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En el post anterior hablé de la sospecha que abrían las declaraciones de De la Torre cuando increpaba a Yrigoyen, aludiendo muy elípticamente al suicidio de Leandro Alem, por lo que los dos se batieron a duelo el año 97.
Pero hay otro texto más contundente y directo de Lisandro De la Torre desde el Diario La Nación, en un artículo de la serie “Página de Historia”, publicado el 24 de junio de 1919, en plena presidencia de Hipólito Irigoyen, donde acusa al Presidente de haber provocado el suicidio de su tío, Leandro N. Alem:
”Las luchas intestinas en aquella junta revolucionaria, desde fines de 1891 hasta su dispersión en el mes de marzo de 1893, cuántos dolores y cuántas lágrimas precursoras de la tragedia arrancaron al Dr. Alem. El hombre que acechaba el fracaso y el derrumbe del Dr. Alem, era Hipólito Irigoyen, su sobrino, podría decirse, su hijo.
Era, más o menos, el mes de marzo de 1893. Después de año y medio de trabajos perseverantes para organizar la Revolución, el Dr. Alem se declaraba vencido y no por el adversario, sino por las dificultades que le oponía en todos los momentos su sobrino. Se lanzó entonces una idea: provocar una reunión a la que se le pediría que asistiera y hablar allí ampliamente con verdad, con lealtad, ceder los unos y los otros, hasta encontrar la manera de no malograr tanto sacrificio. La idea hizo camino, pero el Dr. Alem disipó toda esperanza. Sus palabras fueron: “Hipólito no aceptará.”
Me produjeron tan profunda impresión, que me resistía a creer. Pedí al Dr. Alem que no extremara sus desconfianzas y que antes de desechar la idea de la reunión me dejara ir a hablar con Hipólito Irigoyen, porque yo mismo, a quien él distinguía con especiales consideraciones, iba a decirle, si era necesario, que su negativa a discutir la situación creada echaba un velo de sombras sobre su sinceridad y afectaba su nombre. El Dr. Alem sonrió me tendió la mano y me dijo que fuera.
Encontré en el camino al Dr. Julio Moreno y me acompañó hasta el comité de la provincia…La entrevista fue rápida. Ante una negativa categórica, fundada en motivos triviales, le dije lo que le había anunciado al Dr. Alem. Se puso de pie con los ojos chispeantes, con la violencia que le es peculiar y alzando la voz rechazó mi sospecha indignado. Alzando la voz hasta el mismo tono, pero con absoluta tranquilidad, le dije que creyera en el profundo dolor que me causaba el paso que daba, que marcaría la terminación de nuestras relaciones si me dejaba salir de aquella pieza con la sospecha de que no le cuadraba discutir su actitud.
Cambió de tono y de ademán de repente, y me dijo: “Iré a la reunión. Dígale a Leandro que cite para cuando quiera”. Había un desusado extravío en su mirada que me llenó de confusión, como si algo me anunciara que no me decía la verdad. Impulsivamente, le tendí la mano y en tono afectuoso le pregunté: “¿Su palabra de honor?, Mi palabra, contestó en voz baja” . Cinco minutos después comuniqué a Alem el resultado feliz de mi misión, y noté con asombro que sonreía siempre.
Se convocó para el día siguiente a las 5 de la tarde en casa del Dr. Cornelio Saavedra Zavaleta, pero dos horas antes de la fijada, se nos hizo saber que don Hipólito Irigoyen no encontraba bien el sitio, por tratarse de una casa particular, y no parecerle correcto que se verificaran reuniones del partido fuera del local del comité. Tratándose de una reunión de carácter revolucionario, eso no era cierto. Entonces el Dr. Alem, siempre sonriente, citó para esa misma noche a las nueve, en el local del comité de la Provincia de Buenos Aires, la propia sede del Dr. Hipólito Irigoyen. Pero casualmente resultó que el Dr. Yrigoyen ya había salido de su casa cuando se le llevó la citación.
