El martes 25 de Marzo de 2008, Luis D'Elía había ido a recuperar pacíficamente la plaza de Mayo ante el casi confirmado (desesperado) pedido de Néstor Kirchner, frente al cacerolazo iniciado en el Barrio Norte, que había llegado a apropiarse del espacio de las luchas populares, y amenazaba con convertirse en una acción irresponsable e impredecible.
Allí se obtuvo una foto que escracharía para la eternidad el estilo de manifestante "paquete" que estaba a favor del "campo": una señora se llevó a la mucama con el uniforme puesto para que sostuviera y golpeara la cacerola.
El diaro Clarín, al día siguiente, instalaba el monstruo de turno para denostar al gobierno de Cristina: Luis D'Elía. Para eso, había ido con las cámaras de TN a tomar la imagen de cuando "el piquetero" (como le decían para ofenderlo) le dio una trompada a un tipo que lo siguió y lo insultó por dos cuadras hasta que el hombre no dio más y le propinó lo merecido. Para recordar cómo escribía alegremente impune Clarín-Magneto sus mentiras venenosas, en esos tiempos de incontinencia, vale la pena releer el artículo del día siguiente donde dice (sic) "Hubo corridas, golpes y gente que terminó ensangrentada" . (¡Uy Dió, cómo corrió la sangre!)
Revisando la historia argentina, a casi dos meses de ese episodio, en Mayo de 2008, me encontré con los "infernales", que dirigían French y Berutti, y entendí que los Luis D'Elía, con su devoción a una causa y su entrega física, han existido siempre y deberán existir siempre, para que una revolución en camino pueda llegar a un final feliz. Pero la gente sólo recuerda los acontecimientos brillantes, los grandes discursos, las grandes hazañas de los políticos.
Hoy D'Elía está en el ostracismo, gracias a esa cruz que se puso a sí mismo sobre las espaldas sin ninguna necesidad, que es tomar partido pasional declamado con megáfono por Irán y contra el Estado de Israel, cuando desde el gobierno nacional no se considera a eso políticamente metabolizable.
Esos días de gloria de Luis D'Elía, me hicieron publicar por primera vez en "Artepolítica" el 23 de mayo de 2008, el cuento que le hice en homenaje a aquel acto que nos devolvió la tranquilidad. Luego lo volví a publicar al año siguiente en este blog, en 2009. En 2010, lo volví a publicar en este blog. Y otra vez, en este aniversario, vuelvo a recordar a los Infernales, y vuelvo a querer rescatarlos como partícipes necesarios de la Revolución de Mayo, muy lejos del papel estúpido al que los condenó la Historia Oficial, el de ser unos "jóvenes que repartían cintitas celestes y blancas" con toda inocencia. He aquí otra vez el cuento. Si no leíste, hacélo, y si lo leíste, releerlo no está mal.
Hizo el domingo pasado, 201 años de aquel Cabildo Abierto. El 22 de mayo de 1810, estaban invitados al Cabildo Abierto de Buenos Aires, cuatrocientos cincuenta vecinos, de los cuales la mitad eran chetos de Barrio Norte que apoyaban al Virrey, pero D’Elía no los iba a dejar entrar. La banda de French y Berutti, apodada “los Infernales”, custodiaba todas las entradas a la Plaza y dejaba pasar solamente a “los compañeros”.
Saavedra los había llamado a los dos en secreto el día anterior para pedirles que pusieran el hombro movilizando a los muchachos, para que le despejaran la Plaza al día siguiente, porque si entraban los chetos al Cabildo Abierto podían perder la votación pero lo más grave era que podía correr sangre y tenía que evitarlo a toda costa.
Saavedra sabía que Cisneros había sentido una escupida en el ojo cuando le había negado su pedido de reprimir a los revolucionarios en caso de desmanes, y estaba cantado que el tipo había arreglado con los garcas que vinieran a provocar al Cabildo Abierto. Si le ganaban la votación o le tiraban un muerto se pudría todo. Si él se resistía a reprimir, el Virrey lo destutía y se acabó la Revolución. Tan bien que estaba yendo la cosa. No, no lo podía permitir.
