TRISTEZA - PÉRDIDA DE LA UTILIDAD DE MI DESTREZA
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Durante la época de Menem mi profesión sufrió un tsunami. El modo de hacer anteojos tradicional, y todo el sistema de provisión mayorista clásico se derrumbó. El corte de cristales a mano en el taller de la óptica quedó desactualizado de la noche a la mañana cuando se abrieron las compuertas a la tecnología del primer mundo. Cayeron infinidad de ópticas. Cayeron infinidad de mayoristas. Y llegaron nuevos, improvisados mayoristas, que ofrecían la nueva tecnología solamente a quienes tuvieran el capital para empezar a hacer ópticas de gran cantidad de clientes, generalmente metidas en Obras Sociales, o en relación a entidades como Pami, haciendo arreglos de exclusividad. Individuos con mucho arrojo ex-fabricantes de corpiños, o importadores de relojes o de artículos de bazar, de repente vieron el negocio y se pusieron ópticas tipo supermercado. Los ópticos tradicionales nos vimos avasallados. Solamente unos pocos de aquellos hemos sobrevivido a ese cambio. La cirugía mayor sin anestesia, que le decían.
Llegaron máquinas automáticas que cortan el cristal donde el trabajo humano era indispensable. Y se reemplazó prácticamente el vidrio por el material orgánico, una especie de resina plástica. Todo muy bueno. Pero podría haber sido más gradual el cambio, para darnos tiempo a reconventirnos.
Un día apagué para siempre mi hermosa biseladora de pulir bordes de vidrio. Un día miré mi cajón plagado de recortes de vidrio pensando que nunca más agregaría allí un recorte. Y ahí está todavía el cajón con sus últimos vidrios, sin haberse agregado ni uno más.
Por ser una óptica de clientela, la cantidad de trabajo no permite ni imaginar la compra de una biseladora automática del nuevo material orgánico. Hablamos de decenas de miles de dólares. Pero pronto unos pocos de los clásicos proveedores sobrevivientes, compraron la nueva maquinaria y nos ofrecen hoy el servicio de lo que se llama el calibrado del anteojo.
Ya no trabajo más en mi taller. Todo lo hace una máquina en el taller del laboratorio que trabaja para mí.
Antes de todo ésto, yo había cortado vidrio todos los días de mi vida. Mi mano tenía una destreza de la cual estaba orgullosa. Realmente para mí fue un gran sufrimiento que la destreza acumulada en décadas, de la noche a la mañana no tuviera ya la más mínima importancia. Algo parecido a la tristeza del relojero cuando se dejaron de vender los relojes a cuerda y todo el mundo empezó a comprar los electrónicos.
DESESPERACIÓN- EL FINAL DE LA ESTAFA NEOLIBERAL
Mi madre se murió en 1999 y dos propiedades quedaron en sucesión para repartir entre 3 hermanos. La sucesión se terminó en noviembre del 2001, y la venta de una de las propiedades se efectuó en la escribanía del Banco Nación sucursal Plaza de Mayo, precisamente el 20 de diciembre del 2001, en el mismo momento que arreciaba la represión en la Plaza de Mayo, cinco pisos más abajo de dónde yo estaba.
Eran las 13 horas del famoso 20 de diciembre, día posterior a la fatídica noche del 19. Se cerró el Banco decían en la Escribanía, y los gases lacrimógenos podían olerse desde las ventanas abiertas, por lo que se cerraron. Habíamos pedido a la Escribana que nos hiciera cheques por separado a los herederos, para depositarlos cada uno en su cuenta, que habíamos abierto para tal fin en el mismo Banco, como nos había indicado la Escribana. Pero la sopresa fue que el comprador trajo un cheque por el total y no había nada que hacer. El cheque se lo dió el Banco Central que curiosamente en esas locas circunstancias había sido capaz de otorgar un crédito a la secretaria de la Escribana. Cosas de no creer.
Depositalo en tu cuenta dijeron mis hermanos, y nos hacés una transferencia. Ningún problema para mí. Pero al bajar tomamos conciencia de que se había cerrado el Banco. Llevate vos el cheque me dijeron y cuando se abra de nuevo lo venís a depostiar.
Yo salí de ahí temblando, con un cheque por el total metido en mi corpiño. Ni me acuerdo cómo atravesé ese infierno de gases acumulados en los pasillos del Banco. Bajamos por las escaleras con las narices tapadas. Y me fui viendo el desastre de caballos sobre la gente en la Plaza. Y yo con el cheque en el corpiño.
