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Optica Foto Suárez, era en realidad una antigua casa de fotografía de Martinez, que había adosado la sección "Óptica". Allí se revelaban fotos, se vendían rollos y cámaras fotográficas, y se sacaban fotos-carnet en una sala interior que llamaban el "estudio fotográfico". Más adentro había un laboratorio fotográfico para el revelado en blanco y negro. En ese lugar nadie era óptico, sólo yo, recién recibida y sin experiencia. La sección óptica estaba a mi cargo, yo era la "directora técnica".
Hice bien mi trabajo. Produje buenas ventas, y en seguida comencé a calibrar los anteojos, a mano, como se hacía entonces y hasta casi la década del noventa, en que aparecieron las calibradoras automáticas, que son computadoras que realizan el corte, rebaje y bisel de la lente de acuerdo a un molde.
Atendía al público, cortaba cristales en una máquina de cortar vidrio, y los biselaba en una moladora de piedra de carborundum, alimentada con agua por una bomba que la hacía circular mojando la piedra. Luego los colocaba en el armazón dilatándolo con calor.
La máquina de cortar vidrio, un verdadero progreso de la época, superador de la primitiva herramienta llamada"widia", no hacía menos manual a la técnica. Era algo así como la máquina de coser a pedal en relación a la costura a mano con aguja y dedal. Un gran progreso una en relación a la otra, pero una técnica manual las dos.
La máquina de cortar vidrio cambiaba apenas un poco la tensión psíquica que provocaba el trabajo de calibrado de anteojos.
Cuando pienso hoy en lo primitivo del método, no puedo creer que sea yo misma la que vivió tanto cambio en la técnica de calibrado. Si yo tuviera que emprender hoy el calibrado de anteojos con esos elementos primitivos, me sentiría absolutamente desesperada. Me negaría, desde todo punto de vista, a emprender una tarea tan ingente.
Pensar que cuando fui a tomar mi trabajo, iba dispuesta a hacerlo. Me causa escozor saber hasta a qué punto me había entregado al destino que yo no había elegido. Me causa temblor saber hoy, que sabiendo entonces lo que me esperaba, tuviera tal grado de resignación.
La tarea era muy desgastante, muy estresante, el riesgo de romper un vidrio era muy grande. No me daba cuenta entonces, de que la cosa era un poco diferente cuando el cortador era el propietario de la óptica. La ganancia que tenía el dueño de la óptica triplicaba el valor del cristal. Ese alto porcentaje de ganancia se debía justamente, a la alta probabilidad de perder la pieza, no una vez, sino también dos.
Pero yo era una empleada, y no se me había dicho que podía romper tranquila hasta dos veces el mismo vidrio. Para mí, cada vidrio que cortaba era un salto al precipicio, una ruleta rusa. Siempre me corrió un escalofrío en la espalda, en el momento de separar el cristal del excedente. Tanta responsabilidad hizo que prácticamente no se me rompiera nunca ningún vidrio. Si me hubiera relajado, se me habrían roto. Es imposible cortar vidrio sin ponerse en tensión.
Aunque no era sólo la pérdida de ganancia mi preocupación, sino la dificultad de retrasar el trabajo prometido, causando un conflicto con el cliente. Muchas veces las lentes tardaban varios días en confeccionarse. Romperse una lente significaba tal vez una semana más de espera, y un cliente desesperado y enojado. La perspectiva de la rotura de un vidrio en el proceso de calibrado, fue siempre demasiado insoportable para mí. Así que procuré que no sucediera, y eso fue a costa de soportar siempre la tensión.
Además, durante toda mi vida necesité silencio total alrrededor mío en el momento de partir el vidrio. Supongo que es como cuando un jugador está por patear un penal. Supongo que está tenso, que necesita concentración, y silencio. Yo podía estar conversando alegremente mientras trabajaba, pero menos cuando debía cortar el vidrio. Mi repentino pedido de silencio, hacía sorprender a cualquier interlocutor que tuviera en ese momento a mi lado.
Tuve siempre la sensación de que nadie entendía por qué yo pedía silencio tan de repente, y en forma terminante. El grado de sorpresa que manifestó siempre cualquier interlocutor en ese momento, revelaba que yo transmitía intempestivamente un insólito estado de conmoción.
La tensión que me acompañó decenas de miles de veces, tantas como cristales corté en treinta años de trabajo, fue un valor agregado a la resignación. Después de alguna jornada de trabajo dura y estresante, me solía venir a la mente como una ironía la frase de mi madre: ¡Qué linda profesión para una mujer!
Todo este cuento sobre mi sufrimiento no tendría sentido si no fuera destinado a señalar el afecto que fui construyendo en medio del dolor. Al paso del resentimiento, caminaba la ciencia óptica oftálmica dejándose conocer y degustar, abarcar y poseer. Fui conociendo de la óptica cosas asombrosas, cosas que se toparon conmigo en el camino. Como la estrecha relación de los defectos refractivos con el carácter de la persona. Como el curioso comportamiento del ojo, en su capacidad adaptativa. Como la imposibilidad de ser objetivo en la calificación de la propia vista.