YO TAMBIÉN TUVE QUE USARLO
Como te acordarás, fui a Israel el año pasado a conocer a mi hermana. Pero no es a eso a lo que quiero referirme. Siempre dentro de las historias hay otras.
Quiero contarte que cuando estuve en Jerusalém y fui al Museo del Holocausto (Yad Vashem) dejamos el auto en el subsuelo, en el estacionamiento, y tomamos el ascensor para subir a la planta baja.
El amplio estacionamiento tenía pocos autos y había poca gente. Sólo tres personas había aparte de nosotros. Subiendo al ascensor esas tres personas tomaron carrera para alcanzar a entrar.
Eran tres hombres jóvenes, de piel muy negra, con gorros tejidos de colores, en forma de cilindro, y con largas túnicas hasta los pies, también llena de colores engamados. Parecían los tres reyes magos, todos Baltasar. Digamos que para nuestros ojos, eran tres personajes llamativos. Allá no lo eran, entre tantos turistas del mundo entero que deambulan y en un lugar del mundo donde lo oriental es parte del paisaje. Pero para nuestros ojos, eran curiosos.
Sin embargo, nuestra delicadeza, nuestro "savoir faire", impidió que demostráramos la más mínima sorpresa ni curiosidad por la presencia de estos tres bellísimos personajes salidos de un cuento.
Héte aquí que no contábamos con que los llamativos éramos nosotros para ellos. Ni bien entraron al ascensor nos sonrieron de punta a punta de sus mejillas, con sus dientes blanquísimos, con los ojos muy abiertos, como preguntándose de dónde serían "estos bichos raros". Les sonreímos obviamente, tan encantados de ser observados con curiosidad.
No suficiente con la observación franca, al instante uno de ellos nos preguntó ¿from where are you?. Yo contesté "from Aryentina". Nos miraron con desconsuelo, por no haber reconocido el lugar o no haber entendido. Volví a la carga con "from Buenos Aires". Otra vez el mismo desconcierto en las tres caras. Entonces apliqué la fórmula salvadora ¡ MARADONA ! dije como preguntando si ese nombre les decía algo. Los tres gritaron al unísono: ¡MARADONA!.
Y así llegamos a la Planta Baja despidiéndonos para siempre con un bye-bye. Mi hijo y yo nos miramos sacudiendo las cabezas, habiendo probado también nosotros la efectividad del santo y seña que salvaguarda nuestra identidad nacional en el mundo entero.
Como te acordarás, fui a Israel el año pasado a conocer a mi hermana. Pero no es a eso a lo que quiero referirme. Siempre dentro de las historias hay otras.
Quiero contarte que cuando estuve en Jerusalém y fui al Museo del Holocausto (Yad Vashem) dejamos el auto en el subsuelo, en el estacionamiento, y tomamos el ascensor para subir a la planta baja.
El amplio estacionamiento tenía pocos autos y había poca gente. Sólo tres personas había aparte de nosotros. Subiendo al ascensor esas tres personas tomaron carrera para alcanzar a entrar.
Eran tres hombres jóvenes, de piel muy negra, con gorros tejidos de colores, en forma de cilindro, y con largas túnicas hasta los pies, también llena de colores engamados. Parecían los tres reyes magos, todos Baltasar. Digamos que para nuestros ojos, eran tres personajes llamativos. Allá no lo eran, entre tantos turistas del mundo entero que deambulan y en un lugar del mundo donde lo oriental es parte del paisaje. Pero para nuestros ojos, eran curiosos.
Sin embargo, nuestra delicadeza, nuestro "savoir faire", impidió que demostráramos la más mínima sorpresa ni curiosidad por la presencia de estos tres bellísimos personajes salidos de un cuento.
Héte aquí que no contábamos con que los llamativos éramos nosotros para ellos. Ni bien entraron al ascensor nos sonrieron de punta a punta de sus mejillas, con sus dientes blanquísimos, con los ojos muy abiertos, como preguntándose de dónde serían "estos bichos raros". Les sonreímos obviamente, tan encantados de ser observados con curiosidad.
No suficiente con la observación franca, al instante uno de ellos nos preguntó ¿from where are you?. Yo contesté "from Aryentina". Nos miraron con desconsuelo, por no haber reconocido el lugar o no haber entendido. Volví a la carga con "from Buenos Aires". Otra vez el mismo desconcierto en las tres caras. Entonces apliqué la fórmula salvadora ¡ MARADONA ! dije como preguntando si ese nombre les decía algo. Los tres gritaron al unísono: ¡MARADONA!.
Y así llegamos a la Planta Baja despidiéndonos para siempre con un bye-bye. Mi hijo y yo nos miramos sacudiendo las cabezas, habiendo probado también nosotros la efectividad del santo y seña que salvaguarda nuestra identidad nacional en el mundo entero.