Prólogo:
Macri fue a Holanda y visitó el museo de Ana Frank. Ella fue una víctima del Holocausto cuyo legado literario conmueve enormemente, sabiendo cuál fue su destino, la muerte. En el año 1947, cuando su padre publica el Diario de Ana Frank, ningún sobreviviente quería hablar de lo que pasó. Tuvo que pasar mucho tiempo para que empezaran a hablar de los horrores vividos. Pero, curiosamente, no trascienden las historias de supervivencia y resistencia que lograron torcerle el brazo a la maquinaria nazi. Una historia como esta, debería ser mostrada como la contraparte de Ana Frank, y no se muestra. Acá pongo la historia de los tíos de mi amiga Rita Stupnik, a quienes conocí como seres plenos de vida e ideales. También recomiendo leer la historia de mi hermana Golde, otra triunfadora de la vida. No es inocente que los íconos elegidos sean solo las víctimas derrotadas.
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"Me llamo Mietek Stupnik. Nací en Zambrow, provincia de Byalistock, Polonia, el 15 de febrero de 1917, en el seno de una familia obrera. A pesar de que no éramos ricos, no nos faltaban ni alimentos ni abrigo. Mi papá, Hersch, era zapatero.
Éramos ocho hermanos, cuatro mujeres y cuatro varones. Modistas, sastres, carpintero uno y yo pintor, eran nuestros oficios. Una hermana y un hermano habían emigrado antes de la guerra a la Argentina, y una hermana a Cuba, ellos se salvaron, el resto se quedó. Mi hermano el carpintero y yo fuimos los úlitmos solteros que vivíamos en la casa paterna cuando comenzó la guerra.
Mis padres eran respetuosos de la religión, pero, especialmente entre los hermanos menores, soplaban otros aires. Nos veíamos atraídos por otros ideales: los de la justicia social y la igualdad entre los hombres. Nos involucramos en actividades socialistas y comunistas, lo que le costó un año y medio de cárcel a mi hermano Jánkel, sastre. Para huir del mismo destino por las mismas convicciones, mi hermana Java emigró a la Argentina.
En la infancia concurrí a la escuela rabínica y al colegio primario. Me gustaba mucho el deporte. Con mis hermanos y amigos íbamos mucho al río a nadar y jugábamos al Fútbol. Yo era miembro del club deportivo Aphoel.
En el pueblo había mucho antisemitismo y más de una vez peleamos contra los miembros jóvenes de los Endekes, organización polaca de extremo nacionalismo y fascismo. Cuando salíamos los tres hermanos juntos, no se atrevían a provocarnos.
El 1º de septiembre de 1939, día en que estalló la guerra, mi hermano Itzjak, y yo, fuimos reclutados para incorporarnos a la Infantería del Ejército de Polonia para resistir la invasión alemana. Mi hermano Itzjak y yo, ambos, cada uno por su lado, fuimos heridos en una pierna en la batalla en defensa de Polonia contra Alemania. La frontera rusa había sido cruzada por el Ejército Rojo, que en alianza con Alemania, peleaba también contra Polonia. Nosotros ignorábamos en aquel momento la existencia del pacto Molotow-Ribbentrop.
Luchamos contra el Ejército alemán que nos fue corriendo hacia la frontera rusa, y luego contra el Ejército ruso. El Ejército Rojo rodeó al Ejército Polaco, que finalmente se rindió. Por el pacto, el mismo pacto, Alemania y Rusia habían acordado dividir a Polonia en dos partes, una parte para el Ejército Alemán y la otra para el Ejército Rojo. A los oficiales los tomaron prisioneros. A los soldados nos enviaron a casa. Según la zona de domicilio, los soladados quedaban bajo dominio alemán, o ruso. Nuestro domicilio pertenecía desde ese momento al dominio ruso.
Al volver a casa, toda la ciudad estaba ocupada por los rusos. Volví a trabajar en los cuarteles, en mi oficio. En la primavera del año 1940 fui movilizado por tres meses al servicio del Ejército Rojo. Luego fui enviado a Grodno, becado a seguir cursos de deporte, tras los cuales fui nombrado Presidente del Distrito de Zambrow en actividades deportivas, y allí permanecí hasta la invasión alemana a la Unión Soviética, en el año 1941.
De nuevo me encontraba movilizado en los cuarteles de Zambrow. Al día siguiente el Ejército Rojo se retiró hacia Grodno habiendo pasado por Bialystock y Wolkowysk. El ataque alemán fue relámpago: abrió fuego desde los aviones con ametralladoras y bombas, sembrando cadáveres por el camino. En retirada nos dispersamos en grupos por aldeas y bosques. Emprendí camino a casa. Los territorios ya habían sido ocupados por los alemanes. Estando en casa los alemanes dieron la orden de presentarse a los soldados rusos, y ante el peligro de ser atrapado, me despedí de mis padres, a los que nunca volví a ver. Mi padre me bendijo y me entregó los 150 rublos que tenía ahorrados.
Me dirigí a Lomza, a casa de unos parientes, donde pretendí ocultarme, pero en una semana apenas ya se había cercado el ghetto de Lomza y formado el Judenrat. Confinado con todos los judíos de Lomza en el ghetto, los nazis me sacaban fuera con un grupo de hombres fuertes a trabajos forzados para cortar troncos y excavar raíces de los árboles, en el bosque. Fue un trabajo muy duro, pero aprovechaba la salida para contrabandear comida y llevar al ghetto, pues volvíamos de noche. La leña se la llevaban los alemanes, y los troncos eran destinados al Judenrat, que los distribuía a la población del ghetto. Entre los troncos escondíamos alimentos como harina y manteca. Era muy riesgoso y no siempre era posible hacerlo. Aprovechábamos la presencia de ciertos gendarmes de turno menos peligrosos, con los que acordábamos. Una vez tratamos de contrabandear un novillo, previo acuerdo. Pero en el momento en que estábamos por cruzar el portón de acceso al ghetto, un guardia se dio cuenta y se puso a vociferar en alemán: Halt, halt !!!, que significa "deténganse". Entre nuestro pánico y los gritos del guardia, el novillo se asustó y empezó a correr dando vueltas, enredándonos las piernas a mí y a mi compañero con la soga con la que lo teníamos atado a los troncos. El enfurecido gendarme agarró la soga de la que tironeaba el novillo. En medio de ese tumulto, nos escabullimos corriendo. Yo corrí hasta el Cementerio lindante, y allí descubrí un agujero por el que ingresé de nuevo al ghetto.
La caza de judíos dentro del ghetto era constante. Muchos eran llevados afuera y fusilados en los bosques. De mi familia no tuve noticias durante tres meses, hasta que me encontré con una conocida fuera del ghetto cuando iba a los trabajos forzados, que corrió a mi lado para informarme sobre mis padres, el resto de mi familia y dos hermanos. Sobre mis dos hermanos, Itzjak y Jánkl, me informó que habían sido beneficiados con el recurso de trabajar en oficios para famillias cristianas que los solicitaran, y no habían sido conducidos al ghetto de Lomza. Sobre el resto de mi familia, me informó que en cambio, allí fueron llevados todos junto a mis padres, quienes con otros de su edad, fueron inmediatamente conducidos al bosque lindero y fusilados. En el grupo iba también el rabino, quien pidió a los hombres que se pusieran su Talit (manto ritual) y marcharan todos al "Kidush Hashem" (sacrificio a Dios). Que mi padre iba detrás del rabino con su Talit, en oración de Kidush.
Una familia cristiana, profundamente creyente, de apellido Wisniewski, por amistad y simpatía, amparaba y daba vivienda a esa muchacha judía que me hizo de informante. Ella no tenía aspecto de judía y se movía libremente como polaca, gracias al amparo de esa familia, que guardaba el secreto de su origen. La muchacha era amiga de mi hermano Itzjak y le pidió a la familia que lo solicitara como carpintero para construir una parte de la casa. Así lo hicieron. Itzjak luego les solicitó un ayudante, su hermano Jánkl. La familia era pariente del intendente del distrito, y eso les permitió tramitar el pedido de trabajo para Jánkl. Ambos trabajaban en la construcción de la casa, y también en tareas del campo. Pero hubo una orden de los alemanes por la cual caducaba el permiso de trabajo para judíos, y los que habían solictado operarios judíos debían entregarlos. La señora Stefanía Wisniewska, una mujer noble y valiente, comenzó a desempeñar un papel preponderante en nuestras vidas: les dijo a mis hermanos que no los entregaría y les aconsejó que se escaparan al bosque.
A fines de noviembre del año 1942 liquidaron los ghettos de Lomza y Zambrow. Llevaron a los judíos de los ghettos a los cuarteles, y allí los mantuvieron durante un mes, en condiciones infrahumanas. Muchos murieron allí mismo, y el resto, diezmados, atormentados, fueron cargados en los vagones del tren con el destino al Campo de Concentración de Treblinka, donde se esfumaron con el humo de los crematorios. Allí también se esfumó todo el resto de mi familia que había quedado en Polonia, menos mis dos hermanos y yo.
