Perdonen ustedes por el título de este post, porque el post es más serio de lo que parece por el título.
CÓMO ME CONVERTÍ EN PRODUCTORA DE RADIO (esto podés obviarlo y leer a partir del siguiente título)
El papá de mi hijo falleció en febrero de 1994, antes de la caída de la Amia, que fue en julio. En la caída de la Amia, yo me sentía sola. Tenía a mi hijito, pero no tenía con quien descargar la angustia de lo de la Amia, que sucedió a pocas cuadras de mi casa.
Una clienta me recomendó que escuchara Radio Jai, una radio judía, donde hablaban muchos oyentes necesitados de lo mismo que yo: elaborar la situación. Me recomendó un programa de la noche, que iba de 23 a 3 de la mañana. Lo empecé a escuchar, y a comentar desde el teléfono, y me hice un nombre conocido en la audición: Eva de Once. La conductora me reconocía cada vez que yo salía al aire, y también los oyentes. Me sentí muy contenida por el programa.
Una noche mi hijo se quedó a dormir en casa de un amigo, y me quedé sola. Tuve ganas de conocer el estudio de radio, y escapar al silencio de mi casa, en la que me había quedado sola por primera vez.
Hablé con el operador del programa, que ya me conocía, y le pregunté dónde estaba la radio. Me contestó el nombre de mi calle y un número que distaba dos del mío. ¡La radio estaba edificio por medio de mi casa! Así fue como empecé atendiendo el teléfono y terminé como productora del programa. La poca distancia fue fundamental. Yo gobernaba todo desde mi casa, o me iba a la radio en dos minutos si había necesidad.
En mi caso ser productor era organizar el programa: temas, textos para leer, investigaciones, etc. Se me ocurrió traer invitados, y la verdad es que la agenda de la óptica me sirvió como nunca. Traje al programa a un montón de clientes que honraban mi agenda. Entre ellos al inefable Dr Miguel Iussem, que contestó por calles de Buenos Aires en el programa “Odol Pregunta” y se ganó un millón de pesos. Hicimos una noche memorable, recorriendo la Historia Argentina y universal con el Dr Iussem. Luego salté mi agenda personal y empecé a usar la guía telefónica. Casi dos años duró mi trabajo de cuatro días por semana, hice doscientos setenta programas. Todo terminó abruptamente cuando tuve un accidente de auto en un taxi, el día 5 de diciembre de 1995, en que festejábamos con el público invitado los trecientos programas, de los cuales sólo treinta no habían sido de mi producción: vinieron quinientas personas. El programa siguió sin mí. Luego la vida me deparó otros rumbos.
Cómo me metí en el asunto de la Escuela de Yoga de Buenos Aires
Un día de los que fui productora de radio, ocupó los diarios un escándalo: el caso de la Escuela de Yoga de Buenos Aires. En este escándalo estaban involucrados personajes de la política menemista, que habrían participado de ritos orgiásticos de amor “espiritual” y físico, con los miembros de la comunidad de Yoga, dirigida por el contador XXXX de apellido de judío, que cautivaba a sus integrantes y los convencía del traspaso de sus bienes materiales a la Fundación Escuela de Yoga de Buenos Aires, a cambio de convivir en comunidad.
Al poco tiempo del estallido, entró a la óptica una mujer que repartía un volante defendiendo al dueño de esa Escuela contra la persecución “antisemita” del juez de la causa, y se ve que la estrategia era repartir volantes por el Once, donde influirían en la opinión pública judía. Ya que se trataba de antisemitismo, la radio judía era ideal para el tema, así que les propuse venir al programa. Pero antes, yo quería enterarme bien del problema. Les propuse una reunión donde debían explicarme las cosas con fundamento.
Los cité en una confitería. Acudieron unas cuatro o cinco personas que dieron su versión de los hechos. No me gustó nada el fundamento, era muy confuso, ví que eran unos manipuladores y que me estaba metiendo con una especie de mafia. Les dije que no estaba convencida, que los iba a llamar por teléfono. No les gustó nada la dilación, y me hicieron una especie de apriete, amenazándome hiperbólicamente. Yo me hice la que no entendí la hipérbole. Ya no me acuerdo cómo lograron que me sintiera amenazada, pero disimulé aunque entré en pánico, y cambié de estrategia, pude convencerlos de que iban a tener su programa sin necesidad el apriete. Pero me fui atemorizada. Ellos me iban a obligar a que les diera el espacio. Una radio judía desde donde se acusara a un juez de antisemita, no se lo podían perder..
