31 de octubre de 2008
El erotismo de la música en la cara de un pianista
24 de octubre de 2008
Suicidios (parte V) Favaloro deprimido
Esa salida de explicar por “depresión” que hace la mayoría de la gente cuando se le presenta la incógnita de un suicidio, sucede gracias a los elementos conceptuales producto de la vulgarización del psicoanálisis de Freud, que ha influido en la cultura, en este caso y en todas las vulgarizaciones, de modo lamentable.
Nadie acepta con facilidad que se le derribe un mito, y nadie acepta con facilidad atravesar un tabú. Para hacerlo, hace falta el sostén de un intelecto de rigor, acostumbrado a aceptar los desafíos de la propia mente, y los del objeto de análisis. Esa tarea le pertenece a los intelectuales, pero caprichosamente faltan del escenario popular cuando ocurre un suicidio.
La salida por incredulidad en el suicidio, en los casos de Juancito y de Yabrán, son subterfugios del inconsciente para no derribar el mito del poder del dinero, con el que se acuna a los niños del sistema mercantilista.
Sin embargo, la diminuta diputada Beatriz Baltroc, que en esa época peleaba en la Legislatura por una ley para dar legalidad a las empresas recuperadas, en una conferencia en Sociales habló de lo que le pasó a Bruckman, como si la desgracia de ese hombre no pudiera quedarle silenciada, y lo contó frente a una audiencia de pocas personas, muy poco estimuladas a preocuparse por la mala suerte de Bruckman.
Todo este entramado macabro de deudas y juicios pesaba también sobre una quiebra para Favaloro, quien tenía un apellido con mayor significado social que Bruckman. Favaloro se vió además amenazado en la quiebra del aval moral de su nombre.
La pérdida del aval moral de un nombre de alto valor, es la muerte social. De eso no se recupera nadie, aunque exista una recuperación económica. La sociedad argentina del final de siglo y principio del nuevo, destruyó el edificio moral que Favaloro había construido con su nombre. Él se construyó a sí mismo, como mito de sí mismo. Y quiso denodadamente que la sociedad argentina lo hiciera propio dándose toda la publicidad que pudo.
El médico rural, que se levanta con las gallinas y que está en la cama a las 9 de la noche. El estudioso, no sólo de la Ciencia sino de la Historia, inspirado en el heroísmo de San Martín. El argentino que va al exterior y es embajador de su tierra llenándola de honra por sus méritos científicos. Y el San Martín que renuncia a sus posiciones para venir a dar la batalla en la Patria. Casado con su esposa primera y única, hasta el final de la vida de ella, a pesar de no haber tenido hijos. El Instituto Favaloro no pierde la aureola de prestigio que le insufló su mentor, y sigue aún siendo sinónimo de desarrollo científico y contribución al desarrollo de la sociedad.
¿Qué hubiera pasado si Favaloro no se hubiera suicidado? ¿Acaso su suicidio no fue lo único que pudo hacer para a conservar la honra de su Instituto? ¿Por qué no queremos ver las cosas como son? ¿Cuántas cosas que no imaginamos estaba destinado a soportar Favaloro, sin caer en la denostación pública y privada, en la burla y la humillación de su nombre y en la caída del mito positivista que fundó de sí mismo?
Pero el tiro con el que se mató, no sólo fue el triunfo de su plan de vida moral, sino la resignación y aceptación del fracaso en haber logrado instalarse en la sociedad como el mito que él esperaba ser para los demás. Favaloro se pegó un tiro porque entendió que los argentinos eran insensibles a su propuesta, porque entendió que por ese lado había perdido la batalla.
Cuando Favaloro se pegó ese tiro, nos pegó un tiro bien merecido a todos. Y ahí estamos todavía, ignorando el significado de sus actos póstumos, condenando a silenciar el mensaje de este hombre por necios.
Pero el significado de su mensaje espera el momento de ser descifrado, como un papel dentro de una botella que flota en el mar, hasta poder desplazar el diagnóstico mediocre de haber sido víctima de una depresión, con lo que lavan sus manos los vulgares corazones argentinos, que terminan necesitando un by-pass.
Suicidios (parte IV) Yabrán vive
El presidente Carlos Menem rehusó formular comentarios". "En su nombre, el secretario de Medios de Comunicación, Raúl Delgado, descartó que el hecho hubiera causado impacto alguno en el ámbito del Poder Ejecutivo. "Es una cuestión policial y judicial", sostuvo”.
