ADVERTENCIA 1: El link "Leer completo" no funciona más. Si el post no se abre completo, clickeá sobre el título, que se va abrir completo, en otra página de este mismo blog.
ADVERTENCIA 2: Soy Eva Lenczner o Eva Row, la misma persona. En Facebook me cerraron el muro porque me denunciaron por apropiación de identidad. Row es el apócope de mi apellido de casada. Tuve que enviar mis documentos para que me permitieran abrir un muro nuevo. El otro se perdió con tres mil seguidores. Es el resultado de tener muchos enemigos por jugarse y poner la cara en 6,7,8.

25 de diciembre de 2019

La maldita minería

Pinchá en el número romano y te va a llevar al post en el blog de autor. Mantené abierta esta página para ir al siguiente o post. Yo le pedí al autor que hiciera esta lista y que la pusiera en su blog, pero lo hizo debajo del título "La maldita minería" en su columna derecha. El autor tenía el seudónimo "68 y contando". Se llamaba Angel Bottini y falleció en Rosario en 2017. Un gran compañero, técnico minero, nos ilustró para siempre sobre este tema.


(I) Introducción
(II) ¿Porqué Minería a cielo abierto?
(III) Posición esquizofrénica de opositores
(IV) El problema de los embalses o diques de estériles
(V) Contaminación con desechos humanos ?
(VIa) Los riesgos del cianuro
(VIb)Los riesgos del cianuro (II)
(VII) Argumentos económicos e ideológicos
(VIII) El carácter suntuario y extranjero del Oro
(IX) Los beneficios de la minería subterránea y en pequeña escala
(Xa) El argumento del escaso beneficio y la extranjería empresaria
(Xb)El argumento del escaso beneficio y la extranjería empresaria (II)
(XI) Proyecto Solanas
(XII) Los riesgos del cianuro (III)
(XIII) Argumentos por Boron
(XIV)Mentiras de Pino en Andalgalá
(XV)Introductorio a futura serie de entradas
(XVI)El agua en la minería (I)
(XVII)El agua en la minería (II)
(XVIII)El agua en la minería (III)
(XIX) Aspectos económicos de la minería (I)
(XX) Aspectos económicos de la minería (II)
(XXI)Aspectos económicos de la minería (III)
(XXII)Aspectos económicos de la minería (IV)
(XXIII)Aspectos económicos de la minería (V y se acaba)
(XXIV) ¿Qué Hacer? (I)
(XXV) ¿Qué Hacer? (II)
(XXVI) Oda a la pequeña minería
(XXVII) Dia de los Mineros
(XXVIII)PapaFran y minería(I)
(XXVIX)PapaFran y minería(II)
(XXX)PapaFran y minería(III)
(XXXI)Derrame solución Cianurada en Mina Veladero (I)
(XXXII)Derrame solución Cianurada en Mina Veladero (II)
(XXXIII)Derrame solución Cianurada en Mina Veladero (III)
(XXXIV)Día del Minero y verso incluido
(XXXV)Derrame Veladero 2016
(XXXVI)Minas para todos y todas (políticas mineras Ecuador-Venezuela-Kirschnerismo)




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24 de octubre de 2019

MURIÓ LUCAS CARRASCO

MURIÓ LUCAS CARRASCO

No debería ser identificado como kirchnerista ni como integrante de 678 ni como integrante de La Cámpora, pero los macristas y antiperonistas militantes van a aprovechar, le van a sacar el jugo para mostrarlo como ícono de todo lo que odian, con los mismos fines utilitarios miserables con los que administran sus enconos.

Sin embargo, Lucas enseguida de triunfar en televisión por haber apoyado al gobierno popular desde su blog increíble "La República de la Soja", se dio vuelta y empezó a condenar al kirchnerismo con morbo escandaloso e incomprensible. Su estrellato duró muy poco. No estaba preparado para recibir devolución a su singular talento. El había construído para sí mismo a un personaje contrahéroe, un perdedor, un marginal. Es lo que ansiaba ser. Es para lo que se preparó con esmero, porque esa fue la forma de expresar el desprecio por una vida burguesa de valores falsarios.

Hay que decir que muchos fuimos seducidos por su capacidad analítica y su verbo literario original. Lucas fue muy querido por muchas personas, le fue tolerado todo tipo de desplantes, lo que a nadie en este mundo se le permite fácilmente. Podría contar anécdotas increíbles. Como que el director de LT14 le había dado un espacio en la radio y Lucas no iba, por lo que el mismo director tenía que reemplazarlo.

Yo estuve a su lado mucho tiempo tratando de darle cariño y estímulo a su talento. El decía que yo era su madre de la blogòsfera. Era la tarde del bicentenario. Me llamó por teléfono para que vaya a su encuentro. Lo encontré en un bar a la vera de los festejos. Había acumuladas tres botellas de cerveza sobre la mesita, dos vacías. Me llamó porque no tenía dinero. Me pareció mal, pero ese día glorioso estuve de acuerdo en pagarle sus cervezas sin pensar. DE pronto lo llama por teléfono el director de LT14 que me conoció en el viaje a Rosario invitados por Agustín Rossi. Lucas le dice "estoy con Eva Row, te doy con ella" y a mí me dice "voy al baño, hablá con él, vas a salir al aire". No tuve más remedio que salir al aire, y mientras yo rellenaba lo que podía con el director de la radio como conductor del programa de Lucas, él fue al baño y volvió y agarró el teléfono. Lo que siguió fue una clase magistral de historia de la provincia de Entre Ríos, algo que jamás volveré a escuchar, con tanta erudición y tal análisis histórico-económico certero y asombroso.

Era un alcohólico compulsivo. Se identificaba con Bukowski, y tenía absoluta razón, eran iguales. Solo que Bukowski pudo llegar hasta los 73 años y Lucas no tuvo otro destino que la muerte temprana.

Nos sedujo a todos. Lo amábamos. No pudo tolerar que se lo tuviera de ídolo. Se empeñó en arruinar nuestro amor por él. Por eso su crítica al kirchnerismo no tuvo ningún nivel similar al que usó para atacar a la oposición. Se dedicó a menospreciar con palabras vulgares.

Con el correr del tiempo fue dominando menos el alcohol y fue mutando su persona dándole mayor entidad al cínico y al perverso. Estaba claro que buscaba el final:Buscaba morir borracho y lo logró. Más que nada después de la condena a nueve años, que estoy segura le era imposible de pensar en cumplirla.

Lo hemos querido mucho siendo un marginal. Pero un día se suicidió la chica con la que vivía en Santa Fe, y no se lo perdoné. Le dije que para mí era el final absoluto. Llegué a decirle que estaba buscando morir ahogado en una zanja. Algo parecido sucedió.
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PD: Después de escribir este texto que publiqué en redes, lo leyó por Twitter Luciana Dalmagro que se presentó como gran amiga de Lucas hasta último momento y me dijo que la chica que vivió con Lucas no había muerto, que estaba viva y tenía un hijito. Lucas me mintió, tuve que aceptar semejante cosa horrorosa. Lo hizo para alejarme de ella, porque yo estaba comunicada con ella y le aconsejaba que lo dejara a Lucas. Se ve que me hizo caso. Y se ve que Lucas quiso que ella no estuviera más en contacto conmigo. Se llama Maia. Y me hizo feliz saber que vive.




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6 de octubre de 2019

CINCO AÑOS DESPUÉS DE LA GUERRA


Este es un documento que considero una perla porque edita números y consideraciones relativas acotadas a un quinquenio especial, los cinco años posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando los EEUU crecen a escala inaudita. Lo encontré en un Selecciones del Reader's Digest de Enero de 1951. De este artículo que grafica una realidad, puede concluirse si el crecimiento del mercado interno en un país que provee el consumo de la población es o no es la acumulación original productiva antes que la de la exportación. Hoy es ese el debate entre el neoliberalismo y el llamado con desprecio "populismo" que podríamos llamar respetuosamente "popularismo".




