Mi hermana Golde hizo su testimonio como víctima del Holocausto. Todos los que lo leyeron se habrán preguntado qué pasó en la Argentina con mi papá, y conmigo. Este es mi testimonio.
A los que no leyeron el de mi hermana, les sugiero que lean primero el de ella, antes del mío. Este es un testimonio íntimo, de una tragedia.
Este escrito tiene 9 capítulos.
I
En la Polonia del siglo XIX se casaron dos adolescentes de la misma edad que eran tío y sobrina, vaya uno a saber hoy por qué, si se querían o los obligaron. De ellos nacieron seis hijos. Todos miopes de la máxima miopía. El defecto genético de la miopía se potenció en los hijos, dado el parentezco cercano de los padres. Esos hermanos terminaron su vida ciegos, menos mi abuela (por parte de madre) que murió a los 42 años de cancer.
Mi abuelo (por parte de madre) era en Polonia un joven sastre, como uno de los protagonistas de El violinista en el tejado. Para un joven sastre, la mayor ambición y realización era tener una máquina de coser.
El padre de mi abuela no titubeó en prometer esa máquina a mi abuelo como dote de su hija. Pero pasaba el tiempo, no cumplía y pedía más tiempo. Mi abuelo estaba a disgusto con una esposa muy miope y sin la máquina de coser, y no perdonó. Se dice que mi abuelo "tiró de las barbas a mi bisabuelo en la plaza pública". Cosa que parece haber sido gravísima ofensa, porque sumió a mi bisabuelo en el desprestigio.Todos eran muy pobres y sin embargo sufrían por su prestigio. Si mi abuelo no hubiera hecho lo que hizo, habría continuado siendo el hazmerreir de todo el pueblo.
Así llegaron a Buenos Aires mis abuelos, pareja en la que mi abuela asumía el papel de fraude con sumisión, verguenza y resentimiento. Mi abuelo salía a pasear a Palermo solo o con los dos hijos pequeños, pero nunca acompañado de mi abuela.
En el año 34 mi abuelo compró la casa chorizo que alquilaba, con una hipoteca a veinte años, pagadera en cuotas mensuales. Allí tenía su taller de sastrería. Cuando compró la casa retiró a mi mamá de la escuela primaria con 11 años para destinarla a operaria del taller, frente a una máquina de coser. Así mi mamá fue esclavizada por mi abuelo, hasta que cerca de los 18 años se rebeló y exigió un sueldo, sin conseguirlo, sólo negoció la posibilidad de comprar las revistas de la época.
II
Viendo lo que sucedía en esa casa, cuando mi mamá tenía ya 23 años, y en el año 1947 seguía en las mismas condiciones de escalvitud, un tío de mi mamá, marido de un hermana miope de mi abuela, conmovido por el duro corazón de mi abuelo, le propuso a mi mamá presentarle a un hombre para casarse, un hombre "mayor" que había "perdido" a toda su familia en la guerra. Mi mamá pensó en la única oportunidad de escapar de esa casa y aceptó, fuera lo que fuera el hombre, que pronto sería mi padre. Entre los dos había un diferencia de 17 años.
También mi papá necesitaba casarse con cualquier mujer, fuera lo que fuera, porque tenía que salir de cierta casa en la que vivía. El tío de mi mamá, paisano y amigo de mi papá, pensó que era una gran oportunidad para los dos.
Mi padre había viajado a Buenos Aires de Polonia en el año 37, con 29 años de edad. Lo alojó en su casa la hermana de su esposa, que estaba casada con un primo de mi papá. Dos primos se habían casado con dos hermanas. Lo esperaron acá para que viva con ellos y pueda juntar dinero suficiente para traer a su familia que quedó en Polonia. Allá quedó la esposa de vientipico de años, muy joven, dos hijas pequeñas, una Golde y la otra Sara, esperando que mi papá juntara para el pasaje y establecieran un hogar en la Argentina. En el año 39 estalló la guerra y quedaron todos incomunicados. Se decían cosas de lo que pasaba allá, al principio no parecía nada tan distinto de lo que pasó en la Primera Guerra, pero luego se hablaba de que los habían trasladado a ghettos, luego que los llevaban de los ghettos a los campos de concentración. Lo que pasaba en los campos nadie lo sabía.
