Y no tenía un centavo en el bolsillo. No me daban en mi casa más que para el colectivo, para libros, la ropa elemental, zapatos, y tela. Había aprendido a coser mi ropa sola y me hacía lindos vestidos. Me gustaba cortar una tela y pasar la máquina Singer que trajo de Inglaterra el domador de un circo al negocio de mi papá, quien se la compró, afortunadamente, porque la sigo teniendo. Estudiaba Física, y cosía en la Singer, como la mejor chica de barrio.
¿Vas a estudiar qué? gritó mi amiga Rita horrorizada, cuando le dije que para tener algo lindo que ponerme, en las vacaciones, iba a ir a estudiar "Corte y Confección". Ella estudiaba Física conmigo.
Aprendí Corte como un ingeniero. Fuí dos meses, una vez por semana y con eso me alcanzó. La "profesora" estaba asombrada de mi capacidad de aprendizaje. Las otra alumnas me miraban con envidia venenosa. Yo me sentía en un leprosario. Huí de ese antro, de ese aquelarre, lo más rápido que pude, no me dieron los piés para seguir la velocidad de mi voluntad.
En ese verano le dije a Rita, que me iba a anotar en el Curso de Optica que se daba en la Facultad de Farmacia y Bioquímica. Me preguntó por qué. Le dije que mi mamá quería, y que yo iba a hacerlo sólo para que ella dejara de atormentarme con el tema de que con Física no iba a ir a ningún lado. Que una vez que tuviera el título, ella se iba a quedar tranquila. Que el título ese lo iba a archivar y que continuaría estudiando en Exactas.
Mi amiga me asombró diciéndome que ella también quería hacerlo. Entonces fuimos las dos. Nos anotamos. Dimos el examen de ingreso sin necesidad de prepararnos porque para nosotras era "pan comido". Y la carrera entera la hicimos juntas. Una porquería. De principio a fin.
Faltaban dos meses para terminar óptica. Mientras, seguía cursando en Exactas. Era septiembre. Al llegar a mi casa mi mamá me sorprende una noche diciéndome lo siguiente: salió un aviso en Clarín buscando Optica, mujer. Salen muchos avisos, todos los días, ¿sabés? Recuerdo cómo se abrió mi boca esperando la continuación del relato.
Y siguió: Llamé por teléfono, sólo para saber cuánto pagaban, nada más. Le dije al hombre que tenía una hija que estaba por terminar la carrera y quería saber cuánto se pagaba y qué condiciones había que tener para aspirar a ser elegida. El hombre se empezó a interesar en vos. Me preguntó cuánto te faltaba, le conté que dos meses. Me preguntó cómo eras. Le dije que eras inteligente, que eras trabajadora y honesta. En fin, me dijo que vayas a verlo, que podés empezar a trabajar si le gustás. Que es legal tomar la dirección técnica de una óptica aún sin estar recibida cuando falta poco.
Un volcán interno me salía de las entrañas mientras escuchaba semejante intromisión en mi vida. Pero justo antes, justito antes de que entrara en erupción, mi mamá asestó la pregunta clave que torció mi destino como un huracán aplasta contra el piso a un pájaro en la rama: ¿sabés cuánto es el sueldo?
La cara de mi mamá tenía una mueca de triunfo. Una sonrisita perversa asomaba en su comisura izquierda. La pasión que me había quemado de bronca se hizo hielo, y me convertí en ese indio que apuntaba con una flecha al español cuando el invasor acertó a mostrarle un espejo. Dicen que el indio se asustó de sí mismo viéndose la cara fiera. Pero yo sé que es mentira, fue el espejo que lo desarmó, pero no por verse la cara, sino por descubrir algo que no estaba en su imaginación.
No estaba en mi imaginación disponer de un sólo peso en esa vida sacerdotal que me ligaba al estudio. Simplemente no había imaginado la situación de disponer de dinero.
Jamás había tenido dinero. Mis padres me tuvieron a régimen de escasez total. Nunca supe el gusto que tenía el sándwich de jamón y queso que se vendía en el Kiosco de mi Colegio en Belgrano. Mis compañeras, acostumbradas a compartir, me ofrecían un pedazo. Pero yo decía siempre que no tenía hambre. Sabía que si probaba, corría el riesgo de sufrir por no poderlo comprar. Rechazar el pedazo de sándwich era un ejercicio de flagelación al que estaba acostumbrada.
Dinero. Tener mi dinero. Dinero ganado con trabajo. Y bueno. Al fin y al cabo trabajar de óptico no está mal considerado socialmente. No era lo mismo vender como mi papá, en un comercio cualquiera. La óptica también era una profesión. Y si yo aceptaba, también iba a poder seguir estudiando Fisica, aunque sea de a poco.
Así que pregunté: ¿cuánto?
Eva Row