Poco antes de la liquidación del ghetto, recibí una nota de mis hermanos traída por la joven judía que vivía con la familia Wisniewski, en la que mi hermano Jánkl me decía que me escapara del ghetto y que viniera a los bosques de Budy Pniewskie, donde ellos se iban a esconder. Al ver que se acercaba el final del ghetto, me escapé junto con otros jóvenes, cortando, de noche, los alambres de púa. Corrimos, al principio, en grupos, pero al ser perseguidos por gendarmes alemanes y polacos, nos dispersamos por campos y bosques, y quedé solo.
Era de noche, fin de otoño. La oscuridad y el frío fueron mis compañeros. Corrí en la dirección acordada hacia los bosques de Budy Pniewskie, distantes 14 kilómetros. Corrí durante toda la noche. Cuando apenas comenzaba a clarear, distinguí en la penumbra siluetas humanas corriendo. No sabía si eran perseguidos o perseguidores. En un momento divisé dos personas corriendo cerca de mí. Saqué el cuchillo grande que agarré al salir de la casa en el ghetto y me preparé a enfrentarlos. Uno tenía una enorme tijera y el otro un hacha, y se disponían al ataque. Cuán grande fue la sorpresa cuando al acercarnos nos reconocimos: eran Itzjak y Jánkl, mis dos hermanos. Superada la primera emoción por el encuentro, nos adentramos corriendo en la espesura del bosque."
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Era ya invierno, principios de diciembre. Por las mañanas helaba. Los tres hermanos pernoctábamos entre los arbustos, apretujados uno contra el otro, para no helarnos. Teníamos con nosotros algo de comida que ya se terminaba. Decidimos que yo fuera a la aldea más cercana para comprar pan. Jánkl, el único que tenía algo de valores, me entregó dinero para el pan. Acordamos que ellos iban a esperarme en el límite del bosque. Fui a la aldea y compré pan sin problemas. Pero en el camino de vuelta, me empezaron a perseguir unos cuatro o cinco polacos gritando ¡Judío! En los bosques y alrededores pululaban los polacos en busca de judíos, para matarlos o entregarlos a los alemanes por un litro de nafta, vodka o azúcar. Yo empecé a correr en dirección adonde se encontraban mis hermanos. Ellos, al ver lo que pasaba, frente al peligro (éramos muy fuertes y todos deportistas) arrancaron de cuajo tres jóvenes arbolitos, me tiraron uno y con ellos enfrentamos a los perseguidores. Sorprendidos y acobardados, nos gritaron que sólo querían asustarnos y se dieron a la fuga.
El frío se volvía cada vez más intenso. Decidimos ir a la casa de la familia Wisniewski. Una noche, sin que ellos se enteraran, ingresamos en el establo. Nos hundimos en el heno almacenado en las gradas y por fin pudimos entrar un poco en calor. A la mañana, cuando Stefanía entró para ordeñar las vacas, se asomaron Jánkl e Itzjak, y éste, en voz baja, la llamó. La mujer se persignó al verlos y exclamó: ¡están vivos muchachos! Enseguida nos trajo comida caliente. La casa ya había sido revisada por los gendarmes en busca de judíos, así que por el momento podíamos quedarnos. De mi presencia todavía no sabía. Por fin Jánkl le dijo que con ellos se encontraba un muchacho, eludiendo decir que era su hermano, y que no lo podían abandonar. Le entregó algunos valores para la comida. Ella me aceptó, y así fue que nos quedamos con ellos todo el mes de enero. Entre los vecinos comenzaron a correr rumores de que en establo había judíos escondidos. Alarmada, Stefanía nos avisó, y tuvimos que irnos.
Era pleno invierno, con temperaturas entre 15 a 20 y más grados bajo cero. La nieve llegaba hasta las rodillas. Al bosque era imposible volver. Por arreglo de la señora Stefanía nos dirigimos a la casa de la familia Strenilowski, muy amigos de los Wisniewski. Ellos eran también gente muy buena y noble. Nos acogieron por dos semanas, dándonos de comer. De ahí nos dirigimos a la casa de un amigo de Itzjak. El cambio de casa lo hacíamos siempre por la noche, en la oscuridad, transitando por el camino o por campo traviesa cuando había algún peligro de que nos vieran. Dejamos de llamarnos entre nosotros por los nombres en idish, y empezamos a llamarnos por nuestros nombres en polaco. No fuimos más Itzjak, Jánkl y Meiszke, fuimos Vicek, Janek y Mietke. Así llegamos al establo de la casa del amigo de Itzjak, y nos metimos en el heno de las gradas, sin que él lo supiera. Al día siguiente Itzjak le avisó que estábamos allí. Tuvo miedo de que permaneciéramos más de dos semanas. Nos acogió por dos semanas, dándonos de comer. Al vencer el plazo Jánkl pensó en un amigo de un tío que vivía en una aldea cercana. Allí nos dirigimos por la noche y con el mismo método nos escondimos en el establo y al día siguiente Jánkl le avisó al dueño de casa que estábamos allí. Este hombre nos admitió por una semana. Nos aconsejó que siguiéramos con el mismo método, pero que tratáramos de que los campesinos vecinos no se enteraran de nuestra presencia en una casa. También nos dio los nombres de gente confiable. Nos entregó tres panes y nos despedimos.
Cuando no tuvimos otra opción, entramos en establos a escondernos también de los dueños de casa. Como no teníamos forma de conseguir comida, recogíamos los huevos de las gallinas y nos los comíamos crudos. También ordeñábamos las vacas para tomar leche. Por las mañanas, cuando las campesinas iban a ordeñar las vacas, se quejaban de que estaban dando poca leche. Así, de esta manera, pasamos el invierno hasta los principios de la primavera. En el mes de abril, decidimos ponernos de nuevo en contacto con la familia Wisniewski.
Ya había empezado el deshielo. El río Narew desbordó, inundando todos los campos lindantes. Para llegar a destino tuvimos que cruzar el agua. Encontramos un bote amarrado con una gruesa cadena. Cada uno intentó cortar la cadena con la enorme tijera de Jánek, y después de muchos fracasos, al fin pudimos cortar un eslabón y nos subimos al bote, pero no anduvimos por mucho tiempo, porque el bote se atascó en el alambrado de un campo inundado, y no lo pudimos liberar. Pero no podíamos perder tiempo, porque pues era necesario llegar antes del amanecer. Cruzamos el resto del trecho a nado, más de un kilómetro, en agua helada. Cuando salimos del agua, la ropa empapada sobre nuestros cuerpos mojados, se congeló y endureció. Empezamos a correr a toda velocidad para no congelarnos totalmente. Llegamos al establo al despuntar el alba. Nos sacamos la ropa congelada, y desnudos, nos metimos entre el heno, apretujándonos uno contra el otro para reponernos del frío y del agotamiento. Luego de unas horas entró Stefanía con Pawel, su hijo, en el establo. Les avisamos en voz baja que nos encontrábamos ahí. Nos dieron la bienvenida, diciéndonos que podíamos quedarnos por un tiempo, ya que por las inundaciones estaban cortados todos los caminos y no había peligro de alguien se llegara por allí. Stefanía trajo enseguida comida caliente y ropa vieja para abrigarnos, y se llevó la nuestra para lavar. Permanecimos allí hasta que el deshielo dio paso a la primavera. Los bosques se cubrieron de verdor y volvimos a penetrar en bosque, sin cortar el contacto con la familia Wisniewski. Nos escondimos en la zona pantanosa de los bosques de Pniewo.
Durante el primer mes estuvimos los tres solos. En el bosque hallamos una "Buda" abandonada (una especie de carpa hecha de ramas y camuflada con vegetación), que se convirtió en nuestra madriguera. De noche salíamos en busca de alimentos. Entrábamos en los establos y robábamos gallinas. La primera vez que fuimos a robar una gallina, me quedé con Itzjak vigilando y el que entró fue Jánkl. Pero en vez de atrapar una gallina, Jánkl atrapó un gallo que armó tal alboroto en mitad de la noche, que tuvimos que salir corriendo con las manos vacías. De a poco adquirimos destreza y retorcíamos el cuello de una gallina en una fracción de segundo, sin el menor ruido. Para no perdernos en la noche, tomábamos como hitos del camino las formas de las copas de los árboles. Si nos separábamos, para reencontrarnos, aprendimos a emitir un sonido inconfudible ahuecando las manos, imitando el canto de un pájaro.
Visitábamos también a la señora Stefanía de vez en cuando por la noche. En una oportunidad, el hijo nos entregó un fusil de caño y culata cortados con unas balas. El noble muchacho consideró que lo necesitábamos. Fue nuestra primera arma.
Cerca de nuestra madriguera, abandonada en el bosque habíamos observado, semidesmantelada, una destilería clandestina de una clase de vodka llamada "Samogon". A los pocos días observamos, sin que nos vieran, a dos campesinos que se acercaron a la destilería. Y empezaron a armarla. Decidimos arriesgarnos y acercarnos. Estábamos asustados, no menos que ellos, que al vernos empezaron a correr. Los llamamos diciendo que deseábamos ayudarlos en el trabajo. Aceptaron, y nos dieron comida a cambio sin hacer preguntas. Así empezamos a destilar vodka "Samogon", que tenía el gusto y el olor del mismísmo demonio, pero era muy requerida. Una vez, uno de ellos, Kulakowski, llegó solo al bosque para hablar con nosotros. Nos confió que tenía escondida a una familia judía y quería que la acogiéramos pues tenía miedo de tenerla, y nos pidió reserva frente al otro campesino. Nos aconsejó que nos trasladáramos más adentro, a una zona todavía más pantanosa. Era más seguro y más peligroso a la vez, por lo traicionero del terreno. Había que estar seguro de dónde se ponía el pie, para no ser succionado por el pantano. Allí construimos dos Budy, alejadas una de la otra por cien metros, para mayor seguridad. El agua lo obteníamos cavando un pozo de un metro de profundidad.
