Con Roberto fuimos a la marcha en auto y lo dejamos estacionado en Luis Sánez Peña y Av de Mayo, ahí donde nace la Avenida más hermosa de Buenos Aires, que va desde el Congreso hasta la Plaza de Mayo. Son unas diez cuadras.
Ahí hay una confitería que tiene las mesas en una ancha explanada exterior. Ni bien me bajé del auto alguien me llamó. Era Silvia Panebianco, la hermana del secuestrado y desparecido Julio Panebianco, que con 23 años acababa de ser papá de Julieta, cuya tía abuela es Mirta Legrand.
Silvia nos invitó a compartir con ella la mesa para tomar un café. Mientras charlábamos, veíamos entrar las multitudinarias columnas de participantes de la marcha, cada una con su identificación. Entre ellas entró la columna del PO (Partido Obrero). Las consignas, difundidas por megáfono, decían "contra Cristina y contra la patronal". Ellos sí que la tienen clara.
Con Silvia hicimos un ejercicio de memoria recordando a Julio Panebianco. Lo mataron enseguida fraguando un enfrentamiento que no había ocurrido porque se lo llevaron de la casa.
Caminamos hasta la Plaza rodeados de compañeros y conocidos por todos lados. Ahí sentí que eso también era una fiesta. Cada rato alguien me saludaba con afecto porque me había reconocido de 6,7,8. Estar presente en esa marcha ese día de la Memoria, es una experiencia magnífica. Sobre todo en estos tiempos que los del PO no pueden diferenciar de otros.
La felicidad está porque las Madres y las Abuelas y y los hijos, y las víctimas sobrevivientes están contentos. Ellos por fin tienen reposo a sus requiebros por el trato indigno que siempre se les ha dado, aún después de que Alfonsín juzgó a las Juntas.
La caminata de ida y vuelta tardó tres horas. Me encontré con muchos conocidos, pero con muchos que quería ver no me encontré, aunque habían concurrido, porque la cantidad de gente era tan grande que era una fortuna encontrarse con alguien.
Subí al auto y nos fuimos para casa. Ahí encendí el televisor para ver a Plácido Domingo. Y disfruté enormemente del recital. Además de sentir mucha felicidad escuchando a Domingo cantar tangos como un homenaje a la música porteña. Me hizo feliz no porque los cante mejor que Gardel, porque mejor que Gardel nadie canta sus tangos, sino porque cualquier música es honrada cuando está en la boca del mejor cantante del mundo. Domingo nunca tuvo la pretensión de cantar el tango mejor que un argentino. Su intención es reverenciar nuestra música, como modo de revenciar a Buenos Aires a la que tanto quiere.
Siguiendo con lo que les contaba de su agradecimiento por el Colón y por Buenos Aires, me enteré por televisión, que fue al Obelisco a eso de las 6 de la tarde para hacer una supervisión del lugar. Y que luego se dirigió al Colón para ensayar. En el Colón invitó a todos los presentes, a todos los empleados que estaban allí, a escucharlo cantar en el escenario mientras ensayaba. Y se sentaron en las plateas mientras Plácido cantaba. Y dijo el locutor de televisión que cuando terminó, se arrodilló y besó el piso del escenario. Esto me resultó impactante.
También me regocijé de que un locutor interrumpiera para señalar que era el día de la Memoria, y me sentí feliz del aplauso enorme del auditorio. ¡Qué bueno!
De lo que ví del recital, no fue tanto Domingo lo que me impresionó sino ella, Virginia Tola, la soprano nacida en el pueblito de Santo Tomé en la provincia de Santa Fé. Esa mujer enloqueció al auditorio argentino. Allí la conocimos los que no la conocíamos. Fue un placer inmenso verla tan hermosa y refinada, tan graciosa y con tan bello canto. Acompaña a Domingo en todos sus recitales. Forman un dúo tan bello que cautivan a todos los auditorios, Y ella estudió en el Teatro Colón. Es nuestra, es un orgullo.
