JAVIER ME ESCRIBIÓ A MI CORREO Y CREO QUE DEBO DIFUNDIR SU CARTA PARA PODER COMENTARLA ENTRE TODOS.
Eva:
Te escribo a tu correo, ya que necesito tener una opinión de alguien que creo coherente y racional. Lamentablemente, por la situación en la que han sumergido a la población en la inseguridad y la violencia todo llega a extremos inimaginables, y al mismo tiempo todos piensan que lo malo le va a ocurrir solo a los malhechores; pero esto no es así. Te quería comentar una situación totalmente inesperada y alocada que me ocurrió la semana pasada, reiterándote que a mi modo de ver, es errada e irracional. Querer compartir esto con alguien más, además de los íntimos de la familia; porque en este caso ni conocidos ni compañeros de laburo coinciden conmigo en la manera de entender los hechos.
Todo comienza a partir del 3 de enero, cuando debemos internar a mi suegra en una clínica de Cuidad Evita, Partido de La Matanza, debido a complicaciones varias que está teniendo en su salud. Inconvenientes que lleva arrastrando desde hace un largo tiempo, y el transcurso de los días nos mantiene en vilo ya que su estado es bastante variable. En fin, desde esa fecha todas las mañanas y todas las tardes acerco a mi esposa a la clínica para acompañar y ayudar en lo que es posible en la internación de su madre, ya que está postrada y con deficiencias en la alimentación, por lo se le debe dar de comer, como a cualquier bebé en etapa alimentaria.
Luego de una semana, a mi suegra la traspasaron a terapia intermedia porque se estaban presentando nuevos síntomas, y desde este momento el ingreso a la habitación quedó reservado a familiares directos, y con visitas muy restringidas. Pero el problema no es la clínica, ni la atención, ni mucho menos. Ya que la sala de espera junto con los pasillos del sanatorio son muy estrechos y pequeños, decidí esperar a mi señora en el auto, ya sea escuchando la radio o mucho mejor, leyendo un libro. Tranquilo. Ese no es el problema.
Estaciono a la vuelta de la clínica, y en un lugar arbolado con mucha sombra en una esquina, me detengo con mi auto, abro las ventanillas delanteras de par en par y me reclino un poco en el asiento para retomar mi lectura de una obra de Umberto Eco, tranquilamente. Estas esperas, desde que mi señora ve a su madre hasta que la dan el parte médico diario puede demorar 30 minutos, y a veces un poco más. Tengo que aclararte que tengo un auto VW GOL; con un logo bien grande en la luneta trasera que dice “BEBE A BORDO”, y en el asiento trasero tengo instalada la butaca de mi niño de casi 2 años de edad, con las patentes bien a la vista como debe ser.
Y ahora empieza la acción. En un momento, aparece inesperadamente cruzándose en la esquina y cortando la calle una camioneta de la policía bonaerense. Se bajan los cuatro efectivos rodeándome el auto. El policía que está enfrente de mí tiene una escopeta como las de Terminator, los otros se ponen por atrás y por el costado del acompañante, y el cuarto colocando su mano derecha sobre el revólver de su cintura me dice con voz firme y directa:
-¡Saque las manos por la ventanillas y quédese quieto!-
Te imaginarás que me quedé blanco, no entendía nada. Instantáneamente lo hice, largué mi libro al piso y coloqué mis dos manos hacia fuera, apoyadas en la puerta. A continuación:
-¡Voy a abrir la puerta y salga con las manos a la vista. Dese vuelta y coloque las manos sobre el techo del auto!”- me ordena el poli.
El oficial me abre la puerta. Salí lo más despacio que pude y acaté la orden. Ahí no más me dice:
-¡Abra las piernas!-
Y me empieza a palpar de armas. Te juro Eva, que no entendía nada.
Luego me pregunta:
-¿Tiene armas de fuego?
-No-, le respondí, creo que a esa altura cagado de miedo.
-¿Cuál es su nombre?