“El problema es que los muchachos no conocen a todos los compañeros, los chetos se nos van a colar”, le dijeron French y Berutti a Saavedra. “Fácil”, dijo Saavedra, “pongan a los muchachos a cerrar las entradas de la Plaza y ustedes dos, que vienen a la Jabonería de Vieytes, pueden reconocer a los compañeros. Póngales a los que reconozcan, unas cintas del color de los Borbones en la solapa, así nadie se aviva que están señalando a los nuestros, y díganle a los muchachos que dejen pasar a los que vengan con la cinta.”
French y Berutti se pasaron la noche cortando cintas, y al otro día estaban en la Plaza con los Infernales. Unos giles que habían llegado temprano, se volvían con cara de velorio porque no los dejaron pasar. Se les acercaron para pedirles que les pusieran una cintita a ellos también, pero French y Berutti les contestaron que no tenían más. Los giles se dieron cuenta que algo raro pasaba con las cintas, y corrieron la bolilla por toda la City que la patota impedía el ingreso a la Plaza, cosa que sembró el pánico entre los chetos y ni se acercaron a molestar el magnífico desarrollo de la Semana de Mayo. Al Cabildo Abierto del 22, entraron doscientos cincuenta y uno de los invitados.
“¡Qué buena idea lo de las cintas! ¿cómo se le ocurrió?”, le dijo Castelli al oído a Saavedra, mientras esperaban que empiece la reunión. “Bueno, pensé en las Madres de Plaza de Mayo que inventaron lo del pañuelo para reconocerse entre ellas”, dijo Saavedra. “No hay nada nuevo bajo el sol, Castelli, nada nuevo bajo el sol del veinticinco”, agregó. “¿Qué vieinticinco?”, dijo Castelli. “No sé, me acordé de la letra de una canción”, contestó Saavedra, “Hagamos silencio que ya empieza”.
Hasta la semana que viene, y ¡Feliz Día de la Patria!, triunfando con Cristina, Rossi y Filmus.
Allí se obtuvo una foto que escracharía para la eternidad el estilo de manifestante "paquete" que estaba a favor del "campo": una señora se llevó a la mucama con el uniforme puesto para que sostuviera y golpeara la cacerola.
El diaro Clarín, al día siguiente, instalaba el monstruo de turno para denostar al gobierno de Cristina: Luis D'Elía. Para eso, había ido con las cámaras de TN a tomar la imagen de cuando "el piquetero" (como le decían para ofenderlo) le dio una trompada a un tipo que lo siguió y lo insultó por dos cuadras hasta que el hombre no dio más y le propinó lo merecido. Para recordar cómo escribía alegremente impune Clarín-Magneto sus mentiras venenosas, en esos tiempos de incontinencia, vale la pena releer el artículo del día siguiente donde dice (sic) "Hubo corridas, golpes y gente que terminó ensangrentada" . (¡Uy Dió, cómo corrió la sangre!)
Revisando la historia argentina, a casi dos meses de ese episodio, en Mayo de 2008, me encontré con los "infernales", que dirigían French y Berutti, y entendí que los Luis D'Elía, con su devoción a una causa y su entrega física, han existido siempre y deberán existir siempre, para que una revolución en camino pueda llegar a un final feliz. Pero la gente sólo recuerda los acontecimientos brillantes, los grandes discursos, las grandes hazañas de los políticos.
Hoy D'Elía está en el ostracismo, gracias a esa cruz que se puso a sí mismo sobre las espaldas sin ninguna necesidad, que es tomar partido pasional declamado con megáfono por Irán y contra el Estado de Israel, cuando desde el gobierno nacional no se considera a eso políticamente metabolizable.