Los Bancos estaban cerrados y parecía el fin del mundo. Todos los días salían resoluciones del Banco Central. El primer día que se abrió el Banco Nación fui corriendo a depositar el cheque, y me enteré de que me habían dado un cheque "cancelatorio" del Banco Central que debìa ser depositado por intermedio de una operatoria especial, y que debía ser en ese día porque al día siguiente caducaba. Me volví loca para conseguir depositarlo y por fin lo logré. Pero no pude hacer la transferencia porque se prohibió esa operación. Nadie podía transferir nada de su cuenta a otra cuenta.
Todos creíamos que la plata no la veíamos más. Se devaluó el peso a la tercera parte. No sabíamos si lo que teníamos eran dólares o pesos. Los resúmenes venían sin indicar la moneda en la que estaban. Cada rato teníamos que concurrir para efectuar el cambio de operatoria sobre el dinero depositado, que se pasaba a Bonos, que a lo que teníamos había que sumarle el CER. Como la cuenta estaba a mi nombre, todo lo tenía que hacer yo. Me pasé una vez diez horas en la cola del Banco. Ese día cuando me tocaba a mí el Banco se quedó sin sistema, y casi le salto al cuello al empleado, que al verme tan loca hizo las cosas a mano.
No quiero seguir con este cuento porque me agota sólo contarlo. Quiero decirles que mi estado de ánimo ameritaba una profunda depresión. Mi padre trabajó toda la vida como un esclavo para comprar su departamento y el local de comercio donde trabajó medio siglo. Ya sabrán que le mataron a toda su familia primera en la guerra, que no se dio permiso para descansar y sólo trabajaba. Que cuando yo le decía papà no trabajes los domingos, él me decía: tonta, estoy trabajando para vos, para que tengas algo cuando yo no esté más. Y veía esa plata en el corralito y me imaginaba cada ojalillo que mi padre puso en cada toldo de lona con su transpiración y el sueño de dejar algo para sus hijos. Y me moría de rabia por la falta de respeto de los Bancos del Primer Mundo, de los Capitales de las Empresas Multinacionales que un día decidieron burlarse de mi papá, y hacer añicos sus horas y horas de trabajo sin descanso.
Pero no me permití deprimirme. La depresión era una vieja conocida mía. Decidí poner energía en otras cosas. Internet, las páginas Web. Y aguantar en la óptica con la migaja de dinero que conseguía rescatar cada día para sobrevivir, cuando no había circulante y quebraban todos los días otros mayoristas de òptica que desaparecerían para siempre, como Raymond SA y Talleres Kruk.
DESCUBRO LAS LÁMPARAS TIFFANY- REVALÚO MI DESTREZA
Ir a tomar un café al Tortoni, en medio de ese temporal económico y político, era un paseo que me daba con mi marido. Allí descubrí un día las lámparas Tiffany. Cuando las ví me enamoré. Es así, las lámparas Tiffany seducen a algunas personas, hasta dejarlas en estado hipnótico.
El día que las ví por primera vez, me acerqué, las estudié y ví que yo podía. Simplemente podía hacerlas porque nadie me ganaba a mí en el corte de vidrio. Una mano que trabajó por décadas en el corte de vidrio para anteojos, se reencontraba con la utilidad perdida. Las volví a ver varias veces. Iba al Tortoni sólo para verlas. Y cada vez me enamoraban más. Vì el cartel de la persona que hacía la exposición, que ofrecía un curso en su taller. Tomé el telèfono y la llamé.
Hacer esas lámparas era para mí el sueño mayor, utilizar mi destreza en desuso y encarar un proyecto emocionante, para contrarrestar el desastre que estábamos viviendo todos los argentinos, cada uno con su particularidad.
Pero no fue nada fácil. Por suerte para mí. Porque las dificultades hicieron el camino mucho más interesante de lo que esperaba.
Un mundo nuevo se abrió para mí, inosospechado, del que eran portagonistas una pareja de alemanes, los Grotepass, que viven en Essen, un japonés, Ishiro Tachiro, que vive en Toyota y un norteamericano, Colin Hansford, que vive en Nueva York.
Vayan mirando mi página que va a desaparecer en octubre. Vean las páginas de mis amigos. Quédense absortos como yo lo hice un día, o tal vez indiferentes, según como sean sus naturalezas respecto a ser seducidos o no por las lámparas Tiffany.
