En la polémica que resulta tan antipática para todos sobre el pésame de Mirtha Legrand, aparecen elementos interesantes para tomar en cuenta. No deberíamos soslayar la continuación del debate.
Se ha producido un estrangulamiento en el debate, un punto de no avance. Unos dan por supuesto que yo soy una ingenua, que me he comido que Mirtha Legrand es una diosa sublime. Y tratan de convencerme, (como si lo necesitara) de que ella es un monstruo. Otros no pueden creer que yo le haya agradecido su pésame.
Yo no quise tener que desnudar mi intención operativa, pero me veo forzada a hacerlo. Aunque a estas horas no estoy segura de que me sirva para recomponer mi imagen degradada, adulterada por la visión primaria que han tenido muchos, de que soy una "ingenua".
Parece que la idea de tener una estrategia cínica no suma entusiastas. Algunos me comprendieron. Pocos, en relación a los que escribieron para iluminarme en mi ingenuidad.
Hace mucho que me dí cuenta que la batalla no va por el lado del enfrentamiento leal y abierto de las ideas expresadas con la honestidad que nos caracteriza. Simplemente porque el enemigo no usa esas honestas armas. El enemigo no quiere discutir ideas, porque pierde en el campo de la discusión, porque pelea por intereses que no quiere confesar. En cambio nuestros intereses son confesables, eso es lo que nos diferencia.
Está bien dar la pelea de las ideas frente al tercero que escucha sin entender. Está bien disputarse la opinión pública que es manipulada por el discurso de los medios hegemónicos. Eso también es parte de la batalla. Pero es sólo una parte. Resta dar la batalla real contra el poder. En esa batalla hacen falta estrategias.
¿Qué estrategia intento hacer al aceptar como válido el pésame de Mirtha Legrand?
Tomo al discurso políticamente correcto de alguien que siempre se ha sublevado, pero que ahora se doblega como novedad, y completo la entrega al destinatario de ese discurso correcto, con lo que consagro el acto. Lo completo en la aceptación.
Ponderar el discurso políticamente correcto de alguien que ha sido irreverente, aunque no represente el verdadero pensamiento ni sentimiento de quien lo expresa, significa no dejar que el acto quede a medio camino. Sin una recepción, no se consagra la entrega.
El discurso políticamente correcto es de por sí un logro, un triunfo sobre el discurso anárquico y confuso que usan los enemigos de los derechos igualitarios.
De ese modo se ha ganado una batalla cultural por la hegemonía del discurso. Pero no por cualquier discurso, sino por el que se integra conceptualmente al ámbito filosófico del avance de los derechos ciudadanos.
Si alguien que pertenece a la esfera social de los que se resisten a aumentar la calidad de la ciudadanía, se ve "culturalmente" forzado a decir un discurso políticamente correcto, debe ser ponderado.
Mirtha Legrand se doblegó ante los hechos que la superaron y dio un discurso políticamente correcto. Donde trató a las entidades en juego como corresponde, con el respeto que corresponde a la investidura, con el respeto que corresponde al fenómeno social popular, todo según los mejores cánones.
Entonces venimos nosotros y le decimos gracias. Eso consagra la entrega. Ella acaba de hacerla efectiva. No se quedó en el intento. El discurso correcto le mostró que en principio los enfrentamientos fueron corregidas gracias a algo que ella hizo de diferente antes que nosotros. Luego nosotros fuimos consecuentes con lo que ella hizo y le demostramos que era ella la que fallaba no nosotros.
La otra parte de la operatoria es dejar a los demás en off side. Posicionada Mirtha como la del discurso correcto, por ende los demás quedan automáticamente señalados como culpables.
Se ha producido un estrangulamiento en el debate, un punto de no avance. Unos dan por supuesto que yo soy una ingenua, que me he comido que Mirtha Legrand es una diosa sublime. Y tratan de convencerme, (como si lo necesitara) de que ella es un monstruo. Otros no pueden creer que yo le haya agradecido su pésame.
Yo no quise tener que desnudar mi intención operativa, pero me veo forzada a hacerlo. Aunque a estas horas no estoy segura de que me sirva para recomponer mi imagen degradada, adulterada por la visión primaria que han tenido muchos, de que soy una "ingenua".
Parece que la idea de tener una estrategia cínica no suma entusiastas. Algunos me comprendieron. Pocos, en relación a los que escribieron para iluminarme en mi ingenuidad.
Hace mucho que me dí cuenta que la batalla no va por el lado del enfrentamiento leal y abierto de las ideas expresadas con la honestidad que nos caracteriza. Simplemente porque el enemigo no usa esas honestas armas. El enemigo no quiere discutir ideas, porque pierde en el campo de la discusión, porque pelea por intereses que no quiere confesar. En cambio nuestros intereses son confesables, eso es lo que nos diferencia.
Está bien dar la pelea de las ideas frente al tercero que escucha sin entender. Está bien disputarse la opinión pública que es manipulada por el discurso de los medios hegemónicos. Eso también es parte de la batalla. Pero es sólo una parte. Resta dar la batalla real contra el poder. En esa batalla hacen falta estrategias.
¿Qué estrategia intento hacer al aceptar como válido el pésame de Mirtha Legrand?
Tomo al discurso políticamente correcto de alguien que siempre se ha sublevado, pero que ahora se doblega como novedad, y completo la entrega al destinatario de ese discurso correcto, con lo que consagro el acto. Lo completo en la aceptación.
Ponderar el discurso políticamente correcto de alguien que ha sido irreverente, aunque no represente el verdadero pensamiento ni sentimiento de quien lo expresa, significa no dejar que el acto quede a medio camino. Sin una recepción, no se consagra la entrega.
El discurso políticamente correcto es de por sí un logro, un triunfo sobre el discurso anárquico y confuso que usan los enemigos de los derechos igualitarios.
De ese modo se ha ganado una batalla cultural por la hegemonía del discurso. Pero no por cualquier discurso, sino por el que se integra conceptualmente al ámbito filosófico del avance de los derechos ciudadanos.
Si alguien que pertenece a la esfera social de los que se resisten a aumentar la calidad de la ciudadanía, se ve "culturalmente" forzado a decir un discurso políticamente correcto, debe ser ponderado.
Mirtha Legrand se doblegó ante los hechos que la superaron y dio un discurso políticamente correcto. Donde trató a las entidades en juego como corresponde, con el respeto que corresponde a la investidura, con el respeto que corresponde al fenómeno social popular, todo según los mejores cánones.
Entonces venimos nosotros y le decimos gracias. Eso consagra la entrega. Ella acaba de hacerla efectiva. No se quedó en el intento. El discurso correcto le mostró que en principio los enfrentamientos fueron corregidas gracias a algo que ella hizo de diferente antes que nosotros. Luego nosotros fuimos consecuentes con lo que ella hizo y le demostramos que era ella la que fallaba no nosotros.
La otra parte de la operatoria es dejar a los demás en off side. Posicionada Mirtha como la del discurso correcto, por ende los demás quedan automáticamente señalados como culpables.