Este es un documento que considero una perla porque edita números y consideraciones relativas acotadas a un quinquenio especial, los cinco años posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando los EEUU crecen a escala inaudita. Lo encontré en un Selecciones del Reader's Digest de Enero de 1951. De este artículo que grafica una realidad, puede concluirse si el crecimiento del mercado interno en un país que provee el consumo de la población es o no es la acumulación original productiva antes que la de la exportación. Hoy es ese el debate entre el neoliberalismo y el llamado con desprecio "populismo" que podríamos llamar respetuosamente "popularismo".
Puede que la Segunda Guerra mundial decidiera muy poco o nada en cuanto a la división del mundo entre democracia y dictadura, libertad y esclavitud, pero indudablemente restableció la confianza del norteamericano en la capacidad de su cerebro y de sus manos.
Antes los Estados Unidos habían gozado siempre de largos años de paz entre sus guerras. Esta vez sólo transcurrieron cinco años escasos desde el día de la victoria sobre el Japón hasta el conflicto de Corea. Sin embargo, este quinquenio ha sido el más próspero en la historia del país. El historiador futuro podrá considerar el intervalo de 1945 a 1950 como parte de una nueva era de confianza.
Bajo el impulso que engendró el segundo conflicto mundial, la economía estadounidense continuó su marcha ascendente. No se trataba de un auge artificial como el del alza del mercado de valores en 1929; era un auge sólido de producción que continuaba creciendo y creciendo. Los valores de la bolsa tardaron cinco años en darle alcance; la realidad parecía aventajar siempre a la imaginación de los especuladores.
Las cifras del intervalo de cinco años fueron fantásticas si se juzgan por cualquier norma anterior. Veamos, por ejemplo, la edificación. Entre el día de la victoria sobre el Japón y el día inicial del conflicto de Corea, el pueblo de los Estados Unidos construyó unos cuatro millones de casas de habitación. Estimulada por facilidades de crédito, la nación que había tardado medio siglo en pasar de la vida rural a la urbana se hizo suburbana casi de la noche a la mañana. La gente se aficionó a vivir al sol a lo largo de los 5.354.000 kilómetros de una red de carreteras en la cual se gastaron 1700 millones de dólares en mejoras y nuevas construcciones durante 1949.
A mediados de 1950 los Estados Unidos estaban produciendo casas a razón de 1.600.000 unidades por año; refrigeradores a razón de 6.900.000; receptores de televisión a razón de 6.500.000; máquinas de lavar a razón de 5.000.000; automóviles y camiones a razón de 10.300.000. Estas cifras fabulosas batieron "el record de todos los tiempos" después de cinco años en que casi constantemente un record era alcanzado hoy y batido mañana en el consumo de la población civil.
Para mantener los automóviles en las carreteras se horadaron nuevos pozos petrolíferos en los campos de artemisia del sudoeste en las llanuras costaneras del Golfo de México.
Temerarios especuladores de Tejas ganaron millones construyendo hoteles fabulosos y haciendo que los rascacielos de Houston fueran una réplica de los de Nueva York.
El auge fue alimentado por una producción de acero que pasó de 80 millones a 100 millones de toneladas anuales en un decenio, con la promesa de seis millones de toneladas más para fines de 1952 _una producción probablemente tres veces mayor que la URSS y sus satélites. Estuvo el auge sustentado también por centenares de nuevas locomotoras diesel que recorrían veloces las vías reconstruidas de la red de ferrocarriles más vasta y mejor del mundo, y por último, le dieron epuje el gas combustible y el petróleo bombeados a través de miles de kilómetros de nuevos oleoductos que enlazan a Tejas con el Oeste Medio y con Nueva York.
A mediados del año el producto bruto nacional, que ascendía a 269.000 millones de dólares, y el total de ingresos personales que llegaba a 223.000 millones de dólares, eran más altos que nunca. El índice de producción industrial de la Junta de la Reserva Federal era 197, cifra cúspide en tiempos de paz y virtualmente doble de la de 1935 a 1939; el número de personas empleadas, que había aumentado en 4.500.000 desde mediados del invierno, estaba a punto de superar la cifra más alta registrada hasta entonces: 61.600.000 en julio de 1948.
La capacidad productora de la nación se extendía a industrias completamente nuevas. La televisión irrumpió impetuosamente en el mercado. Las industrias químicas lo producían todo, desde jabón sin jabón hasta ropas tejidas enteramente con fibras artificiales. El público pagó 89.000 millones de dólares por ropa y joyas de 1945 a 1949. El acondicionamiento del aire y la construcción a prueba de ruido empezaron a considerarse necesidades y no lujos.
La revolución productora pasó a la agricultura con la mayor celeridad que registra la historia. En 1945 había en el país 1700 cosechadoras mecánicas de algodón; en 1950 el número saltó a 13.400. El maíz y el trigo, rebosaron los graneros. La nación comió cuanto quiso, ayudó a combatir el hambre en otras naciones y almacenó increíbles sobrantes de alimentos en previsión de futuros desastres.
