En el post anterior, un anónimo me dijo hija de puta por decir que Roque murió inútilmente. En este post le contesto, redoblando lo que dije, pero más claro todavía.
Cuando los argentinos hablamos de soberanía, pensamos automáticamente en la soberanía territorial, en la defensa del territorio frente a países limítrofes o en el reclamo por tierras robadas por invasores, léase Malvinas.
Pensamos en Ejércitos. En guerra. En patria. En amor a la patria. En el honor. En la vida por la patria en defensa del territorio. En la bandera ondeando sobre tierras lejanas que nunca hemos visto, pero que nos dan idea de la honra nacional.
Nada más pequeño e insignificante que toda la literatura anterior. Para países como el nuestro, esa literatura sólo sirve para justificar el sueldo militar de individuos cuya carrera está pasada de moda desde el siglo diecinueve, porque por ejemplo, para solucionar el problema presentado a Gualguaychú por la empresa Botnia en Uruguay, a nadie se le ocurre ya que es necesario concentrar al Ejército en la frontera y hacer la guerra contra el país al que llamamos amorosamente: hermano.
La utilidad más reciente que demostraron las Fuerzas Armadas Argentinas, fue la desaparición de 30 mil argentinos, que sólo le fue útil a los planes del imperalismo. Con enemigos de la Argentina como las Fuerzas Armadas munidas de conceptos literarios no necesitamos hipótesis de peligro de agresión extranjera.
Los territorios del mundo ya han sido repartidos, y las guerras hoy no pasan por delimitar las fronteras sino por apoderarse de los recursos de petróleo. Y el robo no pasa más por usurpar territorio sino por endeudar a un país pobre para salvar de las crisis al sistema de negocios de los pocos países dueños del mundo.
Soberanía significa mucho más que extensión de tierra, ríos, cumbres o plataforma submarina. La soberanía está hoy en la independencia de las decisiones de gobierno de un país, en la capacidad de acción para transformar su realidad, para desarrollar sus negocios, para hacer su propio proyecto de sociedad y estar integrado al mundo sin genuflexión ni minusvalía.
Está en la independencia de la moneda. En la relación de la deuda pública con los recursos del Estado. Está en las reservas acumuladas para gantizar los fondos para los pagos de la deuda externa.
La soberanía también es cultural. La dominación cultural es un flagelo que invade las conciencias y disuelve la idea nacional, no para integrarse a un mundo de hermanos sino para perder la identidad en un mundo de pillaje.
Nadie debió haber ido jamás a dar la vida por las Malvinas. Los sobrevivientes siguen creyendo que fueron a una guerra justa, como fueron tantos hombres en la Edad Media convocados a recuperar el Santo Sepulcro profanado por los infieles. Y seguimos alentando la idea, todos cómplices por no decirles la verdad. Pobrecitos, no podrían soportar el pensar que la victoria sobre la tierra no tiene hoy ningún significado real para nuestras vidas que no sea pura fantasía nacionalista decimonónica.
Hay que terminar con este concepto pobrísimo de soberanía. Y hay que terminar con el concepto de la gloria de los muertos y las absurdas fantasías de territorios irredentos redimidos por la sangre patriota que regará los campos, o como impreca salvajemente la Marsellesa: ¡que una sangre impura riegue nuestros sembrados!.
Que la sangre de nadie riegue jamás ningún campo de la tierra. Ni sangre patriota redentora, ni sangre enemiga regando sembradíos. Así debería ser el Himno Universal, que todavía nadie ha escrito.
Los chicos de Malvinas que murieron no dieron la vida por la patria, dieron su vida en sacrificio inútil, en un Holocausto demencial que los sacerdotes del mal de la Dictadura, ofrendaron a sus Dioses de la Guerra, exactamente igual como lo hacían los sacerdotes aztecas, que sacrificaban a los jóvenes que formaban fila para ir al Paraíso, después de llegar al altar de sacrificio donde le arrancaban el corazón con un hacha de piedra y lo levantaban al cielo chorreando sangre para calmar a los dioses de Moctezuma.
Los chicos de Malvinas que sobrevivieron, no deben seguir siendo estafados, recibiendo honores y gloria falsos sobre falsos valores y conceptos superados. Ellos sí, deben ser eternamente protegidos por el Estado, dándoseles la mejor vida posible hasta sus últimos días, para compensar el daño físico, psíquico y moral de la estafa patriótica a la que fueron sometidos.