Presiones
Esa Escuela de Yoga de Buenos estaba denunciada como secta, y un juez le había dado lugar a la demanda, siendo que no había ningún menor involucrado. Los argumentos de la acusación estaban fundados en un concepto inconsistente, el de “lavado de cerebro”. Yo me había dado cuenta de que esta gente era una secta, y que el argumento de “lavado de cerebro” estaba condenado al muere, por lo que el acusado principal iba a terminar siendo liberado de cargos. Pero me preocupaba el manejo que estaban haciendo del argumento de la persecución por antisemitismo. Lo que hice fue llamar a Silletta, el especialista en sectas de la Iglesia Católica.
Tenía el teléfono de Silleta, en un ejemplar de la revista del CAIRP, una asociación de lucha contra las pseudociencias, mancias, técnicas paranormales, homeopatía, astrología, toda la charlatanería que se apropia de la credulidad de la gente, en la que también entra el tema de las sectas. El Cairp también fue objeto de mi interés por mucho tiempo, por eso tenía la revista. Silletta estaba al tanto de todo. Me recorrió el expediente, y por supuesto me pidió mis datos, que no tenía por qué ocultar. Y me mandó a la óptica a las víctimas que hacían la demanda, sin preguntarme si quería recibirlas. Era un matrimonio cuya hija de 18 años había comenzado con un comportamiento extraño y un día había abandonado el hogar llevándose toda su ropa y el televisor de su cuarto, a vivir a la Escuela de Yoga de Buenos Aires.
Me sentí presionada por los dos lados. Por un lado por la mafia de los sectarios conectados con personajes del menemismo, que se ve que los habían abandonado, y por otro lado, por los que me envió Silletta también a presionarme, a convencerme de que no tenía que ayudar al contador de apellido judío, que hacía abuso del recurso de antisemitismo para esconder su delincuencia. Sinceramente fui obligada a tomar parte, y la tomé por el lado de las víctimas. Y me jugué fuerte, sin dejar de tener un miedo bárbaro de la cosa en la que me estaba metiendo.
A DOS PUNTAS
Jugando a dos puntas, a los de la Escuela de Yoga los dejé creer que me habían seducido con sus manipuladoras artes, y no tuvieron ni idea de mi conexión con las víctimas. También los convencí de que la conductora iba a preguntar lo que a ella se le ocurriera, que yo no tenía nada que ver con la producción más que conseguir invitados. Me pidieron que la instruyera. Les dije que se lo iba a decir al productor, pero no les daba garantía de poder influir en él. El productor no existía. Yo estaba a cargo de todo.
A los de Silletta les fui franca con mi apoyo total, les dije que iba a invitar a los monstruos para destruirlos al aire, pero no me creían, e insistieron en estar presentes en el programa como “garantía”. Eso fue más que una presión.
Yo no me animaba a decirles que no. Si no concedía, tal vez ellos esperaran a los monstruos en la calle para evitar que yo hiciera el programa, convencidos de que yo iba a apoyar el argumento del antisemitismo desde una radio judía, y provocar así la caída de la causa por volverse peligrosa para el juez. Y quién sabe qué escándalo se podría haber armado, dado que era muy tarde a la noche, en una calle solitaria del barrio de Once. Los del contador me iban a acusar de prepararles esa celada, dado que sólo yo podría haber revelado la circunstancia, el dato del lugar y la hora del programa. Estaba contra la espada y la pared. Los monstruos no me iban a dejar que no hiciera el programa que esperaban. Y las víctimas no me iban a dejar hacer el programa sin su presencia garantizando mi compromiso.