Eva Row, Al modo de Tiffany
Dr Grotepass Studios, Tiffany Lamps
Colin Hansford, Leadedlamps
Ishiro Tachiro, Tashiro stained and leaded glass Studio
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Durante la época de Menem mi profesión sufrió un tsunami. El modo de hacer anteojos tradicional, y todo el sistema de provisión mayorista clásico se derrumbó. El corte de cristales a mano en el taller de la óptica quedó desactualizado de la noche a la mañana cuando se abrieron las compuertas a la tecnología del primer mundo. Cayeron infinidad de ópticas. Cayeron infinidad de mayoristas. Y llegaron nuevos, improvisados mayoristas, que ofrecían la nueva tecnología solamente a quienes tuvieran el capital para empezar a hacer ópticas de gran cantidad de clientes, generalmente metidas en Obras Sociales, o en relación a entidades como Pami, haciendo arreglos de exclusividad. Individuos con mucho arrojo ex-fabricantes de corpiños, o importadores de relojes o de artículos de bazar, de repente vieron el negocio y se pusieron ópticas tipo supermercado. Los ópticos tradicionales nos vimos avasallados. Solamente unos pocos de aquellos hemos sobrevivido a ese cambio. La cirugía mayor sin anestesia, que le decían.
Llegaron máquinas automáticas que cortan el cristal donde el trabajo humano era indispensable. Y se reemplazó prácticamente el vidrio por el material orgánico, una especie de resina plástica. Todo muy bueno. Pero podría haber sido más gradual el cambio, para darnos tiempo a reconventirnos.
Un día apagué para siempre mi hermosa biseladora de pulir bordes de vidrio. Un día miré mi cajón plagado de recortes de vidrio pensando que nunca más agregaría allí un recorte. Y ahí está todavía el cajón con sus últimos vidrios, sin haberse agregado ni uno más.
Por ser una óptica de clientela, la cantidad de trabajo no permite ni imaginar la compra de una biseladora automática del nuevo material orgánico. Hablamos de decenas de miles de dólares. Pero pronto unos pocos de los clásicos proveedores sobrevivientes, compraron la nueva maquinaria y nos ofrecen hoy el servicio de lo que se llama el calibrado del anteojo.
Ya no trabajo más en mi taller. Todo lo hace una máquina en el taller del laboratorio que trabaja para mí.
Antes de todo ésto, yo había cortado vidrio todos los días de mi vida. Mi mano tenía una destreza de la cual estaba orgullosa. Realmente para mí fue un gran sufrimiento que la destreza acumulada en décadas, de la noche a la mañana no tuviera ya la más mínima importancia. Algo parecido a la tristeza del relojero cuando se dejaron de vender los relojes a cuerda y todo el mundo empezó a comprar los electrónicos.
DESESPERACIÓN- EL FINAL DE LA ESTAFA NEOLIBERAL
Mi madre se murió en 1999 y dos propiedades quedaron en sucesión para repartir entre 3 hermanos. La sucesión se terminó en noviembre del 2001, y la venta de una de las propiedades se efectuó en la escribanía del Banco Nación sucursal Plaza de Mayo, precisamente el 20 de diciembre del 2001, en el mismo momento que arreciaba la represión en la Plaza de Mayo, cinco pisos más abajo de dónde yo estaba.
Eran las 13 horas del famoso 20 de diciembre, día posterior a la fatídica noche del 19. Se cerró el Banco decían en la Escribanía, y los gases lacrimógenos podían olerse desde las ventanas abiertas, por lo que se cerraron. Habíamos pedido a la Escribana que nos hiciera cheques por separado a los herederos, para depositarlos cada uno en su cuenta, que habíamos abierto para tal fin en el mismo Banco, como nos había indicado la Escribana. Pero la sopresa fue que el comprador trajo un cheque por el total y no había nada que hacer. El cheque se lo dió el Banco Central que curiosamente en esas locas circunstancias había sido capaz de otorgar un crédito a la secretaria de la Escribana. Cosas de no creer.
Depositalo en tu cuenta dijeron mis hermanos, y nos hacés una transferencia. Ningún problema para mí. Pero al bajar tomamos conciencia de que se había cerrado el Banco. Llevate vos el cheque me dijeron y cuando se abra de nuevo lo venís a depostiar.
Yo salí de ahí temblando, con un cheque por el total metido en mi corpiño. Ni me acuerdo cómo atravesé ese infierno de gases acumulados en los pasillos del Banco. Bajamos por las escaleras con las narices tapadas. Y me fui viendo el desastre de caballos sobre la gente en la Plaza. Y yo con el cheque en el corpiño.
