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ADVERTENCIA 2: Soy Eva Lenczner o Eva Row, la misma persona. En Facebook me cerraron el muro porque me denunciaron por apropiación de identidad. Row es el apócope de mi apellido de casada. Tuve que enviar mis documentos para que me permitieran abrir un muro nuevo. El otro se perdió con tres mil seguidores. Es el resultado de tener muchos enemigos por jugarse y poner la cara en 6,7,8.

20 de febrero de 2008

Fe y fatalidad





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Tenía una clienta de algo más de setenta años, con una artrosis en la pierna que la hacía necesitar un bastón para caminar. Ella era alta y pesada, una mole. Hablaba sin parar. Y encima era bastante sorda, y era como son los sordos, que hablan sin parar porque no esperan oir lo que se les contesta. El bastón que llevaba era de color ciruela, larguísimo y gruesísimo, para soportar a la dueña. Siempre contaba cosas de una nieta que bailaba danzas clásicas en el cuerpo de baile infantil del Colón. Que había bailado en tal función, que se había comprado tal pollera de tul, y tales zapatillas, y dale y dale con la nieta, año tras año, contando detalles insportables hasta que mis oídos reventaban. Claro que entre cuento y cuento encargaba un anteojo recetado. Forzosamente yo le contestaba alguna cosa, a lo que ella contestaba ¿qué dijo?. Y yo le repetía lo que dije, y ella seguía y seguía su cuento. Una vez vino a hacerse un cambio de cristales en el acto.

Las personas que no podían quedarse sin los anteojos, esperaban en la zona de antención al público mientras yo iba a atrás, a mi pequeño taller, a sacar los cristales viejos, a cortar los cristales nuevos, a biselarlos en la moladora, y a encastrarlos en los marcos. Trataba por todos los medios de no tener que hacerlo, porque la tarea es mejor hacerla en soledad y tranquilidad. Pero no podía evitarlo si el caso lo requería. Este era el caso.

La señora gigantesca hablaba sin parar, sentada en la parte de adelante, mientras yo trataba de concentrarme en mi tarea, al mismo tiempo que tenía oir su cuento y responder a su pregunta ¿me está escuchando? Y yo tenía que gritar ¡sí, la estoy escuchando! Ella volvía a preguntar si la estoy escuchando, y yo volvía a gritar más fuerte, entonces ella continuaba el cuento de la nieta.

Temía que los nervios me hicieran romper los cristales, esa era mi mayor preocupación. En medio de la tensión terminé de biselar, coloqué el par de cristales nuevitos en la mesa del taller, encendí el calefactor para dilatar los armazones, y en ese momento la sorda me grita otra vez ¿me escucha? Mientras se calentaban los marcos, me fui un segundo adelante para que me viera la boca diciéndole que sí, que la escucho. Volví atrás, ella siguió con el cuento y yo coloqué los cristales y respiré.

Fui para adelante, ella se calzó los anteojos y siguió hablando sin decir si veía bien o mal con la nueva receta. Yo estaba estufada y tenía ganas de hacerla callar con algún argumento. Estaba hablando de Dios y de cómo ella cree en Dios y cómo Dios la escucha y guía a su nieta al éxito. Aproveché para decirle que yo no creía en Dios, y ella hizo un silencio, yo respiré y sentí que poseía un arma fatal contra esta mujer, como si hubiera encontrado una cruz de madera que mostrar a un vampiro. La señora me pagó, silenciosa, y se despidió.

Al día siguiente, la vecina del kiosco me interpela en el camino antes de llegar a abrir mi negocio, y me cuenta: ¿Sabés lo que pasó recién? Estuvo una mujer muy alta con un bastón y empezó a golpear el bastón contra la cortina de la óptica, y a gritar que vos eras una estafadora, que le habías cobrado por poner cristales nuevos y le volviste a poner los viejos que estaban todos rayados, que sólo una persona que no creía en Dios podía hacer algo tan repugnante, y gritaba y golpeaba con el bastón hasta que se cansó y se fue.

Yo trataba de entender qué pasó. Lo primero que pensé es que la vieja enloqueció del todo. Cuando fui para atrás al taller, ví el par de cristales que le saqué a los anteojos de la sorda que habían quedado sobre la mesa, y me dí cuenta de que en el atolladero, me había olvidado de devolverlos. Si se los hubiera devuelto, la vieja no hubiera dudado. ¡Qué suerte! dije para mí, acá tengo la prueba de que se los cambié.