A todo ésto, instruí a la conductora con argumentos para no ser convencida por los sectarios, y tener a mano preguntas que hicieran moco el argumento antisemita, y hacer que salgan del estudio con la cola entre las piernas. La dejé ignorar toda la presión que yo estaba recibiendo. Ella ignoró, e ignora todavía, que en el estudio estuvieron presentes las dos partes, e ignoró e ignora el riesgo en el que estuvimos las únicas tres personas presentes de la radio en esa noche: ella, el operador y yo. Porque el padre de la víctima que hizo la denuncia, estuvo presente en un box del operador, vidrio de por medio, pero vino armado.
QUÉ PASÓ EN EL PROGRAMA
Se inició el programa. Hice pasar media hora antes al padre de la víctima, y lo escondí en el box. Luego vinieron los de la Escuela de Yoga, y me dijeron que el contador iba a venir “en un rato”. Empezó el programa y la conductora los entrevistó haciéndoles preguntas y dejándolos hablar. Al rato vino el contador. Tocó timbre y yo bajé a abrirle. Cuando subimos en el ascensor, intentó seducirme y hasta largó una mano para acariciarme, que yo me saqué de encima con delicadeza, como si fuera una tonta pudorosa, para que no se diera cuenta de mi repulsa, para que siguiera creyendo en mi colaboración, y que no me adjudicara responsabilidad en lo que le esperaba en el estudio.
Pasó el contador al estudio donde estaban los otros al aire. La entrevista duró dos horas mechadas con llamadas de oyentes y publicidad grabada. La conductora, Marta Rozental, los hizo moco con arte. Deshizo, destrozó el argumento antisemita. Los oyentes empezaron a repudiar al contador, y a acusarlo de abuso del argumento. Yo estaba con el padre de la víctima encerrada en el box, oyendo al monstruo ese acusar a los acusadores de antisemitas, y de repente el padre que estaba conmigo toca debajo de su vientre con la mano y con la cara enrojecida grita “yo lo mato al hijo de puta”. Y yo me tiro encima de él, literalmente, recuerdo haberme tirado contra su panza y clavándole las uñas en la camisa le grito: me vas a tener que matar a mí primero, vas a cumplir con la palabra, está saliendo todo bien, no vas a arruinar todo pelotudo, y el tipo se calmó, y se sentó.
TERMINÓ LA ENTREVISTA
A las dos horas los sectarios tenían todo perdido. Yo los acompañé a la calle. Bajé en el ascensor con dos de ellos. Otros dos, más el contador bajaron en el otro ascensor. Me miraban con cara de disgusto. Pero como yo no tenía nada que ver, no me culpaban. Así me libré de ellos para siempre. No llegaron a ver al padre de la víctima que estaba en la radio. Por suerte.
Subí y saqué al padre de la víctima quien se fue tranquilo. Parece que al otro día las víctimas consideraron que lo que pasó en la radio fue un triunfo para ellos. El contador no pudo prosperar el argumento antisemita. De resultas, las víctimas me ungieron en el elemento periodístico de confianza.
CHICHE GELBLUNG
La semana siguiente Chiche Gelblung hizo un programa con ellos, con todas las víctimas. Exigieron que no se supieran sus nombres ni se vieran sus rostros, que la transmisión no fuera desde el canal sino desde otro lugar, y que yo, Eva Row, estuviera presente. No sé qué le dijeron a Chiche quién era yo. Creo que le dijeron que era su “vocero”, o representante ante los medios. Me pidieron que estuviera presente, que observara que Chiche cumpliera con lo prometido. La verdad es que no entendí para qué me querían, pero obviamente tenían miedo de que Chiche les preparara un encuentro con los sectarios. No lo sé, era todo muy confuso. Pero no me pude negar. Además, para mí lo peor ya había pasado, ahora estaba de costado.
Héte aquí que fui citada antes del programa por algunas de las víctimas en una confitería. Yo no sabía desde dónde iba a ser transmitido. Ellos iban a llevarme al lugar secreto. En ese encuentro me revelaron los comportamientos a los que fueron inducidos, más que nada sexuales, típicamente los de las sectas: todas con todos, y todas con el contador. Y los políticos que venían, debían ser seducidos por alguna de ellas. Conste que había matrimonios. Uno de los matrimonios estaba hablando conmigo. Él lloraba, diciendo que no podía entender cómo había entregado así a su esposa.
