El aporte del sentido común
Un fracaso en política es rimbombante, emergente, ostentoso, explosivo, soberbio. El éxito es humilde, silencioso, subterráneo, natural, inadvertido. Esto se debe a la psicología humana.
La paz no se siente, la guerra, sí. La salud no se siente, la enfermedad, sí. El dinero se siente más cuando falta que cuando alcanza. La psicología humana tiene defectos que hacen difícil la acción silenciosa de la política. Una excelente gestión de años de un político cae de un segundo para otro por alguna situación puntual.
Inseguridad y corrupción son "temas sensibles de la gente", esos que llevan la política a cero. Una sola situación de inseguridad o de corrupción actúa igual que si hubiera inseguridad máxima o corrupción generalizada: emerge como la prueba del fracaso de la política, sin tomar en cuenta todos los éxitos que ésta haya tenido.
Los temas "sensibles", en lugar de disparar el debate para encontrar soluciones racionales, conminan a encontrar soluciones urgentes, rápidas y drásticas, que responden al "sentido común", ese sentido común que autoriza a la ignorancia y desautoriza el conocimiento específico.
La "autoridad" del sentido común" la fundan las noticias alarmistas, los pronósticos catastróficos y las teorías conspirativas. El sentido común es la opinión del desautorizado.
El pueblo enardecido no produce actos de Justicia sino de bestialidad. No hay escena más elocuente que la de la gente saliendo a buscar a un asesino para lincharlo, de esas que hemos visto tantas veces en los westerns de Hollywood. Por eso "el Far West" es una metáfora de la insubordinación a la ley, de la justicia por mano propia.
Frente a la Inseguridad, como a la corrupción, sólo queda el camino de ahondar en la razón, profundizar el conocimiento, aplicar el entendimiento.
Estamos ahora frente a un acto de corrupción
¿Qué hacer? ¿Cómo actuar? ¿Cómo no incomodarse siendo un ciudadano oficialista? ¿Cómo responder frente a las agresiones del sentido común? ¿Cómo evitar el propio sentido común? ¿Cómo evitar la corrupción?
Frente a un acto de corrupción, el partido opositor comienza una acción de utilización política. La defensa del gobierno está en el señalamiento de que es una situación anormal de la cual no se hace cargo más que favoreciendo la acción de la Justicia. Este argumento no convence a nadie.
Detrás de la política partidaria, en cuyo escenario la oposición saca rédito de un fracaso oficialista, hay un debate ideológico que hay que volver a dar cada vez que una situación semejante emerge en la escena y no está terminado. No alcanza con esperar que la Justicia actúe, porque hay muchos otros factores en juego que quedan flotando en el aire.
Entre liberalismo ( neoliberalismo) y populismo (en sentido laclausiano, no peyorativo) subyace el debate idológico sobre la aptitud del Estado para liberarse de la corrupción.
El liberalismo dice que la corrupción es inherente al Estado y por eso hay que llevarlo a la mínima expresión. El populismo que basa su programa en la intervención del Estado en la esfera pública, no parece tener otra defensa contra la corrupción que la de allanar la intervención de la Justicia y establecer un control eficiente de la gestión de los funcionarios. Pero esto no alcanza para evitar la corrupción ni convencer a la opinión pública.
En referencia al control, los controles no son nunca efectivos por más esmerados que sean, porque la corrupción aprende a saltar sobre el mejor control. Cada vez que aparece un imputado de corrupción, queda evidenciado que el control ha sido insuficiente por mejor que haya sido, con lo que el gobierno queda comprometido, por un lado en su ineficacia para el control, y por otro en la sospecha de que la ineficacia ha sido intencional, cosa que además lo hace sospechoso de complicidad. Esto significa que un gobierno populista tiene un grave problema con la corrupción, frente a lo que no tiene defensa efectiva.
En cuanto a la acción de la Justicia, el ajusticiamiento de un corrupto no evitó jamás que otro corrupto se amedrente, y no evita que se asocie al gobierno al acto de corrupción de un funcionario. El control esmerado, además de ser inoperante para evitar la corrupción, es una máquina de dilatar e impedir las acciones. La dilación y traba a las acciones son argumentos que el liberalismo apoya cuando se trata de controlar los asuntos y las cuentas privadas, a lo que llama despectivamente "burocracia", pero aclama por mayor control cuando se trata de asuntos estatales sin importarle que sea una traba para los logros.