PD: Una historia poco conocida: el desinterés por Malvinas.
Cuando los argentinos hablamos de soberanía, pensamos automáticamente en la soberanía territorial, en la defensa del territorio frente a países limítrofes o en el reclamo por tierras robadas por invasores, léase Malvinas.
Pensamos en Ejércitos. En guerra. En patria. En amor a la patria. En el honor. En la vida por la patria en defensa del territorio. En la bandera ondeando sobre tierras lejanas que nunca hemos visto, pero que nos dan idea de la honra nacional.
Nada más pequeño e insignificante que toda la literatura anterior. Para países como el nuestro, esa literatura sólo sirve para justificar el sueldo militar de individuos cuya carrera está pasada de moda desde el siglo diecinueve, porque por ejemplo, para solucionar el problema presentado a Gualguaychú por la empresa Botnia en Uruguay, a nadie se le ocurre ya que es necesario concentrar al Ejército en la frontera y hacer la guerra contra el país al que llamamos amorosamente: hermano.
La utilidad más reciente que demostraron las Fuerzas Armadas Argentinas, fue la desaparición de 30 mil argentinos, que sólo le fue útil a los planes del imperalismo. Con enemigos de la Argentina como las Fuerzas Armadas munidas de conceptos literarios no necesitamos hipótesis de peligro de agresión extranjera.
Los territorios del mundo ya han sido repartidos, y las guerras hoy no pasan por delimitar las fronteras sino por apoderarse de los recursos de petróleo. Y el robo no pasa más por usurpar territorio sino por endeudar a un país pobre para salvar de las crisis al sistema de negocios de los pocos países dueños del mundo.
Soberanía significa mucho más que extensión de tierra, ríos, cumbres o plataforma submarina. La soberanía está hoy en la independencia de las decisiones de gobierno de un país, en la capacidad de acción para transformar su realidad, para desarrollar sus negocios, para hacer su propio proyecto de sociedad y estar integrado al mundo sin genuflexión ni minusvalía.
Está en la independencia de la moneda. En la relación de la deuda pública con los recursos del Estado. Está en las reservas acumuladas para gantizar los fondos para los pagos de la deuda externa.
La soberanía también es cultural. La dominación cultural es un flagelo que invade las conciencias y disuelve la idea nacional, no para integrarse a un mundo de hermanos sino para perder la identidad en un mundo de pillaje.
Nadie debió haber ido jamás a dar la vida por las Malvinas. Los sobrevivientes siguen creyendo que fueron a una guerra justa, como fueron tantos hombres en la Edad Media convocados a recuperar el Santo Sepulcro profanado por los infieles. Y seguimos alentando la idea, todos cómplices por no decirles la verdad. Pobrecitos, no podrían soportar el pensar que la victoria sobre la tierra no tiene hoy ningún significado real para nuestras vidas que no sea pura fantasía nacionalista decimonónica.
Hay que terminar con este concepto pobrísimo de soberanía. Y hay que terminar con el concepto de la gloria de los muertos y las absurdas fantasías de territorios irredentos redimidos por la sangre patriota que regará los campos, o como impreca salvajemente la Marsellesa: ¡que una sangre impura riegue nuestros sembrados!.
Que la sangre de nadie riegue jamás ningún campo de la tierra. Ni sangre patriota redentora, ni sangre enemiga regando sembradíos. Así debería ser el Himno Universal, que todavía nadie ha escrito.
Los chicos de Malvinas que murieron no dieron la vida por la patria, dieron su vida en sacrificio inútil, en un Holocausto demencial que los sacerdotes del mal de la Dictadura, ofrendaron a sus Dioses de la Guerra, exactamente igual como lo hacían los sacerdotes aztecas, que sacrificaban a los jóvenes que formaban fila para ir al Paraíso, después de llegar al altar de sacrificio donde le arrancaban el corazón con un hacha de piedra y lo levantaban al cielo chorreando sangre para calmar a los dioses de Moctezuma.
Los chicos de Malvinas que sobrevivieron, no deben seguir siendo estafados, recibiendo honores y gloria falsos sobre falsos valores y conceptos superados. Ellos sí, deben ser eternamente protegidos por el Estado, dándoseles la mejor vida posible hasta sus últimos días, para compensar el daño físico, psíquico y moral de la estafa patriótica a la que fueron sometidos.
PD: Una historia poco conocida: el desinterés por Malvinas.