Y por supuesto, fueron entregando sus bienes, departamentos, autos, y hasta televisores de quienes no tenían otra cosa, como la hija (de 18 años, mayor de edad)del padre que estuvo conmigo en el box de la radio. El contador había hecho un edificio donde vivían todos. Hasta que el padre aquel se animó a hacer un juicio y dado el escándalo público, las víctimas empezaron a reaccionar y a irse de la Escuela.
Me llevaron caminando pocas cuadras. Estaban enormemente alterados y emocionados por la exposición pública que los esperaba. Llegamos a una casa de altos, antigua, en el Once. Subí la escalera y lo ví a Chiche Gelblung corriendo de acá para allá. Me presentaron a la esposa de Chiche. ¿Dónde estamos? le pregunté a la mujer de Chiche, una belleza rubia y delicada, amable y sencilla que me cayó de lo mejor. Estás en mi casa, me dijo.
¿Ésta es la casa de Chiche Gelblung? Le pregunté azorada. Sí, me dijo, vení conmigo. Me fui con ella al dormitorio. El programa lo transmitía Chiche desde el comedor de su casa, transformado en un estudio con un esfuerzo tremendo. Corrían los técnicos arrastrando los cables. En el mismo dormitorio había cables enchufados. No se podía ni estar parado porque molestábamos. La mujer de Chiche se subió a la cama sin zapatos, se apoyó en la cabecera de la cama, sentada sobre la almohada. Vení, me dijo, sacáte los zapatos y sentate conmigo en la cama. Hice lo mismo que ella, y estuvimos juntas viendo la transmisión y comentando. Las víctimas hablaron a contra luz, no se vieron sus caras.
La mujer de Chiche y yo estábamos conmovidas. Salieron primero las víctimas que no conocí, que no querían mostrarse. Luego me llevaron consigo a cenar los mismos que me trajeron. Saludé a los dueños de casa, agotados por el trámite. Y me fui a cenar con esas víctimas exhaustas, que habían expuesto sus miserias vividas, esperando no volver a verlos nunca más después de esa cena, conmovida por el extremo de manipulación al que puede llegar una persona inteligente que llegó a tener una posición y bienes, y cayó en esas garras. No quise seguir pensando lo que debe ser estar dentro de una historia como esa.
CÓMO ME CONVERTÍ EN PRODUCTORA DE RADIO (esto podés obviarlo y leer a partir del siguiente título)
El papá de mi hijo falleció en febrero de 1994, antes de la caída de la Amia, que fue en julio. En la caída de la Amia, yo me sentía sola. Tenía a mi hijito, pero no tenía con quien descargar la angustia de lo de la Amia, que sucedió a pocas cuadras de mi casa.
Una clienta me recomendó que escuchara Radio Jai, una radio judía, donde hablaban muchos oyentes necesitados de lo mismo que yo: elaborar la situación. Me recomendó un programa de la noche, que iba de 23 a 3 de la mañana. Lo empecé a escuchar, y a comentar desde el teléfono, y me hice un nombre conocido en la audición: Eva de Once. La conductora me reconocía cada vez que yo salía al aire, y también los oyentes. Me sentí muy contenida por el programa.
Una noche mi hijo se quedó a dormir en casa de un amigo, y me quedé sola. Tuve ganas de conocer el estudio de radio, y escapar al silencio de mi casa, en la que me había quedado sola por primera vez.
Hablé con el operador del programa, que ya me conocía, y le pregunté dónde estaba la radio. Me contestó el nombre de mi calle y un número que distaba dos del mío. ¡La radio estaba edificio por medio de mi casa! Así fue como empecé atendiendo el teléfono y terminé como productora del programa. La poca distancia fue fundamental. Yo gobernaba todo desde mi casa, o me iba a la radio en dos minutos si había necesidad.
En mi caso ser productor era organizar el programa: temas, textos para leer, investigaciones, etc. Se me ocurrió traer invitados, y la verdad es que la agenda de la óptica me sirvió como nunca. Traje al programa a un montón de clientes que honraban mi agenda. Entre ellos al inefable Dr Miguel Iussem, que contestó por calles de Buenos Aires en el programa “Odol Pregunta” y se ganó un millón de pesos. Hicimos una noche memorable, recorriendo la Historia Argentina y universal con el Dr Iussem. Luego salté mi agenda personal y empecé a usar la guía telefónica. Casi dos años duró mi trabajo de cuatro días por semana, hice doscientos setenta programas. Todo terminó abruptamente cuando tuve un accidente de auto en un taxi, el día 5 de diciembre de 1995, en que festejábamos con el público invitado los trecientos programas, de los cuales sólo treinta no habían sido de mi producción: vinieron quinientas personas. El programa siguió sin mí. Luego la vida me deparó otros rumbos.