Puede que la Segunda Guerra mundial decidiera muy poco o nada en cuanto a la división del mundo entre democracia y dictadura, libertad y esclavitud, pero indudablemente restableció la confianza del norteamericano en la capacidad de su cerebro y de sus manos.
Antes los Estados Unidos habían gozado siempre de largos años de paz entre sus guerras. Esta vez sólo transcurrieron cinco años escasos desde el día de la victoria sobre el Japón hasta el conflicto de Corea. Sin embargo, este quinquenio ha sido el más próspero en la historia del país. El historiador futuro podrá considerar el intervalo de 1945 a 1950 como parte de una nueva era de confianza.
Bajo el impulso que engendró el segundo conflicto mundial, la economía estadounidense continuó su marcha ascendente. No se trataba de un auge artificial como el del alza del mercado de valores en 1929; era un auge sólido de producción que continuaba creciendo y creciendo. Los valores de la bolsa tardaron cinco años en darle alcance; la realidad parecía aventajar siempre a la imaginación de los especuladores.
Las cifras del intervalo de cinco años fueron fantásticas si se juzgan por cualquier norma anterior. Veamos, por ejemplo, la edificación. Entre el día de la victoria sobre el Japón y el día inicial del conflicto de Corea, el pueblo de los Estados Unidos construyó unos cuatro millones de casas de habitación. Estimulada por facilidades de crédito, la nación que había tardado medio siglo en pasar de la vida rural a la urbana se hizo suburbana casi de la noche a la mañana. La gente se aficionó a vivir al sol a lo largo de los 5.354.000 kilómetros de una red de carreteras en la cual se gastaron 1700 millones de dólares en mejoras y nuevas construcciones durante 1949.
A mediados de 1950 los Estados Unidos estaban produciendo casas a razón de 1.600.000 unidades por año; refrigeradores a razón de 6.900.000; receptores de televisión a razón de 6.500.000; máquinas de lavar a razón de 5.000.000; automóviles y camiones a razón de 10.300.000. Estas cifras fabulosas batieron "el record de todos los tiempos" después de cinco años en que casi constantemente un record era alcanzado hoy y batido mañana en el consumo de la población civil.
Para mantener los automóviles en las carreteras se horadaron nuevos pozos petrolíferos en los campos de artemisia del sudoeste en las llanuras costaneras del Golfo de México.
Temerarios especuladores de Tejas ganaron millones construyendo hoteles fabulosos y haciendo que los rascacielos de Houston fueran una réplica de los de Nueva York.
El auge fue alimentado por una producción de acero que pasó de 80 millones a 100 millones de toneladas anuales en un decenio, con la promesa de seis millones de toneladas más para fines de 1952 _una producción probablemente tres veces mayor que la URSS y sus satélites. Estuvo el auge sustentado también por centenares de nuevas locomotoras diesel que recorrían veloces las vías reconstruidas de la red de ferrocarriles más vasta y mejor del mundo, y por último, le dieron epuje el gas combustible y el petróleo bombeados a través de miles de kilómetros de nuevos oleoductos que enlazan a Tejas con el Oeste Medio y con Nueva York.
A mediados del año el producto bruto nacional, que ascendía a 269.000 millones de dólares, y el total de ingresos personales que llegaba a 223.000 millones de dólares, eran más altos que nunca. El índice de producción industrial de la Junta de la Reserva Federal era 197, cifra cúspide en tiempos de paz y virtualmente doble de la de 1935 a 1939; el número de personas empleadas, que había aumentado en 4.500.000 desde mediados del invierno, estaba a punto de superar la cifra más alta registrada hasta entonces: 61.600.000 en julio de 1948.
La capacidad productora de la nación se extendía a industrias completamente nuevas. La televisión irrumpió impetuosamente en el mercado. Las industrias químicas lo producían todo, desde jabón sin jabón hasta ropas tejidas enteramente con fibras artificiales. El público pagó 89.000 millones de dólares por ropa y joyas de 1945 a 1949. El acondicionamiento del aire y la construcción a prueba de ruido empezaron a considerarse necesidades y no lujos.
La revolución productora pasó a la agricultura con la mayor celeridad que registra la historia. En 1945 había en el país 1700 cosechadoras mecánicas de algodón; en 1950 el número saltó a 13.400. El maíz y el trigo, rebosaron los graneros. La nación comió cuanto quiso, ayudó a combatir el hambre en otras naciones y almacenó increíbles sobrantes de alimentos en previsión de futuros desastres.
La relación de los éxitos materiales alcanzados en ese período quinquenal podría hilarse interminablemente como el nylon que ha servido para fabricar desde medias hasta cuerdas de raqueta.
Después de la lamentable equivocación del profesor Irving Fisher, quien afirmó en octubre de 1929 que los Estados Unidos habían alcanzado un “alto grado permanente de prosperidad”, los economistas se abstienen de toda insinuación de que cualquier mejora económica de los Estados Unidos pueda tener carácter de permanencia. Con hablar de una supuesta oleada de bonanza nos hemos evitado el trabajo de meditar seriamente sobre los cambios sobrevenidos en los negocios estadounidenses durante los últimos 20 años.
La verdad es que se ha llegado a una nueva y mejor “normalidad”. El mercado doméstico es casi 25 por ciento más grande que hace un cuarto de siglo. Los negocios en general consiguieron nueve millones de nuevos clientes entre 1930 y 1039, y 20 millones más entre 1940 y 1949. La tendencia es todavía más importante que el aumento logrado hasta la fecha. Los Estados Unidos vuelven a tener una población dinámica. Las predicciones que solían hacerse sobre la población “estable” para 1950 o 1960 han sido aplazadas indefinidamente.
Los directores de negocios de los Estados Unidos han visto de todo en los últimos 20 años y han aprovechado la experiencia. El programa de largo alcance sobre investigación, diversificación de productos e inversión de capitales adoptado por millares de compañías poderosas es una fuerte influencia equilibradora. Y la adopción cada vez más extensa de la semana de cinco días y las vacaciones pagadas ha creado ricos mercados nuevos y ampliado los antiguos.
También se han hecho alentadores progresos en otros terrenos desde 1945 hasta 1950. Con el descubrimiento de nuevas drogas maravillosas (entre ellas la cloromicetina y la aureomicina), la ciencia ha hecho menos azarosa la vida humana. En el campo de la instrucción, el aumento de graduados en las escuelas de segunda enseñanza y en las universidades ha influido profundamente en la eficiencia económica y en la capacidad de consumo.
En los últimos cinco años, más de 1.400.000 norteamericanos se graduaron en las universidades; en 1950 obtuvieron grados universitarios dos veces más alumnos que en cualquier año anterior a la guerra.
En las relaciones entre patronos y obreros, la tensa atmósfera que predominó de 1930 a 1939 se ha desvanecido con el equilibrio relativo del nuevo sistema de perçnsiones adptado por las industrias del acero y del contrato por cinco años de la General Motors.
Nadie es capaz de medir cosas como el progreso artístico, el progreso musical, los placeres de las diversiones sencillas o la intensidad de la fe religiosa. Nadie puede valorar en dólares la simpatía, la amista ni el amor.
Sin embargo, las cifras pueden sugerir ideas, y tal vez pruebe algo el saber que los miembros de las diversas iglesias aumentaron de 55.807.366 en 1936 a 81.777.874 en 1949. Y en cuanto a los problemas mundiales, que suponen valores espirituales tanto como poderío político, los Estados Unidos han crecido definitivamente desde 1940. En 1950 el pueblo estadounidense estaba listo para aceptar un papel mundial.
Al decidirse a la defensa de la joven y débil república de Corea del Sur, los Estado Unidos volvieron a descubrir una antigua verdad que siempre inspiró las mejores actuaciones de la política extranjera norteamericana. Esa verdad es sencillamente que la solución peligrosa, la solución que implica riesgo, puede ser la más segura de todas.
La economía estadounidense, gobernada en gran parte por la aceptación de riesgos, es la justificación final de la política extranjera norteamericana. Y sobre esa capacidad de afrontar riesgos en la política extranjera es sobre la que mayormente descansan las esperanzas del mundo libre.
El general Ludendorff en sus reminiscencias de la primera guerra mundial se quejó de la “inmisericorde eficiencia” de la industria estadounidense. Esa industria, vastamente ensanchada fue el árbitro de la segunda guerra mundial. En dos años de trabajo los Estados Unidos produjeron casi tantas armas como todos sus enemigos y sus aliados juntos. No hace falta decir que las armas habrían sido inútiles si los norteamericanos hubieran carecido de la voluntad y capacidad de usarlas. Pero la partida extraordinaria del activo militar norteamericano –la gran reserva estratégica del mundo no soviético- es la economía norteamericana.
Esa economía es hoy mucho más grande, mucho más abundante en recursos y mucho más vigorosa de lo que era en 1939, cuando empezó a reorganizarse para atender a las necesidades de la segunda guerra mundial. Al mediar el siglo parece que los negocios estadounidenses son capaces de una era de sostenida prosperidad, prolongada más bien que debilitada por depresiones periódicas de poca gravedad.
El desenvolvimiento de las relaciones soviético-norteamericanas puede alterar en mucho o totalmente esta perspectiva. Lo que no sufrirá alteración es que la economía norteamericana, al aproximarse a las nuevas y nunca pronosticadas demandas hechas a su vitalidad, muestra ser una empresa en marcha ascendente. Este es el hecho militar y político más importante del mundo actual.







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8 de septiembre de 2019

UN OSCURO DÍA DE JUSTICIA, Cuento de Rodolfo Walsh


Cuando llegó ese oscuro día de justicia, el pueblo entero despertó sin ser llamado. Los ciento treinta pupilos del Colegio se lavaron las caras, vistieron los trajes azules del domingo y formaron fila con la rapidez y el orden de una maniobra militar que fuera al mismo tiempo una jubilosa ceremonia: porque nada debía interponerse entre ellos y la ruina del celador Gielty.

En la penumbra de la capilla olorosa a cedro y a recién prendidos cirios el celador Gielty seguía rezando de rodillas como rezó toda la noche. Escurridizo Dios afluía y escapaba de sus manos, acariciándolo igual que a un chico enfermo, maldiciéndolo como a un réprobo o deslizando en su cabeza esa idea intolerable, que no era a El a quien rezaba, sino a si mismo y su flaqueza y su locura.

Porque si bien los signos no fueron evidentes para todos, el celador Gielty venía enloqueciendo en los últimos tiempos. Su cerebro fulguraba noche y día como un soplete, pero lo que hizo de él un loco no fue el resultado de esa actividad sino el hecho de que iba consumiéndose en fogonazos de visión, como un ciego trozo de metal sujeto a una corriente todopoderosa y llameando hasta la blancura mientras buscaba su extinción y su paz.

Y ahora rezaba sintiendo venir a Malcolm como lo había sentido venir a través de la bruma de los días de las semanas, y tal vez de los meses de los años, viniendo y aumentando para conocer y castigar: el hombre cuya cara se multiplicaba en los sueños y los presentimientos diurnos, en las formas de la nube o el reflejo del agua. Astuto y seguro venía, labios tachados por un dedo, sin quebrar un palito del tiempo.