Iba a llevárselos a su casa para que viera que eran los que le saqué, pero cuando los miré bien, vi que eran los nuevos que corté. Los nervios me habían traicionado y le había puesto de vuelta los viejos en lugar de los nuevos. Me pasó por ir para adelante a que me mire la boca. Estoy segura de que si yo no le hubiera dicho que no creía en Dios, ella no hubiera armado tal escándalo, y hubiera venido a aclarar la situación. Pero decidió enfrentar al demonio.

Fui hasta la casa con los cristales nuevos cortados para que entendiera la equivocación. Luché para que me dejara entrar y poder mostrarle la evidencia de "mi buena fe" y del error. Se lo expliqué y lo entendió. Pero se negó a darme de nuevo los anteojos, me dijo que no confiaba más en mí, que no podía confiar en alguien que no creía en Dios. Le dejé el dinero que pagó, y me fui. De alguna manera contenta, porque me la saqué de encima para siempre.

Eva Row

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El embajador y su traductor


Mi óptica funciona en el Once. Es un barrio de comercio mayorista de ropa. Las avenidas están atestadas de gente. Las calles aledañas están repletas de autos estacionados. Si un auto lujoso consigue lugar sale la chusma a investigar quién es el dueño. Los vendedores ambulantes encaran sin tapujos a cualquiera que pasa. Transitan mendigos y borrachos entreverados con inmigrantes de los países limítrofes arrastrando carretillas cargadas de paquetes con mercaderías. Es común que se produzcan grescas o tumultos por algún robo. La corrida policíaca alerta al barrio entero y provoca la salida masiva de los curiosos a la calle. No es el barrio que elegiría un diplomático para hacer sus compras.

Hubo una vez un auto diplomático que llegó a mi óptica. A mí no me preocupa quién es el dueño de un auto lujoso. Nunca me paro en la puerta de mi negocio como si ésta fuera un mirador por donde escrutar a los que pasan. Es un signo de no tener nada que hacer. Sobre todo porque yo siempre tengo algo que hacer. Pero una vez hice una excepción. Era una tarde de invierno de 1976 en la que hacía mucho frío. Un sol radiante se derramaba en la vereda alcanzando la puerta de entrada al local. No pude resistir la tentación de estar al aire libre bajo ese sol unos minutos, así que me paré reclinada sobre el marco de la puerta, observando lo único que acontecía: autos que pasaban.

Mi óptica está a metros de la esquina en un cruce concurrido. Los autos disminuyen la velocidad para atravesarlo ejerciendo algún extraño magnetismo sobre la mirada de los transeúntes.
En la posición de cualquier chusma de barrio, escudriñaba yo dentro de los autos para observar cómo lucía el conductor de los modelos más caros. El ocio siempre es denigrante.
Un auto de modelo absolutamente inusual para el barrio, un Mercedes Benz color crema amarillento, detuvo su marcha por el cruce, justo frente a mi mirada. El conductor me miró, y comenzó a buscar algo en la guantera. Luego estacionó el auto contra el cordón de la vereda. Se bajó y se encaminó a mi óptica.

Se dirigió a mí en otro idioma. Apenas pudo decir dos o tres palabras en castellano que no coordinaban en ningún sentido, mezcladas con otras muchas en ruso. Lo que me dijo me resultó incomprensible. Dijo “anteojos”, yo le dije que sí. Le hablé en inglés, le hablé en francés, le hablé en italiano. Pero no hubo posibilidad alguna de comunicarse. Se dio por vencido y se fue diciendo “yo volver”. El hombre era rubio y alto. Lucía un traje elegante y nuevo. Se fue, pero a los pocos días volvió.

Volvió trayendo un séquito. Bajó del Mercedes Benz un hombre mayor rodeado de cuatro o cinco más. El hombre mayor me fue presentado por un traductor como el embajador de la Unión Soviética. El traductor era muy eficiente, servicial y amable con el embajador, en actitud de súbdito.

Conversé con el embajador a través del traductor, y me encargó sus anteojos. Estaba muy satisfecho. Se lo veía agradecido por la atención que le había dado. Al venir a retirar su anteojo me comunicó su satisfacción y que mi óptica había sido elegida como proveedor oficial para los diplomáticos de su embajada. Se fueron y no volví a ver nunca más a ese embajador viejito.

