La mujer hembra heterosexual debe ser reconcida como nuevo sujeto.
Las víctimas suelen ser víctimas por no estar identificadas. Hay una víctima que no está identificada: la mujer hembra heterosexual. Es un sujeto que se ha disuelto en un nuevo y auspicioso uso que suplanta al anterior de un término que la identificaba: mujer.
Si decimos "la mujer", ya eso no especifica ningún tipo de sexualidad porque engloba a las heterosexuales tanto como a las lesbianas aunque ellas tienen objetos sexuales distintos. Tampoco especifica ningún tipo de genitalidad, ya que engloba a las travestis y las transexuales. Si decimos "mujer heterosexual", eso engloba a las travestis y transexuales. Existe también una mujer heterosexual hembra.
¿Por qué habría que identificarla? Porque hay una problemática que la afecta específicamente de modo diferente a los otros tipos de mujeres. La afecta en su rol social de hija, en su rol social de madre, y en su rol social de pareja de un varón heterosexual, condenada aún a cumplir un rol determinado, a tener un tipo de conducta y a tener su libertad consignada. No se la puede llamar ya solamente mujer.
Podemos decir que Simone de Beauvoir se refirió a ella suficientemente y que ha habido avances en ese sentido en la sociedad. Pero no han sido suficientes, y la problemática continúa en el mundo entero.
La reciente liberación de estigmas sobre lesbianas, travestis y transexuales hace sentir a la sociedad que el problema de ser mujer fue aligerado. Sin embargo no es así. Lesbianas, travestis, transexuales y heterosexuales son mujeres de problemáticas algunas compartidas, pero otras específicas. Cada grupo tiene derecho a tener identificada su problemática específica. Y la heterosexual hembra mujer continúa con los problemas clásicos sin resolver.
Consiguieron erradicarse por fin del vocabulario público aceptado los términos llamados "políticamente incorrectos" referidos a todo grupo étnico, de diversidad de capacidades físicas, racial, homosexual, y génerico con excepción de la mujer hembra heterosexual.
Falta todavía imponer un lenguaje polítcamente correcto respecto de la porción de la humanidad que se define por el género femenino y además es biológicamente hembra (utilizando este término en sentido estrictamente biológico, no en su utilización habitual de calificativo despectivo, o de calificativo de sus virtudes como objeto sexual subordinado).
El género femenino parece liberado porque las lesbianas, las travestis y las transexuales ya han sido portegidas del agravio del lenguaje, pero la hembra que asumió el género femenino desde la heterosexualidad continúa siendo humillada por la verba machista. Las mujeres que aún conceden el uso de esa verba, reafirman con ese acto la parte de concesión que hace toda víctima a su victimario, revelando al mismo tiempo de un modo traslúcido su condición de sojuzgamiento.
A los chistes sobre la condición femenina donde se alude a un estereotipo de mujer que es como todos los estereotipos una caricatura infame, hay que empezar a darles su final algún día. Hay que empezar a condenar la práctica de chistes sobre la mujer heterosexual hembra, como se dio fin a la burla pública de los homosexuales.
El prototipo de mujer que se desprecia, claro que existe, pero es ni más ni menos que la consecuencia de ese desprecio, no la causa. Ni es un prototipo fatal por naturaleza, ni es de generalidad absoluta, como lo demuestran millones de mujeres, todavía minoría, que han salido del modelo gracias a excepcionales condiciones económicas y sociales de acceso a la educación, al trabajo y al confort del hogar. Pero ni aún el no ser como el prototipo, les asegura un trato merecido.
Para eso los varones y las mujeres de toda condición genérica, deben hacer un esfuerzo por erradicar para siempre los términos machistas del lenguaje público, las referencias en público a partes del cuerpo de la mujer con palabras vulgares, que refieren a la mujer como objeto de carne de faena o de utilidad sexual, como mina, tetas, culo, lomo, etc., reservando ese lenguaje si se desea y si se acuerda entre partes, para la intimidad o la conversación privada. Y se debe terminar de hacer referencia pública al estereotipo de mujer que habla sin parar, déspota, vigilante, espía, mentirosa, chismosa y envidiosa, etc.
Hay que terminar también con el uso de términos gramaticalmente simétricos pero que no conservan la simetría semántica para el varón y la mujer, como hembra y macho por ejemplo, donde el término macho usado como calificativo de hombre resulta honorífico, pero hembra usado como calificativo de mujer no está nunca destinado a destacar su buena honra. Basta de llamar macho al varón valiente, y basta de llamar hembra a la mujer atractiva.
Con los chistes socialmente aceptados, se humilla a la mujer, víctima de todas las épocas, de cuyo cuerpo se apropiaron y apropian todavía padres, hermanos, familia, vecinos, sociedad e Iglesias varias.
Es mentira que el lenguaje sea inofensivo. Mediante el lenguaje se perpetúa la cosificación y alteridad de la mujer hembra heterosexual. Mediante su descalifación por referencia a un estereotipo se consolida una idea que permanece en el pensamiento colectivo y que contribuye a justificar al victimario de la violencia que muchas mujeres en el mundo entero reciben hoy mismo sobre sus cuerpos y sus psiquis, desde castigos psíquicos y físicos, incluso el asesinato.
Cada chiste sobre la mujer de estereotipo, debería pensarse asociado a un moretón en algún brazo femenino.
Mediante el uso del lenguaje errático e impropio, se consolida la apropiación que las instituciones eclesiásticas y estatales ejercen sobre la vida y el cuerpo de la mujer, heterosexual hembra y de ese modo se consolida el poder de la directiva sobre su conducta y la limitación de su libertad.