El castigo no sirve tampoco como método preventivo, ni siquiera reparador; sólo es un recurso que claudica en el empeño de la prevención, que pone en evidencia que la prevención ha fracasado. Una solución contra la corrupción tiene que prevenirla para que no ocurra. Castigarla no sirve para nada.
Esta endeblez, discursiva y políticamente real, que tiene el populismo para resolver el tema de la corrupción, lo debilita frente al discurso neoliberal que coinicide tan estrechamente con el sentido común, y nos preocupa a todos los ciudadanos, tanto oficialistas y contreras.
Humildemente invito a que todos coincidamos con el liberalismo en algunos diagnósticos. En que la corrupción es un elemento inherente al Estado y en que la posibilidad de corrupción aumenta en forma proporcional al tamaño del Estado. Pero repudiemos la idea de que lo más drástico y de sentido común para terminar con la corrupción anulando al Estado sea la solución para terminar con la corrupción. Ni por los resultados ni por las consecuencias.
El Estado liberal, pequeño, mínimo, tiene una corrupción concentrada e incontrolabe, menor en número de casos que en el del Estado populista, pero mayor en los números reales de perjuicio al país. Lo que le ha costado al país la deuda externa generada por la corrupción de los gobiernos liberales ha hundido al país como no lo hubieran podido hacer mil Estados populistas. Los bancos nos robaron mucho más que nada.
La solución liberal de eliminar al Estado es una solución brutal, amputatoria de un miembro fundamental de la democracia que ampara a la sociedad civil, amputar al Estado ampara privilegios privados, el Estado queda en manos de una aristocracia que lo usa para sus fines egoístas, lo se que gana por un lado se pierde por el otro a la décima potencia, por lo tanto achicar el Estado para evitar la corrupción no es la solución. ESTADO LIBERAL NO, DEFINITIVAMENTE.
¿Cuál es entonces la solución a la corrupción?
La solución definitiva al problema de la corrupción no existe por ahora, nadie la tiene.
La solución al problema político que desencadena la corrupción en un gobierno populista exitoso azuzado por los argumentos del liberalismo y el sentido común, es primero que nada reafirmar el apoyo al gobierno popular, recoger el desafío del debate que se genera y desautorizar al sentido común aportando los elementos que acabo de exponer, para hacernos cargo todos de este problema, poniendo las cartas sobre la mesa, y descartando siempre el achicamiento del Estado, porque esa no es ninguna solución.
Un fracaso en política es rimbombante, emergente, ostentoso, explosivo, soberbio. El éxito es humilde, silencioso, subterráneo, natural, inadvertido. Esto se debe a la psicología humana.
La paz no se siente, la guerra, sí. La salud no se siente, la enfermedad, sí. El dinero se siente más cuando falta que cuando alcanza. La psicología humana tiene defectos que hacen difícil la acción silenciosa de la política. Una excelente gestión de años de un político cae de un segundo para otro por alguna situación puntual.
Inseguridad y corrupción son "temas sensibles de la gente", esos que llevan la política a cero. Una sola situación de inseguridad o de corrupción actúa igual que si hubiera inseguridad máxima o corrupción generalizada: emerge como la prueba del fracaso de la política, sin tomar en cuenta todos los éxitos que ésta haya tenido.
Los temas "sensibles", en lugar de disparar el debate para encontrar soluciones racionales, conminan a encontrar soluciones urgentes, rápidas y drásticas, que responden al "sentido común", ese sentido común que autoriza a la ignorancia y desautoriza el conocimiento específico.
La "autoridad" del sentido común" la fundan las noticias alarmistas, los pronósticos catastróficos y las teorías conspirativas. El sentido común es la opinión del desautorizado.
El pueblo enardecido no produce actos de Justicia sino de bestialidad. No hay escena más elocuente que la de la gente saliendo a buscar a un asesino para lincharlo, de esas que hemos visto tantas veces en los westerns de Hollywood. Por eso "el Far West" es una metáfora de la insubordinación a la ley, de la justicia por mano propia.
Frente a la Inseguridad, como a la corrupción, sólo queda el camino de ahondar en la razón, profundizar el conocimiento, aplicar el entendimiento.
Estamos ahora frente a un acto de corrupción
¿Qué hacer? ¿Cómo actuar? ¿Cómo no incomodarse siendo un ciudadano oficialista? ¿Cómo responder frente a las agresiones del sentido común? ¿Cómo evitar el propio sentido común? ¿Cómo evitar la corrupción?
Frente a un acto de corrupción, el partido opositor comienza una acción de utilización política. La defensa del gobierno está en el señalamiento de que es una situación anormal de la cual no se hace cargo más que favoreciendo la acción de la Justicia. Este argumento no convence a nadie.