En el dormitorio chico los doce internos a cargo del celador Gielty estuvieron solos toda la noche. Eran los más pequeños del Colegio salvo O’Grady, Malone y el Gato, que llegaron tarde, cuando no quedaban camas en el dormitorio grande, lugar para la amistad, uvas en la viña: triste descarte de escondidas historias de muerte y repudio perdidas en la leyenda del verano.

El celador Gielty había subido apenas un minuto para verlos arrodillarse en sus camisones y recitar la oración nocturna que imploraba a Dios la paz y el sueño o al menos, la merced de no morir en pecado mortal y cuando la palabra amén huyó aleteando por la única banderola abierta, fue hacia el Gato, que sin desvestirse esperaba como de costumbre y le dijo:

Acostate vos también, y entonces el pequeño Collins lo vio acercarse hasta sentir en la frente su cálido aliento y una mirada más que nunca desesperada y terrible, burlona o amorosa. Sus dientes centellearon bajo el bigote rojo:

No habrá Ejercicio esta noche, y se fue, y bajó a rezar en la capilla.

Primer indicio que tuvo el pueblo de que el celador presentía la llegada de Malcolm. Porque el secreto de la llegada de Malcolm a Gielty descansaba hasta entonces día y noche contra el corazón del pequeño Collins, en el relicario que vació de pelos y de uñas de santos muertos para guardar el papelito en que Malcolm anunciaba que venía.

No habiendo Ejercicio esa noche, ni autoridad a la vista, el Gato sacó un pucho y fumó sentado en la cama, mientras sus largos ojos relampagueaban amarillos, se entornaban con pereza y volvían a dilatarse contra el burbujeante fermento de ira que brotaba de las camas vecinas, queriendo volverse grande y terrible, diluyéndose en cambio por falta de número en estériles murmullos o en el sofocado pedorreo que surgió en la punta donde estaba la cama de Scally, la almohada donde Scally escondía la cara. Al Gato no le importaba, ni tenía miedo. Era fuerte ahora, seguro de sí mismo, los estigmas de su cabeza habían desaparecido con el recuerdo de pasadas humillaciones, el guardapolvo le ajustaba mejor, y aunque nunca engordaría, estaba crecido, saludable y despegado. De modo que cuando Collins fue más allá de sí mismo y quiso arrastrar al grupo contra el Gato, descubrió que sólo en la teoría del alma estaban con él, y que eso no era bastante. Y así sucedió que el mismo Collins, sobrino y delegado de Malcolm, profeta de su arribo, debió posponer toda idea de castigar al Gato quien al fin no era más que instrumento de Gielty en la diversión siempre sangrienta que llamaban el Ejercicio.

Cuyo comienzo databa de dos meses atrás, después que el Gato llegó al Colegio, fue perseguido, golpeado, curado, hizo sus cálculos, indagó en la médula de la autoridad hasta descubrir una honda corriente de afinidad fluyendo entre él y ese hombre ancho, colorado y loco, con quien no cambió una sonrisa ni tal vez una palabra hasta aquella noche en que el celador Gielty se paseó entre los chicos que terminaban de desvestirse, dos libros bajo el brazo y una idea prendida en la cara:

¿Qué les parece si armamos una peleíta muchachos?, poniendo en marcha un tren de sorpresas, pues a quién se le ocurría pelear de noche en el dormitorio, en vez de pedir al padre Fagan los guantes que el padre Fagan siempre estaba dispuesto a dar, fijando el día y la hora, a todo el que quisiera boxear en el patio bajo los ojos apropiados y las reglas, y sin embargo,

¿Qué les parece, eh?, y sólo entonces Mullahy, que era el lenguaraz de la gente, se atrevió a preguntar:

¿Con guantes, señor?

Oh no, no con guantes -dijo el celador Gielty- , nada de guantes, que son para mujercitas y no para ustedes, que aun siendo los más pequeños del Colegio, deben aprender a pelear y abrirse un camino en la vida, porque Dios ordena -y aquí palmeó uno de los libros, que era grande y de tapas negras- que las más fuertes de sus creaturas sobrevivan y las más débiles perezcan, como dice este otro libro -que palmeó- escrito por un hombre que conocía la voluntad de Dios mejor que los sacerdotes de la Iglesia, aunque algunos sacerdotes de la Iglesia no lo acepten. En cuanto a mí, hijos míos, no quiero que ninguno de ustedes, que ahora me miran tan indefensos, ignorantes y tontos, perezca antes de su hora; y por lo tanto que ninguno de ustedes sea un pelele traído y llevado por los tiempos o la voluntad de los hombres como una oruga que arrastra el arroyo, sino que aprendan a ser fuertes y resistir incluso cuando el mundo empieza a derrumbarse, como yo lo he visto derrumbarse y por momentos lo veo todavía, estallando y desmigajándose en ardientes pedazos, pero matando sólo a los flojos, inservibles y miserables. ¿Qué les parece entonces si armamos una peleíta?

Y ahora el pueblo, o esa pequeña parte del pueblo, arrastrado por el sonido de las palabras más que por las palabras mismas que apenas entendió, pero más capturado todavía por la expresión atormentada y anhelante en la cara del celador Gielty, la gota de fuego en cada ojo, el erizamiento del bigote y el pelo de cobre, estalló en una gran ovación que él mismo suprimió en seguida.

Porque esto debe quedar entre ustedes y yo, hijos míos, y ¿quiénes van a pelear?

Todos alzaron la mano. La mirada del celador Gielty anduvo entre las caras inexpresivas y mudas hasta encontrarse con la del Gato, donde se demoró en apreciativo reconocimiento de la historia pasada y el mérito presente:

Así que ya no te asusta una trompada.

El Gato hundió el pescuezo entre los hombres y pronunció aquellas tres palabras con que había engañado al pueblo una noche memorable:

Peleo con cualquiera, sólo que ahora era cierto, y todo el mundo lo sabia: el celador Gielty observó que los chicos más chicos estaban bajando la mano y haciéndose los distraídos, salvo Malone y O’Grady, que hubieran querido imitarlo pero no podían porque aún eran los depositarios de un prestigio fundado en el tamaño o la edad si no en la carga de expectativa que los demás depositaban en ellos, y por lo tanto mantuvieron en alto los brazos que temblaban un poco, mientras el tiempo crecía hasta volverse intolerable, y sólo entonces el celador Gielty dijo:

Está bien, parece que no es a ustedes a quienes hay que salvar, de modo que si nadie más da un paso al frente, seré yo quien elija, y cuando nadie más dio un paso al frente, empezó ese largo escrutinio, descarte, que el celador Gielty iba a concluir en el pequeño Collins al señalar:

Este – al decir: – Collins -al anunciar-: – El pequeño Collins peleará con el Gato.

Entonces hubo por ahí una risita y el celador Gielty se dio vuelta enardecido para descubrir a Malone atragantado, pero ya a su espalda rompía otro pedacito de burla, y el celador Gielty:

¿Qué pasa?

Nuevamente fue Mullahy el que explicó:

Collins no puede pelear con nadie, señor. De veras, señor. Está lleno de aire como una burbuja, y se hace pis en la cama.

Cosa que nadie sino él se hubiera atrevido a decir, porque Mullahy era el bardo y vocero del pueblo, perito en rimas, adivinanzas y proverbios, capaz de arrastrar a los suyos a extremos de diversión o sumirlos en negros ataques de melancolía, pero obligado a pronunciar a cualquier riesgo las palabras que latían informes en el ánimo general: por eso lo habían desterrado del dormitorio grande, donde sus historias, circulando de cama en cama como una víbora de fuego, mantenían a todos despiertos hasta el amanecer. Ahora los chicos engordaban de risa sin dejar de temer el castigo que caería sobre Mullahy, a quien amaban sin la envidia que despertaba cualquier otra habilidad con los puños, los pies o el palo de hurling, como si no existiera por sí mismo sino que fuera una emanación de los demás. Pero el celador Gielty no miró siquiera a Mullahy, y su cara se puso muy triste, tan triste que las risas cesaron en el acto.

Por supuesto dijo en voz casi inaudible yo sé que Collins no puede pelear con nadie. Por supuesto yo sé que sus brazos son demasiado cortos, que no tiene cintura que valga la pena mencionar, sino una ollita redonda de panza hinchada que le viene de pasarse el día entero comiendo miga de pan que roba de la mesa de los maestros; si no, de prácticas aún más vergonzosas. Por supuesto yo sé que ningún equipo de fútbol del Colegio quiere aceptarlo y que nadie nunca lo ha visto correr, porque tiene pies planos dentro de esos horrendos zapatos ortopédicos. Pero, ¿por qué otro motivo y aquí su voz atronó , por qué sino por eso, habría de elegirlo? ¿Por qué, sino porque es débil y enfermo e incluso un tonto, habría de fortalecerlo y agrandarlo para que sobreviva donde no sobreviviría entre ustedes, brutos, tramposos y asesinos, por qué habría de convertirlo en mi apuesta personal contra la fatalidad de las cosas? Porque eso también está escrito aquí palmeó el libro negro y aquí palmeó el libro rojo.

Y ahora todos comprendieron y el propio Collins asintió como si advirtiera que estaba siendo reconocido por primera vez en su vida: no importa qué clase de injuria, desprecio, hubiera en ese reconocimiento.