El controvertido empresario era también una pieza clave en el ríspido enfrentamiento que mantenían el presidente Carlos Menem y el gobernador bonaerense Eduardo Duhalde por la sucesión presidencial, que debía resolverse el año siguiente.
Por la mañana, el vocero de Yabrán, Wenceslao Bunge, había acusado al gobernador Duhalde de querer convertir al millonario "en la segunda víctima, después de José Luis Cabezas, de la maldita policía bonaerense”.
Otro archienemigo de Yabrán, y también de Duhalde, el ex ministro de Economía Domingo Cavallo, en su momento lo acusó de ser el jefe de la mafia en la Argentina. Cavallo pidió que se desmantelara "el sistema de impunidad del que participan miembros de la Justicia federal, de las fuerzas de seguridad y de los poderes Ejecutivo y Legislativo", sectores a los que relacionó directamente con "la organización criminal" de la que responsabilizó a Yabrán.
Curiosamente la "opinión pública" nunca fue convencida de la muerte Yabrán. El diario Página 12, al año de su suicidio, y como testimonio de que la gente no creía aùn en su muerte, hizo un trabajo periodístico de esclarecimiento que no dejaba duda por cubrir. Yabrán se había suicidado. Estaban todas las pruebas. ¿Por qué entonces la gente todavía hoy no se convence? He aquí una veta por donde entrar hacia la falla profunda de la geografía ética que predomina en la opinión pública.
La gente cree que el suicidio fue fraguado y que el hombre de los 600 millones disfruta de su dinero con nombre cambiado, tirado en alguna playa lejana. Es una necesidad imperiosa salvarle el sentido al dinero de Yabrán. Pareciera que no es posible pensar que el poder y el dinero llevan también a la destrucción del que lo tiene. Es que la idea de que el dinero lo puede todo, es un mito fundacional de la sociedad mercantilista e insolidaria en la que vivimos.
Sin la aceptación de los hechos, la gente se pierde el análisis de la verdadera naturaleza de los interrogantes. Eso habla de la ética imperante. De una ética sostenida por millones de individuos atávicos, aferrados a mitos irrenunciables, seguidores de conceptos de poca monta adornados por frases hechas sin rigor.
Curiosamente, la misma gente no es atacada de la misma incredulidad como en el caso Yabrán, sino de impiadosa indiferencia por las víctimas, cuando los muertos son una saga de 26, entre suicidios, muertes dudosas, y extrañamente casuales, que ocurrieron durante el Gobierno de Menem, en relación con testigos y declarantes de Causas que afectaban al Ejecutivo.
Esas Causas eran Ibm-Banco Nación, Lavado De Dinero, Armas, Aduana Paralela, Caso Cabezas, Marta Meza, Amia, Carlos Menem Junior, Antonio Palermo, Sonia Álvarez, Divorcio Menem Yoma. Esos 26 muertos fueron legalmente consignados por 6 Suicidios, 7 Muertes Dudosas, 3 Muertes Súbitas, 3 Accidentes, 6 Homicidios y 1 Desaparecido.
Por no querer derribar el mito de que el dinero todo lo puede, la gente se pierde de saber que las relaciones irregulares tienen su ética interna, una ética mucho más fuerte que la pública, que dirime los conflictos en los Tribunales. Los conflictos de las relaciones de negocios irregulares no se resuelven en los Tribunales. Por eso el que incumple una palabra es demandado con su vida.
La ética, en los negocios irregulares se establece como vínculo solidario entre los individuos comprometidos en esos negocios. Si un individuo es descubierto públicamente, se sabe que arrastra a los demás en una cadena. Ese individuo sabe que a los demás sólo les queda hacer que él desaparezca. Y que de ser personajes públicos a los que mancha, tendrán suficiente poder para hacerlo desaparecer, sumado a la necesidad absoluta. El suicidio es para este individuo, la única posibilidad real que le queda.
Si Yabrán se mató es porque lo iban a matar adentro de la cárcel, y es porque comprometía a grandes personajes que no pensaban caer con él en cadena. Yabrán tenía que suicidarse. Y lo hizo.