A los pocos días, una noche, el campesino condujo a la familia judía al bosque para que nosotros le diéramos acogida. Era un matrimonio con tres hijos de entre cinco y doce años de edad, y el abuelo. Increíblemente se trataba de familiares nuestros lejanos, por parte materna. La familia ingresó a uno de los Budy. Por razones de seguridad explorábamos el bosque que era inmenso. Descubrimos más judíos escondidos en lugares accesibles y peligrosos, y los llevamos con nosotros a los pantanos. El grupo contaba ya con veinte personas, y comenzaron a faltar los alimentos. Trabajando la destilería obteníamos comida para nosotros tres. Kulakowski se encargaba de traer comida para la familia que nos había traído, pero los demás tenían hambre y repartiendo no alcanzaba. De noche salíamos a las aldeas en grupos de a seis, para robar. Ya no solamente una gallina, sino corderos y hasta cerdos. Contábamos con dos armas. Una, la que me dio el hijo de Stefanía. La otra era de Archi Rudnik.
El procedimiento era el siguiente: tres hombres rodeábamos una casa con las armas que teníamos, los tres restantes entraban sigilosamente en el establo. Con los que entraban siempre iba Jánkl, que con un lazo especialmente preparado, ahorcaba a la presa en un segundo. Luego de matada, los tres descuartizaban la presa allí mismo. Dejando cabeza, patas y entrañas en el lugar. Se repartía la carne en seis bolsas, una para cada uno, que con la bolsa en la espalda corría con todas sus fuerzas para llegar al pantano antes del amanecer.
Una vez una familia nos descubrió. Vimos que encendieron una luz dentro de la casa. Archi y yo entramos a la casa forzando la puerta con las armas en las manos. Ordenamos a los campesinos a meterse bajo las camas y permanecer allí por dos horas, amenazándolos con quemarles la casa si avisaban a los gendarmes o los vecinos.
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En una ocasión después de un robo, divisamos en las tinieblas a dos gendarmes montados en bicicletas sobre el camino. El primer impulso fue correr, pero a Jánkl se le ocurrió que cargáramos sobre los hombros los palos que usábamos de armas, y que camináramos lento. Los gendarmes pasaron sin intervenir. De haber corrido seguro nos hubieran tratado de atrapar. La sutileza de la estrategia era imprescindible, y para eso debíamos ser fríos y dejar el pánico de lado, cosa que es más difícil en constante peligro de muerte.
La carne robada que llevábamos en las bolsas al pantano, la almacenábamos en cajones de madera preparados por Itzjak. Se la cubría con sal y se la ponía dentro de los cajones que se enterraban para la perfecta conservación. El pan, las papas y la sal, la conseguíamos de los campesinos a cambio de vodka que preparábamos sin el conocimiento de los dueños de la distilería.
Cada vez que podíamos robábamos armas. Eran vitales para nosotros. Tanto el hijo de Stefanía como otros que visitábamos por habernos acogido alguna vez, nos avisaban de alguien que tenía algún arma, y nos decían dónde podían tenerla. Nos ocupábamos de conseguirlas. Ansiábamos unirnos a los partizanos organizados conectados con la Unión Soviética, pero nunca pudimos dar con ellos. Soñábamos con combatir al odiado enemigo.
Teníamos montada una guardia armada permanente a la entrada del bosque, que rotaba en turnos día y noche. Una madrugada, estando de guardia, observamos con mi compañero que se adentraba al bosque un campesino. Lo detuvimos y le preguntamos qué buscaba. Dijo que iba en busca de judíos, porque tenía en su establo a una muchacha judía que corría riesgo de ser apresada por las bandas de NSZ, que le pisaban los talones. Secuestramos al campesino mientras discutimos entre todos la situación. Nos parecía muy probable que fuera una trampa. Pero también podía ser verdad, y queríamos ayudar a esa muchacha. Decidimos mentirle al campesino, diciéndole que la noche del día siguiente iríamos a buscar a la muchacha y lo dejamos partir al anochecer.
El plan era anticiparnos a lo pactado y seguir al campesino para liberar inmediatamente a la muchacha si fuera cierto. Y si no hubiera ninguna muchacha en el establo, nos salvaríamos de una trampa que podría esperarnos la noche siguiente. Yo seguí al campesino. El trecho era como de siete kilómetros. El campesino entró a su casa y encendió la lumbre. Esperé a que la apagara y se apagaran las lumbres de las casas vecinas. Entré al establo. Subí las gradas buscando el escondite que según mi propia experiencia, estaba contra una pared que tenía alguna ventilación al exterior. Sentí la presencia de una persona, pero para no asustarla y que no se escucharan ruidos, comencé a hablar en voz muy baja primero en polaco, después en idish. Le dije que era judío y que venía a rescatarla. La muchacha estaba aterrorizada. Ella no quería salir, me dijo que no me creía, que había polacos que hablaban idish, y que si la quería matar debía hacerlo ahí mismo porque ella no saldría. Le seguí conversando para convencerla, contándole que estuve en el ghetto de Lomza, nombrando a varias familias judías, hasta que se convenció y salió del escondite. Al verla, la tomé rápidamente de la mano y con fuerza la impulsé a tomar carrera fuera del establo para no perder ni un minuto más de tiempo. Ella se dejó llevar entregada y corrió conmigo atravesando un campo, hasta que se dio por vencida y me dijo que no podía seguir sin zapatos. Le indiqué el camino que debía seguir y dí media vuelta desandando el largo trecho recorrido, para buscar los zapatos en el establo.
Ya encontrados los zapatos y atados en mi cinturón, dispuesto a bajar por las gradas del establo para escapar de ahí, ví a una persona armada subiendo las gradas. Cargué mi fusil y el hombre saltó abajo gritando ¡está armado!. Yo salté del otro lado donde había un carro al que empujé para abrir el portón de atrás. Al abrirse el portón se esucharon gritos ¡se escapa por el portón de atrás! y se oyó que corrían hacia ese lugar. Yo me dirigí entonces hacia el portón delantero, pero ahí había un individuo alumbrando las gradas con una linterna. Mi primer impulso fue dispararle, pero reflexioné y evité que el tiro alertara a los demás. Como estaba solo, podía dominarlo sin disparar. Le salté encima y con la culata del fusil le dí en la cabeza con todas mis fuerzas. El hombre cayó y escapé por el portón delantero en una carrera loca.
Comenzaron a buscarnos patrullas en el bosque que no nos descubrían, porque constantemente mudábamos las Budy, desarmábamos unas y armábamos otras, sin dejar rastro de nuestro recorrido. Era común que descubrieran a algún pequeño grupo de personas sobre las cuales descargaban una balacera. Herían a alguno pero les contestábamos con nuestras armas, y terminaban escapando. Yo recibí un tiro en la mejilla que me rompió dos dientes. Desinfectábamos las heridas con vodka y curábamos la piel con grasa de chancho.
El episodio más dramático fue cuando se destrozó la primera familia que acogimos, que eran nuestros parientes por parte materna. Zelik, el padre, había venido con nosotros en la busca de un nuevo lugar para mudar los Budy. Al escuchar los tiros corrimos en el sentido de donde venían y llegamos a la escena terrible. Habían matado al abuelo, a la madre y a dos de los tres hijos. A la hija se la habían llevado. Los dos chicos estaban con la cabezas metidas en el pozo de agua y las piernitas para arriba. Tirados en el suelo estaban los cuerpos fusilados de la mamá y el abuelo. Dimos sepultura a esos muertos. El dolor, el odio, el deseo de venganza, se acrecentaron cada día.
Pululaban las bandas de polacos buscando matar judíos. En una oportunidad se llegaron hasta nosotros dos polacos jóvenes que nos dijeron que pertenecían a un grupo de bandidos que cazaban judíos, pero que estaban en disidencia con cierto dirigente y temían por su vida, por lo que venían a ofrecernos protección si les entregábamos nuestras armas y municiones. Les dijimos que íbamos a pensarlo y nos ofrecieron una reunión al día siguiente con dos cabecillas de la "disidencia". Al día siguiente concurrimos a la reunión pactada en cierto lugar preciso del bosque. Allí los dos "disidentes" comenzaron a impacientarse y a exigir armas y municiones hablándonos con soberbia y desprecio. Obtuvieron las municiones, en el cuerpo, cada uno de ellos.
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La situación de ocultarse de los nazis y también de los polacos, era desesperante. El bosque tampoco era seguro. No había un segundo de paz ni de tranquilidad, ni siquiera durmiendo. La tensión, el miedo, los nervios, eran constantes. En medio de esa locura, sin embargo el destino nos deparó un respiro insospechado: Judka Szarfman. Este hombre había sido presidente de la "kheilá" (institución judía) de Czerwony Bor. A diferencia de otros hombres que fueron dirigentes comunitarios sin coraje ni dignidad, y cumplieron el penoso papel de Judenrat, entregando su pueblo a los alemanes, la astucia, el coraje y la bonhomía de Judka Szarfman le indicaron enterrar en diversos lugares una pequeña fortuna propia, que ´puso a disposición no sólo de sobrevivir con su familia sin entregarse, sino a gastarla sin miramientos, generosamente, para salvar a todos los judíos que podía.