Esos días de gloria de Luis D'Elía, me hicieron publicar por primera vez en "Artepolítica" el 23 de mayo de 2008, el cuento que le hice en homenaje a aquel acto que nos devolvió la tranquilidad. Luego lo volví a publicar al año siguiente en este blog, en 2009. En 2010, lo volví a publicar en este blog. Y otra vez, en este aniversario, vuelvo a recordar a los Infernales, y vuelvo a querer rescatarlos como partícipes necesarios de la Revolución de Mayo, muy lejos del papel estúpido al que los condenó la Historia Oficial, el de ser unos "jóvenes que repartían cintitas celestes y blancas" con toda inocencia. He aquí otra vez el cuento. Si no leíste, hacélo, y si lo leíste, releerlo no está mal.
¡¡¡D'Elía, French y Berutti, un solo corazón!!!
Hizo el domingo pasado, 201 años de aquel Cabildo Abierto. El 22 de mayo de 1810, estaban invitados al Cabildo Abierto de Buenos Aires, cuatrocientos cincuenta vecinos, de los cuales la mitad eran chetos de Barrio Norte que apoyaban al Virrey, pero D’Elía no los iba a dejar entrar. La banda de French y Berutti, apodada “los Infernales”, custodiaba todas las entradas a la Plaza y dejaba pasar solamente a “los compañeros”.
Saavedra los había llamado a los dos en secreto el día anterior para pedirles que pusieran el hombro movilizando a los muchachos, para que le despejaran la Plaza al día siguiente, porque si entraban los chetos al Cabildo Abierto podían perder la votación pero lo más grave era que podía correr sangre y tenía que evitarlo a toda costa.
Saavedra sabía que Cisneros había sentido una escupida en el ojo cuando le había negado su pedido de reprimir a los revolucionarios en caso de desmanes, y estaba cantado que el tipo había arreglado con los garcas que vinieran a provocar al Cabildo Abierto. Si le ganaban la votación o le tiraban un muerto se pudría todo. Si él se resistía a reprimir, el Virrey lo destutía y se acabó la Revolución. Tan bien que estaba yendo la cosa. No, no lo podía permitir.
“El problema es que los muchachos no conocen a todos los compañeros, los chetos se nos van a colar”, le dijeron French y Berutti a Saavedra. “Fácil”, dijo Saavedra, “pongan a los muchachos a cerrar las entradas de la Plaza y ustedes dos, que vienen a la Jabonería de Vieytes, pueden reconocer a los compañeros. Póngales a los que reconozcan, unas cintas del color de los Borbones en la solapa, así nadie se aviva que están señalando a los nuestros, y díganle a los muchachos que dejen pasar a los que vengan con la cinta.”
French y Berutti se pasaron la noche cortando cintas, y al otro día estaban en la Plaza con los Infernales. Unos giles que habían llegado temprano, se volvían con cara de velorio porque no los dejaron pasar. Se les acercaron para pedirles que les pusieran una cintita a ellos también, pero French y Berutti les contestaron que no tenían más. Los giles se dieron cuenta que algo raro pasaba con las cintas, y corrieron la bolilla por toda la City que la patota impedía el ingreso a la Plaza, cosa que sembró el pánico entre los chetos y ni se acercaron a molestar el magnífico desarrollo de la Semana de Mayo. Al Cabildo Abierto del 22, entraron doscientos cincuenta y uno de los invitados.
“¡Qué buena idea lo de las cintas! ¿cómo se le ocurrió?”, le dijo Castelli al oído a Saavedra, mientras esperaban que empiece la reunión. “Bueno, pensé en las Madres de Plaza de Mayo que inventaron lo del pañuelo para reconocerse entre ellas”, dijo Saavedra. “No hay nada nuevo bajo el sol, Castelli, nada nuevo bajo el sol del veinticinco”, agregó. “¿Qué vieinticinco?”, dijo Castelli. “No sé, me acordé de la letra de una canción”, contestó Saavedra, “Hagamos silencio que ya empieza”.
Fin
Hasta la semana que viene, y ¡Feliz Día de la Patria!, triunfando con Cristina, Rossi y Filmus.