De la misma manera, los negocios irregulares de Juan Duarte, salpicaron a Perón, por su vínculo familiar. Si Juan Duarte no hubiera estado emparentado con Perón, como funcionario de cuarta que era Juancito, se le hubiera exigido la renuncia al cargo y sometido a investigación, con lo que Perón como cualquier presidente, se hubiera desligado del problema sin mancharse.
El vínculo familiar en la función estatal, aparece como un vínculo irregular. Si cae uno arrastra al otro. Perón iba a ser arrastrado indefectiblemente por Juan Duarte. La muerte de Juan Duarte era la solución, y lo fue. La gente piensa que Perón lo mandó matar. Juan Duarte habrá pensado también que Perón podía hacerlo, o tal vez Perón le dio la orden de que lo haga. La lógica dice que Juancito, como cualquiera en su lugar, consideraría mejor suicidarse que ser hombre muerto por un tercero cuando esas eran las dos únicas posibilidades que le quedaban.
21 de octubre de 2008
Suicidios (parte III) Juan Duarte: "Mi cuñado"
En la familia de Perón, Evita y Juancito, se repitió el esquema de las comedias argentinas. Un dueño de casa severo e importante, una esposa fiel y abnegada, y un cuñado solterón que vive a costillas del dueño de casa y es apañado y sostenido por la hermana. Veamos.
Un poco de cine argentino
En sus primeras películas, el cine se inspira en los modelos de vida urbana de los varones de la oligarquía. Toda historia fílmica, sucede alrededor de la noche de Buenos Aires, en el cabaret, con mujeres fáciles vestidas de largo con vestidos de satin (seda). Los hombres que integran el ambiente visten frack, o de traje impecable.
La oligarquía era una clase separada de la vida popular, salvo en las relaciones personales de los caudillos con su gente “de avería”, hasta que el cine pasó de ser de élite a ser popular. Eso sucedió más que nada durante el Peronismo. En ese momento se produce un cambio en el escenario de acción de las películas, que pasa de la noche y el cabaret, a la casa de familia de la oligarquía, y es ahí donde el público se familiariza con su modo de vida. El integrante de la familia que iba al cabaret sigue yendo, pero esta vez se sabe lo que pasa en la casa. El padre de familia, presentado como modelo de hombre honrado, desaprueba esa vida “liviana”.
La escenografía física de las películas argentinas, era siempre una casa enorme llena mármoles, con la infaltable escalera señorial que subía a los dormitorios. Con personal de servicio que incluía mucama, cocinera y mayordomo para abrir las puertas de la entrada y anunciar una visita al señor o la señora, luego de lo cual el mayordomo hacía pasar al visitante quedándose con su sobretodo y su sombrero. El personal vestía de etiqueta y llamaba “Niño o Niña” (y trataba de usted), tanto a los hijos más adultos como a los más pequeños del matrimonio propietario de la casa. Los dueños de casa, y hasta los más pequeños, los llamaban por el nombre de pila y los tuteaban. Me parece oír el gritito agudo de Felisa Mari, la madre de “Así es la vida”, llamando a la mucama, con el mismo chillido irrespetuoso con el que doña Petrona C de Gandulfo llamaba a su “Juanita” para que le corte la cebolla en su programa de televisión “Buenas Tardes, Mucho Gusto”: ¡Juanita! ¡Cortáme la cebolla querés!
Si se filmaba un drama, difícilmente podría situarse en esa clase social que tiraba manteca al techo. Para eso estaba a mano el argumento de la pobreza. Fueron pocas, pero las hubo, las películas donde el signo era el dolor, la tragedia, la enfermedad, la miseria, y el infortunio. Guacho, Los isleros, Mercado de Abasto, eran excepciones que durante el Peronismo, se ofrecían frente a un público de pleno empleo, en un contexto de holgura, en el que la gente iba al cine para divertirse o soñar con el galán, ella, o él con la belleza de la protagonista.
Todas las películas repetían el mismo cliché, y al hacerlo fueron dando la impronta para el modelo mítico, sobre todo del varón argentino macho, en el que fue abrevando el porteño y el de las capitales de Provincia. El modelo de mujer difundido, en cambio, no distaba mucho del modelo general de mujer sumisa, madre y honrada, que nos acompañó durante todos los tiempos de la historia. Más tarde nos enteramos por la literatura escrita por ellas mismas, que las “damitas” de la oligarquía no eran tan santas ni puras. Pasó el tiempo y se supo a través de las escritoras como Silvina Bullrich o Silvina Ocampo, o de la historia de Amalita Fortabat, que ellas se podían dar una fiesta de sexo que le estaba prohibida por la moral a todas las chicas de las clases inferiores.