Con su familia, su esposa, una hija de 16 años y un hijo de 10, se refugió en el establo de un campesino, al que pagaba un alquiler suficiente como para vivir en un palacio. Pero no sólo pagaba ese alquiler, sino el de todas las familias que podía ocultar. Y no sólo a quienes lo buscaron, sino que él salía a buscar más personas para ayudar. Eso le dio muchas buenas relaciones con campesinos polacos confiables que se avenían a refugiar judíos. Tómese en cuenta que hubiera podido estar más a resguardo cuidando su dinero y manteniéndose oculto, que saliendo a buscar personas para refugiar, con lo que se ponía en riesgo de muerte.
Encontramos a Szarfman deambulando por el bosque en busca de judíos escapados del ghetto, desamparados sin refugio. Su idea era ir rotando de lugar, de establo en establo, para que las mismas caras no fueran vistas en los mismos lugares, y pagar bien por el hospedaje en el heno de un establo. Szarfman pasaba con su familia dos semanas en un establo y se mudaba a otro, dejando en su lugar a otra familia. Como ya era otoño y las condiciones climáticas se empezaban a poner difíciles, sumado al peligro permanente de las bandas de polacos asesinos, nos convenció de que abandonáramos el bosque y volviéramos a los establos. Todo el grupo se movilizó en orden hacia los lugares que Szarfman había preparado.
El invierno del año 1944 lo pasamos escondiéndonos en varios establos, manteniéndonos en contacto unos con otros. los diversos grupos en los que nos habíamos repartido. Al acercarse la primavera los establos se vacían de heno y paja. Era ya imposible esconderse allí. Al bosque tampoco podíamos volver, pues se habían instalado allí bandas de NSZ y AK, fuertemente armadas. Tuvimos que escondernos en los pozos de almacenamiento de las papas o entre los copos de heno fresco que los campesinos dejaban en el campo para secar. Durante un tiempo estuvimos escondidos en un pozo cavado especialmente debajo de un chiquero. Rotábamos también por la casa de la familia Wisniewski. Estando allí, nos enteramos de las noticias más conmovedoras. Los alemanes venían sufriendo reveses y el frente de combate se iba acercando cada vez más. Itzjak trajo noticias de que los alemanes están en retirada y que al irse incendian las aldeas aledañas a las rutas, para que no les sirva de aprovisionamiento a los rusos. Los campesinos, después de una semana, empezaron a abandonar sus casas alejándose del frente que se iba aproximando. Los rusos entraron en Byalistock, y la ocuparon totalmente.
Nuestro planes, los de los tres hermanos, eran distintos. Nosotros ansiábamos encontrarnos con el frente de batalla, encontrarnos con el glorioso Ejército Rojo que estaba abatiendo a la Alemania Nazi y liberando Polonia. Los polacos bandidos también abandonaban el bosque huyendo de los rusos que se acercaban. Volvimos al bosque con la familia de Szarfman y muchos más. Mientras Judka Szarfman se dirigió a buscar más dinero enterrado, vimos cómo los campesinos de otros pueblos marchaban en caravana por la ruta dejando atrás al pueblo incendiado por los alemanes. En esos momentos de confusión, fueron abatidos por balas de artillería cruzada entre alemanes y rusos, tanto Judka Szarfman como Zelik, aquel padre que había quedado vivo de la familia diezmada al principio en el pantano.
Entonces los tres hermanos corrimos en dirección al frente. Nos empezaron a disparar. Yo cargaba en la espalda una bolsa con alimentos y una olla grande y gruesa. Una bala me alcanzó, pero dio en la olla. Al acercarnos al frente nos topamos con soldados alemanes descansando en la trinchera. Saltamos sobre ellos sin darles tiempo a reaccionar. Escuchamos los gritos en alemán: Got, ¿vas is das? (Dios, qué es esto?) Desde más lejos descargaron una ráfaga de ametralladora que se dirigía a nosotros.
Corrimos una carrera loca hasta llegar al otro lado del bosque, en el que había un campo de trigo donde nos tiramos a descansar para reponernos del agotamiento. Estuvimos allí escondidos entre las espigas hasta muy entrada la noche. A la madrugada, a rastras, a campo traviesa, alcanzamos otro bosque pequeño y nos encaminamos a través de él de nuevo hacia los bosques de Pniewo. Por el camino debíamos atravesar campos minados. Al cruzar la ruta nos topamos con tanques alemanes. Los tres corrimos a gran velocidad entre los tanques, y no nos vieron. Luego nos metimos en el río para alcanzar el bosque de Pniewo. El agua no era muy profunda, nos llegaba hasta el pecho. Llegamos cansados, empapados, y nos reencotramos con varios compañeros de escondite y también con campesinos que habían abandonado su vivienda. También encontramos el cuerpo baleado de Judka Szarfman, al que le dimos sepultura.
Escuchamos los estallidos de cómo los alemanes volaban el puente, lo que quería decir que del otro lado había sólo rusos. Seguimos caminando hacia los pantanos, que estaban en dirección al frente. En el camino Itzjak encontró un saco de hombre. Se lo puso y tiró el suyo que estaba roto y empapado. Fui a mirar oculto entre los árboles si una patrulla que pasaba por el camino lindero al bosque era de rusos o alemanes. ¡Eran rusos! ¡Había llegado nuestra liberación!
Corrimos a su encuentro, pero los soldados rusos nos apuntaron con sus armas, nos ordenaron que pusiéramos las manos en alto, y dispararon al aire. Se acercó un soldado preguntando quiénes éramos. Les explicamos que éramos judíos escondidos en los bosque que habíamos resistido. Nos rodearon, y con fusiles nos llevaban a la Comandatura del frente cuando en la marcha se nos acercó un soldado judío que muy emocionado nos habló en idish y nos dijo que en su largo trayecto era la primera vez que veía judios sobrevivientes. Pararon la marcha, nos hicieron una fogata para secarnos y entrar en calor, nos trajeron frazadas para abrigarnos y comida caliente. Pero luego nos volvieron a llevar con el Oficial de Contraespionaje que nos interrogó duramente y al revisar nuestras ropas encontró un nombre escrito en un papel, en el bolsillo del saco que Itzjak encontró por el camino. Como no supo contestar quién era esa persona, hubo momentos de desconfianza y zozobra. Por fin le hicimos entender que no teníamos la menor idea de quien era esa persona porque habíamos encontrado el saco tirado por el camino.
Aclarada la situación, el general requirió nuestra ayuda para que lo informáramos de la topografía del terreno que debía atravesar con la tropa para liquidar el nido de artillería alemana detrás del río. Nos preguntó si alguno de nosotros se ofrecía a guiar las tropas. Los tres, como uno solo, nos ofrecimos para hacerlo. Al rato el general recibió la comunicación de que la operación iba a hacerse desde el aire, ya que nuestra información acerca pantanos en el medio del bosque, indicaba inconveniente atravesarlo con artillería pesada. Entonces nos quedamos con ellos en el lugar durante una semana, después de la cual nos permitieron ir camino de regreso a casa.
Llegamos a Zambrow habiéndonos encontrado por el camino con una parte del grupo del bosque con el que compartimos tantas penurias. Nadie tenía adónde regresar. Las casas de todos, sabíamos que habían sido ocupadas por cristianos polacos después de la deportación de los judíos al ghetto. Todos juntos nos dirigimos a nuestra casa. Estábamos dispuestos a desalojarla. La encontramos totalmente desocupada, incluso no faltaba ningún mueble, pues ya se había corrido la voz de que los tres hermanos estábamos volviendo. Por temor, los ocupantes abandonaron la casa. Nos instalamos allí todos en ella. Jánkl y yo fuimos a la Comandatura Militar Rusa a pedir armas, aduciendo que las bandas seguían operando y matando judíos. Nos dieron armas.
Establecimos en nuestra casa una especie de "Casa del Pueblo". Comenzaron a llegar sobrevivientes de los escondites, de los bosques y del campo de concentración, y allí los alojábamos. Era una casa muy espaciosa con dos plantas. Los alimentos nos eran proveídos por un Comité de la Comandatura Militar Rusa. Luego de un lugar para dormir, algunos necesitaban ayuda para recuperar los niños pequeños que habían sido entregados a familias polacas. Muchos campesinos venían solos a entregarlos, pero algunos que se habían quedado con niños muy pequeños, los habían criado en el cristianismo y los chicos mismos eran los que se resistían a volver con su familia judía.
Tuve que participar en un caso por el pedido de auxilio de un padre cuya esposa había muerto y él sabía dónde había dejado a su nene, pero el chico no quería saber nada con irse con él, y le gritaba: ¡judío de mierda! , mientras los campesinos lo amenazaban con matarlo si volvía a buscarlo. Fui armado, con un camión, acompañado del padre y algunos policías. Me dio el mismo recibimiento e insultos. La mujer también se resistía a entregarlo. Después de haber ido por las buenas lo llevamos a la fuerza. Se llamaba Stasiek. Ahora su nombre es Natalio Moisesovicz y vive en la Argentina. Fue un placer haber sido invitado a su casamiento en Buenos Aires.
