Baruj Spinoza, filósofo, científico y óptico,
tallador de lentes, entre otros para su amigo Huygens,
inventor del microscopio.
Sólo ahora, que tengo un hijo en la facultad, me doy cuenta de todo lo que puede saber la madre sobre un hijo de esa edad, aún sin que él lo sospeche.
Un día mi madre comenzó a decirme cosas como ¿Adónde va una mujer con tu carrera? Me asombraba la pregunta. Mi mamá no lo decía mal, pensaba cosas que yo no pensaba. Yo no había pensado mi vida más allá del estudio. Estudiar, eso era mi vida. Y lo que estaba estudiando era lo máximo.
Jamás se me ocurrió que alguna vez debía ganarme la vida, o en planear mi vida en algún sentido. Yo estaba frente a la Ciencia con mayúsculas, como una tímida advenediza, sin perder el asombro, sumergida en un mundo exclusivo, conmovedor, que hacía nacer en mí una persona nueva cada día, cada clase.
Y ella insistía. Mirá el óptico Mizrahi (el que me hacía los anteojos) qué linda profesión, y qué linda profesión para una mujer..., decía suspirando. A mí no me molestaban esos comentarios, más bien me dejaban perpleja. No entendía qué cosa pasaba por la mente de mi mamá. Pero las palabras iban entrando en mi cabeza, como si un sutil método de trepanación indolora hubiera horadado mi cerebro.
En realidad, yo no estaba bien. Y ella lo notaba. Creo que se notaría la escasa confianza en mí misma, la falta de planes sobre el futuro. Sentía que el mundo de la ciencia superaba mi enorme pequeñez. Y estaba comparándome todo el tiempo con mis compañeros.
Por un lado, con los genios, Guillermo Fernández D'Oliveira, Alfredo Iusem, y otros cuyos nombres ya olvidé. Unos cuantos intelectos superlativos que de las clases sacaban un mundo de conclusiones, mientras yo apenas si me sentía capaz de hacer pié en lo menos hondo de esa pileta sin límite. Desazón era lo que sentía, pero no abandonaba permanecer al lado de tales maravillas humanas, educados en el Nacional Buenos Aires, por supuesto, no como yo, en un bachillerato liviano de Belgrano.
Por otro lado, me comparaba con los chatos aprobadores de materias. Había unas cuantas chicas, que estaban diciendo todo el tiempo que "no entendían nada", y que sin embargo, aprobaban. APROBABAN. Como yo, aprobaban.
Y me sentía mal, angustiada. Muy angustiada. Y se ve que mi mamá lo notaba.
Eva Row