¿Así que pelearás con el Gato, no? preguntó el celador Gielty, y Collins dijo:

Sí, señor un brillo de emoción en sus ojos celestes , haré lo que usted diga, señor.

Buen muchacho murmuró el celador Gielty palmeándole la cabeza . Vamos dijo a los demás , hagamos un ring. Yo seré referí.

Con cuatro camas armaron el ring y pusieron en el suelo una colcha para amortiguar el ruido, porque en las semanas y meses que duró el Ejercicio, el celador Gielty no quiso que dejara de ser un secreto. Después el Gato se paró en su rincón, alto, suelto, indolente casi, y el celador Gielty le preguntó si conocía las reglas, y el Gato dijo que Sí, que conocía las reglas, y el celador se volvió al otro rincón donde Collins preguntó si podía pegarle en la cara, y todos volvieron a reír pero el celador Gielty se mordió el labio y dijo que Si, que podía pegarle al Gato en la cara, y dijo Listos, y dijo Adelante.

Los diez chicos que rodeaban el cuadrado sintieron que sus propios músculos se movían, pies clavados al suelo, brazos a la altura del pecho, mientras la sangre saltaba como un caballo, y todo ese movimiento estático iba dirigido contra el Gato, su fría cara detestable, queriendo machacarla y destruirla. De modo que nadie se extrañó cuando semejante carga de participación en el destino de Collins, impulso sólido hecho quizá del alma de O’Grady y de Malone y de todas las almas menores circundantes, se arrojó hacia adelante golpeando con furor. Pero aún esos gloriosos espíritus naufragaron en la simple elegancia de estilo con que el Gato paró cada atormentado golpe, la rapidez con que plegó su largo cuerpo, se agachó bajo los brazos de Collins y apareció intacto a sus espaldas. El pueblo exhaló en asombro el aire contenido en esperanza.

El Gato sonreía, parte izquierda de la cara solamente, aventura del labio que parecía llegar hasta el ojo, mientras la mitad derecha seguía de madera. Round de Collins apuró el celador Gielty, y Un minuto de descanso mientras desaparecía tras las sábanas que amurallaban su cama, regresaba con una toalla alrededor de los hombros.

¿Quería el Gato pegarle a Collins? La respuesta siempre fue dudosa, sobre todo para él que nunca se hizo la pregunta. Pero cuando en el segundo round Collins volvió a atacar y los demás empezaron a abuchearlo, el Gato dejó de sonreír. Fue entonces que la voz de Gielty llegó a él y solamente a él, en un sordo ladrido:

Pégale, Gato y cuando éste miró de soslayo al rincón de donde venía la orden, el pequeño Collins, ya jadeante, acertó con su única trompada de suerte en la oreja del Gato, que en el acto ya no estaba allí sino a dos pasos de distancia, aunque volviendo, ligeramente agazapado, y entonces escuchó por segunda vez la sofocada orden:

¡Pégale!

El Gato cambió de paso, y aun en el tumulto del clamorear del público, sacó la mano derecha, que hasta entonces había mantenido bajo la mandíbula. No fue una trompada, fue un latigazo, tan instantáneo que nadie vio regresar la mano a su punto de partida, a su forma de almohadilla debajo del mentón, pero una mancha roja empezó a inundar la mejilla de Collins, tardando bochornosamente su tiempo bajo la mirada general. Ahora el Gato chapoteaba en ira, volvía a golpear y recuperó sus nudillos tintos en la sangre que había saltado como un surtidor de la nariz del adversario.

La toalla mojada cayó en el ring y el celador Gielty dijo que ya bastaba por esa noche, que el pequeño Collins se había portado muy bien para un principiante y que después de todo bien podría salvar su alma si aprendía a no bajar la guardia ni arrastrar los pies, cosa que el chico creyó a medias mientras dos de los mayores lo llevaban lagrimeando al lavatorio, y aun la comunidad pareció creerlo y empezó a volcar consejo en sus oídos sobre la forma en que había que pelear al Gato. Al día siguiente Malone se ofreció a enseñarle en los recreos, y después intervino Rositer que era del dormitorio grande: la esperanza de sus partidarios había crecido mucho cuando tres días más tarde el celador Gielty convocó a un nuevo Ejercicio.

El Gato ya no estaba enojado esa noche, sino juguetón y tolerante. Collins veía ante él su cara desnuda, a veces muy cercana, casi tocando la suya, moviéndose como un reflejo en el agua, cinco pulgadas más arriba o más abajo de donde acababa de estar. Cada largo intervalo el Gato descargaba un solo swing bajo o un cross, ya no contra su nariz sino en la parte blanda de los brazos que se iban durmiendo con un sueño casi placentero, hasta que no pudo alzarlos al nivel de la cintura y entonces el celador Gielty detuvo la pelea y anunció que su pupilo se había desenvuelto meritoriamente, aguantando casi cinco rounds sin sangrar en absoluto, lo que demostraba que ya estaba más fuerte y mejor encaminado para sobrevivir, siempre que aprendiera a respirar bien y administrar mejor sus fuerzas.

El día siguiente, sábado, los ciento treinta irlandeses lavaron y limpiaron sus cuerpos y sus almas. Después del almuerzo, balde tras balde de pecado empezaron a volcarse en los dos confesionarios de la capilla donde el padre Gormally escuchaba con filosófica diversión mientras el padre Keven sentía su úlcera extender largas patas frente a tanta violencia arrepentida, gorda gula en cuerpos flacos, viciosos intercambios que la fuerza podía imponer a la debilidad, la pasión al interés, la belleza al alma de rapiña. Collins se preguntó si hablaría del Ejercicio y finalmente se abstuvo, de modo que su confesión resultó muy corta siendo como era demasiado chico y bobo para cargar con grandes culpas, y cuando las manos del sacerdote lo absolvieron subió al dormitorio para el baño semanal y encontró a todos esperando.

Se desvistieron en el frío del invierno que duraba aún, envolvieron en toallas sus cinturas lampiñas y caminaron a las duchas. Dentro del vientre cálido que más que ninguna otra cosa le recordaba a su familia, Collins se miró los brazos y vio los moretones producidos la noche antes por los golpes del Gato. Después oyó la voz del celador Gielty que venía a lo largo del pasillo asomándose por encima de cada puerta y diciendo, “¡Lavarse! ¡Lavarse!”, y cuando llegó frente a la suya el pequeño Collins pensó que el agua se había enfriado de golpe y tapó su gusanito de sexo mientras el celador lo escrutaba largamente, antes de mover la cabeza a un lado y a otro, pero lo único que dijo fue ”¡Lavarse! ¡Lavarse!” y siguió de largo, y entonces el agua volvió a ser caliente, lo que tal vez obedecía a causas naturales como una canilla que acabara de cerrarse en la ducha vecina o un repentino golpe de fuego en las calderas.

En la capilla las últimas heces de culpa caían en los oídos de los confesores que las dejaban desaguar al río inmemorial que da siete veces la vuelta a la tierra y sólo ha de venir a la superficie en las postrimerías. Los que bajaban de los baños olían limpio y pensaban limpio, o más bien habían dejado de pensar hasta la mañana siguiente para no caer en la tentación, que era su modo normal de pensar, y formaban en hileras ante la privilegiada cofradía de los lustrabotas para el postrer embellecimiento de la jornada. Después de la cena los juegos del patio fueron apacibles, las voces atenuadas. Los suertudos que disponían de algunas monedas acudieron a la despensa donde el sacristán Brown vendía por cinco centavos chocolatines delgados como suspiros, los dividieron entre los amigos con una generosidad que no figuraba en los días comunes y cuando Murphy el Pajero encontró debajo de la etiqueta roja al famoso Pez Torpedo, nadie se abalanzó sobre él para quitárselo como habrían hecho un lunes o un jueves, sino que el propio Dolan sobre quien seguía encaramada el Aguila del mando le ofreció una escolta personal que rodeó a Murphy el Pajero y su preciosa figurita mientras se pavoneaba entre los claustros.

Sonó la campana convocando a la última hora de estudio antes de la bendición. Los sábados estaban consagrados a lecturas espirituales donde se turnaban sacerdotes y maestros pero en las que el celador Gielty, siendo uno de los hombres más doctos del Colegio y acaso una promesa de la teología o de la ciencia, descollaba. De modo que esa noche cuando todos estuvieron sentados en el aula magna, el celador Gielty se alzó en la tarima, pelo rojo brillando y bigote rojo brillando, y con un mundo de fijeza en la cara transfigurada, anunció que hablaría sobre Las Partes del Ojo.

¿Quién podría olvidar lo que dijo? Cualquiera, porque no había allí terreno fértil para la verdad, sino un tropel de chicos somnolientos, colmados de la Gracia obtenida en confesión, hostiles a cualquier cosa que amenazara el sentimiento de seguridad y autojusticia que habían conquistado. El celador Gielty, sin embargo, habló con la certeza de la Revelación, empezando por elementos simples como la luz y los variados artificios que permiten percibirla a los seres más rudimentarios, plantas y flores como el girasol o el tallo tierno de la avena que tiene en la punta una mancha amarilla que es en rigor un ojo.