En las comedias, el dueño de casa siempre tenía oficina de “negocios” en Buenos Aires, y una estancia en el interior. Era fatal que en la casa viviera el famoso “tío solterón”, siempre hermano de la señora nunca del señor, porque él no le hubiera permitido a un hermano vivir “a sus costillas”, pero no podía ir contra la voluntad de su mujer, que exculpaba de sus fechorías todo el tiempo a su simpático y entrañable hermano. El "cuñado" vivía disgustando al señor, por su vida ligera. El señor de la casa encarnaba los principios del trabajo honrado, la inversión de capital, la moral, y los amigos influyentes en el estado. Los desatinos del cuñado siempre eran ocultados y contenidos por la hermana, que sacaba del apuro de dinero al “tarambana” y vividor. Ese tío daba el mal ejemplo al sobrino, el hijo mayor de la pareja, el “Niño”, que aprendía las malas artes de la noche, los amigos y el cabaret.
El modelo del hombre tarambana encarnado por el cuñado y el “Niño” era saber vestirse elegante, de traje de buena tela inglesa, pelo prolijamente cortado, peinado engominado, con la camisa blanca planchada y almidonada, y con el pantalón marcado con la raya de la plancha, los zapatos lustrados, si es posible de charol para la noche. Saber de mujeres, saber de la noche, ese era el saber. El macho argentino tenía que tener un encanto irresistible, y para eso había que aprender a hacer “el verso” a las mujeres y a los cobradores. Las historietas tomaron el modelo y apareció el personaje de “Isidoro Cañones”.
En cada barrio de las ciudades argentinas, cada pibe soñaba con comprarse el traje para ir “a la milonga”. Iba a bailar tango, a apretarse una mina, y enganchado por la mina terminaba casándose y laburando de sol a sol para mantener al nido. Los Isidores Cañones de las casas y conventillos de Buenos Aires, de Rosario, de las principales ciudades, duraban pocas temporadas. Los "muchachos de la esquina" no podían sostener el ritmo y claudicaban frente a los primeros ojos que le mostraban su amor, frente a los padres de la chica que lo amenazaban con el ¿para cuándo joven? Contra la espada y la pared, asumían su destino popular, y largaban para siempre la noche, el café y los muchachos.
A diferencia de ellos, los verdaderos cuñados y Niños de la oligarquía la seguían toda la vida. La diferencia estaba en el bolsillo. Juan Duarte escapó a ese destino casadero, pero el suyo lo llevó a la muerte.
Juan Duarte: el cuñado solterón
Juancito Duarte, era un Isidoro Cañones vendiendo jabón Federal o Guereño, en los pueblos del interior, como viajante. Una mina en cada pueblo. Simpático, versero, vendía bien pero de pobre no se salía fácil siendo asalariado y a porcentaje de las ventas, y encima tenía una legión de hermanas y la madre para mantener, a quienes adoraba y lo adoraban. Para ser un verdadero modelo de macho argentino, hacía falta plata.
A Juancito tampoco lo enganchó cualquier par de ojos bellos ingenuos, como ocurrió con la mayoría de los candidatos a macho argentino sin plata, que terminaban casados y luchando por la familia, después de haber “asentado cabeza”. A Juancito lo esperaban los ojos más bellos, el rostro más hermoso del cine nacional: Fanny Navarro. Ella era “la novia oficial”, Elina Colomer, en cambio, era “la amante oficial”. Pero además, muchos pares de ojos del cine nacional pasaron por la vida de Juancito Duarte.
Juancito, que era amado por su hermana Eva, primero fue el Secretario de Perón, pero después se dedicó a un rubro específico: el cine. En ese lugar fue el mandamás por muchos años. Gestionaba un Fondo de Fomento Cinematográfico que el gobierno de Perón había puesto en sus manos para el desarrollo del cine nacional. Al mismo tiempo fue empresario de cine, compró el 25 % de Argentina Sono Films. La oposición política veía en Juan Duarte la cara expuesta de la “corrupción”.
