Dominga Paz nació en una estancia de Salta. El dueño de la estancia, si no se llamaba Saravia, es porque ya no me acuerdo. Digámosle Saravia. Era "colorado", como Rosas. De piel blanca, por supuesto.
La Dominga también era colorada, de piel un poco más blanca que su familia. Los padres de la Dominga eran puesteros de la estancia. Habían parido nada menos que 17 hijos, todos morochos, menos la Dominga. El padre pensaba que una hija colorada era un regalo que le había hecho Dios para agradar a los ojos del patrón.
La puestera hacía comida para los 17 hijos en una sola olla, muy ancha, y todos los hijos comían de la olla, cada uno con su cubierto. Nadie salía de la estancia. Ningún chico iba a la escuela. Solamente salían para el servicio militar los varones, y volvían al finalizar. Cuando la Dominga cumplió 6 años, el padre se presentó ante Don Saravia para hacerle una solicitud. Pensó que Saravia haría una excepción con la "colorada", y a diferencia de los otros hijos, la dejaría aprender a leer en la escuela. Pero el patrón dijo que no. Dijo que para qué aprendería a escribir una mujer, para escribir cartas a los muchachos.
La Dominga también era colorada, de piel un poco más blanca que su familia. Los padres de la Dominga eran puesteros de la estancia. Habían parido nada menos que 17 hijos, todos morochos, menos la Dominga. El padre pensaba que una hija colorada era un regalo que le había hecho Dios para agradar a los ojos del patrón.
La puestera hacía comida para los 17 hijos en una sola olla, muy ancha, y todos los hijos comían de la olla, cada uno con su cubierto. Nadie salía de la estancia. Ningún chico iba a la escuela. Solamente salían para el servicio militar los varones, y volvían al finalizar. Cuando la Dominga cumplió 6 años, el padre se presentó ante Don Saravia para hacerle una solicitud. Pensó que Saravia haría una excepción con la "colorada", y a diferencia de los otros hijos, la dejaría aprender a leer en la escuela. Pero el patrón dijo que no. Dijo que para qué aprendería a escribir una mujer, para escribir cartas a los muchachos.
Sin escribir cartas a los muchachos, a la Dominga el patrón le asignó un marido. Y llegó el día en que la Dominga se mudó a un rancho que era otro puesto con el "marido" asignado, después de casarse en la Capilla de la estancia.
Cuenta ella que "nunca había visto un hombre debajo de los pantalones". Y que cuando el marido se sacó los pantalones ella se llevó un "susto bárbaro" y salió corriendo fuera del rancho. Corrió muchísimo y tardaron un montón hasta que "la agarraron". Estaba el patrón entre la tropa que la buscaba. Se mataba de la risa cuando la encontraron. Y ahí dijo, colorada tenías que ser para rebelde.
Llegó el peronismo y algo cambió para los esclavos cautivos en pleno siglo XX. La cuestíón es que la Dominga se fue de la estancia. Al marido lo metió a obrero en una fábrica en la ciudad de Salta. Los tres hijos fueron a la escuela primaria. Después al secundario. Los tres terminaron. Una es maestra. La otra enfermera. El varón, Perito Mercantil, trabajó para pagarse la carrera de Contador Público, y se recibió. Los tres se fueron de la casa y viven bien.
El marido de la Dominga chupaba y se emborrachaba. Ella estaba cansada de verlo así los fines de semana. El tipo podía ir a trabajar y cumplía con su trabajo durante los días laborables, pero los fines de semana vivía en curda. Y ella estaba cansada. Tenía pendiente conocer Buenos Aires, y un día hizo la valija y se tomó el tren.
Acá consiguió trabajo de empleada doméstica. En realidad de lavandera, porque a ella le gustaba lavar. Era una artista en la pileta. Jabón en pan, una tabla de madera y fregar. Si le habré lavado zapatillas a Danielito, me contaba. La señora era muy exigente, y yo le dejaba las zapatillas blancas igual que las medias, a mi Danielito. "Danielito" era Scioli.
Cuando la Dominga me contó que había trabajado en lo de Scioli, Danielito era un as de la motonáutica y el padre era dueño de la cadena Scioli, de artículos para el hogar, con varias sucursales. Después el padre murío y él se hizo cargo. Después entraría a la política.
Dominga se fue de la casa de los Scioli cuando el matrimonio se separó. Se buscó trabajo por horas y estaba llena de casas que le pagaban muy bien. Alquilaba una pieza en un viejo edificio del barrio de Once. Era feliz. Siempre tenía "novio", pero lo llamaba "mi marido". La cosa es que me presentó unos cuantos maridos que iba cambiando, bastante más jóvenes que ella. Ella lucía su cabellera colorada, enrulada cayéndole sobre los hombros y los brazos musculosos, era atractiva.