Mi papá le escribió varias cartas desesperadas por saber sobre su familia a un vecino cristiano al que consideraba buena persona, que le respondió en una carta muy dura que no le escribiera más. En esa carta le contó que su esposa y las dos hijas se habían mudado y no eran más vecinos. Que a los judíos los habían concentrado a todos en un ghetto. Que vió rondar a su hija Golde por fuera del ghetto, que la nena parece que dormía en el Cementerio, y que hacía poco la habían encontrado muerta "con los cuervos picándole los ojos".
III
Mientras, nadie podía confirmar los dichos del vecino de mi papá, él seguía alojado con su primo y cuñada, esperando que el fin de la guerra le devolviera a su familia, y trabajando, juntando dinero para preparar la venida. La mejor forma de juntar dinero, habían establecido, era mediante inversión en un negocio del cual se habían hecho socios los dos primos. El día que llegara la familia, se sacaría del negocio para los gastos necesarios de vivienda, muebles, etcétera. Mientras tanto, no tenía sentido comprar alojamiento ni vivienda aparte para mi papá.
Terminó la guerra, y nada se supo de la familia de mi papá. Nadie escribió. En total, calcularon que eran por lo menos 80 los parientes directos e indirectos de mi papá que podían haber escrito para contarle cuál había sido el destino de la familia. Pero nadie escribió. Nadie sobrevivió. La madre de mi papá (mi abuela Eva), 6 hijos con sus 6 cónyuges que quedaron en Polonia de 8 hijos que tuvo en total, uno viviendo en EEUU, y una hija en la Argentina, cada matrimonio con un promedio de 7 hijos, los cuñados de cada uno de sus hermanos, sus primos, nadie. Contaron 80 los que sabían la dirección de mi papá en Buenos Aires, y nadie escribió. En el Servicio Social Internacional no había ninguna búsqueda de la dirección de mi papá.
Después de dos años de terminada la guerra, parece que la familia de acá no aceptaba otro destino para mi papá que seguir esperando y viviendo con ellos, atado a una sociedad comercial, sin poder disponer de dinero propio, porque todo estaba destinado a la llegada de la familia de Europa, que ya no iba a aparecer. Y parece que mi papá hablaba de eso con el tío de mi mamá, de su situación de verdadera esclavitud, de 10 años en soledad. Entonces parece que el tío de mi mamá y otros paisanos, conmovidos por la situación de mi papá, lo impulsaron a recomponer la vida, casarse y tener hijos.
IV
Cuenta mi mamá que lo conoció y le gustó porque era lindo hombre, pero que para ella era un viejo. Lo que habrá pensado mi papá no sé, pero se casaron. Como mi papá seguía casado para la religión judía, ya que nunca se había presentado el cuerpo de su primera esposa para certificar su muerte, no había rabino que quisiera casarlo. Sin embargo alguno consintió, pero el matrimonio no pudo tener valor religioso, quedó condicionado a la certificación de la viudez de mi papá. Por civil, sin embargo, pudieron casarse.
Mi papá salió de la casa de su socio y primo sin dar explicaciones, de la noche a la mañana. Y pidió por medio de un abogado la disolución de la sociedad y el pago de su parte en efectivo. El asunto terminó mal entre ellos, y no se vieron más. Lo que pudo cobrar era mucho menos de lo que juntó en 10 años de trabajo colocado en ese negocio.
Mi papá y mi mamá tuvieron tres hijos, yo soy la mayor, y me llamo Eva como mi abuela que quedó seguramente en Treblinka, el campo al que llevaron a los de su pueblo Sokolow Podlasky, en Polonia.
Dice mi mamá que el primer tiempo fueron relativamente felices. Que mi papá estaba entusiasmado con sus tres hijos, que trabajaba con ilusión. Pero que se había retirado de los amigos comunes que tenía con su primo, porque aquél lo acusaba de todo tipo de tropelías, y de no tener paciencia para esperar a la familia que tal vez se había salvado.
V
A mí no me habían contado nada de la familia de Polonia. Ya tenía 6 años cuando alguien tocó timbre en la puerta de mi casa y preguntó en idish por mi papá. Yo estaba mirando a ese hombre que esperaba en la puerta. Y cuando llegó mi papá le dijo en idish: ¿Usted es Herszko Lenczner? y le entregó un diario que llevaba bajo el brazo diciéndole: Lo busca su hija. Mi padre le respondió rápidamente: mis hijas están muertas!!! Y yo escuché esa frase sin poder comprender, diciéndome para mí misma que yo estaba viva. Todo en un instante. Mi padre tomó el diario en idish, hizo pasar al hombre, se puso a llorar enloquecido después de leer y a mí me sacaron para que no siga viendo todo eso.