Abusando de su posición privilegiada, y con un estilo galante de regalador de flores y joyas, dejaba el mensaje de que la mujer que quisiera trabajar en cine, debía pasar por su cama, u olvidarse de la pretensión. El cine tenía en Juan Duarte su emperador arbitrario y todo lo que se hacía dependía de su influencia. Es lógico entender que su estilo había formado una corte de besamanos arribistas, y otra fila de humillados, resentidos y disconformes que aguantaban en silencio sin imaginar que la posición de Juancito quedaría algún día debilitada, ya que estaba garantizada y sostenida nada menos que por Eva Perón.
La muerte de Evita le quitó ese apoyo, un hecho inimaginable que trajo consecuencias para Juancito, tan graves, que le costaron la vida.
Saliendo de una velada de gala del Teatro Colón, el General Perón fue interpelado a gritos por una actriz: Malisa Zini, quien le recomendó que se advirtiera de los corruptos que traicionan al Justicialismo. Dicen que Malisa Zini atravesó arriesgadamente las custodias para lograr esa aproximación. Ella consiguió que la cosa tomara estado público. Perón la invitó a la residencia a conversar.
De resultas de esa acción pública de Malisa Zinni, todos los medios gráficos tomaron el testimonio, y Juan Duarte concentró en él, la artillería de la oposición. Los actos de Juan Duarte pasaron a ser el signo de corrupción que manchaba públicamente al gobierno de Perón. Perón habló por radio en referencia a ello y dijo que así fuera su padre, iría preso el que robaba al Pueblo, porque eso es Traición a la Patria.
El asunto se resolvió con el suicidio de Juan Duarte. Muerto el perro se acabó la rabia. A nadie en la Argentina se le pasó la utilidad de este suicidio. Nadie cree que Juan Duarte se suicidó por una cuestión de honor.
Se dice que Perón lo mandó matar. Pero eso no hacía falta. La imaginación de la gente no tiene mucho vuelo. Alcanzaba con que Perón lo hubiera amenazado con que se mate por las suyas o si no debería tener que fraguarlo. No se sabe. Una encerrona de esas debe haber sido la operatoria que funcionó. Y Juan Duarte se mató, nueve meses después de la muerte de Evita, el 9 de abril de 1953, dejando una carta en la que dice cuánto ama a Perón.
16 de octubre de 2008
Suicidios (parte II)
Pero hay otro texto más contundente y directo de Lisandro De la Torre desde el Diario La Nación, en un artículo de la serie “Página de Historia”, publicado el 24 de junio de 1919, en plena presidencia de Hipólito Irigoyen, donde acusa al Presidente de haber provocado el suicidio de su tío, Leandro N. Alem:
”Las luchas intestinas en aquella junta revolucionaria, desde fines de 1891 hasta su dispersión en el mes de marzo de 1893, cuántos dolores y cuántas lágrimas precursoras de la tragedia arrancaron al Dr. Alem. El hombre que acechaba el fracaso y el derrumbe del Dr. Alem, era Hipólito Irigoyen, su sobrino, podría decirse, su hijo.
Era, más o menos, el mes de marzo de 1893. Después de año y medio de trabajos perseverantes para organizar la Revolución, el Dr. Alem se declaraba vencido y no por el adversario, sino por las dificultades que le oponía en todos los momentos su sobrino. Se lanzó entonces una idea: provocar una reunión a la que se le pediría que asistiera y hablar allí ampliamente con verdad, con lealtad, ceder los unos y los otros, hasta encontrar la manera de no malograr tanto sacrificio. La idea hizo camino, pero el Dr. Alem disipó toda esperanza. Sus palabras fueron: “Hipólito no aceptará.”
Me produjeron tan profunda impresión, que me resistía a creer. Pedí al Dr. Alem que no extremara sus desconfianzas y que antes de desechar la idea de la reunión me dejara ir a hablar con Hipólito Irigoyen, porque yo mismo, a quien él distinguía con especiales consideraciones, iba a decirle, si era necesario, que su negativa a discutir la situación creada echaba un velo de sombras sobre su sinceridad y afectaba su nombre. El Dr. Alem sonrió me tendió la mano y me dijo que fuera.
