Hoy es 2 de abril Roque, y como siempre te recuerdo en este día.
Hoy es el día en que los argentinos recibíamos la noticia de la invasión a Malvinas. La mayoría de los argentinos la recibió con euforia. Para mí fue un día triste, muy triste. Yo tenía entre mis brazos a mi bebé recien nacido. La felicidad de haber sido madre después de tanto esperar, era inmensa. Y no podía creer que en la época más maravillosa de mi vida, la Argentina había entrado en guerra con Gran Bretaña, nada menos. Con mi bebé en brazos, pensaba, en qué horror nos estaban metiendo los monstruosos dictadores que usurpaban el gobierno. Pero más me preocupaba la euforia general. Todos mis conocidos estaban exultantes, aún los más feroces opositores a la Dictadura. Mi madre por ejemplo, que se compró una bandera argentina para colgarla en el balcón.
Te conocí en la obra de ampliación de la casa de mi hermano, donde trabajabas de albañil los sábados y los domingos. Yo iba a visitar a mi hermano algunos fines de semana. Me contó mi hermano que una vez te acercaste a la obra a pedir trabajo sólo para sábados y domingos, porque estudiabas en la Escuela de Mecánica de la Armada durante la semana. Que cuando te vio llegar vestido de cadete a pedir trabajo de albañil se sorprendió mucho; y que vos le contaste que no tenías familia en Buenos Aires, que tu familia estaba en El Chaco y trabajabas para poder mandar a lavar tu uniforme al lavadero, poder comer y dormir la noche del sábado en un hotel para volver a la Escuela el domingo a la noche. Que lo hacías así porque eras muy pobre.
Mi hermano te tomó de albañil de fin de semana, y vos venías religiosamente a trabajar, y lo hacías empeñosamente como ningún otro albañil. La familia de mi hermano se había encariñado contigo, tanto, que viéndote sacrificarte en el trabajo, mi cuñada decidió lavarte y plancharte el uniforme en casa, invitarte a almorzar y cenar en familia, y que durmieras también allí en una cama limpia y cómoda, todo para que no tuvieras que gastar lo que ganabas.
En una sobremesa nos quedamos solos vos y yo, comiendo una naranja de postre. A mí me llamabas la atención. Eras muy limpio y correcto. Y tenías un lenguaje inteligente. Nunca te reías, ni sonreías. ¿Cómo llegaste a la Escuela de la Armada? Te pregunté. Entonces comenzaste el cuento más dramático de tu vida, que me conmovió intensamente. Me contaste que tu madre te había abandonado de recien nacido, que tu padre no podía atender a los ocho hijos que se habían quedado a su cargo, que a todos los varones los mandaba a la Escuela de Mecánica de la Armada y a las mujeres al servicio doméstico "en casa de familia". Parecía que contar esa historia no sólo no te molestaba, sino que las palabras estaban deseosas de salirte de la boca. "La odio tanto a mi madre, que sólo espero encontrármela algún día para decírselo", dijiste al finalizar el relato.
Yo advertí que ese odio, por un lado, podría ser injusto, dado que la vida de las mujeres, en especial de las más pobres, no debe juzgarse sin conocer las circunstancias. Y por otro lado, que fuera lo que fuera tu madre, el odio seguramente te había sido impuesto por razones ajenas a vos mismo. Y tercero, que el odio carcome la vida de cualquier persona, no dejándolo en paz, por lo que necesitabas sacarte de encima este rencor impuesto sobre vos, que te carcomía vivo.
Contame cómo fue que te abandonó tu madre, te dije. Y me contaste así:
MI padre dice que la encontró con otro hombre cuando yo era todavía un bebé, que a partir de ese momento dudaba de que fuera mi padre. Como católico ferviente, la echó de la casa, le quitó a todos los hijos con el juez, y le impidió volver a acercarse a la casa de por vida. Mi padre me trata como a un hijo ajeno. Y yo no la perdono que me haya dejado con él. Que por lo menos a mí me hubiera llevado con ella, ya que me dejó a cargo de un hombre que no cree ser mi padre.
¿Y cómo sabés que ella no quiso llevarte? te pregunté. No sé, me contestate, mi padre no nos contó qué dijo ella cuando la echó. Nunca nos contó lo que ella dijo. Sólo contó que la echó. Y nos prohibió hablar de ella ni pronunciar su nombre. Y nadie volvió a verla nunca más, ni preguntó por nosotros, ni se acercó para vernos.