Cómo me metí en el asunto de la Escuela de Yoga de Buenos Aires
Un día de los que fui productora de radio, ocupó los diarios un escándalo: el caso de la Escuela de Yoga de Buenos Aires. En este escándalo estaban involucrados personajes de la política menemista, que habrían participado de ritos orgiásticos de amor “espiritual” y físico, con los miembros de la comunidad de Yoga, dirigida por el contador XXXX de apellido de judío, que cautivaba a sus integrantes y los convencía del traspaso de sus bienes materiales a la Fundación Escuela de Yoga de Buenos Aires, a cambio de convivir en comunidad.
Al poco tiempo del estallido, entró a la óptica una mujer que repartía un volante defendiendo al dueño de esa Escuela contra la persecución “antisemita” del juez de la causa, y se ve que la estrategia era repartir volantes por el Once, donde influirían en la opinión pública judía. Ya que se trataba de antisemitismo, la radio judía era ideal para el tema, así que les propuse venir al programa. Pero antes, yo quería enterarme bien del problema. Les propuse una reunión donde debían explicarme las cosas con fundamento.
Los cité en una confitería. Acudieron unas cuatro o cinco personas que dieron su versión de los hechos. No me gustó nada el fundamento, era muy confuso, ví que eran unos manipuladores y que me estaba metiendo con una especie de mafia. Les dije que no estaba convencida, que los iba a llamar por teléfono. No les gustó nada la dilación, y me hicieron una especie de apriete, amenazándome hiperbólicamente. Yo me hice la que no entendí la hipérbole. Ya no me acuerdo cómo lograron que me sintiera amenazada, pero disimulé aunque entré en pánico, y cambié de estrategia, pude convencerlos de que iban a tener su programa sin necesidad el apriete. Pero me fui atemorizada. Ellos me iban a obligar a que les diera el espacio. Una radio judía desde donde se acusara a un juez de antisemita, no se lo podían perder..
Presiones
Esa Escuela de Yoga de Buenos estaba denunciada como secta, y un juez le había dado lugar a la demanda, siendo que no había ningún menor involucrado. Los argumentos de la acusación estaban fundados en un concepto inconsistente, el de “lavado de cerebro”. Yo me había dado cuenta de que esta gente era una secta, y que el argumento de “lavado de cerebro” estaba condenado al muere, por lo que el acusado principal iba a terminar siendo liberado de cargos. Pero me preocupaba el manejo que estaban haciendo del argumento de la persecución por antisemitismo. Lo que hice fue llamar a Silletta, el especialista en sectas de la Iglesia Católica.
Tenía el teléfono de Silleta, en un ejemplar de la revista del CAIRP, una asociación de lucha contra las pseudociencias, mancias, técnicas paranormales, homeopatía, astrología, toda la charlatanería que se apropia de la credulidad de la gente, en la que también entra el tema de las sectas. El Cairp también fue objeto de mi interés por mucho tiempo, por eso tenía la revista. Silletta estaba al tanto de todo. Me recorrió el expediente, y por supuesto me pidió mis datos, que no tenía por qué ocultar. Y me mandó a la óptica a las víctimas que hacían la demanda, sin preguntarme si quería recibirlas. Era un matrimonio cuya hija de 18 años había comenzado con un comportamiento extraño y un día había abandonado el hogar llevándose toda su ropa y el televisor de su cuarto, a vivir a la Escuela de Yoga de Buenos Aires.
Me sentí presionada por los dos lados. Por un lado por la mafia de los sectarios conectados con personajes del menemismo, que se ve que los habían abandonado, y por otro lado, por los que me envió Silletta también a presionarme, a convencerme de que no tenía que ayudar al contador de apellido judío, que hacía abuso del recurso de antisemitismo para esconder su delincuencia. Sinceramente fui obligada a tomar parte, y la tomé por el lado de las víctimas. Y me jugué fuerte, sin dejar de tener un miedo bárbaro de la cosa en la que me estaba metiendo.