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Macri fue a Holanda y visitó el museo de Ana Frank. Ella fue una víctima del Holocausto cuyo legado literario conmueve enormemente, sabiendo cuál fue su destino, la muerte. En el año 1947, cuando su padre publica el Diario de Ana Frank, ningún sobreviviente quería hablar de lo que pasó. Tuvo que pasar mucho tiempo para que empezaran a hablar de los horrores vividos. Pero, curiosamente, no trascienden las historias de supervivencia y resistencia que lograron torcerle el brazo a la maquinaria nazi. Una historia como esta, debería ser mostrada como la contraparte de Ana Frank, y no se muestra. Acá pongo la historia de los tíos de mi amiga Rita Stupnik, a quienes conocí como seres plenos de vida e ideales. También recomiendo leer la historia de mi hermana Golde, otra triunfadora de la vida. No es inocente que los íconos elegidos sean solo las víctimas derrotadas.
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"Me llamo Mietek Stupnik. Nací en Zambrow, provincia de Byalistock, Polonia, el 15 de febrero de 1917, en el seno de una familia obrera. A pesar de que no éramos ricos, no nos faltaban ni alimentos ni abrigo. Mi papá, Hersch, era zapatero.
Éramos ocho hermanos, cuatro mujeres y cuatro varones. Modistas, sastres, carpintero uno y yo pintor, eran nuestros oficios. Una hermana y un hermano habían emigrado antes de la guerra a la Argentina, y una hermana a Cuba, ellos se salvaron, el resto se quedó. Mi hermano el carpintero y yo fuimos los úlitmos solteros que vivíamos en la casa paterna cuando comenzó la guerra.
Mis padres eran respetuosos de la religión, pero, especialmente entre los hermanos menores, soplaban otros aires. Nos veíamos atraídos por otros ideales: los de la justicia social y la igualdad entre los hombres. Nos involucramos en actividades socialistas y comunistas, lo que le costó un año y medio de cárcel a mi hermano Jánkel, sastre. Para huir del mismo destino por las mismas convicciones, mi hermana Java emigró a la Argentina.
En la infancia concurrí a la escuela rabínica y al colegio primario. Me gustaba mucho el deporte. Con mis hermanos y amigos íbamos mucho al río a nadar y jugábamos al Fútbol. Yo era miembro del club deportivo Aphoel.
En el pueblo había mucho antisemitismo y más de una vez peleamos contra los miembros jóvenes de los Endekes, organización polaca de extremo nacionalismo y fascismo. Cuando salíamos los tres hermanos juntos, no se atrevían a provocarnos.
El 1º de septiembre de 1939, día en que estalló la guerra, mi hermano Itzjak, y yo, fuimos reclutados para incorporarnos a la Infantería del Ejército de Polonia para resistir la invasión alemana. Mi hermano Itzjak y yo, ambos, cada uno por su lado, fuimos heridos en una pierna en la batalla en defensa de Polonia contra Alemania. La frontera rusa había sido cruzada por el Ejército Rojo, que en alianza con Alemania, peleaba también contra Polonia. Nosotros ignorábamos en aquel momento la existencia del pacto Molotow-Ribbentrop.
Luchamos contra el Ejército alemán que nos fue corriendo hacia la frontera rusa, y luego contra el Ejército ruso. El Ejército Rojo rodeó al Ejército Polaco, que finalmente se rindió. Por el pacto, el mismo pacto, Alemania y Rusia habían acordado dividir a Polonia en dos partes, una parte para el Ejército Alemán y la otra para el Ejército Rojo. A los oficiales los tomaron prisioneros. A los soldados nos enviaron a casa. Según la zona de domicilio, los soladados quedaban bajo dominio alemán, o ruso. Nuestro domicilio pertenecía desde ese momento al dominio ruso.
Al volver a casa, toda la ciudad estaba ocupada por los rusos. Volví a trabajar en los cuarteles, en mi oficio. En la primavera del año 1940 fui movilizado por tres meses al servicio del Ejército Rojo. Luego fui enviado a Grodno, becado a seguir cursos de deporte, tras los cuales fui nombrado Presidente del Distrito de Zambrow en actividades deportivas, y allí permanecí hasta la invasión alemana a la Unión Soviética, en el año 1941.
De nuevo me encontraba movilizado en los cuarteles de Zambrow. Al día siguiente el Ejército Rojo se retiró hacia Grodno habiendo pasado por Bialystock y Wolkowysk. El ataque alemán fue relámpago: abrió fuego desde los aviones con ametralladoras y bombas, sembrando cadáveres por el camino. En retirada nos dispersamos en grupos por aldeas y bosques. Emprendí camino a casa. Los territorios ya habían sido ocupados por los alemanes. Estando en casa los alemanes dieron la orden de presentarse a los soldados rusos, y ante el peligro de ser atrapado, me despedí de mis padres, a los que nunca volví a ver. Mi padre me bendijo y me entregó los 150 rublos que tenía ahorrados.
Me dirigí a Lomza, a casa de unos parientes, donde pretendí ocultarme, pero en una semana apenas ya se había cercado el ghetto de Lomza y formado el Judenrat. Confinado con todos los judíos de Lomza en el ghetto, los nazis me sacaban fuera con un grupo de hombres fuertes a trabajos forzados para cortar troncos y excavar raíces de los árboles, en el bosque. Fue un trabajo muy duro, pero aprovechaba la salida para contrabandear comida y llevar al ghetto, pues volvíamos de noche. La leña se la llevaban los alemanes, y los troncos eran destinados al Judenrat, que los distribuía a la población del ghetto. Entre los troncos escondíamos alimentos como harina y manteca. Era muy riesgoso y no siempre era posible hacerlo. Aprovechábamos la presencia de ciertos gendarmes de turno menos peligrosos, con los que acordábamos. Una vez tratamos de contrabandear un novillo, previo acuerdo. Pero en el momento en que estábamos por cruzar el portón de acceso al ghetto, un guardia se dio cuenta y se puso a vociferar en alemán: Halt, halt !!!, que significa "deténganse". Entre nuestro pánico y los gritos del guardia, el novillo se asustó y empezó a correr dando vueltas, enredándonos las piernas a mí y a mi compañero con la soga con la que lo teníamos atado a los troncos. El enfurecido gendarme agarró la soga de la que tironeaba el novillo. En medio de ese tumulto, nos escabullimos corriendo. Yo corrí hasta el Cementerio lindante, y allí descubrí un agujero por el que ingresé de nuevo al ghetto.
La caza de judíos dentro del ghetto era constante. Muchos eran llevados afuera y fusilados en los bosques. De mi familia no tuve noticias durante tres meses, hasta que me encontré con una conocida fuera del ghetto cuando iba a los trabajos forzados, que corrió a mi lado para informarme sobre mis padres, el resto de mi familia y dos hermanos. Sobre mis dos hermanos, Itzjak y Jánkl, me informó que habían sido beneficiados con el recurso de trabajar en oficios para famillias cristianas que los solicitaran, y no habían sido conducidos al ghetto de Lomza. Sobre el resto de mi familia, me informó que en cambio, allí fueron llevados todos junto a mis padres, quienes con otros de su edad, fueron inmediatamente conducidos al bosque lindero y fusilados. En el grupo iba también el rabino, quien pidió a los hombres que se pusieran su Talit (manto ritual) y marcharan todos al "Kidush Hashem" (sacrificio a Dios). Que mi padre iba detrás del rabino con su Talit, en oración de Kidush.
Una familia cristiana, profundamente creyente, de apellido Wisniewski, por amistad y simpatía, amparaba y daba vivienda a esa muchacha judía que me hizo de informante. Ella no tenía aspecto de judía y se movía libremente como polaca, gracias al amparo de esa familia, que guardaba el secreto de su origen. La muchacha era amiga de mi hermano Itzjak y le pidió a la familia que lo solicitara como carpintero para construir una parte de la casa. Así lo hicieron. Itzjak luego les solicitó un ayudante, su hermano Jánkl. La familia era pariente del intendente del distrito, y eso les permitió tramitar el pedido de trabajo para Jánkl. Ambos trabajaban en la construcción de la casa, y también en tareas del campo. Pero hubo una orden de los alemanes por la cual caducaba el permiso de trabajo para judíos, y los que habían solictado operarios judíos debían entregarlos. La señora Stefanía Wisniewska, una mujer noble y valiente, comenzó a desempeñar un papel preponderante en nuestras vidas: les dijo a mis hermanos que no los entregaría y les aconsejó que se escaparan al bosque.
A fines de noviembre del año 1942 liquidaron los ghettos de Lomza y Zambrow. Llevaron a los judíos de los ghettos a los cuarteles, y allí los mantuvieron durante un mes, en condiciones infrahumanas. Muchos murieron allí mismo, y el resto, diezmados, atormentados, fueron cargados en los vagones del tren con el destino al Campo de Concentración de Treblinka, donde se esfumaron con el humo de los crematorios. Allí también se esfumó todo el resto de mi familia que había quedado en Polonia, menos mis dos hermanos y yo.
Poco antes de la liquidación del ghetto, recibí una nota de mis hermanos traída por la joven judía que vivía con la familia Wisniewski, en la que mi hermano Jánkl me decía que me escapara del ghetto y que viniera a los bosques de Budy Pniewskie, donde ellos se iban a esconder. Al ver que se acercaba el final del ghetto, me escapé junto con otros jóvenes, cortando, de noche, los alambres de púa. Corrimos, al principio, en grupos, pero al ser perseguidos por gendarmes alemanes y polacos, nos dispersamos por campos y bosques, y quedé solo.