-Ángel Javier Ávila- le contesté tibiamente.
-¿Tenés el auto abierto?
-Sí- fue mi corta respuesta.
Y el oficial del otro lado del auto comienza a abrir las puertas y revisar el interior y debajo de los butacas, la guantera, levanta las fundas de los asientos y mira por cada recodo que le permitiera descubrir algo.
-¿De dónde sos?- me vuelve a interrogar el que me tenía con la mano en la espalda sobre el coche.
-De Laferrere, le contesto-A todo esto, yo todavía de espaldas al oficial con las dos manos sobre el techo del auto, las piernas abiertas y otro policía escudriñándome el auto por donde pudiese.
-¿Dónde trabajás?- me sigue preguntando el poli; siempre con un tono firme en su voz.
-En Lomas del Mirador, en una oficina-
Y ahí vino la pregunta que me hizo caer la ficha:
-¿Qué hacés por acá?-me preguntó.
Cuando escuché esto de la voz del oficial, creí comprender el motivo de semejante operativo de indagación, de tenerme en la calle a la vista de todos con el móvil policial cortando la calle, de las preguntas y de la revisión del coche. Decido contestarle con seriedad, para que ni se le ocurra pensar que lo puedo estar jodiendo.
-Estoy esperando a mi señora que tiene a su madre internada en la clínica de la vuelta, en terapia- le dije mansamente, como que quizás esa respuesta le sonara a burla. Pero no era burla, era la pura verdad.
-¿Y por qué esperás acá?- me volvió a interrogar el poli.
La respuesta iba a ser muy infantil, pero era lo cierto.
-Porque aquí hay sombra- le contesté.
El oficial una vez que terminó de interrogarme, me liberó de aquella posición y me solicitó mis documentos, como los del auto también.
Cuando le estoy entregando mis identificaciones, todas las que tenía, ya inundado por la curiosidad y por algo de lo que la intuición que comenzaba a llegar a mi cabeza, fui yo el que interrogó:
-¿Me puede explicar el por qué de todo esto?
La respuesta fue más que contundente.
-Y pibe, la gente se asusta fácil-
Lo único que se me cruzó por la cabeza fue indignación, y vociferé al oficial algo que él entendió como pregunta:
-¡Llamó alguien de aquí del barrio porque estaba estacionado leyendo un libro!
-Lo que pasa flaco, que las caras desconocidas generar temor en los vecinos- me concluye el oficial.
No lo podía creer. Alguien de esa cuadra, esquina, barrio; llamó a la policía porque pensaba que yo era un delincuente, un posible ladrón, un usurpador de casas, un caco, que se yo…
A partir de ese momento, los oficiales comenzaron a calmarme, a tratar que le sangre vuelva de nuevo a mi cabeza porque debía de estar pálido por tal suceso. Uno me tomó amigablemente del brazo y me dijo campechanamente “ya está flaco, ya pasó”.
-¡No pasó nada!- le grité.- ¡Me trataste como a un sospechoso del crimen en medio de la calle a la vista de todos, me abriste el auto de par en par revisando el interior, y me decís que no pasó nada!”- Estaba un poco sacadito, te podrás imaginar.
Eva; luego de esto, de charlar con los oficiales, de comentar lo ridículo del caso, de no poder creer de movilizar un móvil con cuatro efectivos por mi presencia, solo me quedó la bronca.
¿Cómo puede ser que un extraño en el barrio sea automáticamente un sospechoso? ¿Cómo se llega al punto en que el otro es un delincuente? ¿La gente llega a este punto por su cuenta, o alguien la lleva a ese estado de alarma permanente?
Todo esto fue una mala experiencia para mí, un mal momento. Pero el pobre cristiano o cristiana del barrio que realizó el llamado a la policía; ¿cómo vive esa persona? ¿Se puede vivir con miedo constante? ¿Se puede tener terror de todos? Es una pena llegar a ese modo de vida, haciendo de tu casa una cárcel y de tu entorno una amenaza.
