Yad Vashem
En Jerusalem fuimos a Yad Vashem. Es el Museo-Monumento Edilicio al Holocausto. Me quedé mucho tiempo en Yad Vashem, ví todo, cosa por cosa. Me quedé y me quedé en Yad Vashem.
Es de una arquitectura parecida a la de un Cementerio. En realidad, creo que la intención del arquitecto debe haber sido que los millones de cadáveres que no tuvieron una tumba, como la mamá y la hermanita de Golde y su abuelo que la salvó, que no están en un Cementerio, tuvieran allí un lugar que reparara la ofensa extrema de morir como animales sin una señal que los identifique.
En principio quisiera con toda mi alma que hiciéramos algo parecido en la Argentina en memoria de los desaparecidos (asesinados). La obra es monumental. Está sobre una colina, y lo rodean extensiones de bosques sobre la depresión que lo circunda. Mirar alrrededor desde las barandas al valle que rodea Yad Vashem, genera la sensación tanto de pequeñez como de grandeza, que con toda intención proyectó el paisajista. Pequeñez por sentirse uno tan sólo una especie más de las de la naturaleza. Y grandeza porque uno está parado en la cima de una colina, y los cientos de miles de árboles parecen subordinarse sin remedio a las alturas en las que estamos mirando. El paisajista quiso hacer sentir en cada uno que viene a Yad Vashem, que los millones de hermanos judíos que yacen en sepultura indigna en las fosas ignotas de Europa nos miran como esos árboles, impedidos de moverse, pero que Yad Vashem los mira y no los olvida y los eleva a las alturas donde coloca sus memorias.
Aún hay algo más impactante para mí, no sé si para otros será tanto como lo fue para mí. Al entrar hay una pared altísima donde se proyecta una película permanente. Esa película fue fruto de un concurso que ganó la mujer que la hizo. Ella juntó pedazos de filmaciones de la vida judía en Europa, de todas clases de vida y las ensartó unas con otras, pedazos de vida en la ciudad, pedazos de vida en el campo, una mujer que mira por la ventana, gente que sale de una sinagoga, una orquesta, un coro de niños, unos jóvenes que bailan, un campesino que lleva un carro...y la película sigue y sigue sin parar volviéndose a repetir las mismas escenas cada vez en otro lado de la pantalla.
Me fui de ahí con la sensación de que en Yad Vashem se hizo posible dignificar la muerte de un pueblo humillado, y suavizar tanto dolor.
El shuk y el Muro de los Lamentos
Otro día volvimos a Jerusalem para recorrer la parte vieja. La verdad es que mi ánimo no tenía el interés turístico que debió haber tenido. No soy sensible al espectáculo para el turismo tampoco. El estilo de shuk me hace acordar a las cuevas de Argelia que se veían en la película La Batalla de Argelia. Me gustaría que la humanidad saliera de esas cuevas, ¿qué sentido tiene comerciar como en un shopping adentro de esas catacumbas con piedras enormes bajo los pies que te pueden hacer resbalar a cada paso? Y bueno, algo compré en el shuk de Jerusalem: una mantilla maravillosa con bordados dorados sobre tul negro, una lluvia para bidet en una ferretería y 100 gramos de comino para hacer empanadas criollas.
Llegué al Muro de los Lamentos cansada de andar por el shuk sorteando piedras enormes, con los pies destrozados, y me senté mirando ese muro y la cúpula del Domo que se ve detrás. ¿No vas a acercarte al muro? Me dijo mi hijo. No hijo, le dije. ¿Para qué quiero acercarme si ya lo estoy viendo? Y él no dijo nada porque sabe la clase de madre que tiene. Lo único que falta que camine 50 metros más de explanada para acercarme nada más que a un muro, ¿y para qué querría acercarme? Le tengo tirria a todo lo supersticioso que se metió en el judaísmo, porque Jaime Barylko me enseñó que lo judío se pelea con lo material como simbólico de cualquier cosa divina. El dios del pueblo hebreo exige que no se sacralice ninguna cosa material, y a ese muro se lo ha hecho un fetiche y me da verguenza de sólo ver ese espectáculo degradante.
Es por esa cosa de no hacer sagrado nada que sea material, que hay Sinagoga sólo cuando están juntos 10 hombres dispuestos a leer los rollos de la Torá, por eso es que la Sinagoga no es el edificio, sino la reunión de las personas. A los cristianos les parece terrible y no comprenden que en la Sinagoga se pueda hablar en voz alta de temas profanos, y que en el edificio de la Sinagoga no exista ningún símbolo referente a dios a quien se reverencie, salvo la letra escrita en los rollos, lo único que es sagrado. Por eso dentro de la Sinagoga uno no siente ninguna unción mística que lo acerque a lo divino, salvo que esté colonizada su mente por la influencia de otro tipo de religiones que no son la hebrea. No existe una sola imagen del dios hebreo, y ni siquiera este dios permitió que se lo llame por algún nombre, como para que no se lo llame del todo. Pero los judíos nuevos entienden cada vez menos de este dios que quiere apartarse de los hombres y que ha insitido rigurosamente en que los hombres deben ocuparse ellos de su propia vida.
