Geocities, borra todo, manda al tacho de basura el cúmulo de trabajo de tanta gente, es un escàndalo universal, es como quemar la biblioteca de Alejandría, habrá mucha gente fallecida, obras inéditas en papel, la primera obra Web de la humanidad, debería ser preservada como patrimonio histórico, cultural, no sé, me desespera saberlo.
(continuación del post anterior)
Decidí entonces hacer la lista de correo que yo soñaba. Invité a cuatro o cinco cyberateos a participar de una lista que se llamara "estafados". La cosa era considerar "estafa" no solamente a la religión, sino a todo intento de manipulación, englobando todo dentro de un mismo fenómeno que denominaríamos "estafa".
Le dí de entrada a la lista un formato y una dinámica diferentes. Comencé a enviar mensajes con noticias de los diarios que hablaban de diferentes estafas. Alguien de los invitados comunicó a otros conocidos suyos del ciberespacio la existencia de esta lista, y unos cuantos me pidieron entrar. Entró un grupo que participaba en el mundo de la lucha contra pseudociencia. Da la casualidad que cuatro eran argentinos y tenían en la Argentina una filial de la internacional Ciscop, una entidad que devela racionalmente los llamados misterios, los Ovnis, las supersticiones, las mancias, las propiedades paranormales, videncias, curas milagrosas, etc. Junto con ellos entró Manuel Borraz.
Manuel Borraz, un ingeniero catalán especialista en refutar el tema Ovni, a lo que ha dedicado su tiempo libre y publicado en diversos medios españoles, fue un magnífico colistero, colaborador y entusiasta de la lista.
Todos los días alguien enviaba un artículo de un diario con el tema de la estafa. Yo lo hacía también todos los días, buscando entre todos los diarios del mundo. El material era inagotable. Todos los sábados yo hacía un mail con un gráfico de esos que se llaman "trampe a l´oeil", que traduje como "trampa al ojo". Se trataba de graficar la metáfora de la "estafa". Los colisteros esperaban cada sábado mi nuevo hallazgo de trampa al ojo. Fui publicando toda la obra de Escher.
Prácticamente no dialogábamos entre nosotros. Sí, se hacían comentarios sobre cada artículo publicado. No sé cómo entró también un joven de Costa Rica, y también entró otro colistero que abandonaba la lista por cuatro meses porque se iba a trabajar a alta mar y no podía conectarse a Internet. Los dos años que estuvo la lista "estafados", hubo una despedida y un regreso del fiel colistero que se alejaba hacia islas remotas del Pacífico. La gente de la Ciscop me había otorgado el título de "estafóloga". Fuimos conociendo todos los abusos de las empresas, las trampas de facturación, las distintas denuncias de los damnificados a las entidades de Derecho del Consumidor como la famosa estafa de las vacaciones por tiempo compartido, las ventas de productos en sistema piramidal, los afectados de todo el mundo divulgando sus daños. Fueron dos años de mucho trabajo de todos y de compartir cosas de mucho interés.
Llegó el desastre del 2001 y los compañeros de España y el colistero de Costa Rica me preguntaban cómo era mi situación en la Argentina. Conté desesperada que tenía todos mis ahorros en el Corralito, que no había circulante, que no había trabajo. Ellos veían en la televisión los desmanes, los asaltos a los supermercados, esas imágenes que dieron la vuelta al mundo. Me emocionó un mail privado que me enviaron de común acuerdo: estaban dispuestos a mandarme dinero a través de una colecta que harían entre ellos y me preguntaban cuánto necesitaba para sobrevivir. La oferta me sobresaltó, y me emocionó hasta las lágrimas. Por supuesto que no acepté. Entonces los de España me pidieron por favor que les buscara una entidad para donar dinero porque no podían permanecer ajenos a tal desastre.
Hice el contacto para que enviaran una donación a un Comedor infantil del conurbano. El colistero de Costa Rica no encontró forma de enviarme su solidaridad y con una carta bellísima llena de amor y solidaridad latinoamericana me despachó por correo varios libros de literatura de un clásico autor costarricense que conservo y sigo releyendo. Una de las prosas poéticas más bellas que he leído en mi vida. Algùn día voy a publicar acá algún cuento de esos.
Mientras tanto, la mirada introspectiva del triste espectáculo de mi ansiedad por lo que estaba pasando en mi patria, y en mi vida por culpa del desastre, me llevó a la conclusión de que debía usar esa energía brotada de la indignación y colocarla en trabajo enfervorizado, para contrarrestar la parálisis a la que estaba condenada, como todos en la Argentina. Hice dos cosas, una: dedicarme a aprender a hacer una página Web en forma autodidacta para rescatar el material que se publicaba en la lista y tenerlo a la vista, y la otra: aprender una técnica que había descubierto que se llama Vitraux Tiffany, pero esto último lo cuento en otro capítulo.