Después se internó libremente en los reinos vulgares de la Naturaleza donde el ojo se hacía cada vez más sutil y complicado, desde la piel sensible del gusano hasta la visión mosaica de los insectos hasta la primera imagen que tembló como una gota de agua dentro de la cabeza de un molusco. Y se hundió en las profundidades del mar y las arenas del tiempo donde descansaban los ojos más antiguos del mundo hechos de hueso transparente; encontró los peces telescopios, pupilas que miraban sólo para adentro y ojos que ardían al mirar durando apenas un segundo, piedras que veían y extraños seres de mirada curva con párpados de espinas que nunca se cerraban, ojos copulantes y ojos que veían el pasado o medusas que comían con la vista, ojos en bolsas y bolsillos y ojos que escuchaban, retinas donde el día era noche impenetrable y la noche cegadora luz, sin olvidar la pupila que lleva su linterna propia ni el ojo líquido derramado de su fosa que volvía como gotas de mercurio con la memoria de las cosas visitadas o no volvía nunca y rueda todavía por ahí colmado de las escenas capturadas milenios atrás, ni la retina cubierta de piel que sólo a sí misma se contempla ni el ojo pineal de la lamprea o el profético ojo del nautilo.

Después se remontó a los reinos intermedios donde el ojo se trascendía a sí mismo deviniendo voluntad de conocer, y quiso explicar el portento de la primera imagen que ya no quedaba en él sino que viajaba al cerebro, milagrosa transformación de lo material en inmaterial, punto de nacida del alma donde hasta un mono ciego era a su modo un facsímil de Dios construido en torno a la intención de ver (¿qué era Dios al fin, sino el mundo vidente y visto?) y cuando por último entró en la esfera visualmente superior de los ángeles y las aves de presa, antes de recaer en el hombre y Las Partes del Ojo, que era adonde quería llegar y el tema central de su conferencia, el tiempo se había terminado y gran parte de sus oyentes dormían con sus propios ojos abiertos, y los que no se durmieron apilaban montones de evidencia, palabra sobre estulta palabra, en torno a la ahora firme leyenda de la locura del celador Gielty, que el Gato podía desdeñar porque en su opinión locos eran todos pero que terminó por lacrar en Collins la conciencia del terror: fue entonces cuando se le ocurrió la grandiosa idea de la salvación a través de su tío Malcolm.

El celador Gielty no dejó que las consideraciones filosóficas turbaran el negocio práctico del Ejercicio, que fue debidamente anunciado y ejecutado dos a tres días más tarde y prosiguió en adelante con una lógica que el pequeño Collins sólo podía comprender al revés porque contradecía el recóndito deseo de su corazón, llamándolo a pelear cuando más quería que lo dejaran tranquilo, dejándolo tranquilo cuando realmente había dejado de importarle.

En los habitantes del segregado dormitorio, toda esperanza al principio construida sobre Collins estaba muerta. El chico no tenía médula, reflejos, voluntad de pelear, nada salvo una especie de femenil pudor que le impedía acusar a su verdugo, aceptar ayuda de los otros y aun mostrar las marcas de su cuerpo. Volvía a su cama donde lloraba desesperado llanto debajo de su almohada, acariciando cada alfilerazo de dolor y de vergüenza, cada huella violenta de la piel hinchada donde el Gato había golpeado y vuelto a golpear.

A principios de setiembre puso dos tiras de papel secante debajo de las plantas de sus pies, por la noche en el rosario ardía, a la mañana siguiente no se levantaba, por la tarde lo llevaron a la enfermería donde deliró: el tío Malcolm se le aparecía limpio, fuerte y vengativo, pleno de cólera y de amor, que eran una misma y sola cosa que el pequeño Collins no entendió en seguida pero que le daba un raro sentimiento de seguridad y de consuelo, y cuando despertó al día siguiente la carta al tío Malcolm ya estaba escrita en su cabeza toda entera y no tuvo más que pedir a O’Grady que furtivamente acudía a visitarlo, lápiz y papel: sentarse en la cama a escribir la carta que el sueño le dictaba, y entonces escribió:

Mi querido tío Malcolm, dondequiera que estés, te mando esta carta a mi casa en tu nombre, y espero que al recibirla estés bien, como yo no estoy, y sinceramente espero, mi querido tío Malcolm, que vengas a salvarme del celador Gielty, que está loco y quiere que me muera, aunque yo no lo hice nada, te lo juro mi querido tío Malcolm. Así que si vas a venir, por favor decile que yo no quiero pelear más en el dormitorio con el Gato, como él quiere que pelee, y que yo no quiero que el Gato vuelva a pegarme, y si el Gato vuelve a pegarme creo que me voy a morir, mi querido tío Malcolm, así que por favor y por favor no te dejes de venir, te lo pide tu sobrino que te quiere y que te admira atentamente.

No era ésta una carta ordinaria como las que todos escribían el primero de cada mes con el objeto de decirte mi adorada mamá que estoy muy bien gracias a Dios, y con el objeto de decirte mi estimado padre que mis estudios van muy bien con la ayuda de la Virgen, y con el objeto de decirte mi apreciado hermano que la comida es muy buena y que los domingos nos dan budín de pan, y con el objeto de decirte mi querido perro Dick que estoy muy bien a Dios gracias aunque siempre sueño con vos: todo lo cual era certificado desde sus tarimas por el padre Ham Fagan y el padre Ham y el padre Gormally, y quién mejor que ellos para certificar tales cosas, elogiar a quienes podían descubrir una nueva vuelta de optimismo, cierto color de indudada felicidad, o reprimir a los que por pura distracción se mostraban tibios en el relato de sus propias vidas. No. Era más bien subversiva y anómala, que necesitaba para circular subversivos y anómalos canales, y ésta era la misión de la liga Shamrock, de la que Collins ignoraba casi todo, salvo que existía y que para algunos Shamrock significaba trébol cuando para otros quería decir algo así como carajo.

La Liga jamás había contado a Collins como miembro, ni su suerte le importaba mucho, ocupada como estaba en contrabandear a beneficio de su propia jerarquía cantidades de ginebra, cigarrillos y apuestas de quiniela, y aun contando para las mayores citas en el pueblo con heladas mujeres que acudían a la capilla del Colegio a oír misa los domingos. Pero la conducta y locura del celador Gielty eran ya una ofensa para todos, y es posible que alguna de sus bofetadas, arranques insensatos de furor, sarcasmos que escaldaban el alma, hubieran afectado a miembros verdaderos de la Liga. De modo que el mensaje del pequeño Collins ascendió escalón por escalón donde nadie sabía si el próximo escalón era un trébol o un carajo pero donde todos sabían que el mensaje iba subiendo hasta que llegó al nivel más alto en que se escapaba a la censura y se iba por correo expreso.

El celador Gielty estaba preocupado. Sabía naturalmente que el Ejercicio era cruel y casi intolerable para Collins, pero había visto la crueldad inscripta en cada callejón de lo creado como la rúbrica personal de Dios: la araña matando la mosca, la avispa matando la araña, el hombre matando todo lo que se ponía a su alcance, el mundo un gigantesco matadero hecho a Su imagen y semejanza, generaciones encumbrándose y cayendo sin utilidad, sin propósito, sin vestigio de inmortalidad surgiendo en parte alguna, ni una sola justificación del sangriento simulacro. ¿Podía permitir que el pequeño Collins se enfrentara solo, con su caníbal tiempo? No. ¿Pero no estaba yendo demasiado lejos, precipitando lo que quería evitar? Una y otra vez se rezagó en la capilla después de la misa o el rosario, buscando una respuesta, sintiendo que su cerebro ardía más que nunca, perdiendo cada cosa que ganaba porque cada cosa comprendida significaba un pedacito de sí mismo que se disipaba en una incandescente partícula: hasta que oyó una voz que le ordenaba seguir adelante y darse prisa en salvar a Collins, porque alguien venía desde el horizonte del tiempo a detenerlo. Y así fue como Malcolm entró en su cabeza, casi al mismo tiempo que en la cabeza de Collins.

El chico había tenido suerte. El viejo doctor que vino del pueblo a revisarlo diagnosticó una especie de influenza virulenta. Una semana de reposo en la enfermería significaba, por lo general, total soledad y aburrimiento, ver los días que entraban y salían por la ventana interrumpidos solamente por el enfermero que llegaba con la aguachenta taza de té o el plato de sopa desmayada, pero Collins admitió que se le estaba dando un respiro, y no tenia apuro por sanar aunque mejoraba casi insensiblemente: los moretones de sus brazos se volvieron grises, al fin amarillos y el calor y el sudor huyeron de su cuerpo, dejándolo fresco y apacible cuando volvió el doctor, le acarició el pelo, dijo:

Ya estás bien, muchacho, el lunes puedes levantarte. Esto sucedió un sábado. Así que el lunes se levantó, algo tembloroso sobre sus piernas, y cuando los otros chicos lo vieron en el patio acudieron a saludarlo y a conversar con él, todos muy amables, le estrecharon la mano y uno que se llamaba Brennan, a quien apenas conocía, le apretó la mano más fuerte que los otros y cuando retiró la suya había un pedacito de papel sin sobre:

Y ésa era la carta del tío Malcolm.

Que decía simplemente: ”El domingo iré, trompearé al celador Gielty hasta la muerte”.

Y así fue como el pueblo empezó a prepararse para la batalla y a medida que la semana se iba inflando despacito como un globo, llenándose de expectativa, se vio lo grande que iba a ser esa batalla.

Malcolm, en la versión inicial de Collins, era un hombre más bien alto y rubio, de unos treinta años, rientes ojos verdes, sombrero de ala ancha y un bastón que blandía con despreocupada gracia: así fue representado en los toscos dibujos que empezaron a surgir sobre hojas de canson o cuaderno. Sutiles cambios aparecieron el segundo día de la espera: Malcolm era ya decididamente alto, impersonal, la sonrisa se había convertido en mueca irónica mientras el celador Gielty se reducía a un pigmeo que sollozaba abyectamente en su presencia.