Una vez yo necesitaba una muchacha para limpieza y me la recomendaron. La tomé. Yo era recién casada, muy joven y sin experiencia en cuestiones de hogar. La Dominga me hizo tirar los trapos de piso grises, y comprarle color blanco. Me explicó que era la forma de saber que al trapo se le había ido "la tieya". Venía con un delantal rosa impecable y almidonado, y se ponía una cofia en la cabeza para que no le caiga ni un pelo.
Me deslumbró su dedicación a la limpieza. Cuando trabajaba hablaba sola en voz alta. Repetía "la Dominga lucha contra la tieya". Miraba sus trapos blancos cuando los colgaba y decía "nada de tieya". Esta vez fui yo la que me separé, y me mudé. Pero me la llevé a la Dominga a mi nuevo departamento. Ella me hizo una sola vez un comentario sobre mi separación. El señor no era para usted, usted es mucho mejor, a mí él no me gustaba. No se preocupe que yo la voy a cuidar. Me quedé sin respuesta, emocionada.
Mi nuevo departamento lucía su limpieza rutilante. Se llevaba toda la ropa, sábanas y toallas, a lavar en su casa. Y me traía todo impecable y planchado y lo metía en los cajones del placard. Decía que le gustaba la pileta grande que tenía en ese ex-conventillo en el que vivía, al que fui una vez a tomar mate con ella porque me invitó. Una vez por mes me pedía plata para pagar la jubilación. Se había anotado como autónoma, y le pedía plata a las patronas para pagar. Me pagan entre todas, me dijo la primera vez. ¿Y cuánto le doy? Le pregunté. Lo que usted quiera, me dijo.
Entonces empecé a calcular cuánto me correspondía según las horas de trabajo. Ella no sabía hacer cuentas, ni sumar. Era analfabeta por no haber ido a la escuela primaria. Le escribí en un papel lo que tenía que pagar cada una en proporción a las horas que trabajaba en cada casa. Para eso le pregunté cuántas patronas tenía, me contestó "no sé, yo no sé contar". Entonces le pedí los nombres y me los dijo, así saqué la cuenta. Cuando le pregunté cuántas horas trabajaba en cada casa, sólo pudo decirme a qué hora entraba y a qué hora salía de cada casa. Sabía mirar el reloj, pero no contar.
Esos años en que viví sola me sentí protegida por la Dominga. Llegaban las vacaciones y la Dominga estaba por viajar a Salta a ver a los nietos. Ella lavaba la cocina y me parece estarla viendo de espaldas, con su delantal rosa, preguntándome: ¿usted me va a extrañar? Claro Dominga, la quiero mucho, usted es como si fuera mi mamá, me cuida y yo le estoy muy agradecida. Yo la quiero mucho a usted, me dijo esa vez, sin darse vuelta.
Cuando salía de mi casa se iba siempre para lo de Rosita Carpelionsky, la clienta que me recomendó a la Dominga. "Listo, se acabó toda la tieya en su casa, me voy para lo de la judía", me decía siempre. Y yo le contestaba "no tiene que decir así, Rosita es judía igual que yo". Entonces Dominga me respondía siempre: "¡Qué va a ser judía usted! Y no hubo caso, cada vez me respondía lo mismo. No me voy a olvidar de ese "Qué va a ser judía, usted".
Mi nueva pareja le gustó mucho. Pero desgraciadamente no fue correspondido ese gusto. El que fue el padre de mi hijo, me dijo que se sentía mal teniendo en la casa a alguien que había estado conmigo en mi primer matrimonio. Y no hubo caso, no pudo sobreponerse, no pudo dejar de mortificarse, así que con todo el dolor de mi alma, le dije a la Dominga lo que pasaba. Ella se fue sin decir una palabra. Se sacó el delantal y se fue en ese mismo momento. Me partió el corazón.
Pasó un tiempo largo y me vino a visitar al negocio sin ningún resentimiento. Me contó tres cosas.
Una, que había encontrado un rollo con papelitos verdes justo cuando iba a la carnicería. Se los mostró al carnicero y éste le dijo que eran dólares. ¿Y qué hago con eso? le preguntó la Dominga. Déjemelos que yo le voy a ir dando carne., le dijo el carnicero Y me dió carne mucho tiempo, pero mucho tiempo, me contó la Dominga. Le pedí que mostrara con las manos el tamaño del paquete, y me mostró algo como de 10cm de diámetro. No quiero saber lo que se habrá comprado el carnicero gracias al analfabetismo de la Dominga. O tal vez habrá sido un tipo honesto. Sólo "dios sabe" la burla que el destino puede depararle a alguien desprovisto de alfabetización, ponerle una fortuna en las manos a quien no puede darse cuenta de ello... tal vez.
La segunda, que le avisaron que el marido de Salta tenía que operarse del corazón en Buenos Aires. Ella lo fue a buscar y se lo trajo de Salta en tren a la pieza, lo cuidó hasta que se operó y que se mejoró, y luego lo despachó devuelta para Salta. El matrimonio es un sacramento, me explicó, yo soy la esposa y tengo la obligación de cuidarlo.
