En medio de este día donde no se puede pensar en otra cosa que en el compañero muerto, yo tengo la cabeza invadida por una obra de teatro que ví ayer a la noche en el San Martín, tan conmovedora me resultó. Y no puedo dejar de comentarlo porque la sacan el domingo.
Por muchos motivos personales terminé llorando de emoción y mi marido me tuvo que prestar su pañuelo. Roberto también estaba exaltado. No podíamos creer lo que habíamos visto. No esperábamos el final. Durante un tiempo nos parecía "El violinista en el tejado", pero no, terminó siendo todo lo contrario. Es una crítica feroz a la mística hebraica. La destroza. Expone descarnadamente las fallas del sistema. En esta obra podemos ver a Freud viéndola e inspirándose para crear el concepto del inconsciente, de lo oculto, de la represión, hasta de la neurosis.
Se trata de El Dibuk.
Jaime Barylko me dijo una vez, estudiando con él a Guershon Sholem y su profunda temática esclarecedora de lo místico judaico desde lo racional: "ah, si pudieras ver El Dibuk..!"
Mi padre hablaba de El Dibuk, hacía un gesto de escalofrío y se negaba a comentarlo. Mi madre me dijo que cuando la dieron en la calle Corrientes, ella era chica y escuchó decir que muchos judíos escapaban de la sala, porque no podían tolerar lo escabroso y movilizador interno de la obra.
Yo pasé una vida consolándome de no poder ver esa obra nunca. De pronto Anahí, la hija de unos amigos que conozco desde que nació, y que ahora es actriz, me llamó por teléfono al celular el lunes para decirme como rogando: Eva, vos tenés que venir al San Martín a ver una obra en que yo trabajo que te va a interesar y que la levantan el domingo; son las últimas funciones, se llama El Dibuk!!!
Pegué un grito de alegría cuando escuché a Anahí y le dije que allí estaría el miércoles, en la primera función de la semana. La levantan el domingo, para siempre. Tal vez vuelva a verla el sábado o el domingo.
Ayer miércoles yo tenía que estar en el teatro a las 20 en punto. Corrientes estaba cortada. Contra reloj llegamos justo a tiempo, jadeando. Acababa de morir el compañero Ferreyra, y a la altura de Callao, en el Hotel Bauen, había una reunión que decidía las acciones a tomar por el PO. Y yo iba al teatro.
La obra es un poco el Romeo y Julieta de Shakespeare, mezclada con la película El exorcista, y con El violinista en el Tejado. Hay un exorcismo, pero no es morboso sino intensamente piadoso. No es el diablo el que se mete en el cuerpo del poseso, sino un alma en pena que no descansa porque no se cumplió con él una promesa.
El exorcismo que hace un rabino que hace un personaje cautivante, surte efecto, pero curiosamente no sirve para nada. La salida del alma invasora se lleva consigo el alma de la invadida. Es apasionante.
Los judíos místicos deben odiar esta obra, o por el contrario hacerse los desentendidos. Los judíos que no entienden la historia del judaísmo no deben entender mucho su significado revolucionario. Hay que tener un poco de cultura humanística e histórica. Hace falta haber leído a Bashevis Singer, o conocer la historia del Baal Shem Tov, del jasidismo, y saber qué cosa fue el Partido Laborista Bund al que estaba afiliado el autor.
Es una obra maravillosa, excelentemente puesta, con unas actuaciones memorables. Si hay alguien de entre mis lectores que es sensible al tema de la mística y la razón, y se interesa en el teatro, que no se la pierda.