Diciembre de 2001 me sorprendió y desesperó como a la rata cazada por la cola, en una trampa barata. Miraba los acontecimientos sin creer en lo que estaba pasando. Más andando el año 2002, la verdadera naturaleza de ese meteoro económico que empezó con el Corralito, se fue haciendo cada vez más evidente y se fue apoderando de mí, como la oxidación que corroe al hierro pretensioso de su dureza, de puro soberbio, ingenuo e ignorante.
Esos acontecimientos no significaron lo mismo para todos los argentinos, desde ya. A mí me agarró con la edad en la que uno todavía es joven y empieza a disfrutar con aplomo de los logros de la vida, o a pagar los costos de los errores: la década de los cincuenta años.
Todo lo que había construido se desplomó de golpe, pero no fue a causa de un error mío. Simplemente me robaron lo acumulado, tanto en el orden material como en el acopio de sueños y creencias sobre el modo de vivir. Nada me quedaba en pie. Porque lo poco que todavía tenía, seguía dependiendo de recuperar lo que había perdido, y empezaba la cuenta regresiva. Sin ninguna esperanza en el horizonte. Nada.
Hasta 2004 me dediqué a reventar enormes cantidades de energía que me venían a chorros del combustible formado por la rabia y el resentimiento, acumulados a punto de explotar en el envase. Fui administrándolo con una llama encendida. Busqué y encontré una disciplina que abordar, develar, aprender, desarrollar y aplicar, la compleja construcción de lámparas Tiffany. Busqué algo que me agotara hasta dejarme exhausta y lo encontré.
Al mismo tiempo exprimí al máximo la herramienta que por fortuna había aprendido a manejar, la computadora, que gracias a Internet, me tenía en contacto con un montón de personas afines en el mundo.
En eso estaba cuando el sistema comercial de mercado interno empezó a dar señales de respiración a pesar de su cuerpo maltrecho y moribundo, gracias a la acción de Néstor Kirchner. Ahi mi actividad de toda la vida empezaba a dar frutos pequeños y abandoné todo el subterfugio de supervivencia con las lámparas Tiffany.
Era empezar de nuevo. Era empezar de cero. Era empezar una cosa que yo dominaba pero que ya no estaría sustentada en ninguna ilusión ni certeza. En mi vida dejó de haber proyectos personales. Quedaron sepultados bajo el derrumbe. Empecé la década con toda salud y juventud, y la terminé con el diagnóstico de hipertensión, diabetes, artrosis, veinte kilos más, y toda la escenografía del deterioro físico con el que se afirma la vejez.
Cuando se acercaba el 2001, tan sigiloso y artero, yo manejaba una lista de correo por Internet, que se llamaba "estafados". Curiosa afición la mía, preocuparme por la estafa, como si hubiera sabido que iba a ser una próxima víctima.
Era una lista muy activa y concurrida, con personas que fui invitando por mi conocimiento en la participación en otras listas con temáticas políticas, racionales, escépticas. Así junté un ramillete de joyas que estaban en España, Argentina y Costa Rica.
Llegados los acontecimientos de los trágicos días del 19 y 20 de diciembre, las imagenes de los saqueos se difundieron por el mundo y los integrantes de la lista que no eran argentinos estaban escandalizados y conmovidos hasta las tripas.
Hice pública, en la lista, mi situación, mi desesperación, mi angustia, sin pensar en lo que estaba haciendo. Me hicieron saber que habían organizado "una colecta" para ayudarme a pasar el momento. Eso hizo que reaccionara para observar mi nueva situación, alguien a quien se le organiza una colecta es alguien que ya no puede sobrevivir por las suyas. Lo rechacé por supuesto, pero quedé horrorizada de mi misma.
El integrante de Costa Rica me escribió un mail diciéndome que ya que no quería recibir dinero, no me negara a ser reconfortada con algo que él quería enviarme para hacerme sentir de alguna forma su solidaridad y que no estaba sola en el dolor. Me dijo que me enviaría dos libros de un poeta y literato costarricense.
Al tiempo recibí los dos libros. Que fueron mis compañeros de todas las noches siguientes, y se encargaron de que pudiera conciliar el sueño, envuelta en paisajes selváticos o desérticos, poblados de aves y culebras de nombres desconocidos, y de protagonistas de cuentos de la mayor pobreza y sencillez del alma.
El autor es Carlos Salazar Herrera, y uno de los libros es "Cuentos de angustias y paisajes". Acabo de encontrarlo en Internet, y quería compartirlo con ustedes. Es un verdadero hallazgo de una literatura muy latinoamericana y sorprendente por su enorme belleza.
De paso, la ingratitud me hizo olvidar hasta el nombre de ese costarricense que me envió tanto cariño desde tan lejos. Si por las dudas leyera este post, que sepa que quisiera volver a saber de él, aunque sea para que sepa lo que su solidaridad significó para mí, en medio de tanta amargura.