Mi papá cambió a partir de entonces. Se convirtió en un muerto vivo. Esperaba "las cartas de Golde". A mí mi mamá me contó de una prima que yo tenía en Polonia, me contó de una guerra atroz, y yo no entendía nada. No entendía por qué mi papá se había puesto tan mal. Mi papá, que había sido tan amoroso conmigo, ya no me hablaba, era como si yo fuera transparente. Estaba sombrío, en sus pensamientos, alejado de todo lo que ocurría en mi casa. Así fue siempre a partir de entonces.
Así viví hasta los 15 años, sin saber nada, no tengo ningún recuerdo de la alegría que mi madre dice que alguna vez tuvo mi padre. Mis padres se peleaban, discutían, la vida era muy amarga. Yo solo tenía a mis hermanitos y a mi escuela. Mi mamá se llenó de resentimiento desde que tengo memoria. Ella dice que no fue siempre así, pero yo no le creí nunca. A casa llegaban periódicamente las "cartas de Golde". Golde vivía en Israel, se había casado, tenía un par de nenas muy hermosas. Andaban las fotos por ahí, y yo las miraba como queriendo tener algo que ver con esas personas que no pertenecían al universo de mi acceso, y me mantenía reprimida de tener el más mínimo deseo de conocerlos, por sentir que me faltaba derecho a desear eso.
VI
Yo soy hija de un hombre que no se perdonó sobrevivir al Holocausto. Mi padre vivía como escondiéndose de un ángel exterminador que todavía no lo había encontrado. Y nos escondía a nosotros, sus hijos y su esposa argentina, como si fuéramos fruto de una relación pecaminosa. En su mente lo éramos, había reemplazado a la esposa de Polonia por mi madre, sin saber dónde estaba el cadáver de la primera, por lo que ningún rabino lo pudo casar en serio, sino en una fórmula trucha. Y había reemplazado a sus dos hijas polacas, a quienes abandonó a su destino terrible, por venirse a la Argentina, donde una década más tarde, tuvo sus tres hijos suplentes. Toda mi familia era un pecado caminando.
No se permitió y no nos permitió, festejar una sola fiesta judía con alegría. Nosotros, sus hijos, no entendíamos qué era eso de preparar una mesa festiva, y que papá se pusiera a llorar cada vez que hacía la bendición de la fiesta que sea, en la mitad del rezo, con la voz quebrada, con las manos tapándose la cara, ahogándose en llanto, y nosotros, como idiotas parados con la copa en la mano, en un ritual que no habrá habido igual de tortuoso en otra casa judía.
Papá comía la cena serio, sin hablar, y apenas terminada la comida, se tiraba a la cama hasta el otro día. Las fiestas en mi casa comenzaban a eso de las 20 hs y terminaban fatalmente a las 21 hs, papá durmiendo en su cama, en la oscuridad, cuando cualquier día se acostaba no antes de las 22hs.
No teníamos relación con otra familia judía. Ser judío era una cosa complicada para mí. Cuando fui adolescente, una compañera de secundario me invitó a integrarme a un movimiento juvenil judío. Ahí empecé a conocer qué era el judaísmo de los otros judíos. Me llamaba la atención al principio, que las fiestas como Peisaj, o Rosh Hashaná, eran alegres y bullangueras. Fui dándome cuenta de que mi casa, no era una casa normal.
A los quince años me hice atea en soledad, leyendo El Manifiesto Comunista, sacado de la biblioteca del barrio de Belgrano, para satisfacer una curiosidad. Quería saber qué era el comunismo, y me convencí. Una gesta autónoma. Pero eso no me hizo dejar de ser judía, para nada, no había contradicción. Sobre todo, porque yo seguía siendo diferente a los demás, al no ser cristiana. Desde chica había entendido que ser judío, consistía en gran parte, casi en un noventa y nueve por ciento, en no ser cristiano, y en ser, para los cristianos, una especie de cuco.