Encontré en el camino al Dr. Julio Moreno y me acompañó hasta el comité de la provincia…La entrevista fue rápida. Ante una negativa categórica, fundada en motivos triviales, le dije lo que le había anunciado al Dr. Alem. Se puso de pie con los ojos chispeantes, con la violencia que le es peculiar y alzando la voz rechazó mi sospecha indignado. Alzando la voz hasta el mismo tono, pero con absoluta tranquilidad, le dije que creyera en el profundo dolor que me causaba el paso que daba, que marcaría la terminación de nuestras relaciones si me dejaba salir de aquella pieza con la sospecha de que no le cuadraba discutir su actitud.
Cambió de tono y de ademán de repente, y me dijo: “Iré a la reunión. Dígale a Leandro que cite para cuando quiera”. Había un desusado extravío en su mirada que me llenó de confusión, como si algo me anunciara que no me decía la verdad. Impulsivamente, le tendí la mano y en tono afectuoso le pregunté: “¿Su palabra de honor?, Mi palabra, contestó en voz baja” . Cinco minutos después comuniqué a Alem el resultado feliz de mi misión, y noté con asombro que sonreía siempre.
Se convocó para el día siguiente a las 5 de la tarde en casa del Dr. Cornelio Saavedra Zavaleta, pero dos horas antes de la fijada, se nos hizo saber que don Hipólito Irigoyen no encontraba bien el sitio, por tratarse de una casa particular, y no parecerle correcto que se verificaran reuniones del partido fuera del local del comité. Tratándose de una reunión de carácter revolucionario, eso no era cierto. Entonces el Dr. Alem, siempre sonriente, citó para esa misma noche a las nueve, en el local del comité de la Provincia de Buenos Aires, la propia sede del Dr. Hipólito Irigoyen. Pero casualmente resultó que el Dr. Yrigoyen ya había salido de su casa cuando se le llevó la citación.
El Dr. Alem citó de nuevo para el día siguiente a las dos de la tarde, en su propio domicilio de presidente del partido, y la invitación le fue llevada a don Hipólito Yrigoyen en las primeras horas de la mañana. Esta vez la fiera había sido acorralada…Pasaron las dos de la tarde y don Hipólito Yrigoyen no apareció, pero al poco rato llegó don Delfor del Valle, encargado por él de expresar a la reunión que un llamado urgente de su estancia lo privaba de concurrir. La prueba necesaria quedaba hecha. La esfinge había sido desenmascarada…Dos meses después regresó del campo; nos encontramos y pasamos sin saludarnos”.
Obtuve el texto anterior de la excelente Historia de la Argentina de Bernardo González Arrili, quien dice que preguntó a distintos hombres de la época vinculados al círculo radical, íntimos de tío y sobrino, y que todos confirmaron los hechos que cuenta De la Torre. Cita las palabras de uno de ellos cuyo nombre no revela, en las que dice: Lisandro se anima a decir públicamente lo que en todas partes se dice en voz baja o se comenta en cartas íntimas. Lisandro tiene el coraje de hacerlo sabiendo que el Presidente tiene admiradores fanáticos capaces de llegar hasta el crimen. Me parece que espera ataques, porque está ahorrando las balas, dado que sabe mucho más de lo que dice…
No sabemos qué cosas discutieron en la intimidad un tío y un sobrino que hicieron a la Unión Cívica Radical, que llega a nuestros días casi hecha cenizas. No sabemos si Yrigoyen tenía razón de no aceptar la coalición que quería hacer De la Torre con Mitre. No sabemos si en lugar de Hipólito, su tío Leandro hubiera sido el presidente en 1916 de no haberse suicidado. Pero nos damos cuenta de cuánto de nuestro futuro se jugó en esa relación tan íntima y tan perversa, en la que uno decía del otro: “Para ser su madre sólo me falta el haberlo parido”.
De ésto, en el Partido Radical, no se habla.
"Yrigoyen" de Félix Luna"Vida de Yrigoyen" de Manuel Gálvez;
13 de octubre de 2008
Suicidios
Comenzamos con este post un recorrido por los suicidios trascendentes que ocurrieron en la Argentina, desde el de Leandro N. Alem hasta nuestros días. Intentaremos escudriñar en el dilema ético que llevó a estos hombres a esa decisión, mostrando las circunstancias que rodearon los hechos, y los valores de la época. En el hilo conductor de los suicidios, saltaremos por los tiempos con la evolución de las costumbres y de la opinión pública. Y al final sacaremos nuestras conclusiones.