El aprendizaje de hacer una página Web sin tener idea de lo que estaba haciendo, me consumía horas y horas de jugar al acierto y error, de concentración e irritación de la vista, hasta que los ojos se me caían de sueño. Así fui llevando adelante el proyecto hasta poder cumplir el sueño de hacer una página Web en el sitio Geocities. Y así fue cómo no caí en la depresión, pasando horas vacías de clientes en la òptica, con la sensación de que el mundo se había terminado, pensando en un futuro que se veia impredecible en sus consecuencias aterradoras. Pero no quería desesperarme. Decidí pelear contra la caída de los brazos moviendo los brazos para cualquier lado. Hacer, hacer, hacer cosas, construir, construir, aprender, aprender. No pensar, no desmayar, no desesperar.
Por fin llegaron a los comercios de la capital los "patacones" que salvaron apenas el parate absoluto del mercado de circulación, luego los "lecops". Empezó a moverse algo el trabajo, que no servìa para mucho pero dos o tres cositas por día entraban en la óptica. Cosas sin importancia, todos arreglos mínimos. Asì pasaría el 2002, con los negocios del Once cerrándose y cada vez más locales vacíos. Imposible reponer mercadería. Lo que vendía, que había pagado en dólares, lo vendía en pesos al mismo valor, como si continuara el uno a uno, porque nadie me pagaría 100 dólares por un armazón en enero de 2002 con el dólar a tres pesos, cuando me lo pagaban en diciembre de 2001 con el dólar uno a uno. Entonces me iba deshaciendo de la mercadería acumulada en el stock, a la tercera parte de su valor. Me descapitalizaba por todas partes. Yo entregaba un armazón de origen francés, que había pagado más caro de lo que lo cobraba, y en lugar de sufrir hacía de tripas corazón y pensaba que esa noche íbamos a tener para comprar comida, o para pagar algún servicio, y que no podía perder una venta de ninguna manera, que debía conservar mis clientes, me costara lo que me costara. La mayoría de ellos no supo el sacrificio que hice para sostenerlos. Entregué armazones que me costaron 50 dólares a 100 pesos, así hasta agotar el stock.
Pero yo contrarrestaba la tragedia con la energía metida en hacer una página Web.
(continuará en el próximo post)
(continuación del post anterior)
Decidí entonces hacer la lista de correo que yo soñaba. Invité a cuatro o cinco cyberateos a participar de una lista que se llamara "estafados". La cosa era considerar "estafa" no solamente a la religión, sino a todo intento de manipulación, englobando todo dentro de un mismo fenómeno que denominaríamos "estafa".
Le dí de entrada a la lista un formato y una dinámica diferentes. Comencé a enviar mensajes con noticias de los diarios que hablaban de diferentes estafas. Alguien de los invitados comunicó a otros conocidos suyos del ciberespacio la existencia de esta lista, y unos cuantos me pidieron entrar. Entró un grupo que participaba en el mundo de la lucha contra pseudociencia. Da la casualidad que cuatro eran argentinos y tenían en la Argentina una filial de la internacional Ciscop, una entidad que devela racionalmente los llamados misterios, los Ovnis, las supersticiones, las mancias, las propiedades paranormales, videncias, curas milagrosas, etc. Junto con ellos entró Manuel Borraz.
Manuel Borraz, un ingeniero catalán especialista en refutar el tema Ovni, a lo que ha dedicado su tiempo libre y publicado en diversos medios españoles, fue un magnífico colistero, colaborador y entusiasta de la lista.
Todos los días alguien enviaba un artículo de un diario con el tema de la estafa. Yo lo hacía también todos los días, buscando entre todos los diarios del mundo. El material era inagotable. Todos los sábados yo hacía un mail con un gráfico de esos que se llaman "trampe a l´oeil", que traduje como "trampa al ojo". Se trataba de graficar la metáfora de la "estafa". Los colisteros esperaban cada sábado mi nuevo hallazgo de trampa al ojo. Fui publicando toda la obra de Escher.