Estos, sin embargo, no era más que contornos, límites vacíos. Collins se sintió llamado a colmarlos, cada vez con mayor apremio, y no tuvo dificultad en recordar la naturaleza feliz de Malcolm, su fortuna con las mujeres, sus aventuras en cuatro rincones del mundo, En la mañana del tercer día se supo que Malcolm había sido un héroe en la guerra del Chaco o de España, donde fue condecorado por el presidente de Bolivia o por el general Miaja, pero lo que realmente importaba era que él sólo liquidó a diez enemigos, si no eran quince, y que al último lo mató con la culata del fusil descargado antes de volver herido y sediento para desplomarse a los pies del comandante en jefe que sobre el campo de batalla lo ascendió a coronel, o tal vez a capitán.

Los retratos de Malcolm eran ya más grandes, acercándose al punto en que se convertirían en afiches. Este proceso, aunque espontáneo, surgido de la entraña de la gente, tuvo sus tropiezos antes de asumir la forma grandiosa que finalmente tuvo. Cuando al promediar el cuarto día, por ejemplo, se supo que Malcolm había sido campeón juvenil de boxeo, que llegó a pelear con Justo Suárez y que únicamente el destructivo amor de una actriz de cine le impidió obtener el cetro mundial, fue casi irresistible la tentación de pintarlo con pantaloncitos y guantes de box, los bíceps como bochas, la cintura más angosta y el tórax mas ancho, tatuado con una mujer rubia y tetona.

Prevaleció sin embargo el buen sentido artístico, y la imagen final adoptada por el sentimiento colectivo mostraba un Malcolm que a pesar de cada embellecido detalle se parecía a la versión original: sobriamente vestido con un traje de corte más bien inglés, la mano derecha curvada en torno al puño del bastón, el dorso de la izquierda apoyado en la cintura que adelantaba medio paso al pie, el sombrero y la cara arrojados para atrás en un gesto seductor de optimismo y desafío. Cuando se llegó a esta condensación, el tiempo ya era pobre para cortar grandes rectángulos de cartulina y de sábanas robadas, hervir en agua o disolver en alcohol las tapas rojas de la gramática, verdes del catecismo, azules del libro de lectura, obtener en el campo una raíz que secada era un pigmento amarillo y unas bayas que daban el índigo, pintar la figura y exclamar al pie de cien pendones: ¡Viva Malcolm!, o, simplemente, MALCOLM.

El celador Gielty no había reanudado el Ejercicio. Sentía el temor de la gente esfumarse, la hostilidad crecer como una marea y asumir formas cada vez más abiertas: conversaciones interrumpidas, marchas militares de ambiguo estribillo, inscripciones en paredes, la cruda pantomima que una y otra vez representó ante sus ojos la derrota de un impostor o un payaso, encarnado por Murtagh, frente a un héroe sin mancha en el que todos querían turnarse. Dudaba. Su cubículo de sábanas permaneció iluminado noches tras noche. Se murmuraba que leía y releía el libro negro, el libro rojo, y en una ocasión, antes del alba, un testigo oyó su voz profiriendo un torrente de terrible y sofocada obscenidad. A medida que el tiempo se acercaba, emergía de su muralla un poco más febril y consumido, con un sedimento de barro en el fondo de los ojos, y hasta las puntas de los bigotes levemente caídas.

Todo esto alentó inmensamente a la comunidad. Ahora nadie dudaba el resultado del combate, pero todos querían que fuera además una fiesta y en esos enloquecidos preparativos se fue la semana sin que nadie estudiara una línea, cosa que inquietó mucho a sacerdotes y maestros que veían el Colegio sustraído al flujo regular de las cosas, transportado en una nube de excitación, sin poder descubrir el motivo que no fue traicionado ni siquiera en el secreto del confesionario.

Si hubo una mancha en ese panorama, pasó inadvertida. El viernes por la noche los mayores quisieron oír la opinión de Pata Santa Walker, que fue dada en la oscuridad de la leñera ante un círculo de atentos cigarrillos. Pata Santa, acuclillado, meditó largamente, como si sus famosos poderes estuvieran sometidos a prueba.

Está viniendo murmuró al fin y bajó la frente casi hasta tocar su enorme botín de madera, oír en la vibración del suelo el paso anunciado.

Los puchos respiraron desengaño, porque quién no sabía que Malcolm estaba viniendo, y hubo una pausa de nuevo muy larga, a cuyo término Pata Santa reveló su cara adusta y afilada, agregando esa única frase:

No vendrá de gusto, cuyo sentido fue soplado como una vela navegante en dirección favorable por el ruido de la campana que llamaba al estudio en el aula donde Pata Santa ocupó su banco, que era el último, y nadie vio las dos lágrimas que rodaron de pronto, una de cada ojo, sobre la página más aburrida de su gramática.

¿Qué fue el sábado? Un pasaje, un suspiro, un destello, una hojita podrida del tiempo que cayó por la noche cuando el celador Gielty bajó a la capilla mientras en los dormitorios la gente pronunciaba su propia plegaria: ”Mañana Malcolm vendrá, trompeará al celador Gielty hasta la muerte”. Sobre esta certeza durmieron. Llegó al fin ese día, y a la hora en que el sol de costumbre brillaba en los vidrios, el sol del domingo encontró cien caras despiertas mirando el camino, la tranquera y el parque, y un centenar de estandartes bajaron de las altas ventanas.

La primavera había venido y muerto, regresado, vencido: tempranas rosas centelleaban entre las araucarias, chingolos saltaban sobre el pasto mojado, retumbaba un tren, mujeres acudían a la misa, el mundo se desnudaba en pliegue y repliegue de arboleda, campo, paz, sobre la que se estrellaron las primeras campanas.

Formaron, bajaron, entraron en la capilla donde lo primero que vieron fue el celador Gielty, todavía acurrucado en un banco del fondo, moviendo los labios descoloridos, los ojos clavados en nada. El padre Fagan salió en su caparazón de oro y su cortejo de púrpura.

Mientras duró la misa no hubo noticias de los cuatro centinelas que arriba atisbaban el primer signo de Malcolm. Tras el desayuno una décima parte de la población se turnó en las guardias, y antes de las nueve se supo que un bulto negro avanzaba por el camino: minutos después era la madre de O’Neill, que acudía a visitarlo el único día de visita, y apenas O’Neill fue a la rectoría a recibir su dádiva de lágrimas y besos con quizá un frasco de miel, caramelos, cualquier otra ternura que la pobreza, la viudez, el cansado amor podían permitirse, el gran ómnibus rojo de la ciudad chirrió en el macadam, una figura bajó del estribo, y no era Malcolm sino el padre de Murphy el Pajero, que debía ser tan pajero como él, aunque lo que era, era en realidad un viejo triste y tembleque con un tortuoso chambergo y un chaleco raído que se quedó espiando a un lado y otro del camino antes de abrir la tranquera.

La tardanza de Malcolm planteaba ahora la posibilidad de que el padre Ham o el padre Keven salieran a dar un paseo entre los grupos familiares que empezaban a sentarse en el pasto, abrir sus paquetes, comer pan y salame, cambiando nostalgias y esperanzas. Se ordenó esconder las insignias, cada una debajo de su almohada al pie de cada ventana.

Este movimiento, ejecutado a las diez, debió ser pero no fue motivo de aflicción porque nada podía sacudir la fe de la gente, sobre todo cuando Collins admitió que su tío nunca se levantaba temprano, y que bien podía llegar una hora más tarde que un madrugador.

A las once, nadie cejaba: más bien empezaron a preguntarse dónde andaba Malcolm cuando escribió su mensaje a Collins, en qué remoto campo de batalla, qué ciudad china, qué llanura ártica y, en ese caso, cómo podían reprocharle que demorase un poco.

La mitad de los pupilos estaban en el parque, la otra mitad asomados a las ventanas. Un puntito colorado apareció lejos en el cielo, describió un ancho círculo. Al volver rugía a baja altura, rozaba las puntas de pinos y cipreses, pasaba aterradoramente sobre los rosales chasqueando las dos alas en el viento y un hombre se asomaba a la carlinga, tan próximo que todo creyeron ver sus ojos que sonreían detrás de las enormes antiparras, gritaron ¡Malcolm!, y volvieron a gritar, y la tercera vez se quedaron mudos con la boca abierta porque el aeroplano ya estaba lejos y se iba hasta perderse en una línea recta que partía el corazón. Y ahora sí, el espíritu del pueblo pareció flaquear por primera vez, el almuerzo transcurrió en silencio, por la tarde se jugó el partido de fútbol más aburrido en la historia del Colegio, donde hasta Gunning hizo un gol en contra y el celador Dillon, que estaba a cargo de los deportes, repitió cinco veces la palabra vergüenza.

Cuando volvieron al patio quedaban las sobras del domingo. Las últimas visitas empezaron a decir adiós, los puestos de los centinelas estaban desiertos y ya nadie creía realmente en la llegada de Malcolm. Hay un momento, en esas tardes de fines de setiembre, en que el sol entra casi horizontal por las ventanas del comedor, sale, cruza el patio y echa sobre la pared del este una explosión anaranjada. Era ese momento el que Pata Santa Walker, armado de una lupa, estudiaba en aquellos días, y debió ser ese momento el que de golpe captó en su plenitud, su irrevelado misterio escrito en la pared, porque gritó, y al mirar a sus espaldas vio que la muchedumbre entera corría hacia las dos esquinas del patio en un movimiento que nunca fue explicado, se atropellaba en las escaleras, se clavaba a las ventanas desplegando los estandartes y lanzaba una sola inmensa exclamación.