Era de noche, fin de otoño. La oscuridad y el frío fueron mis compañeros. Corrí en la dirección acordada hacia los bosques de Budy Pniewskie, distantes 14 kilómetros. Corrí durante toda la noche. Cuando apenas comenzaba a clarear, distinguí en la penumbra siluetas humanas corriendo. No sabía si eran perseguidos o perseguidores. En un momento divisé dos personas corriendo cerca de mí. Saqué el cuchillo grande que agarré al salir de la casa en el ghetto y me preparé a enfrentarlos. Uno tenía una enorme tijera y el otro un hacha, y se disponían al ataque. Cuán grande fue la sorpresa cuando al acercarnos nos reconocimos: eran Itzjak y Jánkl, mis dos hermanos. Superada la primera emoción por el encuentro, nos adentramos corriendo en la espesura del bosque."
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Era ya invierno, principios de diciembre. Por las mañanas helaba. Los tres hermanos pernoctábamos entre los arbustos, apretujados uno contra el otro, para no helarnos. Teníamos con nosotros algo de comida que ya se terminaba. Decidimos que yo fuera a la aldea más cercana para comprar pan. Jánkl, el único que tenía algo de valores, me entregó dinero para el pan. Acordamos que ellos iban a esperarme en el límite del bosque. Fui a la aldea y compré pan sin problemas. Pero en el camino de vuelta, me empezaron a perseguir unos cuatro o cinco polacos gritando ¡Judío! En los bosques y alrededores pululaban los polacos en busca de judíos, para matarlos o entregarlos a los alemanes por un litro de nafta, vodka o azúcar. Yo empecé a correr en dirección adonde se encontraban mis hermanos. Ellos, al ver lo que pasaba, frente al peligro (éramos muy fuertes y todos deportistas) arrancaron de cuajo tres jóvenes arbolitos, me tiraron uno y con ellos enfrentamos a los perseguidores. Sorprendidos y acobardados, nos gritaron que sólo querían asustarnos y se dieron a la fuga.
El frío se volvía cada vez más intenso. Decidimos ir a la casa de la familia Wisniewski. Una noche, sin que ellos se enteraran, ingresamos en el establo. Nos hundimos en el heno almacenado en las gradas y por fin pudimos entrar un poco en calor. A la mañana, cuando Stefanía entró para ordeñar las vacas, se asomaron Jánkl e Itzjak, y éste, en voz baja, la llamó. La mujer se persignó al verlos y exclamó: ¡están vivos muchachos! Enseguida nos trajo comida caliente. La casa ya había sido revisada por los gendarmes en busca de judíos, así que por el momento podíamos quedarnos. De mi presencia todavía no sabía. Por fin Jánkl le dijo que con ellos se encontraba un muchacho, eludiendo decir que era su hermano, y que no lo podían abandonar. Le entregó algunos valores para la comida. Ella me aceptó, y así fue que nos quedamos con ellos todo el mes de enero. Entre los vecinos comenzaron a correr rumores de que en establo había judíos escondidos. Alarmada, Stefanía nos avisó, y tuvimos que irnos.
Era pleno invierno, con temperaturas entre 15 a 20 y más grados bajo cero. La nieve llegaba hasta las rodillas. Al bosque era imposible volver. Por arreglo de la señora Stefanía nos dirigimos a la casa de la familia Strenilowski, muy amigos de los Wisniewski. Ellos eran también gente muy buena y noble. Nos acogieron por dos semanas, dándonos de comer. De ahí nos dirigimos a la casa de un amigo de Itzjak. El cambio de casa lo hacíamos siempre por la noche, en la oscuridad, transitando por el camino o por campo traviesa cuando había algún peligro de que nos vieran. Dejamos de llamarnos entre nosotros por los nombres en idish, y empezamos a llamarnos por nuestros nombres en polaco. No fuimos más Itzjak, Jánkl y Meiszke, fuimos Vicek, Janek y Mietke. Así llegamos al establo de la casa del amigo de Itzjak, y nos metimos en el heno de las gradas, sin que él lo supiera. Al día siguiente Itzjak le avisó que estábamos allí. Tuvo miedo de que permaneciéramos más de dos semanas. Nos acogió por dos semanas, dándonos de comer. Al vencer el plazo Jánkl pensó en un amigo de un tío que vivía en una aldea cercana. Allí nos dirigimos por la noche y con el mismo método nos escondimos en el establo y al día siguiente Jánkl le avisó al dueño de casa que estábamos allí. Este hombre nos admitió por una semana. Nos aconsejó que siguiéramos con el mismo método, pero que tratáramos de que los campesinos vecinos no se enteraran de nuestra presencia en una casa. También nos dio los nombres de gente confiable. Nos entregó tres panes y nos despedimos.
Cuando no tuvimos otra opción, entramos en establos a escondernos también de los dueños de casa. Como no teníamos forma de conseguir comida, recogíamos los huevos de las gallinas y nos los comíamos crudos. También ordeñábamos las vacas para tomar leche. Por las mañanas, cuando las campesinas iban a ordeñar las vacas, se quejaban de que estaban dando poca leche. Así, de esta manera, pasamos el invierno hasta los principios de la primavera. En el mes de abril, decidimos ponernos de nuevo en contacto con la familia Wisniewski.
Ya había empezado el deshielo. El río Narew desbordó, inundando todos los campos lindantes. Para llegar a destino tuvimos que cruzar el agua. Encontramos un bote amarrado con una gruesa cadena. Cada uno intentó cortar la cadena con la enorme tijera de Jánek, y después de muchos fracasos, al fin pudimos cortar un eslabón y nos subimos al bote, pero no anduvimos por mucho tiempo, porque el bote se atascó en el alambrado de un campo inundado, y no lo pudimos liberar. Pero no podíamos perder tiempo, porque pues era necesario llegar antes del amanecer. Cruzamos el resto del trecho a nado, más de un kilómetro, en agua helada. Cuando salimos del agua, la ropa empapada sobre nuestros cuerpos mojados, se congeló y endureció. Empezamos a correr a toda velocidad para no congelarnos totalmente. Llegamos al establo al despuntar el alba. Nos sacamos la ropa congelada, y desnudos, nos metimos entre el heno, apretujándonos uno contra el otro para reponernos del frío y del agotamiento. Luego de unas horas entró Stefanía con Pawel, su hijo, en el establo. Les avisamos en voz baja que nos encontrábamos ahí. Nos dieron la bienvenida, diciéndonos que podíamos quedarnos por un tiempo, ya que por las inundaciones estaban cortados todos los caminos y no había peligro de alguien se llegara por allí. Stefanía trajo enseguida comida caliente y ropa vieja para abrigarnos, y se llevó la nuestra para lavar. Permanecimos allí hasta que el deshielo dio paso a la primavera. Los bosques se cubrieron de verdor y volvimos a penetrar en bosque, sin cortar el contacto con la familia Wisniewski. Nos escondimos en la zona pantanosa de los bosques de Pniewo.
Durante el primer mes estuvimos los tres solos. En el bosque hallamos una "Buda" abandonada (una especie de carpa hecha de ramas y camuflada con vegetación), que se convirtió en nuestra madriguera. De noche salíamos en busca de alimentos. Entrábamos en los establos y robábamos gallinas. La primera vez que fuimos a robar una gallina, me quedé con Itzjak vigilando y el que entró fue Jánkl. Pero en vez de atrapar una gallina, Jánkl atrapó un gallo que armó tal alboroto en mitad de la noche, que tuvimos que salir corriendo con las manos vacías. De a poco adquirimos destreza y retorcíamos el cuello de una gallina en una fracción de segundo, sin el menor ruido. Para no perdernos en la noche, tomábamos como hitos del camino las formas de las copas de los árboles. Si nos separábamos, para reencontrarnos, aprendimos a emitir un sonido inconfudible ahuecando las manos, imitando el canto de un pájaro.
Visitábamos también a la señora Stefanía de vez en cuando por la noche. En una oportunidad, el hijo nos entregó un fusil de caño y culata cortados con unas balas. El noble muchacho consideró que lo necesitábamos. Fue nuestra primera arma.
Cerca de nuestra madriguera, abandonada en el bosque habíamos observado, semidesmantelada, una destilería clandestina de una clase de vodka llamada "Samogon". A los pocos días observamos, sin que nos vieran, a dos campesinos que se acercaron a la destilería. Y empezaron a armarla. Decidimos arriesgarnos y acercarnos. Estábamos asustados, no menos que ellos, que al vernos empezaron a correr. Los llamamos diciendo que deseábamos ayudarlos en el trabajo. Aceptaron, y nos dieron comida a cambio sin hacer preguntas. Así empezamos a destilar vodka "Samogon", que tenía el gusto y el olor del mismísmo demonio, pero era muy requerida. Una vez, uno de ellos, Kulakowski, llegó solo al bosque para hablar con nosotros. Nos confió que tenía escondida a una familia judía y quería que la acogiéramos pues tenía miedo de tenerla, y nos pidió reserva frente al otro campesino. Nos aconsejó que nos trasladáramos más adentro, a una zona todavía más pantanosa. Era más seguro y más peligroso a la vez, por lo traicionero del terreno. Había que estar seguro de dónde se ponía el pie, para no ser succionado por el pantano. Allí construimos dos Budy, alejadas una de la otra por cien metros, para mayor seguridad. El agua lo obteníamos cavando un pozo de un metro de profundidad.