Desde hoy declaro mi fanatismo por esta mujer. La escucho y no puedo parar de escucharla y mirar su seducción increíble, me causa el mismo efecto que Cristina, un orgullo enorme de mujer.
Ahí hay una confitería que tiene las mesas en una ancha explanada exterior. Ni bien me bajé del auto alguien me llamó. Era Silvia Panebianco, la hermana del secuestrado y desparecido Julio Panebianco, que con 23 años acababa de ser papá de Julieta, cuya tía abuela es Mirta Legrand.
Silvia nos invitó a compartir con ella la mesa para tomar un café. Mientras charlábamos, veíamos entrar las multitudinarias columnas de participantes de la marcha, cada una con su identificación. Entre ellas entró la columna del PO (Partido Obrero). Las consignas, difundidas por megáfono, decían "contra Cristina y contra la patronal". Ellos sí que la tienen clara.
Con Silvia hicimos un ejercicio de memoria recordando a Julio Panebianco. Lo mataron enseguida fraguando un enfrentamiento que no había ocurrido porque se lo llevaron de la casa.
Caminamos hasta la Plaza rodeados de compañeros y conocidos por todos lados. Ahí sentí que eso también era una fiesta. Cada rato alguien me saludaba con afecto porque me había reconocido de 6,7,8. Estar presente en esa marcha ese día de la Memoria, es una experiencia magnífica. Sobre todo en estos tiempos que los del PO no pueden diferenciar de otros.
La felicidad está porque las Madres y las Abuelas y y los hijos, y las víctimas sobrevivientes están contentos. Ellos por fin tienen reposo a sus requiebros por el trato indigno que siempre se les ha dado, aún después de que Alfonsín juzgó a las Juntas.
La caminata de ida y vuelta tardó tres horas. Me encontré con muchos conocidos, pero con muchos que quería ver no me encontré, aunque habían concurrido, porque la cantidad de gente era tan grande que era una fortuna encontrarse con alguien.
Subí al auto y nos fuimos para casa. Ahí encendí el televisor para ver a Plácido Domingo. Y disfruté enormemente del recital. Además de sentir mucha felicidad escuchando a Domingo cantar tangos como un homenaje a la música porteña. Me hizo feliz no porque los cante mejor que Gardel, porque mejor que Gardel nadie canta sus tangos, sino porque cualquier música es honrada cuando está en la boca del mejor cantante del mundo. Domingo nunca tuvo la pretensión de cantar el tango mejor que un argentino. Su intención es reverenciar nuestra música, como modo de revenciar a Buenos Aires a la que tanto quiere.
Siguiendo con lo que les contaba de su agradecimiento por el Colón y por Buenos Aires, me enteré por televisión, que fue al Obelisco a eso de las 6 de la tarde para hacer una supervisión del lugar. Y que luego se dirigió al Colón para ensayar. En el Colón invitó a todos los presentes, a todos los empleados que estaban allí, a escucharlo cantar en el escenario mientras ensayaba. Y se sentaron en las plateas mientras Plácido cantaba. Y dijo el locutor de televisión que cuando terminó, se arrodilló y besó el piso del escenario. Esto me resultó impactante.
También me regocijé de que un locutor interrumpiera para señalar que era el día de la Memoria, y me sentí feliz del aplauso enorme del auditorio. ¡Qué bueno!
De lo que ví del recital, no fue tanto Domingo lo que me impresionó sino ella, Virginia Tola, la soprano nacida en el pueblito de Santo Tomé en la provincia de Santa Fé. Esa mujer enloqueció al auditorio argentino. Allí la conocimos los que no la conocíamos. Fue un placer inmenso verla tan hermosa y refinada, tan graciosa y con tan bello canto. Acompaña a Domingo en todos sus recitales. Forman un dúo tan bello que cautivan a todos los auditorios, Y ella estudió en el Teatro Colón. Es nuestra, es un orgullo.
Desde hoy declaro mi fanatismo por esta mujer. La escucho y no puedo parar de escucharla y mirar su seducción increíble, me causa el mismo efecto que Cristina, un orgullo enorme de mujer.