Detesto el circo que se arma alrededor de ese muro, con los papelitos metidos entre los ladrillos, vaya uno a saber con qué tipo de pedidos personales, como que gane Boca el domingo por ejemplo, cuando se sabe que el dios hebreo, según me enseñó Jaime Barylko, no escucha pedidos personales sino pedidos del pueblo todo, y no está garantizado que escuche eso tampoco. Sobre todo cuando se sabe, y se supo por centurias, que el dios hebreo es de un sincretismo tan excelso que no establece relaciones personales sino con quien él elige, y al hombre que no es elegido, al hombre que no es Moisés, lo remite simplemente a cumplir las leyes de Moisés, y que ahí encuentre su felicidad sin pedirle a dios nada porque ahí lo tiene todo. En fin. Todos somos cristianos, dijo Barylko, y tenía razón. Como judía que soy y bien entiendo serlo, detesto la mística, la idolatría, las figuras de cera a las que se reverencia y detesto la unción religiosa. Soy atea como mi dios manda, el dios hebreo, el dios más ateísta de la historia humana, el dios que no tiene nombre para que no lo llamen. Mi dios es el de Spinoza, que entendió por dios al ser de todo lo viviente. Mi dios es la defensa de la vida de los hombres, ese es mi dios.
El final de la estadía
Llegó el viernes y se nos hizo otro agasajo de despedida. Esta vez en la casa de Golde. Estaban todos, pero ya con relajada familiaridad, me sacaron temas peliagudos para que les explique. Y por qué ésto y por qué aquello en una reunión de corazones abiertos. Regalos y más regalos, perfumes, ropa y unos enormes abrazos ya muy sentidos de parte de Jaim y de Ami y de los chicos, y me despedí de Golde y le pedí que no vengan al aeropuerto para no llorar y destrozarnos y así se hizo. Pero al otro día que teníamos que irnos, nos llamó Gila para preguntar dónde vamos a estar desde las 12 del mediodía en que teníamos que salir del hotel, hasta las 6 de la tarde en que teníamos que entrar al aeropuerto. Y ahí vino otra invitación a casa de Gila. Pero no para comer le dije. NO, si yo voy a comer y vos a mirar, me contestó. Y llegamos otra vez a lo de Gila, y otra vez una mesa de reyes. Pero esta vez Ami me mostró su obra, y me contó su vida, y salí de ahí enamorada de los dos, de Ami y de Gila. Ami me regaló varias copias fotográficas de sus pinturas que atesoro y pondré en marcos para lucir en las paredes. Nos fuimos la verdad colmados de amor.
Y aquí viene el cuento más gracioso.
Resulta que a la ida en el avión escuchábamos hablar en dialecto cordobés auténtico, lo que significa algo así como la joda completa todo el tiempo. Eran muchos los que hablaban cordobés y andaban haciendo quilombo de acá para allá en el avión, a las risotadas, cuando de pronto escucho que se llaman "compañero", "compañera". Al poco tiempo voy al baño y me encuentro con cinco de ellos que hablan de los gorilas a boca de jarro. ¿Compañeros? les dije señalándolos con el dedo. ¡Compañera! me gritaron todos, y ahí vino mi hijo y sacó su celular y les puso la música de la marcha peronista. Para qué!!! Se pusieron a cantar la marcha a los gritos. Resulta que eran todos los intendentes de Córdoba. Iban los peronistas, pero también los radicales. Los radicales no se hicieron conocer, calladitos y educaditos. Pero los otros largaban su alegría interior. Y estaba también uno que era el Ministro no me acuerdo de qué, me parece que de Gobierno, o del Interior, el que los llevó a todos a Israel a una semana de adiestramiento en cuestiones de Seguridad. En cierto momento me alcanzaron a la boca un micrófono, se ve que querían grabar la aventura de haber encontrado una "compañera" en el avión, y me metieron el micrófono con un Viva Perón! para que yo conteste lo mismo, pero yo contesté Viva Kirchner!, y me pusieron una cara de serios que en seguida comprendí, claro, son de Córdoba, pero no hubo problema, nos repartimos tarjetas deseando volver a vernos. La conocí a la Intendenta de Labulaye o Laboulaye no sé cómo se escribe, una mina espectacular. La cosa que al salir me preguntan cuándo vuelvo, y resultó que volvíamos juntos en la misma fecha.
Así que llegó el día de volver al aeropuerto. Salimos de la casa de Gila, fuimos a devolver el auto y entramos al aeropuerto que estaba medio vacío todavía. Como yo soy una desesperada por fumar y ahí había un salón para fumar y tomar un café, me fui a fumar mientras mi hijo se fue al free-shop a comprar regalitos para la novia y las nenas del orfanato judío donde trabaja. El lugar estaba lleno de israelíes que viajaban a Buenos Aires. Todos discretitos en sus mesitas, fumando y hablando bajito, cuando de pronto entra el Ministro de no me acuerdo qué de Còrdoba, me ve y me grita ¡Compañera! y nos saludamos y abrazamos con alegría, y empezaron a caer los otros intendentes de Córdoba, y les hice lugar en mi mesa, y se sentaron a contarme con esa verborragia y pasión cómo lo habían pasado en Israel, que estaban admirados, que ésto y lo otro. Y de repente cae me hijo, los reconoce y "pela" su celular con la música de la Marcha Peronista, y creánme, fue lo más loco que ví en mi vida, en un recinto cerrado lleno de israelíes, nosotros cantando la Marcha Peronista sacudiendo los brazos, y los israelíes divertidos como pocas veces habrán estado en ese aeropuerto.
Y así me despedí de Israel, cantando "la marchita" con los intendentes de Córdoba en el aeropuerto Ben Gurión. ¿No es un final espectacular?