Al poco tiempo llegó otro Mercedes Benz que revolucionó el barrio. Entró a la óptica el individuo que vino la primera vez, el que hablaba ruso sin poder hacerse entender, pero no vino solo, sino acompañado por otro que hablaba castellano fluido. Imaginé que este personaje sería un diplomático y que se había traído un traductor.

El traductor se comportaba igual que el anterior que conocí, solícito, amable, traduciendo todo lo que decía el comprador, esmerándose por no dejar ni el mínimo detalle fuera de traducción. Le hacía preguntas en ruso que el otro le respondía, y cuando daba por entendida la cosa me traducía la pavada más insignificante.

Con la estúpida afectación burguesa que caracteriza a los de mi clase, queriendo establecer categorías humanas, yo me dirigía solemnemente al que creía diplomático, y conversaba más livianamente con el traductor en castellano. Este resultaba franco y dicharachero conmigo, alegre y chistoso.

Para saber si había sido verdad eso de figurar entre los proveedores oficiales de la embajada, le pregunté al traductor cómo habían llegado ellos hasta mi óptica. Me contestó “no sé, él me trajo”.
Como el hombre que elegía dudaba en decidirse, temiendo ya que se retirara sin comprar, le dije al traductor “dígale que soy proveedor oficial de la embajada, que yo le hago los anteojos al embajador”. “¿Ah, sí? “ me replicó pícaramente el traductor, “por el momento no es verdad”.

Yo me lo quedé mirando desahuciada por la vida. “Porque el embajador soy yo”, agregó disfrutando del equívoco. Apiadándose de mi estupor y sin dejar de reírse, me explicó que había habido un recambio y que él, Oleg Kvasov, había sido designado nuevo embajador de la Unión Soviética, y que el viejito no volvería más. Entonces, ¿quién sería ese personaje al que el mismo embajador de la Unión Soviética servía de solícito traductor con la actitud de súbdito?¿Sería acaso el Premier del Kremlin?

“Dígame por favor”, le dije a su excelencia Oleg Kvasov en el tono de complicidad y confianza que ya habíamos establecido entre nosotros, ¿quién es el señor que lo acompaña, es alguien muy importante? “Bueno,......... es mi chofer” me contestó alzando las cejas, sorprendido.

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14 de febrero de 2008

Partir el vidrio



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Optica Foto Suárez, era en realidad una antigua casa de fotografía de Martinez, que había adosado la sección "Óptica". Allí se revelaban fotos, se vendían rollos y cámaras fotográficas, y se sacaban fotos-carnet en una sala interior que llamaban el "estudio fotográfico". Más adentro había un laboratorio fotográfico para el revelado en blanco y negro. En ese lugar nadie era óptico, sólo yo, recién recibida y sin experiencia. La sección óptica estaba a mi cargo, yo era la "directora técnica".

Hice bien mi trabajo. Produje buenas ventas, y en seguida comencé a calibrar los anteojos, a mano, como se hacía entonces y hasta casi la década del noventa, en que aparecieron las calibradoras automáticas, que son computadoras que realizan el corte, rebaje y bisel de la lente de acuerdo a un molde.

Atendía al público, cortaba cristales en una máquina de cortar vidrio, y los biselaba en una moladora de piedra de carborundum, alimentada con agua por una bomba que la hacía circular mojando la piedra. Luego los colocaba en el armazón dilatándolo con calor.

La máquina de cortar vidrio, un verdadero progreso de la época, superador de la primitiva herramienta llamada"widia", no hacía menos manual a la técnica. Era algo así como la máquina de coser a pedal en relación a la costura a mano con aguja y dedal. Un gran progreso una en relación a la otra, pero una técnica manual las dos.

La máquina de cortar vidrio cambiaba apenas un poco la tensión psíquica que provocaba el trabajo de calibrado de anteojos.

Cuando pienso hoy en lo primitivo del método, no puedo creer que sea yo misma la que vivió tanto cambio en la técnica de calibrado. Si yo tuviera que emprender hoy el calibrado de anteojos con esos elementos primitivos, me sentiría absolutamente desesperada. Me negaría, desde todo punto de vista, a emprender una tarea tan ingente.