Los cristianos sin embargo para mí no eran cucos. Me caían simpáticos. Y la verdad, que yo no me sentía muy diferente, y tampoco me lo hacían sentir a mí, salvo por el cura que me hacía salir al patio en clase de religión durante el peronismo, o alguna estupidez como que una vecina me preguntó ¿nena por qué ustedes dicen Dios mío, si no creen en Dios? Y yo no sabía qué contestarle a los siete años. O como estando en la peluquería, una mujer me preguntó si tomé la comunión y yo le dije que era judía, entonces ella asombrada me contestó, muy bien que no tengas vergüenza de decirlo.
VII
Un día, cuando yo tenía 15 años, mis padres habían discutido fuerte, como lo hacían siempre, en el negocio que estaba a continuación de la vivienda, puerta cerrada mediante. Yo los escuchaba pelear pero no podía entender de qué hablaban. Mi madre comenzaba siempre, y gritaba. Mi padre se enfurecía con ella pero jamás le levantó la mano y jamás dejó de respetarla y hacerla respetar por sus hijos. Ese día mi madre salió del negocio, cerró la puerta y se vino hacia mí, que estaba estudiando para el secundario. En un discurso confuso, como hablando consigo misma me dijo: tu padre a la única persona que quiere en este mundo es a Golde, porque ella es su hija y a vos no te quiere. ¿Golde no es mi prima, es hija de papá? le pregunté y enseguida continué con la siguiente pregunta: ¿Por qué me mentiste? Y mi madre me contestó que para protegerme le prohibió a mi papá decirme la verdad.
Desgraciadamente mi mamá me convenció en ese momento de que mi papá no me quería. Y me enojé mucho con él. Casi no le dirigía la palabra. Entré en una profunda tristeza. La revelación de que Golde era hija de mi papá me exterminó. Y se me pasó por alto, porque además no tenía edad para evaluarlo, que mi mamá le había prohibido a mi papá que me lo dijera. Con la adultez fui comprendiendo el encierro psíquico al que fue sometido mi papá. No me dijo nada porque mi madre se lo prohibió. Es decir, más culpa aún, la de haber sobrevivido y la de no poder blanquear su situación frente a sus hijos porque se suponía que con eso iba a dañarlos. Esa prohibición lo alejó de mí, temía hacerme daño, se comportaba como si él no pudiera hacer más que daño sobre sus hijos. Ahora lo comprendo. Y comprendo que discutía con mi mamá porque quería ir a ver a su hija a Israel y mi mamá no lo dejaba ir porque decía que no teníamos plata.
Ese año murió mi abuelo el sastre. Le dejó a mi mamá una herencia importante: media casa chorizo enorme con terreno y todo. Ella tomó el dinero de la herencia, compró un local nuevo para mi papá, le hizo vender el viejo local y le hizo poner el local y el fondo de comercio a nombre de ella. Quiso que en la escritura constara que el local y el fondo de comercio se compraron con dineros propios de ella. Yo escuché la discusión, aunque en ese entonces no comprendía, ahora comprendo los manejos de mi mamá para evitar que mi papá viajara a ver a su hija. Escuché que mi padre le dijo, ahora ya no soy dueño de nada en este mundo. Ya vas a estar tranquila de que no voy a poder viajar. Ya vas a estar tranquila de que si yo me muero mi hija no te va sacar de tu casa, porque todo es tuyo. En ese momento no supe juzgar a mi mamá. Pensé que tenía razón.
Con el tiempo fui haciéndole preguntas a mi mamá sobre los hechos de Polonia. Pero nunca conseguí saber nada. Ella siempre tocaba el tema con resentimiento, como si toda la guerra hubiera estado destinada a arruinar su vida, me contestaba con frases cortas. Alcanzó a darme a entender que no quería hablar de Golde. Parece que había gente enojada con mi papá, que llamaba por teléfono para criticarlo porque "no ayudaba a su hija", porque "no iba a ver a su hija". Y parece que las cartas de Golde a mi papá también eran un eterno reproche.
Le pregunté a mi mamá quién era esa gente que llamaba por teléfono para reprochar su actitud a mi papá. Y mi mamá me contestó que eran amigos de un tal Borenstein con el que peleó por dinero en Tribunales, con el que vivió en su casa antes de casarse con ella, y que allí había una chica, su sobrina, que buscaba sexualmente a mi papá, que mi papá escapó de esa situación huyendo de esa casa para casarse con mi mamá. Que mi papá, después de casarse, le había dicho al tío que los presentó, que "con la esposa de uno es otra cosa". Que cuando Golde apareció, esa chica, que era sobrina de mi papá y prima de Golde, fue a verla a Israel y le dijo a Golde que mi papá era muy rico, que tenía que pedirle plata y exigirle que venga a conocerla a Israel. Y que ellos hablaban mal de mi papá con todo el mundo. Que esa gente estaba creída que mi papá era rico. Más no me dijo.
