Como yo soy la intelectual de la familia, mi cuñada Rivke me tiene envidia. ¿Qué creías? Te voy a contar lo que pasó. Era Rosh Hashaná y mamá invitó a hacer fiesta en su casa. Yo no le dije que no, ¿qué, acaso quiero cocinar para diez personas? Si a ella le gusta, que lo haga ella. El día que no esté mamá, va a ser otra cosa. Ahí voy a tener que cocinar yo, porque no voy a esperar que mi cuñada aprenda a cocinar, ni voy a comer esas porquerías que hace que no tienen gusto a nada.
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Bueno, te estaba diciendo. Resulta que me puse a leer la historia del guefilte fish, en un libro antiguo de cultura idish. Vos sabés que a mí me gustan los libros, no voy a dejar de leer libros sólo para que mi cuñada no se sienta mal. Entonces leí que el guefilte fish estaba formado por tres distintas clases de pescado por una razón. Yo siempre me pregunté cuál serìa la razón de que fuera necesario hacerlo de distintos pescados. Y es más, te confieso que a veces lo hago sólo con merluza y también sale. Pero la razón de hacerlo con distintos pescados no viene de darle un gusto especial, sino que nació de la pobreza. Sí, de la pobreza, esperá que te cuento, ya sé que la merluza es más barata, y que poner boga trucha y dorado cuesta mucho más que merluza, pero escuchá.
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En Europa la gente era tan pobre, que a veces pasaba toda la semana sin comer para poder comprar un pescado el viernes, y poder presentar una fuente con un pescado entero, desde la cabeza hasta los piés, digo hasta la cola. Entonces, como a veces no alcanzaba la plata tampoco para comprar un pescado, las mujeres inventaron una forma de engañar a la bandeja y hacerle creer que lo que tenía arriba era un pescado.
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Escuchá. Iban al mercado, a la hora que se terminaba, cuando en el puesto quedaban pedazos de distintos pescados, y lo vendían a precio regalado, porque si no, lo tenían que tirar. Le pedían al pescador que les diera también una cabeza y una cola de pescado. Si no eran del mismo, estaba bien igual. Escuchá. Iban a casa, le sacaban la piel a los pedazos, tratando de que no se les rompa la piel. Agarraban la carne de pescado, le sacaban las espinas, y después empezaban a picarla mucho con el cuchillo grandote, con cebolla cruda picada, haciendo una mezcla. Le metían sal, pimienta, huevo, un poco de harina de matze, y empezaban a amasar para hacer una cosa compacta. Después agarraban la piel de cada pedazo y la volvían a rellenar con la cuchara, sobre la mano. Quedaban unos discos de dos o tres centímetros de piel rellena con pescado. Metían en la olla a hervir agua con cebolla, zanahora, pimienta en grano, y empezaban a meter los pedazos de pescado a hervir, y le agregaban la cabeza y la cola también.
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Eso hervía dos horas despacito hasta que tenía gusto concentrado el caldo. Claro que en algunos lados le ponían azúcar también al caldo. Pero en otros lados no. Bueno, la cosa es que cuando sacaban el pescado de la olla, agarraban la bandeja y armaban un pescado falso, con cabeza, con cuerpo en rodajas y con cola. ¿Quién se iba a dar cuenta?
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Viste que ahora nadie rellena la piel del pescado, porque ya nadie tiene que estar haciendo ese pescado armado en la fuente para que los vecinos no digan que no tenés ni para un pescado, entonces con el relleno hoy se hacen pelotas, como albóndigas grandotas. Pero se sigue llamando pescado relleno, y nadie se pregunta por qué se llama relleno. ¿Qué rellenan ahora? Nada rellenan.
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Escuchá lo que sigue. Entonces, en el libro dice que todas las cocinas tradicionales de los pueblos, son las cocinas de los pobres, porque los ricos comían sin tanto ingenio. Y decía también que por ejemplo, la cazuela de mariscos que comen los gallegos, y que cuesta tan caro en un restorant, era lo que comían los más pobres, porque los ricos comían pescado, no esas porquerías de bichos que a nosotros nos dan tanto asco de comer.
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Bueno, te cuento, escuchá. Te quiero contar lo que pasó con mi cuñada.
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Resulta que ella me llamó por teléfono y yo justo había leído lo del guefilte fish, y le comenté lo mismo que a vos ahora. Yo no sabía, lo que ella iba a hacer con mi cuento, te lo juro, ni me imaginaba. Si hubiera sabido me hubiera comido la lengua.
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Resulta que la vecina de mi mamá, doña Encarnación, le hizo una cazuela de mariscos para que pruebe alguna vez, y ella lo comió y le gustó, y le dijo que estaba riquísimo. Ahora, llega el día de Rosh Hashaná, yo llego al edificio de mi mamá con la bandeja con makarundlaj en las dos manos, y justo está saliendo doña Encarnación, que me abre la puerta con mala gana, y yo la saludo y ella me dice “buenas”, a secas, como enojada.
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Llego a casa de mamá, y ya estaba sentada mi cuñada en la mesa, como hace ella, que no se queda parada a ver si le van a pedir que alcance alguna cosa, y me mira y me saluda más o menos, dice hola y sigue hablando con mi hermano golpeándole la pava como hace siempre. Voy a la cocina, le doy un beso a mi mamá y me saca la cara. Ya no entiendo nada. Mi mamá me mira con desprecio y me dice: ya llegó la princesa, ¿qué vas a comer vos? En esta casa sólo hay comida de pobres. ¿Qué necesidad tenías de ofender también a Doña Encarnación?