LEANDRO N. ALEM y LISANDRO DE LA TORRE
Las palabras de Lisandro De la Torre, increpando gravemente a Hipólito Yirigoyen en el marco de una discusión trascendente, abren de soslayo una sospecha sombría sobre la culpa del sobrino en el suicidio de su tío. Leandro Alem era el tío de Hipólito Yirigoyen. "Soy como la madre", solía decir refiriéndose a que se había hecho cargo de educar y proteger a su sobrino, llevándoselo a vivir con él desde jovencito. Sin embargo se sabe que el afecto del sobrino por el tío no se exteriorizaba en la medida de lo que Alem aparentaba merecer. No se saben los motivos. Alem solía mostrar aflicción, sin entrar en detalles. Yrigoyen era un joven sin transparencia, una incógnita permanente, susurrante, serio, diligente, fuerte.
Nadie sabe por qué se suicidó Alem el 1 de julio de 1896 en el coche que lo llevaba al Club del Progreso. El Diario La Nación, en un artículo publicado al otro día de su muerte dice:"¿Por qué? Todos preguntaban el por qué, todos querían conocerlo, y hubieran cuestionado al cadáver si hubiera podido contestar, y quedaban mudos ante ese enigma." Los motivos expuestos en la carta que deja Alem, son demasiado étereos, demasiado convencionales para ser creídos, para ser más que una excusa que quiere cerrar las puertas a todo interrogante.
De la Torre se va de la UCR espetándole a Hipólito Yrigoyen una declaración por la que éste lo retó a duelo de espada y le marcó la cara el 6 de septiembre de 1897 en los galpones del puerto de Catalinas Sur. Por eso De la Torre empezó a usar barba, para taparse la marca.
"El Partido Radical ha tenido en su seno una actitud hostil y perturbadora, la del señor Yrigoyen, influencia oculta y perseverante que ha operado por lo mismo antes y después de la muerte del Doctor Alem, que destruye en estos instantes la gran política de la coalición, anteponiendo a los intereses del país y los intereses del partido, sentimientos pequeños e inconfesables."
El 1 de junio de 1912, después de la Ley Sáenz Peña, De la Torre ingresaba a la Cámara como diputado nacional. En diciembre de 1914 fundaba el Partido Demócrata Progresista. En el 16 fue derrotado en las urnas por Hipólito Yrigoyen. Siguieron las derrotas electorales hasta que en 1931 el Partido Demócrata Progresista hizo alianza con el Partido Socialista que se presentó a elecciones con la fórmula Lisandro De la Torre-Nicolás Repetto, derrotada con fraude por Agustín P Justo-Julio A. Roca (hijo). En el año 32 De la Torre fue electo Senador Nacional.
El 1 de mayo de 1933 Julito Roca firma en Londres el Tratado Roca-Runciman. De la Torre inicia la investigación del negocio corrupto de las carnes, y en julio del año 35 la hace pública en el Senado. El 23 de julio una balacera mata a Enzo Bordabehere, senador y discípulo que salva a De la Torre, para quien iban las balas.
Otra vez retado a duelo, ésta por el Ministro de Hacienda Federico Pinedo, De la Torre volvió a aceptar, pero ninguno quedó herido. Decepcionado de la política renuncia al Senado en enero del 37, y a los dos años, el 5 de enero del 39, se pega un tiro en el ojo con una escopeta y muere en su departamento de Esmeralda 22.
9 de octubre de 2008
Los judíos y los Reyes Magos
8 de octubre de 2008
La prueba del choripán
Mirtha Legrand comiendo choripán
Mi hijo de 8 años me dice un día: mamá ¡yo no creo en Dios!
Pará -le dije- ¿no creés en Dios, pero seguís creyendo en los Reyes Magos?
¡¿Cómo, no existen?! -me dijo- con los ojos muy abiertos inyectados en lágrimas. ¿Qué, vos y papá me ponen los regalos en Reyes? Lo decía lentamente como imaginando el escenario oculto, develándolo entre tristeza, resignación y comprensión.
Claro hijo, no entiendo cómo si estás en condiciones de no creer en Dios seguís creyendo que pueden existir los Reyes Magos y Papá Noel.
