Dios es peronista
(Le entrega un choripán al hombre, a quien lo espera
un camión y la foto de una mujer voluptuosa)
¿Qué es ser judío?
En principio es importante decir dónde. No es lo mismo ser judío entre cristianos que entre musulmanes o en la China. La cosa ha sido con el cristianismo.
El cristianismo tiene su mito fundacional en el judaísmo. Nace de él, se define en relación a él. Pero no nace como una continuidad o una variación, sino como una oposición, donde la rama original resulta condenada en su propia existencia supérstite. El judío encarna lo otro, pero inarmónico e irreconciliable, la negación del ser, la amenaza, el mal esencial. El judío deja de ser humano para adquirir entidad mítica, no puede ser observado como persona, sino como signo. Las leyes de residencia en el mundo cristiano restringen sus actividades y sus derechos. El pueblo judío sobrevive en Europa en el rol asignado, manteniendo internamente relaciones comunitarias en torno a pequeñas comunidades de administración autónoma, comandados por las leyes de la religión, que actúan sobre todo en su efecto de leyes civiles, en el amparo y la contención. Es permanentemente expulsado, desterrado e instado a la conversión.
¿Qué es ser peronista?
El peronismo nace en oposición a la burguesía argentina, encarnada en el momento por la oligarquía y la incipiente pequeño burguesía nacida de la industria de sustitución de importaciones y del comercio. A pesar de que no es su intención enfrentarla sino todo lo contrario, el peronismo no puede eludir el entramado real de la lucha de clases y representa desde el Estado, el interés del obrero, del campesino, del trabajador.
La oligarquía, que estaba viviendo el ocaso de su antigua gloria, enfrentada a un mundo de posguerra donde Inglaterra dejaba de ser el socio principal, ahora se enfrentaba con esta novedad del peronismo, que la expulsaba del rol de gobernante político, al que estaba tan familiarizada por naturaleza.
Hay que entender que la cultura de la oligarquía teñía de su color cultural a la Argentina toda, e incluía en su séquito a toda la línea burguesa que aspiraba a imitar sus modos más insignificantes. La ideología oficial era de discurso oligárquico en toda la escenografía nacional. Toda la parafernalia de los símbolos patrios chauvinizados, exaltados en un idealismo casi místico y el enfermizo encuadramiento en respeto a las "jerarquías" sociales, no hacían otra cosa que ocultar el profundo desprecio por el obrero, por el pobre, por el inmigrante. Ese desprecio no es otra cosa que lo que dice Marx cuando habla de la "falsa conciencia" que convierte en idealismo (ideología) al afán de apropiación del trabajo ajeno.
Esa cultura oligárquica impuesta en la vida y costumbres argentinas, empezaba a trastocarse con la llegada a la escena de un elemento desafiante y antiestético: el peronista. El peronismo significó más que el peligro extremo de disolución del proyecto original, fue la realización, la concreción de todos los miedos acuñados en casi un siglo de inmigración.
Ser peronista es como ser judío.
Ser peronista es como ser judío.
Expulsar al peronismo del gobierno era una necesidad desesperante, como el oxigeno para el ahogado. Pero no sólo eso, también había que borrar su memoria de la existencia. Y también había que borrar de la memoria del peronista todo vestigio de su afiliación. El peronista supérstite, como el judío, encarna el mal absoluto. Así Isabel la Católica expulsó a los judíos de España, sólo podían quedarse los conversos.
Esta herencia cultural de idealismo aristocrático, obligó al peronismo a sobrevivir en nichos autárquicos. Y también como los judíos, los peronistas tejieron redes comunitarias internas, regidas por punteros que como los rabinos, sostienen a sus bases nucleadas en torno a una fe que es contención y amparo.
Son estas redes peronistas de comunidad lo que más execra el ciudadano argentino que a veces no sabe que es gorila, que declama valores republicanos y denosta la capacidad de nucleamiento y alineamiento peronista. Ve, en esta supervivencia, un aquelarre de extraños rituales, tal como la imaginería antisemita elucubraba en su delirio de los judíos.
Cualquier manifestación peronista es vista como rebaño de ovejas atraídas por el bajo deseo de pocos pesos. La falta de respeto sobre el pueblo peronista continúa siendo tan alevosa y grave, que nadie por más cultura política que tenga, se priva de ofenderlos públicamente.
El odio al peronismo es visceral, fundacional, mítico. Como el antisemitismo.
Esta herencia cultural de idealismo aristocrático, obligó al peronismo a sobrevivir en nichos autárquicos. Y también como los judíos, los peronistas tejieron redes comunitarias internas, regidas por punteros que como los rabinos, sostienen a sus bases nucleadas en torno a una fe que es contención y amparo.
Son estas redes peronistas de comunidad lo que más execra el ciudadano argentino que a veces no sabe que es gorila, que declama valores republicanos y denosta la capacidad de nucleamiento y alineamiento peronista. Ve, en esta supervivencia, un aquelarre de extraños rituales, tal como la imaginería antisemita elucubraba en su delirio de los judíos.
Cualquier manifestación peronista es vista como rebaño de ovejas atraídas por el bajo deseo de pocos pesos. La falta de respeto sobre el pueblo peronista continúa siendo tan alevosa y grave, que nadie por más cultura política que tenga, se priva de ofenderlos públicamente.
El odio al peronismo es visceral, fundacional, mítico. Como el antisemitismo.
Eva Row