Y allí, frente a todos, junto a la tranquera, estaba Malcolm.

Respondía con los brazos abiertos al clamor de la multitud, el bastón en una mano, el sombrero en la otra, y aunque tal vez no fuera tan alto como habían imaginado, su pelo pareciera demasiado rubio (pero ésa pudo ser una última trampa del sol de azafrán) y sus ropas no estuvieran recién salidas del sastre ni aun de la tintorería, cuando se practicaron todos los descuentos necesarios entre los sueños y los hechos resultaba más satisfactorio que los sueños, porque era verdadero y caminaba hacia ellos.

El celador Gielty salió de la capilla.

Los chicos que lo vieron en escorzo, el paso sonámbulo, el guardapolvo gris y arrugado, se preguntaron cómo habían podido temerle; esa repentina vergüenza desató una abrumadora silbatina mientras el celador Gielty avanzaba hacia Malcolm hasta que se enfrentaron en el centro del parque.

El mundo estaba muy tranquilo, ni un pájaro cantaba ni una hoja se movía y el silencio se tornó aplastante en la hilera de altas ventanas donde los ciento treinta irlandeses se apiñaban, sin que faltara ni siquiera el Gato, y mucho menos Collins en un sitial de privilegio sobre el retrato más grande de Malcolm, multiplicado en una fantástica selva de banderas, gallardetes y caricaturas de último momento.

Malcolm depositó en el pasto el sombrero y el bastón, se quitó el saco, lo plegó cuidadosamente y lo dejó también. En un gesto lleno de nobleza adelantó un paso tendiendo la mano al adversario antes del combate.

Pero el celador Gielty simplemente se escupió los nudillos y se puso en guardia.

Atacó, lanzando dos golpes a la zona alta, y cuando Malcolm bloqueó el más peligroso, eludió el segundo con un movimiento muy sobrio de la cabeza, se oyó la primera ovación y las banderas ondearon. Gielty arremetió de nuevo, encorvando la espalda y de pronto se vio lo poderosa que era esa espalda, cómo se hinchaba al descargar un puñetazo. Pero Malcolm tornó a esquivar con facilidad y mientras giraba a su alrededor en un círculo muy estrecho desplegó esos primeros toques de arte que tanto alegraron el corazón de los entendidos: sus pies se movían como si cantaran. Y ahora el poderoso y rítmico coro se alzó de las tribunas: ¡Malcolm! ¡Malcolm!

¿Fue eso lo que irritó a Gielty, precipitándolo a una furiosa embestida? Malcolm ya no podía eludir sin responder, y lo hizo con un cross que sonó redondo y hueco en la cara de Gielty, y mientras el clamor arreciaba, lo frenó con un swing al cuerpo que extenuó cada garganta, inflamó cada estandarte.

¡Oscuro, insomne, empecinado Gielty! Una vez más escupió en sus nudillos, una vez más hundió la cabeza entre los hombros y echó para adelante, en su guardapolvo gris, su apostura desgraciada, su fe santa y asesina. La combinación que lo recibió tuvo tal belleza en su impresionante rapidez que sólo con dificultad pudo un intelecto ajeno reconstruirla o creerla, y más tarde se discutió mucho si fue un jab, un hook y un uno-dos, o sólo el jab y el uno-dos, pero el resultado estaba a la vista y regocijo general, aquel hombre acérrimo frenado como un toro por la maza, en el centro del parque, jadeando hondamente y bamboleándose contra las oscuras araucarias, el sol poniente y el perfume cercano de la noche. Y cuando esta cosa tremenda sucedió, el corazón del pueblo empezó a arder en una ancha, arrasadora, omnipotente conflagración que sacudió toda la hilera de ventanas hamacándola de parte a parte, el amigo abrazando al enemigo, la autoridad festejando al hombre común, el individuo fundiéndose en sentimiento general mientras Collins era besado y el Gato refractario se retiraba a una segunda línea desde donde aún podía ver sin perjuicio de escapar.

Y cuando Malcolm, Malcolm, se sintió confrontado con esta demostración, qué otra cosa podía hacer, qué habría hecho cualquiera sino abrir los brazos para recibirla y guardarla hasta su vieja y gloriosa edad, saludando a la derecha, y saludando a la izquierda y saludando especialmente al centro, donde vos estabas, mi querido sobrino Collins, por quien vine de tan lejos. Y esto refutaba acaso para siempre la pregunta que semanas más tarde formularía Geraghty: ¿qué necesidad tenía de saludar?

Entretanto hubo alguno que no quiso sobrevivir a una culminación, que experimentó ese instantáneo deseo de la muerte inseparable de la extrema dicha y cayó ocho metros desde una ventana agitándose en alegría sobre unos matorrales donde no murió. Se llamaba Cummings.

Allí acabó la felicidad, tan buena mientras duraba, tan parecida al pan, al vino y al amor. Recuperado Gielty sacudió al saludante Malcolm con un mazazo al hígado, y mientras Malcolm se doblaba tras una mueca de sorpresa y de dolor, el pueblo aprendió, y mientras Gielty lo arrastraba en la punta de sus puños como en los cuernos de un toro, el pueblo aprendió que estaba solo, y cuando los puñetazos que sonaban en la tarde abrieron una llaga incurable en la memoria, el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza, mientras un último golpe lanzaba al querido tío Malcolm del otro lado de la cerca donde permaneció insensible y un héroe en la mitad del camino.

Entonces el celador Gielty volvió, y con la primera sombra de la noche en los ojos, miró una sola vez la hilera de caras majestuosamente calladas y de banderas muertas, se persignó y entró rápido.

Fin.

Este cuento fue copiado de esta dirección: https://zapateando2.wordpress.com/2010/07/22/un-oscuro-dia-de-justicia-por-rodolfo-walsh/




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11 de junio de 2019

EL TERMINO SIONISTA O SIONISMO

Este post fue publicado en mi muro de Facebook y habla sobre el término "sionista" y su uso


Por favor, los que escriban en mi muro no utilicen la palabra sionista-sionistas para aludir a la política actual del Estado de Israel y/o a los israelíes y/o a los judíos de la diáspora que apoyan esa política, y menos para suplantar a la palabra "judío", que es como algunos han encontrado el subterfugio de ocultar su judeofobia aunque con "sionistas" no quieran decir otra cosa que "judíos". Como hay mucha confusión en el uso de esos términos y nunca se puede saber quién los usa para qué, prefiero que si publican un comentario en mi muro, se abstengan del todo de usar esos términos.

El Sionismo apareció después del caso Dreyfuss en Francia, con la idea de que la única forma de terminar con la persecución era vivir en un territorio nacional propio, en la tierra ancestral de la cual fueron expulsados por el Imperio Romano, y que estaba en poder del Imperio Turco Otomano.
No se concretó el traslado de los judíos al territorio de Medio Oriente porque la mayoría de los judíos europeos no fueron cautivados por la idea, aunque unos pocos sí lo hicieron. Muchos judíos ideologizados rechazaron la idea del Sionismo y apostaron al cambio de la sociedad a través del Socialismo. Los sionistas fueron una minoría. De hecho, los judíos emigraron principalmente a América, desde los EEUU hasta la Argentina, y a todos los países latinoamericanos.

La creación del Estado de Israel no se debe al Sionismo, aunque los judíos que estaban en el territorio sí lo eran. En 1918 los otomanos fueron vencidos por los ganadores de la Primera Guerra Mundial, y el territorio de Palestina quedó en manos del Mandato Británico. El Holocausto judío de la Segunda Guerra cambió las cosas. Las potencias ganadoras se encontraron con los sobrevivientes judíos de los campos de concentración y en lugar de devolverlos a sus casas, aunque habían sido destruídas las familias con solo algún sobreviviente de cada una, completaron la obra de Hitler enviándolos al territorio palestino en lugar de absorberlos.

Mi hermana Golde, hija del primer matrimonio de mi papá, sobrevivió al Holocausto y quiso venir a la Argentina a vivir con nosotros, pero Polonia le negó la visa y solo le permitió viajar a Palestina. Así sucedió con medio millón de sobrevivientes, apenas capaces de soportar sus huesos.

Decir hoy que la fundación del Estado de Israel es el logro de la original y peregrina idea sionista es una forma de eludir que ese Estado existe porque las potencias ganadoras de la Segunda Guerra decidieron dividir el territorio de Medio Oriente y fundar estados como el de Irak, a gusto de Churchill. Claro que los judíos que vivían allí bregaron por tener un territorio donde no fueran considerados extranjeros y lucharon contra el Mandato Británico para expulsarlo, logrando que las Naciones Unidas declararan la existencia de dos estados en el territorio, el de Israel y el de Palestina, que los palestinos rechazaron. La partición del territorio no fue obra de los judíos sino del Imperialismo de las potencias europeas.