El Dr. Alem citó de nuevo para el día siguiente a las dos de la tarde, en su propio domicilio de presidente del partido, y la invitación le fue llevada a don Hipólito Yrigoyen en las primeras horas de la mañana. Esta vez la fiera había sido acorralada…Pasaron las dos de la tarde y don Hipólito Yrigoyen no apareció, pero al poco rato llegó don Delfor del Valle, encargado por él de expresar a la reunión que un llamado urgente de su estancia lo privaba de concurrir. La prueba necesaria quedaba hecha. La esfinge había sido desenmascarada…Dos meses después regresó del campo; nos encontramos y pasamos sin saludarnos”.
Obtuve el texto anterior de la excelente Historia de la Argentina de Bernardo González Arrili, quien dice que preguntó a distintos hombres de la época vinculados al círculo radical, íntimos de tío y sobrino, y que todos confirmaron los hechos que cuenta De la Torre. Cita las palabras de uno de ellos cuyo nombre no revela, en las que dice: Lisandro se anima a decir públicamente lo que en todas partes se dice en voz baja o se comenta en cartas íntimas. Lisandro tiene el coraje de hacerlo sabiendo que el Presidente tiene admiradores fanáticos capaces de llegar hasta el crimen. Me parece que espera ataques, porque está ahorrando las balas, dado que sabe mucho más de lo que dice…
No sabemos qué cosas discutieron en la intimidad un tío y un sobrino que hicieron a la Unión Cívica Radical, que llega a nuestros días casi hecha cenizas. No sabemos si Yrigoyen tenía razón de no aceptar la coalición que quería hacer De la Torre con Mitre. No sabemos si en lugar de Hipólito, su tío Leandro hubiera sido el presidente en 1916 de no haberse suicidado. Pero nos damos cuenta de cuánto de nuestro futuro se jugó en esa relación tan íntima y tan perversa, en la que uno decía del otro: “Para ser su madre sólo me falta el haberlo parido”.
De ésto, en el Partido Radical, no se habla.
Pero hay otro texto más contundente y directo de Lisandro De la Torre desde el Diario La Nación, en un artículo de la serie “Página de Historia”, publicado el 24 de junio de 1919, en plena presidencia de Hipólito Irigoyen, donde acusa al Presidente de haber provocado el suicidio de su tío, Leandro N. Alem:
”Las luchas intestinas en aquella junta revolucionaria, desde fines de 1891 hasta su dispersión en el mes de marzo de 1893, cuántos dolores y cuántas lágrimas precursoras de la tragedia arrancaron al Dr. Alem. El hombre que acechaba el fracaso y el derrumbe del Dr. Alem, era Hipólito Irigoyen, su sobrino, podría decirse, su hijo.
Era, más o menos, el mes de marzo de 1893. Después de año y medio de trabajos perseverantes para organizar la Revolución, el Dr. Alem se declaraba vencido y no por el adversario, sino por las dificultades que le oponía en todos los momentos su sobrino. Se lanzó entonces una idea: provocar una reunión a la que se le pediría que asistiera y hablar allí ampliamente con verdad, con lealtad, ceder los unos y los otros, hasta encontrar la manera de no malograr tanto sacrificio. La idea hizo camino, pero el Dr. Alem disipó toda esperanza. Sus palabras fueron: “Hipólito no aceptará.”
Me produjeron tan profunda impresión, que me resistía a creer. Pedí al Dr. Alem que no extremara sus desconfianzas y que antes de desechar la idea de la reunión me dejara ir a hablar con Hipólito Irigoyen, porque yo mismo, a quien él distinguía con especiales consideraciones, iba a decirle, si era necesario, que su negativa a discutir la situación creada echaba un velo de sombras sobre su sinceridad y afectaba su nombre. El Dr. Alem sonrió me tendió la mano y me dijo que fuera.