A los pocos días, una noche, el campesino condujo a la familia judía al bosque para que nosotros le diéramos acogida. Era un matrimonio con tres hijos de entre cinco y doce años de edad, y el abuelo. Increíblemente se trataba de familiares nuestros lejanos, por parte materna. La familia ingresó a uno de los Budy. Por razones de seguridad explorábamos el bosque que era inmenso. Descubrimos más judíos escondidos en lugares accesibles y peligrosos, y los llevamos con nosotros a los pantanos. El grupo contaba ya con veinte personas, y comenzaron a faltar los alimentos. Trabajando la destilería obteníamos comida para nosotros tres. Kulakowski se encargaba de traer comida para la familia que nos había traído, pero los demás tenían hambre y repartiendo no alcanzaba. De noche salíamos a las aldeas en grupos de a seis, para robar. Ya no solamente una gallina, sino corderos y hasta cerdos. Contábamos con dos armas. Una, la que me dio el hijo de Stefanía. La otra era de Archi Rudnik.
El procedimiento era el siguiente: tres hombres rodeábamos una casa con las armas que teníamos, los tres restantes entraban sigilosamente en el establo. Con los que entraban siempre iba Jánkl, que con un lazo especialmente preparado, ahorcaba a la presa en un segundo. Luego de matada, los tres descuartizaban la presa allí mismo. Dejando cabeza, patas y entrañas en el lugar. Se repartía la carne en seis bolsas, una para cada uno, que con la bolsa en la espalda corría con todas sus fuerzas para llegar al pantano antes del amanecer.
Una vez una familia nos descubrió. Vimos que encendieron una luz dentro de la casa. Archi y yo entramos a la casa forzando la puerta con las armas en las manos. Ordenamos a los campesinos a meterse bajo las camas y permanecer allí por dos horas, amenazándolos con quemarles la casa si avisaban a los gendarmes o los vecinos.
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En una ocasión después de un robo, divisamos en las tinieblas a dos gendarmes montados en bicicletas sobre el camino. El primer impulso fue correr, pero a Jánkl se le ocurrió que cargáramos sobre los hombros los palos que usábamos de armas, y que camináramos lento. Los gendarmes pasaron sin intervenir. De haber corrido seguro nos hubieran tratado de atrapar. La sutileza de la estrategia era imprescindible, y para eso debíamos ser fríos y dejar el pánico de lado, cosa que es más difícil en constante peligro de muerte.
La carne robada que llevábamos en las bolsas al pantano, la almacenábamos en cajones de madera preparados por Itzjak. Se la cubría con sal y se la ponía dentro de los cajones que se enterraban para la perfecta conservación. El pan, las papas y la sal, la conseguíamos de los campesinos a cambio de vodka que preparábamos sin el conocimiento de los dueños de la distilería.
Cada vez que podíamos robábamos armas. Eran vitales para nosotros. Tanto el hijo de Stefanía como otros que visitábamos por habernos acogido alguna vez, nos avisaban de alguien que tenía algún arma, y nos decían dónde podían tenerla. Nos ocupábamos de conseguirlas. Ansiábamos unirnos a los partizanos organizados conectados con la Unión Soviética, pero nunca pudimos dar con ellos. Soñábamos con combatir al odiado enemigo.
Teníamos montada una guardia armada permanente a la entrada del bosque, que rotaba en turnos día y noche. Una madrugada, estando de guardia, observamos con mi compañero que se adentraba al bosque un campesino. Lo detuvimos y le preguntamos qué buscaba. Dijo que iba en busca de judíos, porque tenía en su establo a una muchacha judía que corría riesgo de ser apresada por las bandas de NSZ, que le pisaban los talones. Secuestramos al campesino mientras discutimos entre todos la situación. Nos parecía muy probable que fuera una trampa. Pero también podía ser verdad, y queríamos ayudar a esa muchacha. Decidimos mentirle al campesino, diciéndole que la noche del día siguiente iríamos a buscar a la muchacha y lo dejamos partir al anochecer.
El plan era anticiparnos a lo pactado y seguir al campesino para liberar inmediatamente a la muchacha si fuera cierto. Y si no hubiera ninguna muchacha en el establo, nos salvaríamos de una trampa que podría esperarnos la noche siguiente. Yo seguí al campesino. El trecho era como de siete kilómetros. El campesino entró a su casa y encendió la lumbre. Esperé a que la apagara y se apagaran las lumbres de las casas vecinas. Entré al establo. Subí las gradas buscando el escondite que según mi propia experiencia, estaba contra una pared que tenía alguna ventilación al exterior. Sentí la presencia de una persona, pero para no asustarla y que no se escucharan ruidos, comencé a hablar en voz muy baja primero en polaco, después en idish. Le dije que era judío y que venía a rescatarla. La muchacha estaba aterrorizada. Ella no quería salir, me dijo que no me creía, que había polacos que hablaban idish, y que si la quería matar debía hacerlo ahí mismo porque ella no saldría. Le seguí conversando para convencerla, contándole que estuve en el ghetto de Lomza, nombrando a varias familias judías, hasta que se convenció y salió del escondite. Al verla, la tomé rápidamente de la mano y con fuerza la impulsé a tomar carrera fuera del establo para no perder ni un minuto más de tiempo. Ella se dejó llevar entregada y corrió conmigo atravesando un campo, hasta que se dio por vencida y me dijo que no podía seguir sin zapatos. Le indiqué el camino que debía seguir y dí media vuelta desandando el largo trecho recorrido, para buscar los zapatos en el establo.
Ya encontrados los zapatos y atados en mi cinturón, dispuesto a bajar por las gradas del establo para escapar de ahí, ví a una persona armada subiendo las gradas. Cargué mi fusil y el hombre saltó abajo gritando ¡está armado!. Yo salté del otro lado donde había un carro al que empujé para abrir el portón de atrás. Al abrirse el portón se esucharon gritos ¡se escapa por el portón de atrás! y se oyó que corrían hacia ese lugar. Yo me dirigí entonces hacia el portón delantero, pero ahí había un individuo alumbrando las gradas con una linterna. Mi primer impulso fue dispararle, pero reflexioné y evité que el tiro alertara a los demás. Como estaba solo, podía dominarlo sin disparar. Le salté encima y con la culata del fusil le dí en la cabeza con todas mis fuerzas. El hombre cayó y escapé por el portón delantero en una carrera loca.
Comenzaron a buscarnos patrullas en el bosque que no nos descubrían, porque constantemente mudábamos las Budy, desarmábamos unas y armábamos otras, sin dejar rastro de nuestro recorrido. Era común que descubrieran a algún pequeño grupo de personas sobre las cuales descargaban una balacera. Herían a alguno pero les contestábamos con nuestras armas, y terminaban escapando. Yo recibí un tiro en la mejilla que me rompió dos dientes. Desinfectábamos las heridas con vodka y curábamos la piel con grasa de chancho.
El episodio más dramático fue cuando se destrozó la primera familia que acogimos, que eran nuestros parientes por parte materna. Zelik, el padre, había venido con nosotros en la busca de un nuevo lugar para mudar los Budy. Al escuchar los tiros corrimos en el sentido de donde venían y llegamos a la escena terrible. Habían matado al abuelo, a la madre y a dos de los tres hijos. A la hija se la habían llevado. Los dos chicos estaban con la cabezas metidas en el pozo de agua y las piernitas para arriba. Tirados en el suelo estaban los cuerpos fusilados de la mamá y el abuelo. Dimos sepultura a esos muertos. El dolor, el odio, el deseo de venganza, se acrecentaron cada día.
Pululaban las bandas de polacos buscando matar judíos. En una oportunidad se llegaron hasta nosotros dos polacos jóvenes que nos dijeron que pertenecían a un grupo de bandidos que cazaban judíos, pero que estaban en disidencia con cierto dirigente y temían por su vida, por lo que venían a ofrecernos protección si les entregábamos nuestras armas y municiones. Les dijimos que íbamos a pensarlo y nos ofrecieron una reunión al día siguiente con dos cabecillas de la "disidencia". Al día siguiente concurrimos a la reunión pactada en cierto lugar preciso del bosque. Allí los dos "disidentes" comenzaron a impacientarse y a exigir armas y municiones hablándonos con soberbia y desprecio. Obtuvieron las municiones, en el cuerpo, cada uno de ellos.
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La situación de ocultarse de los nazis y también de los polacos, era desesperante. El bosque tampoco era seguro. No había un segundo de paz ni de tranquilidad, ni siquiera durmiendo. La tensión, el miedo, los nervios, eran constantes. En medio de esa locura, sin embargo el destino nos deparó un respiro insospechado: Judka Szarfman. Este hombre había sido presidente de la "kheilá" (institución judía) de Czerwony Bor. A diferencia de otros hombres que fueron dirigentes comunitarios sin coraje ni dignidad, y cumplieron el penoso papel de Judenrat, entregando su pueblo a los alemanes, la astucia, el coraje y la bonhomía de Judka Szarfman le indicaron enterrar en diversos lugares una pequeña fortuna propia, que ´puso a disposición no sólo de sobrevivir con su familia sin entregarse, sino a gastarla sin miramientos, generosamente, para salvar a todos los judíos que podía.