Pensar que cuando fui a tomar mi trabajo, iba dispuesta a hacerlo. Me causa escozor saber hasta a qué punto me había entregado al destino que yo no había elegido. Me causa temblor saber hoy, que sabiendo entonces lo que me esperaba, tuviera tal grado de resignación.

La tarea era muy desgastante, muy estresante, el riesgo de romper un vidrio era muy grande. No me daba cuenta entonces, de que la cosa era un poco diferente cuando el cortador era el propietario de la óptica. La ganancia que tenía el dueño de la óptica triplicaba el valor del cristal. Ese alto porcentaje de ganancia se debía justamente, a la alta probabilidad de perder la pieza, no una vez, sino también dos.

Pero yo era una empleada, y no se me había dicho que podía romper tranquila hasta dos veces el mismo vidrio. Para mí, cada vidrio que cortaba era un salto al precipicio, una ruleta rusa. Siempre me corrió un escalofrío en la espalda, en el momento de separar el cristal del excedente. Tanta responsabilidad hizo que prácticamente no se me rompiera nunca ningún vidrio. Si me hubiera relajado, se me habrían roto. Es imposible cortar vidrio sin ponerse en tensión.

Aunque no era sólo la pérdida de ganancia mi preocupación, sino la dificultad de retrasar el trabajo prometido, causando un conflicto con el cliente. Muchas veces las lentes tardaban varios días en confeccionarse. Romperse una lente significaba tal vez una semana más de espera, y un cliente desesperado y enojado. La perspectiva de la rotura de un vidrio en el proceso de calibrado, fue siempre demasiado insoportable para mí. Así que procuré que no sucediera, y eso fue a costa de soportar siempre la tensión.

Además, durante toda mi vida necesité silencio total alrrededor mío en el momento de partir el vidrio. Supongo que es como cuando un jugador está por patear un penal. Supongo que está tenso, que necesita concentración, y silencio. Yo podía estar conversando alegremente mientras trabajaba, pero menos cuando debía cortar el vidrio. Mi repentino pedido de silencio, hacía sorprender a cualquier interlocutor que tuviera en ese momento a mi lado.

Tuve siempre la sensación de que nadie entendía por qué yo pedía silencio tan de repente, y en forma terminante. El grado de sorpresa que manifestó siempre cualquier interlocutor en ese momento, revelaba que yo transmitía intempestivamente un insólito estado de conmoción.

La tensión que me acompañó decenas de miles de veces, tantas como cristales corté en treinta años de trabajo, fue un valor agregado a la resignación. Después de alguna jornada de trabajo dura y estresante, me solía venir a la mente como una ironía la frase de mi madre: ¡Qué linda profesión para una mujer!

Todo este cuento sobre mi sufrimiento no tendría sentido si no fuera destinado a señalar el afecto que fui construyendo en medio del dolor. Al paso del resentimiento, caminaba la ciencia óptica oftálmica dejándose conocer y degustar, abarcar y poseer. Fui conociendo de la óptica cosas asombrosas, cosas que se toparon conmigo en el camino. Como la estrecha relación de los defectos refractivos con el carácter de la persona. Como el curioso comportamiento del ojo, en su capacidad adaptativa. Como la imposibilidad de ser objetivo en la calificación de la propia vista.
Eva Row

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12 de febrero de 2008

El hombre del podrido tornillo






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Voy caminando sin mucho apuro para abrir mi óptica. Desde lejos veo que alguien que no conozco está frente a la puerta. El hombre consulta el reloj en su muñeca. Cruza los brazos sobre el pecho. Levanta la cabeza hacia el cielo. Baja luego la cabeza y mira sus zapatos. Descruza los brazos y mete las manos en los bolsillos. Termina la secuencia espasmódica descansando su esqueleto sobre un auto estacionado, mirando la puerta cerrada de la óptica. Vuelve a mirar el reloj.

Es obvio que tiene algún problema con un anteojo que no se hizo en mi óptica. Tampoco viene a hacerse un anteojo nuevo. Está sin saco, con la corbata aflojada, es alguien que dejó el trabajo y quiere volver rápido. Sólo puede estar esperando que le pongan un tornillo. Voy rumiando disgustada.

Apuesto a que se le perdió un tornillo y en el bolsillo tiene el anteojo con la patilla suelta. Imagino el escenario previo: al tomar el anteojo se quedó con una patilla en la mano. Trató de usarlo con una patilla sola, pero se le inclinaba y veía doble. Quiso arreglarlo con un pegamento, pero embadurnó el vidrio. Quiso limpiar de pegamento el vidrio, pero lo expulsó del marco. El vidrio cayó al suelo y se astilló en el borde. Sin anteojos no puede hacer nada, con todo el trabajo que tiene.