Bueno, te dije yo, por lo visto tu padre es de temer. ¿Cómo sabés que ella no lloró e imploró por llevarte consigo? ¿Cómo sabés si tu padre no la amenzó con matarla si volvía? ¿Cómo sabés si ella no piensa en sus hijos todos los días de su vida? ¿Por qué no pensás que puede estar tan avergonzada de su infidelidad, que tiene miedo de acercarse a sus hijos, sabiendo lo que tu padre les habrá inculcado contra ella?
¿Qué tal si soñás con encontrártela y darle una oportunidad para que te explique cómo fue en realidad ? ¿Qué tal si soñás con que ella te va explicar cosas por las cuales vas a dejar de odiarla? ¿Qué tal si soñás con que vas a conocer el amor de una madre a la que quitaron a sus hijos, cosa que muy pocos hacen por más mala que fuera la mujer? ¿Qué tal si pensás que tu padre fue muy cruel sacándole los hijos con el juez e impidiéndole acercarse vaya a saber con qué amenaza? Cambiá el odio por la esperanza Roque, te dije
Y vos, un simple muchacho inocente, me contestaste con los ojos muy abiertos y diría, relajados: Usted tiene razón! Nunca lo había pensado así! No debo odiarla. No debo odiarla.
Ese almuerzo terminó. Y pasaron varios fines de semana hasta que volví a casa de mi hermano un día de lluvia torrencial. Desde el auto te vimos, Roque, parado en la puerta, donde no hay ningún refugio ni siquiera en el techo, ya que la casa tiene jardín en la entrada. Nos acercamos con el auto a la puerta y nos dijiste que mi hermano no estaba en casa, pero seguro volvía enseguida. Estabas empapado bajo la lluvia y te ofrecimos esperarlo dentro del auto. Nos dijiste que la lluvia no te molestaba. Nos fuimos con el auto pero ese día no volvimos. La última imagen que tengo de vos Roque, es la de un sacrificado muchacho del Chaco mojado por la lluvia torrencial, con su uniforme de cadete de la Armada, saludando con su brazo.
Roque, me enteré de tu muerte en el Belgrano y se me hizo un terrible nudo en la garganta. Ahí, fui yo la que sintió odio. Odio contra la vida que se ensañó tanto contigo, tanto, tanto, querido Roque. En el recuerdo tuyo, también evoco a todos y cada uno de los Roques que con distinos nombres, con sus historias como la tuya, murieron inútilmente, inútilmente.
Odio. Mi homenaje a Roque, todos los 2 de abril. Odio.
Hoy es el día en que los argentinos recibíamos la noticia de la invasión a Malvinas. La mayoría de los argentinos la recibió con euforia. Para mí fue un día triste, muy triste. Yo tenía entre mis brazos a mi bebé recien nacido. La felicidad de haber sido madre después de tanto esperar, era inmensa. Y no podía creer que en la época más maravillosa de mi vida, la Argentina había entrado en guerra con Gran Bretaña, nada menos. Con mi bebé en brazos, pensaba, en qué horror nos estaban metiendo los monstruosos dictadores que usurpaban el gobierno. Pero más me preocupaba la euforia general. Todos mis conocidos estaban exultantes, aún los más feroces opositores a la Dictadura. Mi madre por ejemplo, que se compró una bandera argentina para colgarla en el balcón.
Te conocí en la obra de ampliación de la casa de mi hermano, donde trabajabas de albañil los sábados y los domingos. Yo iba a visitar a mi hermano algunos fines de semana. Me contó mi hermano que una vez te acercaste a la obra a pedir trabajo sólo para sábados y domingos, porque estudiabas en la Escuela de Mecánica de la Armada durante la semana. Que cuando te vio llegar vestido de cadete a pedir trabajo de albañil se sorprendió mucho; y que vos le contaste que no tenías familia en Buenos Aires, que tu familia estaba en El Chaco y trabajabas para poder mandar a lavar tu uniforme al lavadero, poder comer y dormir la noche del sábado en un hotel para volver a la Escuela el domingo a la noche. Que lo hacías así porque eras muy pobre.
Mi hermano te tomó de albañil de fin de semana, y vos venías religiosamente a trabajar, y lo hacías empeñosamente como ningún otro albañil. La familia de mi hermano se había encariñado contigo, tanto, que viéndote sacrificarte en el trabajo, mi cuñada decidió lavarte y plancharte el uniforme en casa, invitarte a almorzar y cenar en familia, y que durmieras también allí en una cama limpia y cómoda, todo para que no tuvieras que gastar lo que ganabas.