Detrás de la política partidaria, en cuyo escenario la oposición saca rédito de un fracaso oficialista, hay un debate ideológico que hay que volver a dar cada vez que una situación semejante emerge en la escena y no está terminado. No alcanza con esperar que la Justicia actúe, porque hay muchos otros factores en juego que quedan flotando en el aire.
Entre liberalismo ( neoliberalismo) y populismo (en sentido laclausiano, no peyorativo) subyace el debate idológico sobre la aptitud del Estado para liberarse de la corrupción.
El liberalismo dice que la corrupción es inherente al Estado y por eso hay que llevarlo a la mínima expresión. El populismo que basa su programa en la intervención del Estado en la esfera pública, no parece tener otra defensa contra la corrupción que la de allanar la intervención de la Justicia y establecer un control eficiente de la gestión de los funcionarios. Pero esto no alcanza para evitar la corrupción ni convencer a la opinión pública.
En referencia al control, los controles no son nunca efectivos por más esmerados que sean, porque la corrupción aprende a saltar sobre el mejor control. Cada vez que aparece un imputado de corrupción, queda evidenciado que el control ha sido insuficiente por mejor que haya sido, con lo que el gobierno queda comprometido, por un lado en su ineficacia para el control, y por otro en la sospecha de que la ineficacia ha sido intencional, cosa que además lo hace sospechoso de complicidad. Esto significa que un gobierno populista tiene un grave problema con la corrupción, frente a lo que no tiene defensa efectiva.
En cuanto a la acción de la Justicia, el ajusticiamiento de un corrupto no evitó jamás que otro corrupto se amedrente, y no evita que se asocie al gobierno al acto de corrupción de un funcionario. El control esmerado, además de ser inoperante para evitar la corrupción, es una máquina de dilatar e impedir las acciones. La dilación y traba a las acciones son argumentos que el liberalismo apoya cuando se trata de controlar los asuntos y las cuentas privadas, a lo que llama despectivamente "burocracia", pero aclama por mayor control cuando se trata de asuntos estatales sin importarle que sea una traba para los logros.
El castigo no sirve tampoco como método preventivo, ni siquiera reparador; sólo es un recurso que claudica en el empeño de la prevención, que pone en evidencia que la prevención ha fracasado. Una solución contra la corrupción tiene que prevenirla para que no ocurra. Castigarla no sirve para nada.
Esta endeblez, discursiva y políticamente real, que tiene el populismo para resolver el tema de la corrupción, lo debilita frente al discurso neoliberal que coinicide tan estrechamente con el sentido común, y nos preocupa a todos los ciudadanos, tanto oficialistas y contreras.
Humildemente invito a que todos coincidamos con el liberalismo en algunos diagnósticos. En que la corrupción es un elemento inherente al Estado y en que la posibilidad de corrupción aumenta en forma proporcional al tamaño del Estado. Pero repudiemos la idea de que lo más drástico y de sentido común para terminar con la corrupción anulando al Estado sea la solución para terminar con la corrupción. Ni por los resultados ni por las consecuencias.
El Estado liberal, pequeño, mínimo, tiene una corrupción concentrada e incontrolabe, menor en número de casos que en el del Estado populista, pero mayor en los números reales de perjuicio al país. Lo que le ha costado al país la deuda externa generada por la corrupción de los gobiernos liberales ha hundido al país como no lo hubieran podido hacer mil Estados populistas. Los bancos nos robaron mucho más que nada.
La solución liberal de eliminar al Estado es una solución brutal, amputatoria de un miembro fundamental de la democracia que ampara a la sociedad civil, amputar al Estado ampara privilegios privados, el Estado queda en manos de una aristocracia que lo usa para sus fines egoístas, lo se que gana por un lado se pierde por el otro a la décima potencia, por lo tanto achicar el Estado para evitar la corrupción no es la solución. ESTADO LIBERAL NO, DEFINITIVAMENTE.
¿Cuál es entonces la solución a la corrupción?
La solución definitiva al problema de la corrupción no existe por ahora, nadie la tiene.
La solución al problema político que desencadena la corrupción en un gobierno populista exitoso azuzado por los argumentos del liberalismo y el sentido común, es primero que nada reafirmar el apoyo al gobierno popular, recoger el desafío del debate que se genera y desautorizar al sentido común aportando los elementos que acabo de exponer, para hacernos cargo todos de este problema, poniendo las cartas sobre la mesa, y descartando siempre el achicamiento del Estado, porque esa no es ninguna solución.