Se cae (o tiran) una botella de vidrio de algún balcón frente a mi óptica. Estalla contra los adoquines de la calle y el estruendo indigna a todos. Salen todos a mirar el frente del edificio donde está la óptica, tratando de ver de qué balcón se cayó (o tiraron) esa botella.
No es la primera vez. Una abolló el techo de un auto (modelo viejo pero en buen estado) de un pobre médico que venía a visitar a un paciente de una Obra Social, para cobrar 10 pesos. No se puede saber quién fue.
Hay un tipo en un balcón del piso séptimo. Mira para abajo.
Abajo, estamos todos mirando para arriba y pasa una vecina del edificio. La vecina es negra. Negra africana, pero no es inmigrante, es argentina. ¡Argentina!
La vecina se pone en la tribuna que mira al tipo en el balcón, y grita con la voz de Louis Armstrong: ¡es ese peruano de mierda borracho que tira las botellas!
La reacción de la tribuna fue de descrédito. El grupo se desintegró, cada uno a su cueva, y los transeúntes que se habían detenido, circulando como si nada hubiera pasado.
El vecino del negocio de circuitos integrados al irse, me hizo un gesto levantando las cejas como de asombro. Pero no de asombro democrático, sino de asombro racista. Porque además de levantar las cejas, agregó en el gesto esa inclinación de cabeza como para cabecear la pelota, queriendo decir “mirá quién habla”.
El que leyó mi blog me conoce un poco, imagina que yo no me quedé con la boca callada. Volvamos atrás, todo pasó en segundos. Cuando la vecina de raza negra dice su barbaridad y todos ponen violín en bolsa y el vecino me hace el gesto, al mismo tiempo le digo indignada: ¡qué tiene que ver que sea peruano, pelotuda! Se lo dije en voz baja, por el insulto, porque soy una señora. La vecina negra empezó a especificarme sus razones ideológicas: son todos iguales, arruinaron el barrio, son todos ladrones. La dejé hablando sola. Y me volví a mi óptica.
Al rato baja el peruano, que yo no sabía que era peruano, ni me importa, ni sabía que vivía en el edificio, ni lo había visto en mi vida. Me abre la puerta de la óptica y con voz segura me dice: cuidado que le puedo a hacer una denuncia por discriminación.
¡A mí!