La relación de los éxitos materiales alcanzados en ese período quinquenal podría hilarse interminablemente como el nylon que ha servido para fabricar desde medias hasta cuerdas de raqueta.
Después de la lamentable equivocación del profesor Irving Fisher, quien afirmó en octubre de 1929 que los Estados Unidos habían alcanzado un “alto grado permanente de prosperidad”, los economistas se abstienen de toda insinuación de que cualquier mejora económica de los Estados Unidos pueda tener carácter de permanencia. Con hablar de una supuesta oleada de bonanza nos hemos evitado el trabajo de meditar seriamente sobre los cambios sobrevenidos en los negocios estadounidenses durante los últimos 20 años.
La verdad es que se ha llegado a una nueva y mejor “normalidad”. El mercado doméstico es casi 25 por ciento más grande que hace un cuarto de siglo. Los negocios en general consiguieron nueve millones de nuevos clientes entre 1930 y 1039, y 20 millones más entre 1940 y 1949. La tendencia es todavía más importante que el aumento logrado hasta la fecha. Los Estados Unidos vuelven a tener una población dinámica. Las predicciones que solían hacerse sobre la población “estable” para 1950 o 1960 han sido aplazadas indefinidamente.
Los directores de negocios de los Estados Unidos han visto de todo en los últimos 20 años y han aprovechado la experiencia. El programa de largo alcance sobre investigación, diversificación de productos e inversión de capitales adoptado por millares de compañías poderosas es una fuerte influencia equilibradora. Y la adopción cada vez más extensa de la semana de cinco días y las vacaciones pagadas ha creado ricos mercados nuevos y ampliado los antiguos.
También se han hecho alentadores progresos en otros terrenos desde 1945 hasta 1950. Con el descubrimiento de nuevas drogas maravillosas (entre ellas la cloromicetina y la aureomicina), la ciencia ha hecho menos azarosa la vida humana. En el campo de la instrucción, el aumento de graduados en las escuelas de segunda enseñanza y en las universidades ha influido profundamente en la eficiencia económica y en la capacidad de consumo.
En los últimos cinco años, más de 1.400.000 norteamericanos se graduaron en las universidades; en 1950 obtuvieron grados universitarios dos veces más alumnos que en cualquier año anterior a la guerra.
En las relaciones entre patronos y obreros, la tensa atmósfera que predominó de 1930 a 1939 se ha desvanecido con el equilibrio relativo del nuevo sistema de perçnsiones adptado por las industrias del acero y del contrato por cinco años de la General Motors.
Nadie es capaz de medir cosas como el progreso artístico, el progreso musical, los placeres de las diversiones sencillas o la intensidad de la fe religiosa. Nadie puede valorar en dólares la simpatía, la amista ni el amor.
Sin embargo, las cifras pueden sugerir ideas, y tal vez pruebe algo el saber que los miembros de las diversas iglesias aumentaron de 55.807.366 en 1936 a 81.777.874 en 1949. Y en cuanto a los problemas mundiales, que suponen valores espirituales tanto como poderío político, los Estados Unidos han crecido definitivamente desde 1940. En 1950 el pueblo estadounidense estaba listo para aceptar un papel mundial.
Al decidirse a la defensa de la joven y débil república de Corea del Sur, los Estado Unidos volvieron a descubrir una antigua verdad que siempre inspiró las mejores actuaciones de la política extranjera norteamericana. Esa verdad es sencillamente que la solución peligrosa, la solución que implica riesgo, puede ser la más segura de todas.
La economía estadounidense, gobernada en gran parte por la aceptación de riesgos, es la justificación final de la política extranjera norteamericana. Y sobre esa capacidad de afrontar riesgos en la política extranjera es sobre la que mayormente descansan las esperanzas del mundo libre.
El general Ludendorff en sus reminiscencias de la primera guerra mundial se quejó de la “inmisericorde eficiencia” de la industria estadounidense. Esa industria, vastamente ensanchada fue el árbitro de la segunda guerra mundial. En dos años de trabajo los Estados Unidos produjeron casi tantas armas como todos sus enemigos y sus aliados juntos. No hace falta decir que las armas habrían sido inútiles si los norteamericanos hubieran carecido de la voluntad y capacidad de usarlas. Pero la partida extraordinaria del activo militar norteamericano –la gran reserva estratégica del mundo no soviético- es la economía norteamericana.
Esa economía es hoy mucho más grande, mucho más abundante en recursos y mucho más vigorosa de lo que era en 1939, cuando empezó a reorganizarse para atender a las necesidades de la segunda guerra mundial. Al mediar el siglo parece que los negocios estadounidenses son capaces de una era de sostenida prosperidad, prolongada más bien que debilitada por depresiones periódicas de poca gravedad.
El desenvolvimiento de las relaciones soviético-norteamericanas puede alterar en mucho o totalmente esta perspectiva. Lo que no sufrirá alteración es que la economía norteamericana, al aproximarse a las nuevas y nunca pronosticadas demandas hechas a su vitalidad, muestra ser una empresa en marcha ascendente. Este es el hecho militar y político más importante del mundo actual.
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