Y bueno mamá -me dijo- de Dios no tenía ninguna prueba, más bien tenía pruebas de que no existe, si no, ¿por qué se mueren los nenes recién nacidos? pero Papá Noel y los Reyes me daban la prueba de los regalos. ¡Yo tenìa la prueba!
Dicen que los hambreados van a una concentración por un choripán. Si los gorilas no son capaces siquiera de tirar un choripán a un hambreado, ponete en el lugar del hambreado ¿no tendrías la prueba de que tenès que ser peronista?
6 de octubre de 2008
¡Viva Ginés! ¡Luchá y vuelve!
Basta señores, la mujer ha quedado para lo último. Hasta la homosexualidad ya es por fin no discriminada y la autoridad máxima del Inadi, María José Lubertino, concurre feliz y estentórea, a festejar la Unión Civil de un famoso modisto. ¿Y la mujer para cuándo señora directora del Inadi?
¿Y la mujer para cuándo? ¿O no es acaso una discriminación legal no legislar a favor del aborto?
1 de octubre de 2008
¿Cuánto y cómo pagaremos la crisis?
Eva Row
Pino Solanas, su política buitre y la resolución de Ballesteros
Leer el post..
Cuentos de vida
Lady D también estaba embarazada de su primer hijo. El papá de mi hijo decía que nuestro bebé tenía mejor ajuar que el hijo del Príncipe Carlos. Eran épocas de todo importado, y yo, eufórica por mi maternidad, había comprado el mejor cochecito de Harrod's y las ropas y utensilios para bebé, de lo más hermosos que encontré. Leer completo...
El plomero, que aparece con su bonete inmenso sobre el cual tiene una estrella, trae consigo herramientas que como la varita mágica, sólo obedecen a su secreto conjuro. La casa es un poco vieja, me dijo al irse, la próxima vez no le va a poder cambiar el cuerito a la canilla, va a tener que cambiar los caños. La sentencia estaba echada.
Cinco años después, es decir, ahora, se volvió a romper el cuerito y volvió a gotear la ducha. Leer más...
La Susi, mi mejor amiguita, tenía una enorme muñeca de trapo que yo no conocía, y la abrazaba y la ponía en el suelo a caminar, y la muñeca blanduzca se bamboleaba sacudiendo las trenzas rubias de hilos de lana de tejer.Leer Más...
La Revolución Libertadora trajo un cambio a la Escuela. Desaparecieron los carteles que cubrían las paredes en su parte superior tocando el techo de mi aula. De letras inmensas, decían "Segundo Plan Quinquenal-Perón cumple-Evita dignifica". La palabra "quinquenal" me encandilaba con sus sonidos juguetones, y no entendía bien qué quería decir "dignifica".
La presencia de Perón y Evita se trocó por paredes ascépticas, vacías, que me impresionaron cuando volví a la Escuela, después de unos días de asueto. El retrato de San Martín lucía ahora solitario y único símbolo del aula, como frío testimonio en blanco y negro de una historia lejana, sin la companía de aquellos carteles de colores alegres, de fondo amarillo y letras rojas, que representaban cosas del presente. Leer más...
Bueno, te estaba diciendo. Resulta que me puse a leer la historia del guefilte fish, en un libro antiguo de cultura idish. Vos sabés que a mí me gustan los libros, no voy a dejar de leer libros sólo para que mi cuñada no se sienta mal. Entonces leí que el guefilte fish estaba formado por tres distintas clases de pescado por una razón. Yo siempre me pregunté cuál serìa la razón de que fuera necesario hacerlo de distintos pescados. Leer más...
Mi nene era muy chiquito, recién ese año se había dado cuenta del personaje de Papá Noel. Su papá se disfrazaba y hacía las delicias de todos los chicos. Le habíamos dicho que iba a venir Papá Noel, con una bolsa de regalos. Leer más...
Capítulo 1. El extraño caso de mi hermanito y la palmeta
Un día apareció Raid.
Un aviso novedoso decía por televisión: ¡con la palmeta NO! ¡Llegó Raid! y aparecía en un dibujo animado, una palmeta estrellando insectos en la pared enchastrada de moscas aplastadas, y luego una señorita disparando el Raid por el ambiente. Mi hermanito y yo estábamos mirando televisión, y ambos nos asombramos. Leer más...