Encontré en el camino al Dr. Julio Moreno y me acompañó hasta el comité de la provincia…La entrevista fue rápida. Ante una negativa categórica, fundada en motivos triviales, le dije lo que le había anunciado al Dr. Alem. Se puso de pie con los ojos chispeantes, con la violencia que le es peculiar y alzando la voz rechazó mi sospecha indignado. Alzando la voz hasta el mismo tono, pero con absoluta tranquilidad, le dije que creyera en el profundo dolor que me causaba el paso que daba, que marcaría la terminación de nuestras relaciones si me dejaba salir de aquella pieza con la sospecha de que no le cuadraba discutir su actitud.
Cambió de tono y de ademán de repente, y me dijo: “Iré a la reunión. Dígale a Leandro que cite para cuando quiera”. Había un desusado extravío en su mirada que me llenó de confusión, como si algo me anunciara que no me decía la verdad. Impulsivamente, le tendí la mano y en tono afectuoso le pregunté: “¿Su palabra de honor?, Mi palabra, contestó en voz baja” . Cinco minutos después comuniqué a Alem el resultado feliz de mi misión, y noté con asombro que sonreía siempre.
Se convocó para el día siguiente a las 5 de la tarde en casa del Dr. Cornelio Saavedra Zavaleta, pero dos horas antes de la fijada, se nos hizo saber que don Hipólito Irigoyen no encontraba bien el sitio, por tratarse de una casa particular, y no parecerle correcto que se verificaran reuniones del partido fuera del local del comité. Tratándose de una reunión de carácter revolucionario, eso no era cierto. Entonces el Dr. Alem, siempre sonriente, citó para esa misma noche a las nueve, en el local del comité de la Provincia de Buenos Aires, la propia sede del Dr. Hipólito Irigoyen. Pero casualmente resultó que el Dr. Yrigoyen ya había salido de su casa cuando se le llevó la citación.
El Dr. Alem citó de nuevo para el día siguiente a las dos de la tarde, en su propio domicilio de presidente del partido, y la invitación le fue llevada a don Hipólito Yrigoyen en las primeras horas de la mañana. Esta vez la fiera había sido acorralada…Pasaron las dos de la tarde y don Hipólito Yrigoyen no apareció, pero al poco rato llegó don Delfor del Valle, encargado por él de expresar a la reunión que un llamado urgente de su estancia lo privaba de concurrir. La prueba necesaria quedaba hecha. La esfinge había sido desenmascarada…Dos meses después regresó del campo; nos encontramos y pasamos sin saludarnos”.
Obtuve el texto anterior de la excelente Historia de la Argentina de Bernardo González Arrili, quien dice que preguntó a distintos hombres de la época vinculados al círculo radical, íntimos de tío y sobrino, y que todos confirmaron los hechos que cuenta De la Torre. Cita las palabras de uno de ellos cuyo nombre no revela, en las que dice: Lisandro se anima a decir públicamente lo que en todas partes se dice en voz baja o se comenta en cartas íntimas. Lisandro tiene el coraje de hacerlo sabiendo que el Presidente tiene admiradores fanáticos capaces de llegar hasta el crimen. Me parece que espera ataques, porque está ahorrando las balas, dado que sabe mucho más de lo que dice…
No sabemos qué cosas discutieron en la intimidad un tío y un sobrino que hicieron a la Unión Cívica Radical, que llega a nuestros días casi hecha cenizas. No sabemos si Yrigoyen tenía razón de no aceptar la coalición que quería hacer De la Torre con Mitre. No sabemos si en lugar de Hipólito, su tío Leandro hubiera sido el presidente en 1916 de no haberse suicidado. Pero nos damos cuenta de cuánto de nuestro futuro se jugó en esa relación tan íntima y tan perversa, en la que uno decía del otro: “Para ser su madre sólo me falta el haberlo parido”.
De ésto, en el Partido Radical, no se habla.
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Eva Row
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"Yrigoyen" de Félix Luna"Vida de Yrigoyen" de Manuel Gálvez;