En una sobremesa nos quedamos solos vos y yo, comiendo una naranja de postre. A mí me llamabas la atención. Eras muy limpio y correcto. Y tenías un lenguaje inteligente. Nunca te reías, ni sonreías. ¿Cómo llegaste a la Escuela de la Armada? Te pregunté. Entonces comenzaste el cuento más dramático de tu vida, que me conmovió intensamente. Me contaste que tu madre te había abandonado de recien nacido, que tu padre no podía atender a los ocho hijos que se habían quedado a su cargo, que a todos los varones los mandaba a la Escuela de Mecánica de la Armada y a las mujeres al servicio doméstico "en casa de familia". Parecía que contar esa historia no sólo no te molestaba, sino que las palabras estaban deseosas de salirte de la boca. "La odio tanto a mi madre, que sólo espero encontrármela algún día para decírselo", dijiste al finalizar el relato.
Yo advertí que ese odio, por un lado, podría ser injusto, dado que la vida de las mujeres, en especial de las más pobres, no debe juzgarse sin conocer las circunstancias. Y por otro lado, que fuera lo que fuera tu madre, el odio seguramente te había sido impuesto por razones ajenas a vos mismo. Y tercero, que el odio carcome la vida de cualquier persona, no dejándolo en paz, por lo que necesitabas sacarte de encima este rencor impuesto sobre vos, que te carcomía vivo.
Contame cómo fue que te abandonó tu madre, te dije. Y me contaste así:
MI padre dice que la encontró con otro hombre cuando yo era todavía un bebé, que a partir de ese momento dudaba de que fuera mi padre. Como católico ferviente, la echó de la casa, le quitó a todos los hijos con el juez, y le impidió volver a acercarse a la casa de por vida. Mi padre me trata como a un hijo ajeno. Y yo no la perdono que me haya dejado con él. Que por lo menos a mí me hubiera llevado con ella, ya que me dejó a cargo de un hombre que no cree ser mi padre.
¿Y cómo sabés que ella no quiso llevarte? te pregunté. No sé, me contestate, mi padre no nos contó qué dijo ella cuando la echó. Nunca nos contó lo que ella dijo. Sólo contó que la echó. Y nos prohibió hablar de ella ni pronunciar su nombre. Y nadie volvió a verla nunca más, ni preguntó por nosotros, ni se acercó para vernos.
Bueno, te dije yo, por lo visto tu padre es de temer. ¿Cómo sabés que ella no lloró e imploró por llevarte consigo? ¿Cómo sabés si tu padre no la amenzó con matarla si volvía? ¿Cómo sabés si ella no piensa en sus hijos todos los días de su vida? ¿Por qué no pensás que puede estar tan avergonzada de su infidelidad, que tiene miedo de acercarse a sus hijos, sabiendo lo que tu padre les habrá inculcado contra ella?
¿Qué tal si soñás con encontrártela y darle una oportunidad para que te explique cómo fue en realidad ? ¿Qué tal si soñás con que ella te va explicar cosas por las cuales vas a dejar de odiarla? ¿Qué tal si soñás con que vas a conocer el amor de una madre a la que quitaron a sus hijos, cosa que muy pocos hacen por más mala que fuera la mujer? ¿Qué tal si pensás que tu padre fue muy cruel sacándole los hijos con el juez e impidiéndole acercarse vaya a saber con qué amenaza? Cambiá el odio por la esperanza Roque, te dije
Y vos, un simple muchacho inocente, me contestaste con los ojos muy abiertos y diría, relajados: Usted tiene razón! Nunca lo había pensado así! No debo odiarla. No debo odiarla.
Ese almuerzo terminó. Y pasaron varios fines de semana hasta que volví a casa de mi hermano un día de lluvia torrencial. Desde el auto te vimos, Roque, parado en la puerta, donde no hay ningún refugio ni siquiera en el techo, ya que la casa tiene jardín en la entrada. Nos acercamos con el auto a la puerta y nos dijiste que mi hermano no estaba en casa, pero seguro volvía enseguida. Estabas empapado bajo la lluvia y te ofrecimos esperarlo dentro del auto. Nos dijiste que la lluvia no te molestaba. Nos fuimos con el auto pero ese día no volvimos. La última imagen que tengo de vos Roque, es la de un sacrificado muchacho del Chaco mojado por la lluvia torrencial, con su uniforme de cadete de la Armada, saludando con su brazo.
Roque, me enteré de tu muerte en el Belgrano y se me hizo un terrible nudo en la garganta. Ahí, fui yo la que sintió odio. Odio contra la vida que se ensañó tanto contigo, tanto, tanto, querido Roque. En el recuerdo tuyo, también evoco a todos y cada uno de los Roques que con distinos nombres, con sus historias como la tuya, murieron inútilmente, inútilmente.
Odio. Mi homenaje a Roque, todos los 2 de abril. Odio.