Cuentos de Angustias y Paisajes
http://es.scribd.com/doc/29721069/Salazar-Herrera-Carlos-Cuentos-de-Angustias-Y-Paisajes#outer_page_8
Si recibís este post por mail y querés comentar, no respondas a este correo. Escribí a evarow@gmail.com
Esos acontecimientos no significaron lo mismo para todos los argentinos, desde ya. A mí me agarró con la edad en la que uno todavía es joven y empieza a disfrutar con aplomo de los logros de la vida, o a pagar los costos de los errores: la década de los cincuenta años.
Todo lo que había construido se desplomó de golpe, pero no fue a causa de un error mío. Simplemente me robaron lo acumulado, tanto en el orden material como en el acopio de sueños y creencias sobre el modo de vivir. Nada me quedaba en pie. Porque lo poco que todavía tenía, seguía dependiendo de recuperar lo que había perdido, y empezaba la cuenta regresiva. Sin ninguna esperanza en el horizonte. Nada.
Hasta 2004 me dediqué a reventar enormes cantidades de energía que me venían a chorros del combustible formado por la rabia y el resentimiento, acumulados a punto de explotar en el envase. Fui administrándolo con una llama encendida. Busqué y encontré una disciplina que abordar, develar, aprender, desarrollar y aplicar, la compleja construcción de lámparas Tiffany. Busqué algo que me agotara hasta dejarme exhausta y lo encontré.
Al mismo tiempo exprimí al máximo la herramienta que por fortuna había aprendido a manejar, la computadora, que gracias a Internet, me tenía en contacto con un montón de personas afines en el mundo.
En eso estaba cuando el sistema comercial de mercado interno empezó a dar señales de respiración a pesar de su cuerpo maltrecho y moribundo, gracias a la acción de Néstor Kirchner. Ahi mi actividad de toda la vida empezaba a dar frutos pequeños y abandoné todo el subterfugio de supervivencia con las lámparas Tiffany.
Era empezar de nuevo. Era empezar de cero. Era empezar una cosa que yo dominaba pero que ya no estaría sustentada en ninguna ilusión ni certeza. En mi vida dejó de haber proyectos personales. Quedaron sepultados bajo el derrumbe. Empecé la década con toda salud y juventud, y la terminé con el diagnóstico de hipertensión, diabetes, artrosis, veinte kilos más, y toda la escenografía del deterioro físico con el que se afirma la vejez.
Cuando se acercaba el 2001, tan sigiloso y artero, yo manejaba una lista de correo por Internet, que se llamaba "estafados". Curiosa afición la mía, preocuparme por la estafa, como si hubiera sabido que iba a ser una próxima víctima.
Era una lista muy activa y concurrida, con personas que fui invitando por mi conocimiento en la participación en otras listas con temáticas políticas, racionales, escépticas. Así junté un ramillete de joyas que estaban en España, Argentina y Costa Rica.
Llegados los acontecimientos de los trágicos días del 19 y 20 de diciembre, las imagenes de los saqueos se difundieron por el mundo y los integrantes de la lista que no eran argentinos estaban escandalizados y conmovidos hasta las tripas.
Hice pública, en la lista, mi situación, mi desesperación, mi angustia, sin pensar en lo que estaba haciendo. Me hicieron saber que habían organizado "una colecta" para ayudarme a pasar el momento. Eso hizo que reaccionara para observar mi nueva situación, alguien a quien se le organiza una colecta es alguien que ya no puede sobrevivir por las suyas. Lo rechacé por supuesto, pero quedé horrorizada de mi misma.
El integrante de Costa Rica me escribió un mail diciéndome que ya que no quería recibir dinero, no me negara a ser reconfortada con algo que él quería enviarme para hacerme sentir de alguna forma su solidaridad y que no estaba sola en el dolor. Me dijo que me enviaría dos libros de un poeta y literato costarricense.
Al tiempo recibí los dos libros. Que fueron mis compañeros de todas las noches siguientes, y se encargaron de que pudiera conciliar el sueño, envuelta en paisajes selváticos o desérticos, poblados de aves y culebras de nombres desconocidos, y de protagonistas de cuentos de la mayor pobreza y sencillez del alma.
El autor es Carlos Salazar Herrera, y uno de los libros es "Cuentos de angustias y paisajes". Acabo de encontrarlo en Internet, y quería compartirlo con ustedes. Es un verdadero hallazgo de una literatura muy latinoamericana y sorprendente por su enorme belleza.
De paso, la ingratitud me hizo olvidar hasta el nombre de ese costarricense que me envió tanto cariño desde tan lejos. Si por las dudas leyera este post, que sepa que quisiera volver a saber de él, aunque sea para que sepa lo que su solidaridad significó para mí, en medio de tanta amargura.
Cuentos de Angustias y Paisajes
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