Esto ya lo dije muchas veces, pero seguro que conviene recordarlo. En el prólogo de El Capital, Marx hace una advertencia que se pasa por alto y es categórica.
Dice así :
"Unas palabras para evitar posibles interpretaciones falsas. A los capitalistas y propietarios de tierra no los he pintado de color de rosa. Pero aquí se habla de las personas sólo como personificación de categorías económicas, como portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, que enfoca el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico-natural, puede menos que ningún otro hacer responsable al individuo de unas relaciones de las cuales socialmente es producto, aunque subjetivamente pueda sentirse muy por encima de ellas."
Y agrego, hay motivos por los cuales un individuo ignora que es producto de las relaciones sociales. En particular, se hace crucial con la filosofía del cristianismo, cuya peculiar relación íntima y directa entre el individuo y Dios, libera de la obligación de sostener a un colectivo humano y la convierte en una mera virtud. No por nada el Capitalismo surgió en Europa y no en Asia. Aunque las demás culturas se suman al concierto de negocios sin demasiados pruritos.
Amén de la moral y la cultura impuesta que permitió el nacimiento del sistema económico que llamamos Capitalismo, hay dos situaciones extremas en que se tiene necesidad de ignorar que los seres humanos son producto de las relaciones sociales, la del Capitalista tanto como la del asalariado. Ambos funcionan en armonía para que el sistema funcione. El Capitalista porque es el beneficiado y el asalariado porque reconocer la situación de injusticia requiere encarar una lucha que no se ve como posible de ser ganada, y porque lo poco que tiene, su salario, no quiere ponerlo en riesgo, y porque además de sus penas no quiere sumar a ellas la convicción de que todo esto es injusto.
Pero además, está la angustia existencial que aqueja a todo ser humano.
En el Capitalista, el placer por multiplicar su dinero, aparte del impulso que le da el sistema, se convierte en un juego psíquico que lo distrae de las angustias proveyéndole un intenso erotismo que sepulta otro pensamiento. Digamos que la carrera por ganar más plata es como un deporte contrafóbico que mitiga la angustia existencial.
En el asalariado, suponer que su vida no tiene destino ni movilidad social, significa el ahondamiento de su angustia existencial. Por eso prefiere creer que el mundo es justo como es.
Cuando hablamos de conciencia, no estamos hablando de las grandes mayorías sino de selectos individuos que no pudieron aceptar que la realidad es lo justo.
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