Prácticamente no dialogábamos entre nosotros. Sí, se hacían comentarios sobre cada artículo publicado. No sé cómo entró también un joven de Costa Rica, y también entró otro colistero que abandonaba la lista por cuatro meses porque se iba a trabajar a alta mar y no podía conectarse a Internet. Los dos años que estuvo la lista "estafados", hubo una despedida y un regreso del fiel colistero que se alejaba hacia islas remotas del Pacífico. La gente de la Ciscop me había otorgado el título de "estafóloga". Fuimos conociendo todos los abusos de las empresas, las trampas de facturación, las distintas denuncias de los damnificados a las entidades de Derecho del Consumidor como la famosa estafa de las vacaciones por tiempo compartido, las ventas de productos en sistema piramidal, los afectados de todo el mundo divulgando sus daños. Fueron dos años de mucho trabajo de todos y de compartir cosas de mucho interés.
Llegó el desastre del 2001 y los compañeros de España y el colistero de Costa Rica me preguntaban cómo era mi situación en la Argentina. Conté desesperada que tenía todos mis ahorros en el Corralito, que no había circulante, que no había trabajo. Ellos veían en la televisión los desmanes, los asaltos a los supermercados, esas imágenes que dieron la vuelta al mundo. Me emocionó un mail privado que me enviaron de común acuerdo: estaban dispuestos a mandarme dinero a través de una colecta que harían entre ellos y me preguntaban cuánto necesitaba para sobrevivir. La oferta me sobresaltó, y me emocionó hasta las lágrimas. Por supuesto que no acepté. Entonces los de España me pidieron por favor que les buscara una entidad para donar dinero porque no podían permanecer ajenos a tal desastre.
Hice el contacto para que enviaran una donación a un Comedor infantil del conurbano. El colistero de Costa Rica no encontró forma de enviarme su solidaridad y con una carta bellísima llena de amor y solidaridad latinoamericana me despachó por correo varios libros de literatura de un clásico autor costarricense que conservo y sigo releyendo. Una de las prosas poéticas más bellas que he leído en mi vida. Algùn día voy a publicar acá algún cuento de esos.
Mientras tanto, la mirada introspectiva del triste espectáculo de mi ansiedad por lo que estaba pasando en mi patria, y en mi vida por culpa del desastre, me llevó a la conclusión de que debía usar esa energía brotada de la indignación y colocarla en trabajo enfervorizado, para contrarrestar la parálisis a la que estaba condenada, como todos en la Argentina. Hice dos cosas, una: dedicarme a aprender a hacer una página Web en forma autodidacta para rescatar el material que se publicaba en la lista y tenerlo a la vista, y la otra: aprender una técnica que había descubierto que se llama Vitraux Tiffany, pero esto último lo cuento en otro capítulo.
El aprendizaje de hacer una página Web sin tener idea de lo que estaba haciendo, me consumía horas y horas de jugar al acierto y error, de concentración e irritación de la vista, hasta que los ojos se me caían de sueño. Así fui llevando adelante el proyecto hasta poder cumplir el sueño de hacer una página Web en el sitio Geocities. Y así fue cómo no caí en la depresión, pasando horas vacías de clientes en la òptica, con la sensación de que el mundo se había terminado, pensando en un futuro que se veia impredecible en sus consecuencias aterradoras. Pero no quería desesperarme. Decidí pelear contra la caída de los brazos moviendo los brazos para cualquier lado. Hacer, hacer, hacer cosas, construir, construir, aprender, aprender. No pensar, no desmayar, no desesperar.
Por fin llegaron a los comercios de la capital los "patacones" que salvaron apenas el parate absoluto del mercado de circulación, luego los "lecops". Empezó a moverse algo el trabajo, que no servìa para mucho pero dos o tres cositas por día entraban en la óptica. Cosas sin importancia, todos arreglos mínimos. Asì pasaría el 2002, con los negocios del Once cerrándose y cada vez más locales vacíos. Imposible reponer mercadería. Lo que vendía, que había pagado en dólares, lo vendía en pesos al mismo valor, como si continuara el uno a uno, porque nadie me pagaría 100 dólares por un armazón en enero de 2002 con el dólar a tres pesos, cuando me lo pagaban en diciembre de 2001 con el dólar uno a uno. Entonces me iba deshaciendo de la mercadería acumulada en el stock, a la tercera parte de su valor. Me descapitalizaba por todas partes. Yo entregaba un armazón de origen francés, que había pagado más caro de lo que lo cobraba, y en lugar de sufrir hacía de tripas corazón y pensaba que esa noche íbamos a tener para comprar comida, o para pagar algún servicio, y que no podía perder una venta de ninguna manera, que debía conservar mis clientes, me costara lo que me costara. La mayoría de ellos no supo el sacrificio que hice para sostenerlos. Entregué armazones que me costaron 50 dólares a 100 pesos, así hasta agotar el stock.
Pero yo contrarrestaba la tragedia con la energía metida en hacer una página Web.
(continuará en el próximo post)