Con su familia, su esposa, una hija de 16 años y un hijo de 10, se refugió en el establo de un campesino, al que pagaba un alquiler suficiente como para vivir en un palacio. Pero no sólo pagaba ese alquiler, sino el de todas las familias que podía ocultar. Y no sólo a quienes lo buscaron, sino que él salía a buscar más personas para ayudar. Eso le dio muchas buenas relaciones con campesinos polacos confiables que se avenían a refugiar judíos. Tómese en cuenta que hubiera podido estar más a resguardo cuidando su dinero y manteniéndose oculto, que saliendo a buscar personas para refugiar, con lo que se ponía en riesgo de muerte.
Encontramos a Szarfman deambulando por el bosque en busca de judíos escapados del ghetto, desamparados sin refugio. Su idea era ir rotando de lugar, de establo en establo, para que las mismas caras no fueran vistas en los mismos lugares, y pagar bien por el hospedaje en el heno de un establo. Szarfman pasaba con su familia dos semanas en un establo y se mudaba a otro, dejando en su lugar a otra familia. Como ya era otoño y las condiciones climáticas se empezaban a poner difíciles, sumado al peligro permanente de las bandas de polacos asesinos, nos convenció de que abandonáramos el bosque y volviéramos a los establos. Todo el grupo se movilizó en orden hacia los lugares que Szarfman había preparado.
El invierno del año 1944 lo pasamos escondiéndonos en varios establos, manteniéndonos en contacto unos con otros. los diversos grupos en los que nos habíamos repartido. Al acercarse la primavera los establos se vacían de heno y paja. Era ya imposible esconderse allí. Al bosque tampoco podíamos volver, pues se habían instalado allí bandas de NSZ y AK, fuertemente armadas. Tuvimos que escondernos en los pozos de almacenamiento de las papas o entre los copos de heno fresco que los campesinos dejaban en el campo para secar. Durante un tiempo estuvimos escondidos en un pozo cavado especialmente debajo de un chiquero. Rotábamos también por la casa de la familia Wisniewski. Estando allí, nos enteramos de las noticias más conmovedoras. Los alemanes venían sufriendo reveses y el frente de combate se iba acercando cada vez más. Itzjak trajo noticias de que los alemanes están en retirada y que al irse incendian las aldeas aledañas a las rutas, para que no les sirva de aprovisionamiento a los rusos. Los campesinos, después de una semana, empezaron a abandonar sus casas alejándose del frente que se iba aproximando. Los rusos entraron en Byalistock, y la ocuparon totalmente.
Nuestro planes, los de los tres hermanos, eran distintos. Nosotros ansiábamos encontrarnos con el frente de batalla, encontrarnos con el glorioso Ejército Rojo que estaba abatiendo a la Alemania Nazi y liberando Polonia. Los polacos bandidos también abandonaban el bosque huyendo de los rusos que se acercaban. Volvimos al bosque con la familia de Szarfman y muchos más. Mientras Judka Szarfman se dirigió a buscar más dinero enterrado, vimos cómo los campesinos de otros pueblos marchaban en caravana por la ruta dejando atrás al pueblo incendiado por los alemanes. En esos momentos de confusión, fueron abatidos por balas de artillería cruzada entre alemanes y rusos, tanto Judka Szarfman como Zelik, aquel padre que había quedado vivo de la familia diezmada al principio en el pantano.
Entonces los tres hermanos corrimos en dirección al frente. Nos empezaron a disparar. Yo cargaba en la espalda una bolsa con alimentos y una olla grande y gruesa. Una bala me alcanzó, pero dio en la olla. Al acercarnos al frente nos topamos con soldados alemanes descansando en la trinchera. Saltamos sobre ellos sin darles tiempo a reaccionar. Escuchamos los gritos en alemán: Got, ¿vas is das? (Dios, qué es esto?) Desde más lejos descargaron una ráfaga de ametralladora que se dirigía a nosotros.
Corrimos una carrera loca hasta llegar al otro lado del bosque, en el que había un campo de trigo donde nos tiramos a descansar para reponernos del agotamiento. Estuvimos allí escondidos entre las espigas hasta muy entrada la noche. A la madrugada, a rastras, a campo traviesa, alcanzamos otro bosque pequeño y nos encaminamos a través de él de nuevo hacia los bosques de Pniewo. Por el camino debíamos atravesar campos minados. Al cruzar la ruta nos topamos con tanques alemanes. Los tres corrimos a gran velocidad entre los tanques, y no nos vieron. Luego nos metimos en el río para alcanzar el bosque de Pniewo. El agua no era muy profunda, nos llegaba hasta el pecho. Llegamos cansados, empapados, y nos reencotramos con varios compañeros de escondite y también con campesinos que habían abandonado su vivienda. También encontramos el cuerpo baleado de Judka Szarfman, al que le dimos sepultura.
Escuchamos los estallidos de cómo los alemanes volaban el puente, lo que quería decir que del otro lado había sólo rusos. Seguimos caminando hacia los pantanos, que estaban en dirección al frente. En el camino Itzjak encontró un saco de hombre. Se lo puso y tiró el suyo que estaba roto y empapado. Fui a mirar oculto entre los árboles si una patrulla que pasaba por el camino lindero al bosque era de rusos o alemanes. ¡Eran rusos! ¡Había llegado nuestra liberación!
Corrimos a su encuentro, pero los soldados rusos nos apuntaron con sus armas, nos ordenaron que pusiéramos las manos en alto, y dispararon al aire. Se acercó un soldado preguntando quiénes éramos. Les explicamos que éramos judíos escondidos en los bosque que habíamos resistido. Nos rodearon, y con fusiles nos llevaban a la Comandatura del frente cuando en la marcha se nos acercó un soldado judío que muy emocionado nos habló en idish y nos dijo que en su largo trayecto era la primera vez que veía judios sobrevivientes. Pararon la marcha, nos hicieron una fogata para secarnos y entrar en calor, nos trajeron frazadas para abrigarnos y comida caliente. Pero luego nos volvieron a llevar con el Oficial de Contraespionaje que nos interrogó duramente y al revisar nuestras ropas encontró un nombre escrito en un papel, en el bolsillo del saco que Itzjak encontró por el camino. Como no supo contestar quién era esa persona, hubo momentos de desconfianza y zozobra. Por fin le hicimos entender que no teníamos la menor idea de quien era esa persona porque habíamos encontrado el saco tirado por el camino.
Aclarada la situación, el general requirió nuestra ayuda para que lo informáramos de la topografía del terreno que debía atravesar con la tropa para liquidar el nido de artillería alemana detrás del río. Nos preguntó si alguno de nosotros se ofrecía a guiar las tropas. Los tres, como uno solo, nos ofrecimos para hacerlo. Al rato el general recibió la comunicación de que la operación iba a hacerse desde el aire, ya que nuestra información acerca pantanos en el medio del bosque, indicaba inconveniente atravesarlo con artillería pesada. Entonces nos quedamos con ellos en el lugar durante una semana, después de la cual nos permitieron ir camino de regreso a casa.
Llegamos a Zambrow habiéndonos encontrado por el camino con una parte del grupo del bosque con el que compartimos tantas penurias. Nadie tenía adónde regresar. Las casas de todos, sabíamos que habían sido ocupadas por cristianos polacos después de la deportación de los judíos al ghetto. Todos juntos nos dirigimos a nuestra casa. Estábamos dispuestos a desalojarla. La encontramos totalmente desocupada, incluso no faltaba ningún mueble, pues ya se había corrido la voz de que los tres hermanos estábamos volviendo. Por temor, los ocupantes abandonaron la casa. Nos instalamos allí todos en ella. Jánkl y yo fuimos a la Comandatura Militar Rusa a pedir armas, aduciendo que las bandas seguían operando y matando judíos. Nos dieron armas.
Establecimos en nuestra casa una especie de "Casa del Pueblo". Comenzaron a llegar sobrevivientes de los escondites, de los bosques y del campo de concentración, y allí los alojábamos. Era una casa muy espaciosa con dos plantas. Los alimentos nos eran proveídos por un Comité de la Comandatura Militar Rusa. Luego de un lugar para dormir, algunos necesitaban ayuda para recuperar los niños pequeños que habían sido entregados a familias polacas. Muchos campesinos venían solos a entregarlos, pero algunos que se habían quedado con niños muy pequeños, los habían criado en el cristianismo y los chicos mismos eran los que se resistían a volver con su familia judía.
Tuve que participar en un caso por el pedido de auxilio de un padre cuya esposa había muerto y él sabía dónde había dejado a su nene, pero el chico no quería saber nada con irse con él, y le gritaba: ¡judío de mierda! , mientras los campesinos lo amenazaban con matarlo si volvía a buscarlo. Fui armado, con un camión, acompañado del padre y algunos policías. Me dio el mismo recibimiento e insultos. La mujer también se resistía a entregarlo. Después de haber ido por las buenas lo llevamos a la fuerza. Se llamaba Stasiek. Ahora su nombre es Natalio Moisesovicz y vive en la Argentina. Fue un placer haber sido invitado a su casamiento en Buenos Aires.
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