Era la mañana del 6 de enero de 1954. Verano. En ese año yo iría al colegio por primera vez. Era la hija mayor de un matrimonio de judíos polacos inmigrantes. Teníamos un local de comercio seguido de vivienda, como había entonces. En el local, estaba mi papá. En la cocina de la vivienda, estaba mi mamá haciéndome el desayuno. Mis dos hermanitos, de 3 y 4 años, estaban aún en las cunas. Yo desayuné, y como hacía todos los días, salí a la calle a jugar con mis amiguitas. Serían las 10 de la mañana. Salgo a la calle y lo primero que veo es que todas mis amiguitas están juntas, y tienen algún juguete en la mano. Me extrañó muchísimo.
La Susi, mi mejor amiguita, tenía una enorme muñeca de trapo que yo no conocía, y la abrazaba y la ponía en el suelo a caminar, y la muñeca blanduzca se bamboleaba sacudiendo las trenzas rubias de hilos de lana de tejer.
¿Y esa muñeca? le pregunté. Me la trajeron los reyes, me contestó. Yo me quedé de una pieza. ¿Qué reyes? dije. ¡Los Reyes Magos! me dijo asombrada ¿Qué, a vos no te trajeron nada los Reyes? Yo no entendía de què me estaba hablando.
¿Pusiste los zapatitos? volvió a inquirir conmovida por mi ignorancia. ¿Qué zapatitos? volví a preguntar, mareada por el extraño interrogatorio. Los ojos se me estaban nublando, no entendía de qué reyes hablaba la Susi. Yo conocía los reyes de los cuentos pero no sabía que había reyes de verdad. Los reyes de los cuentos me encantaban pero los magos me asustaban. Y nunca supe que había reyes que además eran magos. Pero era un hecho, existían unos reyes que traían regalos. Y yo no sabìa nada.
La Susi siguió, ¿no pusiste los zapatitos? No, le contesté . Entonces pasaron de largo y no te dejaron nada porque no pusiste los zapatitos, dijo la Susi, mirando y peinando a su muñeca. Yo enmudecía cada vez más.
Bueno, hay que poner los zapatitos a la noche, para que ellos los vean, y les tenés que poner agua y pasto para que coman los camellos. ¿Camellos? grité azorada. Sí, dijo la Susi, porque vienen en camello, cuando vos estás durmiendo. Y cuando te despertás, te encontrás con un regalo arriba de los zapatos. Como no dejaste los zapatos, no te dejaron nada, dijo y siguió jugando con su muñeca, sentada en el umbral de su casa. De pronto se paró al verme tan paralizada, y exclamó ¡Cómo tus papás no te dijeron que pongas los zapatitos!
Salí corriendo a mi casa con la seguridad de que mis padres ignoraban la existencia de esos reyes. Yo sabía que éramos distintos, que mis papás habían venido de otro país y que tal vez no se habían enterado de que a la Argentina venían unos reyes en camello que le ponían un regalo a los chicos en los zapatos.
Entré corriendo de la calle al negocio, y encontré a papá sentado en su escritorio leyendo "Di Presse". Le espeté casi sin respirar: "papá, ¿vos sabías que ayer vinieron unos reyes a la noche y le pusieron regalos a los chicos en los zapatitos? Mi papá me miró con cierta sonrisa socarrona y me dijo unas palabras terribles: No vienen ningunos reyes, son los padres que les ponen los regalos en los zapatos el 6 de enero y les dicen que vienen unos reyes con camellos...
Entonces me sentí en una encrucijada total y le dije: ¡todos los chicos tienen un regalo menos yo, què voy a hacer! Observé que la cara de mi papá cambiaba. Se levantó de la silla y llamó a mi mamá: ¡Ana, venga! gritó. Llegó mi mamá secándose las manos en el delantal, y mi papá le dió una orden severa: ¡vaya a la juguetería y compra un regalo para la nena!
Pero yo en el acto reaccioné indignada y mirándolos a los dos, les dije: ¡no quiero un regalo de la juguetería, quiero que hagan como los otros padres, que me pongan esta noche un regalo en los zapatos y que yo me encuentre el regalo de sorpresa mañana cuando me despierte! Mis padres se miraron sonriendo uno al otro, y cada cual se volvió a su lugar. Y yo volví a pararme frente al escritorio y le agregué a mi papá: y quiero que le compren un regalo a mis hermanitos, y que les digan que vinieron los Reyes Magos, yo voy a guardar el secreto.
Y así se hizo. Ese día me aguanté hasta la noche sin juguete de reyes. Me fui a dormir y puse los zapatitos. Y cerré los ojos ilusionada pensando en el regalo que me encontraría al otro día, igual que todas mis amiguitas.
Cuando me desperté, ví una muñeca preciosa sobre mis zapatos, y salté feliz de la cama y ví que mis hermanitos tenían un regalo cada uno al pie de sus cunas. Y yo guardé el secreto para mis hermanos. Les conté feliz la historia de los Reyes Magos, y cada año vinieron a su tiempo y en sigilo, sin volverse a tocar el tema jamás, del secreto guardado según lo convenido.
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(Dedicado a Sirinivasa, respondiendo a una pregunta del post anterior)
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