“¿Dónde hay una óptica por acá?” Preguntó a cualquiera. “A dos cuadras para allá” le dijo alguno. Se vino corriendo y encontró el negocio cerrado. Preguntó en el local de al lado. Le dijeron “espérela, ya está llegando”.

Yo sigo caminado, sin apuro. Al tipo no lo conozco, pero sé todo lo que le pasa. Me lo sé de memoria. Casi todos los días de mi vida me está esperando un tipo que no conozco que perdió un podrido tornillo. Apuesto a que antes de que abran todas las ópticas del mundo, hay siempre un tipo desconocido esperando ansioso en la puerta, con el único objeto de que le pongan un podrido tornillo.

“Nada más para poner un tornillo”, ya sé, me va a decir el hombre cuando yo llegue a la puerta, sonriente, genuflexo, como si hubiera visto llegar a la Virgen María. Pero acto seguido va a agregar una frasecita que me hace a mí tan prescindible en su vida como para los ateos la Virgen María. “Si yo tuviera un tornillo y un destornillador, me lo hubiera puesto solo, pero no tengo. Es una pavada, es cuestión de un minuto”.

Todo este diálogo se va fantaseando en mi cabeza antes de llegar, y continúo contestando en la misma fantasía: ¿Por qué mierda no preguntaste dónde hay una óptica cerca cuando te hiciste el anteojo nuevo? ¿Por qué mierda no te vas a poner el tornillo a la óptica que te lo hiciste? ¿No sabés que la óptica es una ciencia muy antigua y respetable? ¿No te enteraste de que grandes filósofos de la historia eran ópticos? ¿No sabés que Spinoza era óptico? ¡Qué vas a saber vos quién era Spinoza!

Mientras camino, evoco las humillaciones sufridas por mi ilustre colega Spinoza, salvando las distancias, y asocio al tipo del podrido tornillo con el mensajero de un tribunal gentil que me trae un aviso de "jerem" (excomunión), como hicieron con Spinoza. Como Sócrates, me tomaría una poción de cicuta antes de tener que pasar por ésto, una y otra vez.

Llego a la puerta y fatalmente el tipo me dice: es por un tornillo nada más, si yo tuviera un destornillador me lo pondría solo........

Una vez se me ocurrió decirle al tipo del podrido tornillo: yo le presto un destornillador, siéntese, acá tiene la caja de tornillos. En lugar de sorprenderse aceptó la oferta. Se sentó, le alcancé la caja con un motón de tornillos separados por diversos espesores y largos. Le alcancé la pinza de cirugía que uso para atrapar tornillos de la caja. Use ésto para sacar un tornillo, le dije, y me fui para atrás dejándolo solo.

Atrás tengo una ventanusca de vidrio espejado. El tipo no me veía, yo a él sí. Empezó el espectáculo.

Agarró un tornillo con la pinza y lo primero que le pasó es que se le voló. El hombre se sintió desesperado. Se me escapó el tornillo, dijo, mientras lo buscaba infructuosamente en el piso de mosaico de manchas atigradas. Si tuviera los anteojos podría buscarlo, dijo con voz implorante. ¿No me lo puede poner Ud? resignándose al valor de mi existencia en este planeta.

Sí, claro, dije. Y me dispuse a poner el tornillo desplegando un procedimiento exageradamente largo. El hombre miraba atentamente, ahora respetuosamente. Primero hay que rectificar la rosca, expliqué, como enseñándole. La herramienta que se usa se llama porta calisuar, al que se le pone un macho del ancho del tornillo. Hay que rectificar la rosca para que el tornillo no se vuelva a salir, por algo se salió, dije. Hay que hacer las cosas bien. A mí me gusta hacer las cosas bien, o nada. El hombre asentía callado. Calmo, entregado, ya no miraba el reloj.

Las gracias que me dió al irse, además de un pago, cambiaron la relación con la cosa que me torturó durante tanto tiempo. Por primera vez no me quedé como una idiota diciendo, está bien, no es nada, vaya tranquilo, a un tipo que me usó y me tiró en cinco minutos.