¿Estoy equivocado con mis preguntas?
Pero esto no termina ahí. Luego, al llegar a mi trabajo, todavía con el shock de haber sido tratado como un delincuente; comento mi experiencia de la mañana a mis compañeros de trabajo, y recibo algo más demencial todavía. Todos sentenciaron cuando concluí con mi relato:
-y claro, es lógico lo que te pasó.- Así, lo más tranquilos.
-¿CÓMO QUE ES LÓGICO?- repregunto yo a grito pelado. No puede ser lógico que seas primero sospechoso y luego persona. No puede ser que una cara nueva en el barrio es sinónimo de averiguación de antecedentes. NO PUEDE SER!!!
Y aún así, me continuaron diciendo:
- Y, está bien.
NO ESTA BIEN!!!
Eva; pregunto: ¿puede ser que la mayoría de las personas hayan adoptando y tomado el slogan de vivir en peligro constante como su modo habitual de ser? No me cabe en la cabeza que se tome como algo natural que se tenga que requisar a un desconocido porque primero es un posible ladrón, y luego quizás, sea una persona de bien. No se puede adoptar como modo de vida el miedo, el temor latente a ser golpeado o asaltado. Eso debe ser lo raro, no lo normal. Los delincuentes son los menos; la mayoría son las personas de bien. Por eso es que te escribo. Para saber tu opininión.
Espero que lo largo de mi relato no te haya cansado, pero te escribo porque quizás vos me puedas acercar un poco de claridad al tema. O yo estoy enceguecido por un razonamiento inexistente o errado, o yo soy el que está iluminado y son los otros los que viven en la oscuridad de un pozo. Necesito saber tu pensamiento acerca de esto. No comenté en tu blog, ya que tus notas no hacían referencia a este tema; y de ahí me decisión de escribirte esta líneas a tu casilla de correo.
Todos los días, recibo tus posts y disfruto mucho leyéndolos y razonándolos. Desde el conflicto de la 125, ya he tomado posición.
Estoy de tu lado.
Saludos.
Javier.-
Eva:
Te escribo a tu correo, ya que necesito tener una opinión de alguien que creo coherente y racional. Lamentablemente, por la situación en la que han sumergido a la población en la inseguridad y la violencia todo llega a extremos inimaginables, y al mismo tiempo todos piensan que lo malo le va a ocurrir solo a los malhechores; pero esto no es así. Te quería comentar una situación totalmente inesperada y alocada que me ocurrió la semana pasada, reiterándote que a mi modo de ver, es errada e irracional. Querer compartir esto con alguien más, además de los íntimos de la familia; porque en este caso ni conocidos ni compañeros de laburo coinciden conmigo en la manera de entender los hechos.
Todo comienza a partir del 3 de enero, cuando debemos internar a mi suegra en una clínica de Cuidad Evita, Partido de La Matanza, debido a complicaciones varias que está teniendo en su salud. Inconvenientes que lleva arrastrando desde hace un largo tiempo, y el transcurso de los días nos mantiene en vilo ya que su estado es bastante variable. En fin, desde esa fecha todas las mañanas y todas las tardes acerco a mi esposa a la clínica para acompañar y ayudar en lo que es posible en la internación de su madre, ya que está postrada y con deficiencias en la alimentación, por lo se le debe dar de comer, como a cualquier bebé en etapa alimentaria.
Luego de una semana, a mi suegra la traspasaron a terapia intermedia porque se estaban presentando nuevos síntomas, y desde este momento el ingreso a la habitación quedó reservado a familiares directos, y con visitas muy restringidas. Pero el problema no es la clínica, ni la atención, ni mucho menos. Ya que la sala de espera junto con los pasillos del sanatorio son muy estrechos y pequeños, decidí esperar a mi señora en el auto, ya sea escuchando la radio o mucho mejor, leyendo un libro. Tranquilo. Ese no es el problema.