Habiendo expulsado al Imperio Otomano, Egipto declaró su independencia y se convirtió en una monarquía en 1922. En 1932 se creó Arabia Saudita. Siria quedó bajo mandato francés. Irak bajo mandato inglés. Persia, en una semiindependencia bajo la injerencia de la Anglo-Iranian Oil Company. La Sociedad de la Naciones confirió a Francia e Inglaterra el dominio de la región bajo la forma de Mandatos. El Mandato Británico concedió a los judíos en la Declaración Balfour de 1917, el derecho a un Hogar Nacional en el territorio de su dominio. No solo los palestinos quedaron disconformes del reparto de estados del que fue objeto Medio Oriente, "no todas las aspiraciones nacionalistas fueron conformadas, sino aquellas que eran más convenientes para los intereses occidentales" dice Wikipedia. Los kurdos fueron relegados en su esperanza de tener estado propio en Kurdistán. Los iraníes pretendieron ser independientes, pero el Sha de Persia propició un golpe de estado que sometió a Irán a las potencias europeas.

El Estado de Israel nació como un país pobre de estructura socialista, poblado por granjas colectivas. Los judíos del mundo llenaban alcancías con monedas para enviar a los judíos de Israel. Israel pedía a los judíos del mundo que fueran a vivir a Israel, a nombre de la original idea sionista entendida como un movimiento de liberación nacional. Pero pocos de los ya integrados habitantes de América respondían al llamado. El Sionismo nunca incluyó la idea de la guerra ni la de la dominación del territorio expulsando a sus habitantes. Eso sucedió sin ninguna idea previa. No puede adjudicarse al sionismo lo que ocurrió después. Los palestinos hicieron la guerra a los israelíes para expulsarlos del territorio, pero perdieron y fueron dominados.

¿A qué hacer una extraña síntesis tomada de los pelos de una conducta política bélica absolutamente común en la historia de todas las naciones, llamándolo "sionismo"? ¿Por qué en este caso no se usa el término correcto que es el de Imperialismo? Porque el sionismo -que no tuvo éxito- tiene el mérito de reemplazar al término judaísmo, ya que acusar al judaísmo sería fascista.

El Estado de Israel no es un país Sionista, es un país imperialista, como cualquiera de ellos. Francia no es francista, ni Inglaterra es britanista, ni EEUU es estadunidista.

Cualquiera que se refiera al SIONISMO como idea imperialista de Israel, me resulta sospechoso de antisemita portador sano, o conciente.


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Pino Solanas, su política buitre y la resolución de Ballesteros

EN QUÉ CONSISTE LA POLÍTICA "BUITRE" DE SOLANAS 9/01/2010
Buitre, porque para conseguir el poder se alía estratégicamente con la derecha como un comensal, y la alienta al proceso de destruir al Gobierno creyendo poder así alzarse con el poder al fin de la destrucción, porque confía en que su discurso más verborrágico e incendiario que el de la misma derecha, va a poder eclipsarlo y finalmente va a poder liderar el último tramo de la destrucción y alzarse con el poder.
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RESUELVO: 1) SOBRESEER DEFINITIVAMENTE en la presente causa N° 14467(expte 7723/98) en la que no existen procesados (art. 434 inc. 2° del Código de Procedimientos en Materia Penal) 2) REMITIR copia de la presente resolución (mediante disco) y poner las actuaciones a disposición de las HONORABLES CAMARAS DE SENADORES Y DIPUTADOS DEL CONGRESO DE LA NACION para su consulta o extracción de copias de las piezas procesales que se indiquen a los efectos que estimen conducentes. TEXTO DEL FALLO Leer comentarios

Cuentos de vida

12/02/2008 EL HOMBRE DEL PODRIDO TORNILLO(cuento)
Voy caminando sin mucho apuro para abrir mi óptica. Desde lejos veo que alguien que no conozco está frente a la puerta. El hombre consulta el reloj en su muñeca. Cruza los brazos sobre el pecho. Levanta la cabeza hacia el cielo. Baja luego la cabeza y mira sus zapatos. Descruza los brazos y mete las manos en los bolsillos. Termina la secuencia espasmódica descansando su esqueleto sobre un auto estacionado, mirando la puerta cerrada de la óptica. Vuelve a mirar el reloj. Sigue...
22/02/2010 - UN ÁNGEL EN COLECTIVO (relato)
Yo estaba tan embarazada, que había pasado la fecha de parto y mi familia me cargaba con la siguiente pregunta ¿y cuándo vas a parir? Y yo me reía, esperando que la naturaleza se ocupara en cualquier momento de que llegara mi bebé.
Lady D también estaba embarazada de su primer hijo. El papá de mi hijo decía que nuestro bebé tenía mejor ajuar que el hijo del Príncipe Carlos. Eran épocas de todo importado, y yo, eufórica por mi maternidad, había comprado el mejor cochecito de Harrod's y las ropas y utensilios para bebé, de lo más hermosos que encontré. Leer completo...
06/03/2008 - LOS GLADIOLEROS (cuento)
En el baño empezó a gotear la ducha. Hace de esto cinco años. Llamé a uno de esos brujos de la humanidad que atesoran saberes aquilatados y añejados en paneles de roble, uno de esos que miramos las mujeres agachando la cabeza, reconociendo nuestra inferioridad por efecto de la prueba contundente.
El plomero, que aparece con su bonete inmenso sobre el cual tiene una estrella, trae consigo herramientas que como la varita mágica, sólo obedecen a su secreto conjuro. La casa es un poco vieja, me dijo al irse, la próxima vez no le va a poder cambiar el cuerito a la canilla, va a tener que cambiar los caños. La sentencia estaba echada.
Cinco años después, es decir, ahora, se volvió a romper el cuerito y volvió a gotear la ducha. Leer más...
9/10/2008 - LOS JUDÍOS Y LOS REYES MAGOS (cuento)
Era la mañana del 6 de enero de 1954. Verano. En ese año yo iría al colegio por primera vez. Era la hija mayor de un matrimonio de judíos polacos inmigrantes. Teníamos un local de comercio seguido de vivienda, como había entonces. En el local, estaba mi papá. En la cocina de la vivienda, estaba mi mamá haciéndome el desayuno. Mis dos hermanitos, de 3 y 4 años, estaban aún en las cunas. Yo desayuné, y como hacía todos los días, salí a la calle a jugar con mis amiguitas. Serían las 10 de la mañana. Salgo a la calle y lo primero que veo es que todas mis amiguitas están juntas, y tienen algún juguete en la mano. Me extrañó muchísimo.
La Susi, mi mejor amiguita, tenía una enorme muñeca de trapo que yo no conocía, y la abrazaba y la ponía en el suelo a caminar, y la muñeca blanduzca se bamboleaba sacudiendo las trenzas rubias de hilos de lana de tejer.Leer Más...
16/09/2008 - MI LIBRO DE LECTURA DEL 55 (cuento)
El 16 de septiembre de 1955 yo tenía siete años, y estaba en "primero superior" (hoy segundo grado) de la escuela primaria.
La Revolución Libertadora trajo un cambio a la Escuela. Desaparecieron los carteles que cubrían las paredes en su parte superior tocando el techo de mi aula. De letras inmensas, decían "Segundo Plan Quinquenal-Perón cumple-Evita dignifica". La palabra "quinquenal" me encandilaba con sus sonidos juguetones, y no entendía bien qué quería decir "dignifica".
La presencia de Perón y Evita se trocó por paredes ascépticas, vacías, que me impresionaron cuando volví a la Escuela, después de unos días de asueto. El retrato de San Martín lucía ahora solitario y único símbolo del aula, como frío testimonio en blanco y negro de una historia lejana, sin la companía de aquellos carteles de colores alegres, de fondo amarillo y letras rojas, que representaban cosas del presente. Leer más...
13/11/2008 - GUEFILTE FISH (cuento)
Como yo soy la intelectual de la familia, mi cuñada Rivke me tiene envidia. ¿Qué creías? Te voy a contar lo que pasó. Era Rosh Hashaná y mamá invitó a hacer fiesta en su casa. Yo no le dije que no, ¿qué, acaso quiero cocinar para diez personas? Si a ella le gusta, que lo haga ella. El día que no esté mamá, va a ser otra cosa. Ahí voy a tener que cocinar yo, porque no voy a esperar que mi cuñada aprenda a cocinar, ni voy a comer esas porquerías que hace que no tienen gusto a nada.
Bueno, te estaba diciendo. Resulta que me puse a leer la historia del guefilte fish, en un libro antiguo de cultura idish. Vos sabés que a mí me gustan los libros, no voy a dejar de leer libros sólo para que mi cuñada no se sienta mal. Entonces leí que el guefilte fish estaba formado por tres distintas clases de pescado por una razón. Yo siempre me pregunté cuál serìa la razón de que fuera necesario hacerlo de distintos pescados. Leer más...
24/12/2008 - UN CUENTO DE NAVIDAD (cuento)
A pesar de ser judía, celebré Navidad mientras duró el matrimonio con el padre de mi hijo, que murió en el año 1994. Era gallego, socialista y agnóstico, pero le encantaba la Navidad, una costumbre que su madre engalanaba con una enorme Empanada a la Gallega que quedó en la memoria de sus cinco hijos. La Empanada a la Gallega de Doña Encarnación, a quien no tuve el gusto de conocer porque llegué tarde a la vida de esa familia, se repetía cada Navidad, con el consiguiente comentario obligado, “nada que ver con la que hacía la vieja”.

Mi nene era muy chiquito, recién ese año se había dado cuenta del personaje de Papá Noel. Su papá se disfrazaba y hacía las delicias de todos los chicos. Le habíamos dicho que iba a venir Papá Noel, con una bolsa de regalos. Leer más...
04/05/2008 - BUNGE ME SALVÓ LA VIDA (relato)
Bunge me salvó la vida con el mismo extraño mecanismo con el que mi hermanito descubrió la palmeta. Primero cuento la historia de mi hermanito. Después retomo con Bunge.
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