Ahora, cada vez que me espera el hombre del pdrido tornillo le espeto primero que nada un precio exagerado, el golpe lo lastima, cinco pesos. ¿Cinco pesos? Dicen algunos, ¿por un tornillo? y se van. Otros se tragan el golpe y dicen: está bien, o , no hay problema.

Mientras pongo el tornillo explico todo el procedimiento, para que se justifiquen en algo los cinco pesos que le hago pagar al pobre cautivo. Algunas personas inteligentes suelen hacerse clientes míos al verme poner un tornillo con tanta dedicación.

Pensar que ninguno de los que se llevaban puesto el podrido tornillo sin pagar, volvió nunca a hacerse un anteojo conmigo. En cambio, desde que cobro el tornillo, sí empezaron a volver. La gente necesita tratar con personas que se valoren a sí mismas.
Eva Row

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8 de febrero de 2008

Il prezzo.


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Una escena de la ópera Tosca, de Giacomo Puccini:

Tosca ofrece soborno a Scarpia para que libere a su amante de la tortura y la cárcel. Scarpia rechaza el dinero y pide su cuerpo. Tosca dice: "¿quanto?", "¡ il prezzo !" Scarpia contesta: "A donna bella io non mi vendo, a prezzo di moneda". Tosca mata a Scarpia para no entregarse.

Cuánto. El precio. A una mujer bella yo no me vendo a precio de moneda.

Fui peor que Scarpia. Me vendí a precio de moneda. No fui como Tosca, yo entregué el cuerpo. Pero lo que entregué fue mucho más de lo que gané. Fui yo la que pagó el precio y no fue un precio de moneda.

Óptica Foto Suárez, estaba en Alvear 62, Martinez, a tres cuadras de la estación, en una calle coqueta, llena de negocios lujosos. Me llegué hasta allí, y me tomaron. Enseguida me dí cuenta de que no me daban los horarios para seguir estudiando Física. Así que me dediqué a la óptica.

Cambié el ambiente científico e intelectual por un negocio de pueblo rico, donde el dueño era conocido por el sainetero apodo de "el Chocho".

El Chocho me trató como a una princesa. Me destacó a una especie de oficina y taller, con una ventana al sol, solo para mí. Allí había una mesa de trabajo, y al lado una biseladora.

No volví a pisar la Facultad de Ciencias Exactas, en Nuñez, hasta casi cuarenta años después. No me atreví a volver por miedo a sentir demasiado dolor.

Hace poco, andábamos con el auto por la Ciudad Universitaria porque mi hijo tenía que hacer algo que no me acuerdo, y acepté el desafío de la vida, y dije que quería volver a entrar a mi facultad. No hice más que pasar la puerta grande de vidrios con emoción y alegría verdadera, cuando miré la pared lateral de marmol claro que antes estaba lisa y ahora tenía una larga lista de nombres inscriptos.

Me dispuse a leer esos nombres cuando caí en la cuenta de que se trataba de los compañeros que desaparecieron en el Proceso. ¡Qué cachetazo, por favor! Ahí estaban un montón de genios, como Alvarez Rojas, que nos dirvertía con la expresión que había acuñado para significar lo infinitesimal, decía que era "como un pedo en el cosmos".

A ellos sí que les hicieron pagar el precio, esos milicos asesinos, infinitesimales, verdaderos pedos en el cosmos humano.
Eva Row

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7 de febrero de 2008

Todo tiene un precio


Y no tenía un centavo en el bolsillo. No me daban en mi casa más que para el colectivo, para libros, la ropa elemental, zapatos, y tela. Había aprendido a coser mi ropa sola y me hacía lindos vestidos. Me gustaba cortar una tela y pasar la máquina Singer que trajo de Inglaterra el domador de un circo al negocio de mi papá, quien se la compró, afortunadamente, porque la sigo teniendo. Estudiaba Física, y cosía en la Singer, como la mejor chica de barrio.

¿Vas a estudiar qué? gritó mi amiga Rita horrorizada, cuando le dije que para tener algo lindo que ponerme, en las vacaciones, iba a ir a estudiar "Corte y Confección". Ella estudiaba Física conmigo.

Aprendí Corte como un ingeniero. Fuí dos meses, una vez por semana y con eso me alcanzó. La "profesora" estaba asombrada de mi capacidad de aprendizaje. Las otra alumnas me miraban con envidia venenosa. Yo me sentía en un leprosario. Huí de ese antro, de ese aquelarre, lo más rápido que pude, no me dieron los piés para seguir la velocidad de mi voluntad.