Y así pasaron los años. Yo me casé. Mi papá murió. Mi mamá se casó al tiempo con otro hombre.
VIII
Un día vino mi primo Benjamín de visita de Israel, el hijo de la hermana de mi papá, Jane, que había vivido en la Argentina. El me preguntó si me interesaba saber algo de Golde. Le dije que por supuesto que sí, que no sabía si ella tenía interés en mí. Me contestó que Golde sufre porque no puede estar en contacto con sus hermanos. Que se queja de que su padre no la quiso ir a ver. Y que si yo aceptaba ir a hablar con un tal Borenstein que era el primo de mi papá que me quería hacer una pregunta, así hablaba con él de lo que pasó y me enteraba de lo que no sabía. Yo sabía de ese primo que había estado en obstinada persecución contra mi padre no sabía bien por qué.
Mi primo Benjamín se enteró de que yo no tenía nada contra Golde, sino todo lo contrario, que las dos estábamos creídas de lo mismo, una de la otra. Entonces me dijo que Golde se había cansado de mandarme cartas cuando era chica. Yo supongo que mi padre se las habrá dado a mi madre y que mi madre las tiraría. No hay otra explicación.
Volvió a venir con la invitación de Borenstein para recibirme al mediodía del día siguiente en su casa. Yo me dirigí a esa dirección con la idea de encontrarme a "esa gente" que hostigaba a mi papá, que se había interpuesto entre mi papá y Golde, diciéndole que era muy rico, cosa que era una mentira atroz, y para ver al padre de esa chica tal vez despechada por haberse enamorado de mi papá y que la dejó tan abruptamente. Yo iba a tratar de averiguar alguna cosa que me sirviera para entender.
IX
Cuando llego al lugar veo que es el primer piso sobre una mueblería bastante famosa. Toco el timbre de la entrada de al lado de la mueblería, y sale un hombre de la mueblería que me llama por mi nombre con una gran amabilidad, me dice que me está esperando su suegro, se presenta como el marido de Sarita, la hija de Borenstein, me hace entrar por el negocio a la casa, subiendo una escalera. Arriba me espera con la puerta abierta la tal Sarita.
Me hace pasar muy secamente, y me dice que enseguida me lleva a hablar con su papá, que está ciego. Me lleva a una especie de hall interno que tiene una enorme chimenea de mármol. Allí hay un anciano sentado, esperándome. Ella dice "los dejo solos" y se va.
El anciano se pone de pie con una sonrisa, me abraza, me da un beso, me hace sentar y me hace la siguiente pregunta: ¿vos sabés por qué tu padre se fue así de nuestra casa? a lo mejor vos sabés por qué nos hizo eso después de tanto tiempo, de haberle dado casa, trabajo, y haber vivido juntos tanto tiempo. Le contesté que mi padre no hablaba conmigo de ese asunto. Que yo no sabía nada. Entonces se desilusionó, me dijo que tenía la esperanza de que antes de morir iba a entender por qué mi papá se fue tan de repente, sin dar explicaciones. Entonces le pregunté si tal vez ellos se habían opuesto al casamiento con mi madre. Me contestó que mi padre no había dicho que se iba a casar. Que ellos no se hubieran opuesto. Pero que no dijo nada y se fue para siempre. Después se enteraron de que se había casado.
Como yo no podía decir nada más a los pocos minutos se acabó la conversación con Borenstein. El se paró y me invitó a pasar al living, donde me esperaba un té que había servido Sarita. Nos sentamos los tres.
Entonces Sarita empezó a preguntar.
-¿Tu madre debe tener mucho carácter, no?
-No- contesté.
-Ah, yo creía- dijo.
-¿Por qué creías eso?
-Y... me pareció que ella lo convenció de salir de casa, que lo atrapó con su fuerza de carácter.
-No, en casa siempre el que mandó fue papá. Mi madre obedecía.
-Ah- dijo, -entonces estaba equivocada. Me hice una idea que no es....- Dijo esas palabras titubeando, como desencajada, como entendiendo que se había hecho una película sin fundamento en su cabeza.
