmente los alemanes invadieron París, y sacaron a Herschel Grynszpan de Francia, sin que se sepa cuál fue su destino. Pero no hace falta mucha imaginación.