Estaciono a la vuelta de la clínica, y en un lugar arbolado con mucha sombra en una esquina, me detengo con mi auto, abro las ventanillas delanteras de par en par y me reclino un poco en el asiento para retomar mi lectura de una obra de Umberto Eco, tranquilamente. Estas esperas, desde que mi señora ve a su madre hasta que la dan el parte médico diario puede demorar 30 minutos, y a veces un poco más. Tengo que aclararte que tengo un auto VW GOL; con un logo bien grande en la luneta trasera que dice “BEBE A BORDO”, y en el asiento trasero tengo instalada la butaca de mi niño de casi 2 años de edad, con las patentes bien a la vista como debe ser.
Y ahora empieza la acción. En un momento, aparece inesperadamente cruzándose en la esquina y cortando la calle una camioneta de la policía bonaerense. Se bajan los cuatro efectivos rodeándome el auto. El policía que está enfrente de mí tiene una escopeta como las de Terminator, los otros se ponen por atrás y por el costado del acompañante, y el cuarto colocando su mano derecha sobre el revólver de su cintura me dice con voz firme y directa:
-¡Saque las manos por la ventanillas y quédese quieto!-
Te imaginarás que me quedé blanco, no entendía nada. Instantáneamente lo hice, largué mi libro al piso y coloqué mis dos manos hacia fuera, apoyadas en la puerta. A continuación:
-¡Voy a abrir la puerta y salga con las manos a la vista. Dese vuelta y coloque las manos sobre el techo del auto!”- me ordena el poli.
El oficial me abre la puerta. Salí lo más despacio que pude y acaté la orden. Ahí no más me dice:
-¡Abra las piernas!-
Y me empieza a palpar de armas. Te juro Eva, que no entendía nada.
Luego me pregunta:
-¿Tiene armas de fuego?
-No-, le respondí, creo que a esa altura cagado de miedo.
-¿Cuál es su nombre?
-Ángel Javier Ávila- le contesté tibiamente.
-¿Tenés el auto abierto?
-Sí- fue mi corta respuesta.
Y el oficial del otro lado del auto comienza a abrir las puertas y revisar el interior y debajo de los butacas, la guantera, levanta las fundas de los asientos y mira por cada recodo que le permitiera descubrir algo.
-¿De dónde sos?- me vuelve a interrogar el que me tenía con la mano en la espalda sobre el coche.
-De Laferrere, le contesto-A todo esto, yo todavía de espaldas al oficial con las dos manos sobre el techo del auto, las piernas abiertas y otro policía escudriñándome el auto por donde pudiese.
-¿Dónde trabajás?- me sigue preguntando el poli; siempre con un tono firme en su voz.
-En Lomas del Mirador, en una oficina-
Y ahí vino la pregunta que me hizo caer la ficha:
-¿Qué hacés por acá?-me preguntó.
Cuando escuché esto de la voz del oficial, creí comprender el motivo de semejante operativo de indagación, de tenerme en la calle a la vista de todos con el móvil policial cortando la calle, de las preguntas y de la revisión del coche. Decido contestarle con seriedad, para que ni se le ocurra pensar que lo puedo estar jodiendo.
-Estoy esperando a mi señora que tiene a su madre internada en la clínica de la vuelta, en terapia- le dije mansamente, como que quizás esa respuesta le sonara a burla. Pero no era burla, era la pura verdad.
-¿Y por qué esperás acá?- me volvió a interrogar el poli.
La respuesta iba a ser muy infantil, pero era lo cierto.
-Porque aquí hay sombra- le contesté.
El oficial una vez que terminó de interrogarme, me liberó de aquella posición y me solicitó mis documentos, como los del auto también.
Cuando le estoy entregando mis identificaciones, todas las que tenía, ya inundado por la curiosidad y por algo de lo que la intuición que comenzaba a llegar a mi cabeza, fui yo el que interrogó:
-¿Me puede explicar el por qué de todo esto?
La respuesta fue más que contundente.