-Sí, estabas equivocada- contesté. Se lo dije mirándola a los ojos, firme y tratando de encontrar la forma de sacar a relucir la oscura relación que habrá tenido con mi padre, que parece ser el motivo por el cual se disparó de su casa sin poder dar explicaciones. Pero no con ánimo de juzgarla por eso, ni a mi padre por eso, sino para resaltar el oscuro motivo que la hizo poner una cuña entre Golde y mi papá, por mera venganza, con la información de que mi papá era "rico", otra película que ella se había hecho sin fundamento en su cabecita de adolescente despechada, por un tío que la abandonó después de vaya a saber qué situación insostenible moralmente para mi papá.
-También estabas equivocada cuando le dijiste a Golde que mi papá era rico- agregué.
-¿Ah, no?- contestó asombrada e incómoda, dándose cuenta de que se venía algo que revelaría sus procedimientos insidiosos.
-Y, no-. Fijate que un judío que muere y en su entierro no hay presentes el mínimo de diez hombres para hacer el ritual, y hay que ir a buscar hombres al pasillo de los que vienen a otros entierros... eso significa que es pobre, nunca le pasa eso a un hombre rico...-, dije.
Su cara explotó enrojecida y dijo:
-¡Bien merecido se lo tenía!-. Ahí mostró el rencor enorme que le había dejado el hecho, cosa que la complicaba, dado que el mismo padre ya manejaba el asunto piadosamente. Entonces yo le pregunto:
-Decime ¿Cuántos años tenías vos cuando mi papá se fue de tu casa?-. (Mi madre me había dicho que ella tenía 15 años cuando mi papá se fue de la casa). Se puso confusa y contestó:
-Debo haber tenido 18 o 20. ¿Por qué?
-No tenìas 18, tenías 15-, dije. Se puso muy nerviosa, porque se dio cuenta de que yo sabía, de que yo estaba enterada. Acto seguido continué:
-¿No te parece que eras demasiado chica para tener tanto odio? ¿Qué te hizo a vos mi papá? ¿Por qué te importaron tanto las cosas de los adultos? ¿Qué tenés guardado? ¿Por qué no tuviste piedad de Golde cuando le dijiste que el padre era rico?- , dije a boca de jarro.
Ella se paró inmediatamente y expresó terminante:
-Bueno, acá se terminó la conversación-, y me hizo un gesto para que me vaya.
Me paré gozosa de haber desentrañado un entuerto, de saber cuál había sido el problema que sacó a mi papá de esa casa, y saber por qué se había vengado sobre los hombros de una pobre víctima del holocausto metiendo una cuña entre padre e hija.
Salí a la calle con una tonelada menos de peso sobre los hombros. Ahora faltaba decírselo a Golde. ¿Pero cómo? El problema era que Golde habla idish, hebreo y polaco. Le pedí a mi primo que se lo dijera oralmente cuando volviera.
Al año siguiente, volvió a venir mi primo, esta vez con una carta de Golde en idish y muchos regalos. La carta era amable y se centraba en nuestra relación recien comenzada. Me dijo que le escribiera en castellano, que tenía una vecina que hablaba ladino y podría entender. Le escribí en castellano, pero nada profundo porque era imposible escribir tantas cosas íntimas ante una vecina. Ni tampoco ella me había escrito nada de lo que había pasado en Polonia en la guerra. Mi primo decía que eran cosas terribles y se agarraba la cabeza y me decía que no se acordaba exactamente.
Así pasaron varios años, regalos van, regalos vienen, con mi primo Benjamín. Una vez Golde me mandó una copia del video que le grabó la Fundación Spilberg a cada víctima del Holocausto que quisiera dejar su testimonio. Ella habla en hebreo. Conseguí que un cliente mío que habla hebreo me tradujera al castellano oralmente en un cassette de audio ese testimonio.
Cuando lo terminó y me lo trajo, comencé a editar en texto su testimonio, al mismo tiempo que lo escuchaba por primera vez. Por primera vez supe qué le había pasado a mi hermana en la guerra. Hay un momento en que creí que se me paralizaba el corazón. Sentí un desgarro y lloré y lloré y lloré. Lloré también por mi papá, por ese hombre que fue tan torturado por la vida y por todos los que lo rodeábamos y no pudimos entender.
Ver "Entrevista a Golde"
Leer completo...
Reducir el texto...