La tercera, que le faltaba plata para jubilarse, que ya estaba en la edad pero no tenía pagado todo lo que le pedían. Me dijo que le faltaban los años en que había trabajado en la casa de la familia Scioli, que si ella pudiera ver a Danielito le pediría la plata y él le daría, "mi Danielito", pero no sabía dónde encontrarlo, si yo la podía ayudar. Claro, le dije, búsquelo en una sucursal de Scioli, vaya a Santa Fé y Callao, y pregunte por él.
La Dominga fue. No lo encontró. Le dijeron que "no estaba". Vino al negocio a contarme. Le dije que lo dejara en mis manos.
Daniel Scioli ya estaba en política. Yo había hecho ya mi experiencia de productora de radio, y sabía cómo hacer para encontrar a una figura pública. Durante un año conseguí invitar a un personaje importante a mi programa todas las semanas. Y sin agenda. Siempre me acordaba de Blackie que cuando un productor nuevo le preguntaba si tenía agenda, ella le tiraba la Guía de Teléfonos por la cabeza.
Me había hecho toda una estrategia para conseguir a los invitados. A los diputados los conseguía buscando la complicidad "de clase" entre las secretarias, o de la primera voz femenina que me atendía el teléfono. Conseguía el nombre de la Secretaria, de la que le manejaba la agenda, siempre usando el argumento de "ayudame por favor, mi jefe me mandó conseguir sí o sí a la que le maneja la agenda". Una vez conseguido el dato, preguntaba cuándo la encuentro y la llamaba. De nuevo le rogaba a la que maneja la agenda, que me ayude a conseguir la entrevista porque mi jefe me dió la orden. Y conseguía todo, rápidamente, sin más trámite. La cosa era averiguar el nombre de pila y pedir por ella en forma terminante al telefonista, y tuteando a la que llamaba por el nombre de pila cuando ésta me respondía. ¿Ana María está? decía con voz firme al que me atendía el teléfono, nada de circunloquios. El telefonista impelido a contestar por el tono imperativo, iba a ver si está Ana María, y me daba enseguida con ella si estaba, y si no, me decía a qué hora viene.
Así aprendí a mover a los telefonistas. Así hice con Daniel Scioli.
Busqué en la guía el teléfono de la sucursal SCIOLI de Villa Crespo. Me atendío una telefonista relajada, de voz desagradable. Como si yo fuera alguien muy importante, le dije medio a los gritos, "decime, ¿Daniel está ahora ahí, o dónde está? Impelida me contestó: no está acá, está en la sucursal de Santa Fé."Ay por favor dame el teléfono que no tengo la Agenda", y me lo dio. Papita p'al loro, se decía antes. Llamé inmediatamente. Era el teléfono de la oficina de Daniel. Escucho una voz masculina que dice "Holááá..." Ipso facto le contesto, otra vez como siendo una amiga de Daniel urgida de que me conteste ¿Daniel? El tipo dice "no, enseguida te paso". Se ve que Daniel le preguntó quién es. Volvió el tipo al teléfono muy amable y me preguntó "¿de parte de quién?" Yo le contestesté categórica: ¡De Eva !. La cuestión es que Daniel Scioli... se puso al teléfono.
-Holá, dice Daniel. Ahí le largo el "espiche" sin dejarlo respirar.
-Mirá Daniel, yo me llamo Eva pero no me conocés. Seguramente te acordás de Dominga Paz, una lavandera que te lavó las zapatillas cuando eras chico en casa de tus padres. Yo te llamo de parte de ella, está en edad de jubilarse y le faltan los aportes del tiempo en que trabajó en tu casa. Fue a buscarte pero le dijeron que no estabas. Dame ya mismo una cita con día y hora para que te encuentre. Ya sos un hombre público y seguro que le vas hacer los aportes que le faltan.
-Claro, contestó Daniel, decile que venga el jueves 12 a las 5 de la tarde acá a mi oficina de Santa Fé. ¿Pero vos quién sos?
-Yo soy una patrona que le pagó la jubilación Daniel, y estaba segura de que vos ibas a hacer lo mismo.
-Muy bien, decile que la espero, me dijo Daniel, claro que me acuerdo de la Dominga.
-Bueno gracias Daniel, chau.
-Chau, me dijo Daniel.
La Dominga se jubiló, y de agradecimiento me vino a hacer empanadas a casa amasadas a mano y la carne cortada a cuchillo, empanadas salteñas, riquísimas. Fue en esa oportunidad donde me contó su historia esa del patrón colorado, de que no conocía un hombre debajo de los pantalones, etcétera. No puedo decirles lo emocionante que fue escuchar todo ese relato contado con tanta inocencia. Cuando me contó que salió de la estancia, me dijo que fue gracias a Perón, y terminó la frase diciendo "por eso yo me voy a morir peronista".