A DOS PUNTAS
Jugando a dos puntas, a los de la Escuela de Yoga los dejé creer que me habían seducido con sus manipuladoras artes, y no tuvieron ni idea de mi conexión con las víctimas. También los convencí de que la conductora iba a preguntar lo que a ella se le ocurriera, que yo no tenía nada que ver con la producción más que conseguir invitados. Me pidieron que la instruyera. Les dije que se lo iba a decir al productor, pero no les daba garantía de poder influir en él. El productor no existía. Yo estaba a cargo de todo.
A los de Silletta les fui franca con mi apoyo total, les dije que iba a invitar a los monstruos para destruirlos al aire, pero no me creían, e insistieron en estar presentes en el programa como “garantía”. Eso fue más que una presión.
Yo no me animaba a decirles que no. Si no concedía, tal vez ellos esperaran a los monstruos en la calle para evitar que yo hiciera el programa, convencidos de que yo iba a apoyar el argumento del antisemitismo desde una radio judía, y provocar así la caída de la causa por volverse peligrosa para el juez. Y quién sabe qué escándalo se podría haber armado, dado que era muy tarde a la noche, en una calle solitaria del barrio de Once. Los del contador me iban a acusar de prepararles esa celada, dado que sólo yo podría haber revelado la circunstancia, el dato del lugar y la hora del programa. Estaba contra la espada y la pared. Los monstruos no me iban a dejar que no hiciera el programa que esperaban. Y las víctimas no me iban a dejar hacer el programa sin su presencia garantizando mi compromiso.
A todo ésto, instruí a la conductora con argumentos para no ser convencida por los sectarios, y tener a mano preguntas que hicieran moco el argumento antisemita, y hacer que salgan del estudio con la cola entre las piernas. La dejé ignorar toda la presión que yo estaba recibiendo. Ella ignoró, e ignora todavía, que en el estudio estuvieron presentes las dos partes, e ignoró e ignora el riesgo en el que estuvimos las únicas tres personas presentes de la radio en esa noche: ella, el operador y yo. Porque el padre de la víctima que hizo la denuncia, estuvo presente en un box del operador, vidrio de por medio, pero vino armado.
QUÉ PASÓ EN EL PROGRAMA
Se inició el programa. Hice pasar media hora antes al padre de la víctima, y lo escondí en el box. Luego vinieron los de la Escuela de Yoga, y me dijeron que el contador iba a venir “en un rato”. Empezó el programa y la conductora los entrevistó haciéndoles preguntas y dejándolos hablar. Al rato vino el contador. Tocó timbre y yo bajé a abrirle. Cuando subimos en el ascensor, intentó seducirme y hasta largó una mano para acariciarme, que yo me saqué de encima con delicadeza, como si fuera una tonta pudorosa, para que no se diera cuenta de mi repulsa, para que siguiera creyendo en mi colaboración, y que no me adjudicara responsabilidad en lo que le esperaba en el estudio.
Pasó el contador al estudio donde estaban los otros al aire. La entrevista duró dos horas mechadas con llamadas de oyentes y publicidad grabada. La conductora, Marta Rozental, los hizo moco con arte. Deshizo, destrozó el argumento antisemita. Los oyentes empezaron a repudiar al contador, y a acusarlo de abuso del argumento. Yo estaba con el padre de la víctima encerrada en el box, oyendo al monstruo ese acusar a los acusadores de antisemitas, y de repente el padre que estaba conmigo toca debajo de su vientre con la mano y con la cara enrojecida grita “yo lo mato al hijo de puta”. Y yo me tiro encima de él, literalmente, recuerdo haberme tirado contra su panza y clavándole las uñas en la camisa le grito: me vas a tener que matar a mí primero, vas a cumplir con la palabra, está saliendo todo bien, no vas a arruinar todo pelotudo, y el tipo se calmó, y se sentó.