Las víctimas suelen ser víctimas por no estar identificadas. Hay una víctima que no está identificada: la mujer hembra heterosexual. Es un sujeto que se ha disuelto en un nuevo y auspicioso uso que suplanta al anterior de un término que la identificaba: mujer.
Si decimos "la mujer", ya eso no especifica ningún tipo de sexualidad porque engloba a las heterosexuales tanto como a las lesbianas aunque ellas tienen objetos sexuales distintos. Tampoco especifica ningún tipo de genitalidad, ya que engloba a las travestis y las transexuales. Si decimos "mujer heterosexual", eso engloba a las travestis y transexuales. Existe también una mujer heterosexual hembra.
¿Por qué habría que identificarla? Porque hay una problemática que la afecta específicamente de modo diferente a los otros tipos de mujeres. La afecta en su rol social de hija, en su rol social de madre, y en su rol social de pareja de un varón heterosexual, condenada aún a cumplir un rol determinado, a tener un tipo de conducta y a tener su libertad consignada. No se la puede llamar ya solamente mujer.
Podemos decir que Simone de Beauvoir se refirió a ella suficientemente y que ha habido avances en ese sentido en la sociedad. Pero no han sido suficientes, y la problemática continúa en el mundo entero.
La reciente liberación de estigmas sobre lesbianas, travestis y transexuales hace sentir a la sociedad que el problema de ser mujer fue aligerado. Sin embargo no es así. Lesbianas, travestis, transexuales y heterosexuales son mujeres de problemáticas algunas compartidas, pero otras específicas. Cada grupo tiene derecho a tener identificada su problemática específica. Y la heterosexual hembra mujer continúa con los problemas clásicos sin resolver.
Consiguieron erradicarse por fin del vocabulario público aceptado los términos llamados "políticamente incorrectos" referidos a todo grupo étnico, de diversidad de capacidades físicas, racial, homosexual, y génerico con excepción de la mujer hembra heterosexual.
Falta todavía imponer un lenguaje polítcamente correcto respecto de la porción de la humanidad que se define por el género femenino y además es biológicamente hembra (utilizando este término en sentido estrictamente biológico, no en su utilización habitual de calificativo despectivo, o de calificativo de sus virtudes como objeto sexual subordinado).
El género femenino parece liberado porque las lesbianas, las travestis y las transexuales ya han sido portegidas del agravio del lenguaje, pero la hembra que asumió el género femenino desde la heterosexualidad continúa siendo humillada por la verba machista. Las mujeres que aún conceden el uso de esa verba, reafirman con ese acto la parte de concesión que hace toda víctima a su victimario, revelando al mismo tiempo de un modo traslúcido su condición de sojuzgamiento.
A los chistes sobre la condición femenina donde se alude a un estereotipo de mujer que es como todos los estereotipos una caricatura infame, hay que empezar a darles su final algún día. Hay que empezar a condenar la práctica de chistes sobre la mujer heterosexual hembra, como se dio fin a la burla pública de los homosexuales.
El prototipo de mujer que se desprecia, claro que existe, pero es ni más ni menos que la consecuencia de ese desprecio, no la causa. Ni es un prototipo fatal por naturaleza, ni es de generalidad absoluta, como lo demuestran millones de mujeres, todavía minoría, que han salido del modelo gracias a excepcionales condiciones económicas y sociales de acceso a la educación, al trabajo y al confort del hogar. Pero ni aún el no ser como el prototipo, les asegura un trato merecido.
Para eso los varones y las mujeres de toda condición genérica, deben hacer un esfuerzo por erradicar para siempre los términos machistas del lenguaje público, las referencias en público a partes del cuerpo de la mujer con palabras vulgares, que refieren a la mujer como objeto de carne de faena o de utilidad sexual, como mina, tetas, culo, lomo, etc., reservando ese lenguaje si se desea y si se acuerda entre partes, para la intimidad o la conversación privada. Y se debe terminar de hacer referencia pública al estereotipo de mujer que habla sin parar, déspota, vigilante, espía, mentirosa, chismosa y envidiosa, etc.
Hay que terminar también con el uso de términos gramaticalmente simétricos pero que no conservan la simetría semántica para el varón y la mujer, como hembra y macho por ejemplo, donde el término macho usado como calificativo de hombre resulta honorífico, pero hembra usado como calificativo de mujer no está nunca destinado a destacar su buena honra. Basta de llamar macho al varón valiente, y basta de llamar hembra a la mujer atractiva.
Con los chistes socialmente aceptados, se humilla a la mujer, víctima de todas las épocas, de cuyo cuerpo se apropiaron y apropian todavía padres, hermanos, familia, vecinos, sociedad e Iglesias varias.
Es mentira que el lenguaje sea inofensivo. Mediante el lenguaje se perpetúa la cosificación y alteridad de la mujer hembra heterosexual. Mediante su descalifación por referencia a un estereotipo se consolida una idea que permanece en el pensamiento colectivo y que contribuye a justificar al victimario de la violencia que muchas mujeres en el mundo entero reciben hoy mismo sobre sus cuerpos y sus psiquis, desde castigos psíquicos y físicos, incluso el asesinato.
Cada chiste sobre la mujer de estereotipo, debería pensarse asociado a un moretón en algún brazo femenino.
Mediante el uso del lenguaje errático e impropio, se consolida la apropiación que las instituciones eclesiásticas y estatales ejercen sobre la vida y el cuerpo de la mujer, heterosexual hembra y de ese modo se consolida el poder de la directiva sobre su conducta y la limitación de su libertad.