-Y pibe, la gente se asusta fácil-
Lo único que se me cruzó por la cabeza fue indignación, y vociferé al oficial algo que él entendió como pregunta:
-¡Llamó alguien de aquí del barrio porque estaba estacionado leyendo un libro!
-Lo que pasa flaco, que las caras desconocidas generar temor en los vecinos- me concluye el oficial.
No lo podía creer. Alguien de esa cuadra, esquina, barrio; llamó a la policía porque pensaba que yo era un delincuente, un posible ladrón, un usurpador de casas, un caco, que se yo…
A partir de ese momento, los oficiales comenzaron a calmarme, a tratar que le sangre vuelva de nuevo a mi cabeza porque debía de estar pálido por tal suceso. Uno me tomó amigablemente del brazo y me dijo campechanamente “ya está flaco, ya pasó”.
-¡No pasó nada!- le grité.- ¡Me trataste como a un sospechoso del crimen en medio de la calle a la vista de todos, me abriste el auto de par en par revisando el interior, y me decís que no pasó nada!”- Estaba un poco sacadito, te podrás imaginar.
Eva; luego de esto, de charlar con los oficiales, de comentar lo ridículo del caso, de no poder creer de movilizar un móvil con cuatro efectivos por mi presencia, solo me quedó la bronca.
¿Cómo puede ser que un extraño en el barrio sea automáticamente un sospechoso? ¿Cómo se llega al punto en que el otro es un delincuente? ¿La gente llega a este punto por su cuenta, o alguien la lleva a ese estado de alarma permanente?
Todo esto fue una mala experiencia para mí, un mal momento. Pero el pobre cristiano o cristiana del barrio que realizó el llamado a la policía; ¿cómo vive esa persona? ¿Se puede vivir con miedo constante? ¿Se puede tener terror de todos? Es una pena llegar a ese modo de vida, haciendo de tu casa una cárcel y de tu entorno una amenaza.
¿Estoy equivocado con mis preguntas?
Pero esto no termina ahí. Luego, al llegar a mi trabajo, todavía con el shock de haber sido tratado como un delincuente; comento mi experiencia de la mañana a mis compañeros de trabajo, y recibo algo más demencial todavía. Todos sentenciaron cuando concluí con mi relato:
-y claro, es lógico lo que te pasó.- Así, lo más tranquilos.
-¿CÓMO QUE ES LÓGICO?- repregunto yo a grito pelado. No puede ser lógico que seas primero sospechoso y luego persona. No puede ser que una cara nueva en el barrio es sinónimo de averiguación de antecedentes. NO PUEDE SER!!!
Y aún así, me continuaron diciendo:
- Y, está bien.
NO ESTA BIEN!!!
Eva; pregunto: ¿puede ser que la mayoría de las personas hayan adoptando y tomado el slogan de vivir en peligro constante como su modo habitual de ser? No me cabe en la cabeza que se tome como algo natural que se tenga que requisar a un desconocido porque primero es un posible ladrón, y luego quizás, sea una persona de bien. No se puede adoptar como modo de vida el miedo, el temor latente a ser golpeado o asaltado. Eso debe ser lo raro, no lo normal. Los delincuentes son los menos; la mayoría son las personas de bien. Por eso es que te escribo. Para saber tu opininión.
Espero que lo largo de mi relato no te haya cansado, pero te escribo porque quizás vos me puedas acercar un poco de claridad al tema. O yo estoy enceguecido por un razonamiento inexistente o errado, o yo soy el que está iluminado y son los otros los que viven en la oscuridad de un pozo. Necesito saber tu pensamiento acerca de esto. No comenté en tu blog, ya que tus notas no hacían referencia a este tema; y de ahí me decisión de escribirte esta líneas a tu casilla de correo.
Todos los días, recibo tus posts y disfruto mucho leyéndolos y razonándolos. Desde el conflicto de la 125, ya he tomado posición.
Estoy de tu lado.
Saludos.
Javier.-