TERMINÓ LA ENTREVISTA
A las dos horas los sectarios tenían todo perdido. Yo los acompañé a la calle. Bajé en el ascensor con dos de ellos. Otros dos, más el contador bajaron en el otro ascensor. Me miraban con cara de disgusto. Pero como yo no tenía nada que ver, no me culpaban. Así me libré de ellos para siempre. No llegaron a ver al padre de la víctima que estaba en la radio. Por suerte.
Subí y saqué al padre de la víctima quien se fue tranquilo. Parece que al otro día las víctimas consideraron que lo que pasó en la radio fue un triunfo para ellos. El contador no pudo prosperar el argumento antisemita. De resultas, las víctimas me ungieron en el elemento periodístico de confianza.
CHICHE GELBLUNG
La semana siguiente Chiche Gelblung hizo un programa con ellos, con todas las víctimas. Exigieron que no se supieran sus nombres ni se vieran sus rostros, que la transmisión no fuera desde el canal sino desde otro lugar, y que yo, Eva Row, estuviera presente. No sé qué le dijeron a Chiche quién era yo. Creo que le dijeron que era su “vocero”, o representante ante los medios. Me pidieron que estuviera presente, que observara que Chiche cumpliera con lo prometido. La verdad es que no entendí para qué me querían, pero obviamente tenían miedo de que Chiche les preparara un encuentro con los sectarios. No lo sé, era todo muy confuso. Pero no me pude negar. Además, para mí lo peor ya había pasado, ahora estaba de costado.
Héte aquí que fui citada antes del programa por algunas de las víctimas en una confitería. Yo no sabía desde dónde iba a ser transmitido. Ellos iban a llevarme al lugar secreto. En ese encuentro me revelaron los comportamientos a los que fueron inducidos, más que nada sexuales, típicamente los de las sectas: todas con todos, y todas con el contador. Y los políticos que venían, debían ser seducidos por alguna de ellas. Conste que había matrimonios. Uno de los matrimonios estaba hablando conmigo. Él lloraba, diciendo que no podía entender cómo había entregado así a su esposa.
Y por supuesto, fueron entregando sus bienes, departamentos, autos, y hasta televisores de quienes no tenían otra cosa, como la hija (de 18 años, mayor de edad)del padre que estuvo conmigo en el box de la radio. El contador había hecho un edificio donde vivían todos. Hasta que el padre aquel se animó a hacer un juicio y dado el escándalo público, las víctimas empezaron a reaccionar y a irse de la Escuela.
Me llevaron caminando pocas cuadras. Estaban enormemente alterados y emocionados por la exposición pública que los esperaba. Llegamos a una casa de altos, antigua, en el Once. Subí la escalera y lo ví a Chiche Gelblung corriendo de acá para allá. Me presentaron a la esposa de Chiche. ¿Dónde estamos? le pregunté a la mujer de Chiche, una belleza rubia y delicada, amable y sencilla que me cayó de lo mejor. Estás en mi casa, me dijo.
¿Ésta es la casa de Chiche Gelblung? Le pregunté azorada. Sí, me dijo, vení conmigo. Me fui con ella al dormitorio. El programa lo transmitía Chiche desde el comedor de su casa, transformado en un estudio con un esfuerzo tremendo. Corrían los técnicos arrastrando los cables. En el mismo dormitorio había cables enchufados. No se podía ni estar parado porque molestábamos. La mujer de Chiche se subió a la cama sin zapatos, se apoyó en la cabecera de la cama, sentada sobre la almohada. Vení, me dijo, sacáte los zapatos y sentate conmigo en la cama. Hice lo mismo que ella, y estuvimos juntas viendo la transmisión y comentando. Las víctimas hablaron a contra luz, no se vieron sus caras.
La mujer de Chiche y yo estábamos conmovidas. Salieron primero las víctimas que no conocí, que no querían mostrarse. Luego me llevaron consigo a cenar los mismos que me trajeron. Saludé a los dueños de casa, agotados por el trámite. Y me fui a cenar con esas víctimas exhaustas, que habían expuesto sus miserias vividas, esperando no volver a verlos nunca más después de esa cena, conmovida por el extremo de manipulación al que puede llegar una persona inteligente que llegó a tener una posición y bienes, y cayó en esas garras. No quise seguir pensando lo que debe ser estar dentro de una historia como esa.