Una voz y un canto
Plácido Domingo me hizo delirar cuando recien empezaba a escuchar ópera en disco, con el aria "e lucevan le stelle" de Tosca de Puccini. Mientras escuchaba, se me caían las lágrimas. Me aprendí de memoria esos versos inmersos en una música colosal. Versos desgarradores y plenos de dignidad de un condenado a muerte por cuestiones políticas, que evoca el fuego erótico vivido con su amada, al mismo tiempo que dice "la hora huye, y muero desesperado, y no he amado nunca tanto la vida".
El fue y es un tenor especial. Lo que tiene de especial no radica en la belleza de su voz sino en su calidad interpretativa de lo musical. No me refiero a lo actoral. Es sencillo darse cuenta de lo que digo, hay una prueba de fuego: Luciano Pavarotti es para mí la mejor y más bella voz de toda la historia, Domingo es menos tenor que Luciano, más abaritonado. Pero si uno escucha una y otra versión de la misma aria, puede ver cómo Plácido produce con su canto un efecto más penetrante en la consciencia y en el placer inteligente del espectador que Luciano Pavarotti, que sólo alcanza a llegar al placer de la emoción por su voz, sin desmercerlo por ello, ya que también me enloquece, pero por distintos motivos.
Para hacer la prueba yo elegiría el aria del Payaso de "I Pagliacci", que Domingo transforma con su interpretación en un desgarro que penetra el drama interno del personaje, mientras Pavarotti no puede llegar a ese nivel interpretativo con el canto.
Un poco de historia personal con Plácido Domingo, (no puedo evitarlo, son recuerdos muy queridos)
Por mi edad, ya no me tocó ver en el Colón a los grandes cantantes internacionales, concertistas y orquestas famosas que acostumbraban a venir a esta tierra. Comencé a ir al Colón por el año 1967, en los que el gobierno de Onganía mantenía un valor del peso muy depreciado frente al dólar y el Colón no podía pagar los cachets de los grandes cantantes. Nos conformábamos con los menos famosos y con los buenísimos elementos locales, y escuchábamos a las grandes voces, grandes orquestas y concertistas sólo en el disco.
Plácido Domingo vino en el año 1972 cuando todavía no estaba consagrado. En esa oportunidad él sintió que el público del Colón le dio el primer aplauso destacado de su vida. Sintió que el público argentino lo "reconoció". Sintió que el público argentino era especial por su gran conocimiento, sensiblidad y euforia que se manifiesta ampulosamente con lo bueno, sea o no sea famoso. Se llevó en la memoria el aplauso aquél de La Forza del Destino de Verdi, que cantarla a él le trajo buena suerte, a pesar del anatema "La forza del destino trae mala suerte".
Siete años después, en 1979, en el Colón hubo un problema con un cantante que no pudo cantar por razones de salud y fortuitamente Plácido Domingo tenía una semana libre. Lo llamaron por teléfono, le preguntaron por el cachet, le dijeron que era demasiado alto. Plácido les dijo: díganme cuánto me pueden pagar. Lo que le dijeron era mínimo al lado de lo que él cobraba. Domingo aceptó para sorpresa inmensa de los que lo estaban contratando. Y se vino de la noche a la mañana a Buenos Aires. Todos nos revolucionamos. ¿Viste que viene Plácido a cantar La Fanciulla del West? eran los corrillos todo el tiempo en el ambiente de los fans de la ópera.
Con una algarabía total el Teatro Colón se llenó tanto que ni siquiera de parado en ningún espacio del teatro había lugar. Yo no pude conseguir entradas, y por primera vez en mi vida no pude entrar ni de "colada" parada en la platea, como acostumbraba a hacer siempre. Aclaro que fui durante muchos años a todas las funciones. Imposible pagarme las plateas. Yo siempre sacaba paraíso, pero me dirigía a platea en lugar de subir al ascensor. Y me quedaba al lado de los acomodadores que sabían si alguien que tenía abono había faltado. Casi empezando los primeros acordes de la orquesta, nos acomodaban a todas las "chicas" que estábamos paradas esperando cómplices, ocupar los asientos vacíos. Los acomodadores de platea eran clásicos conocidos de toda la vida y amigos de todos los fans que no se podían pagar una entrada a platea. Brindo por ellos. Otros tiempos.