Los Bancos estaban cerrados y parecía el fin del mundo. Todos los días salían resoluciones del Banco Central. El primer día que se abrió el Banco Nación fui corriendo a depositar el cheque, y me enteré de que me habían dado un cheque "cancelatorio" del Banco Central que debìa ser depositado por intermedio de una operatoria especial, y que debía ser en ese día porque al día siguiente caducaba. Me volví loca para conseguir depositarlo y por fin lo logré. Pero no pude hacer la transferencia porque se prohibió esa operación. Nadie podía transferir nada de su cuenta a otra cuenta.
Todos creíamos que la plata no la veíamos más. Se devaluó el peso a la tercera parte. No sabíamos si lo que teníamos eran dólares o pesos. Los resúmenes venían sin indicar la moneda en la que estaban. Cada rato teníamos que concurrir para efectuar el cambio de operatoria sobre el dinero depositado, que se pasaba a Bonos, que a lo que teníamos había que sumarle el CER. Como la cuenta estaba a mi nombre, todo lo tenía que hacer yo. Me pasé una vez diez horas en la cola del Banco. Ese día cuando me tocaba a mí el Banco se quedó sin sistema, y casi le salto al cuello al empleado, que al verme tan loca hizo las cosas a mano.
No quiero seguir con este cuento porque me agota sólo contarlo. Quiero decirles que mi estado de ánimo ameritaba una profunda depresión. Mi padre trabajó toda la vida como un esclavo para comprar su departamento y el local de comercio donde trabajó medio siglo. Ya sabrán que le mataron a toda su familia primera en la guerra, que no se dio permiso para descansar y sólo trabajaba. Que cuando yo le decía papà no trabajes los domingos, él me decía: tonta, estoy trabajando para vos, para que tengas algo cuando yo no esté más. Y veía esa plata en el corralito y me imaginaba cada ojalillo que mi padre puso en cada toldo de lona con su transpiración y el sueño de dejar algo para sus hijos. Y me moría de rabia por la falta de respeto de los Bancos del Primer Mundo, de los Capitales de las Empresas Multinacionales que un día decidieron burlarse de mi papá, y hacer añicos sus horas y horas de trabajo sin descanso.
Pero no me permití deprimirme. La depresión era una vieja conocida mía. Decidí poner energía en otras cosas. Internet, las páginas Web. Y aguantar en la óptica con la migaja de dinero que conseguía rescatar cada día para sobrevivir, cuando no había circulante y quebraban todos los días otros mayoristas de òptica que desaparecerían para siempre, como Raymond SA y Talleres Kruk.
DESCUBRO LAS LÁMPARAS TIFFANY- REVALÚO MI DESTREZA
Ir a tomar un café al Tortoni, en medio de ese temporal económico y político, era un paseo que me daba con mi marido. Allí descubrí un día las lámparas Tiffany. Cuando las ví me enamoré. Es así, las lámparas Tiffany seducen a algunas personas, hasta dejarlas en estado hipnótico.
El día que las ví por primera vez, me acerqué, las estudié y ví que yo podía. Simplemente podía hacerlas porque nadie me ganaba a mí en el corte de vidrio. Una mano que trabajó por décadas en el corte de vidrio para anteojos, se reencontraba con la utilidad perdida. Las volví a ver varias veces. Iba al Tortoni sólo para verlas. Y cada vez me enamoraban más. Vì el cartel de la persona que hacía la exposición, que ofrecía un curso en su taller. Tomé el telèfono y la llamé.
Hacer esas lámparas era para mí el sueño mayor, utilizar mi destreza en desuso y encarar un proyecto emocionante, para contrarrestar el desastre que estábamos viviendo todos los argentinos, cada uno con su particularidad.
Pero no fue nada fácil. Por suerte para mí. Porque las dificultades hicieron el camino mucho más interesante de lo que esperaba.
Un mundo nuevo se abrió para mí, inosospechado, del que eran portagonistas una pareja de alemanes, los Grotepass, que viven en Essen, un japonés, Ishiro Tachiro, que vive en Toyota y un norteamericano, Colin Hansford, que vive en Nueva York.
Vayan mirando mi página que va a desaparecer en octubre. Vean las páginas de mis amigos. Quédense absortos como yo lo hice un día, o tal vez indiferentes, según como sean sus naturalezas respecto a ser seducidos o no por las lámparas Tiffany.
Eva Row, Al modo de Tiffany
Dr Grotepass Studios, Tiffany Lamps
Colin Hansford, Leadedlamps
Ishiro Tachiro, Tashiro stained and leaded glass Studio