Pues bien, me quedé sin entrar junto a unos amigos del teatro. Era un multitud aparte de mí la que no había podido entrar, y estaba ocupando la calle. Todos queríamos ver salir a Plácido Domingo. Todos se quedaron por ahí. Iban a comer o a tomar un café y volvían para ocupar un lugar en la vereda y esperar que salga Plácido. Terminó la ópera, la ovación se escuchaba desde la calle. Salió el público y entre ellos algunos amigos que habían conseguido entradas. Contaron que la gente estaba tan loca que sacaron los papeles higiénicos de los baños y desde las alturas desenrrollaban los papeles para formar serpentinas o guirnaldas en signo de festejo de cancha de fútbol. Nunca se vio nada así, ni antes ni después.
Nos quedamos esperando. Y Plácido no salía. Pasaba el tiempo y Plácido no salía. Y los fans se miraban uno con otro sorprendidos. Y se iban yendo. Y la calle iba quedando vacía. Era como a las dos de la mañana cuando uno de los bedeles del teatro salió a decirnos que no lo esperáramos, que iba a tardar más todavía. Quedamos sólo unas diez personas en la vereda vacía.
(Continúa acá mismo, en este mismo post, dentro de un rato.)
Continuación
El bedel, teniendo entre piedad y ganas de que nos fuéramos, porque mientras estábamos ahí seguramente no se podía mover de la vigilancia de la puerta giratoria, salió a la calle y nos dio una información que no tiene cualquiera y voy a compartir con ustedes. Nos dijo así: miren señores, Plácido Domingo nos dio una sorpresa a todos en el teatro, después de la función invitó a festejar con una cena dentro del teatro a todos los cantantes, la orquesta y hasta el último empleado, porque está festejando en Buenos Aires las mil representaciones, y quiso venir a cantar sólo para eso, se gastó una fortuna en la cena para decenas de personas. Por eso es que tarda en salir. Nos quedamos mudos y comentamos que el cachet que aceptó era sólo para los sándwiches. Así que el hombre vino a festejar. y agradecer aquél primer aplauso. Y nos quedamos unos minutos más, y el bedel nos dijo: ahí viene, ahí sale.
Cuando salió, los pocos que estábamos lo rodeamos y uno de ellos empezó a decirle que cante un tango. Entonces él empezó a cantar un tango pero se disculpó porque no sabía la letra. Preguntó si alguien sabía la letra de otro tango que empezó a tararear. Era el tango Nostalgias. Yo sabía la letra perfectamente. Le dije que yo la sabía. Entonces me agarró por el hombro y me pidió que le pasara la letra al oído. Yo iba recitando los versos en su oído, y él cantaba Nostalgias. Díganme si no es un momento inolvidable. No puedo olvidarme de tener su voz tan cerca mío, y con su brazo sosteniéndome del hombro. Ese año 79 yo tenía 31 años y él 38. Era muy atractivo. A mí me temblaban las rodillas.
La persona humana de Plácido Domingo
Plácido Domingo fue homenajeado en la capital mexicana en enero de este año al cumplir 70 años, con una estatua suya en bronce, fundida a partir de llaves donadas por la población, y ubicada en la Plaza de los Grandes Valores.
La estatua es en homenaje al artista, pero más que nada al hombre que conmovió al mundo por su actuación en el rescate de víctimas del terremoto de 8,1 grados Richter que sacudió la ciudad en 1985 y dejó 30 mil muertos. Domingo canceló sus compromisos artísticos y con sus manos levantó día tras día piedras en largas jornadas. Bajo esas piedras murieron cuatro parientes suyos que vivían en Ciudad de México. Dos tíos y sobrinos.
Recuerdo las imagenes de la televisión, y recuerdo que la gente le pedía que se diera por vencido, pero él seguía obstinado en el trabajo de rescate. Por fin un día se dio por vencido cuando se encontró con una ironía de la vida que lo llenó de rabia: no encontró a su familia, pero fue a dar con un disco suyo que soportó el terremoto y la caída del edificio quedando intacto bajo los escombros. Era un disco con una dedicatoria a su tía.