En ese verano le dije a Rita, que me iba a anotar en el Curso de Optica que se daba en la Facultad de Farmacia y Bioquímica. Me preguntó por qué. Le dije que mi mamá quería, y que yo iba a hacerlo sólo para que ella dejara de atormentarme con el tema de que con Física no iba a ir a ningún lado. Que una vez que tuviera el título, ella se iba a quedar tranquila. Que el título ese lo iba a archivar y que continuaría estudiando en Exactas.

Mi amiga me asombró diciéndome que ella también quería hacerlo. Entonces fuimos las dos. Nos anotamos. Dimos el examen de ingreso sin necesidad de prepararnos porque para nosotras era "pan comido". Y la carrera entera la hicimos juntas. Una porquería. De principio a fin.

Faltaban dos meses para terminar óptica. Mientras, seguía cursando en Exactas. Era septiembre. Al llegar a mi casa mi mamá me sorprende una noche diciéndome lo siguiente: salió un aviso en Clarín buscando Optica, mujer. Salen muchos avisos, todos los días, ¿sabés? Recuerdo cómo se abrió mi boca esperando la continuación del relato.

Y siguió: Llamé por teléfono, sólo para saber cuánto pagaban, nada más. Le dije al hombre que tenía una hija que estaba por terminar la carrera y quería saber cuánto se pagaba y qué condiciones había que tener para aspirar a ser elegida. El hombre se empezó a interesar en vos. Me preguntó cuánto te faltaba, le conté que dos meses. Me preguntó cómo eras. Le dije que eras inteligente, que eras trabajadora y honesta. En fin, me dijo que vayas a verlo, que podés empezar a trabajar si le gustás. Que es legal tomar la dirección técnica de una óptica aún sin estar recibida cuando falta poco.

Un volcán interno me salía de las entrañas mientras escuchaba semejante intromisión en mi vida. Pero justo antes, justito antes de que entrara en erupción, mi mamá asestó la pregunta clave que torció mi destino como un huracán aplasta contra el piso a un pájaro en la rama: ¿sabés cuánto es el sueldo?

La cara de mi mamá tenía una mueca de triunfo. Una sonrisita perversa asomaba en su comisura izquierda. La pasión que me había quemado de bronca se hizo hielo, y me convertí en ese indio que apuntaba con una flecha al español cuando el invasor acertó a mostrarle un espejo. Dicen que el indio se asustó de sí mismo viéndose la cara fiera. Pero yo sé que es mentira, fue el espejo que lo desarmó, pero no por verse la cara, sino por descubrir algo que no estaba en su imaginación.

No estaba en mi imaginación disponer de un sólo peso en esa vida sacerdotal que me ligaba al estudio. Simplemente no había imaginado la situación de disponer de dinero.

Jamás había tenido dinero. Mis padres me tuvieron a régimen de escasez total. Nunca supe el gusto que tenía el sándwich de jamón y queso que se vendía en el Kiosco de mi Colegio en Belgrano. Mis compañeras, acostumbradas a compartir, me ofrecían un pedazo. Pero yo decía siempre que no tenía hambre. Sabía que si probaba, corría el riesgo de sufrir por no poderlo comprar. Rechazar el pedazo de sándwich era un ejercicio de flagelación al que estaba acostumbrada.

Dinero. Tener mi dinero. Dinero ganado con trabajo. Y bueno. Al fin y al cabo trabajar de óptico no está mal considerado socialmente. No era lo mismo vender como mi papá, en un comercio cualquiera. La óptica también era una profesión. Y si yo aceptaba, también iba a poder seguir estudiando Fisica, aunque sea de a poco.

Así que pregunté: ¿cuánto?
Eva Row

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6 de febrero de 2008

Mi óptica II


Baruj Spinoza, filósofo, científico y óptico,
tallador de lentes, entre otros para su amigo Huygens,
inventor del microscopio.

Sólo ahora, que tengo un hijo en la facultad, me doy cuenta de todo lo que puede saber la madre sobre un hijo de esa edad, aún sin que él lo sospeche.

Un día mi madre comenzó a decirme cosas como ¿Adónde va una mujer con tu carrera? Me asombraba la pregunta. Mi mamá no lo decía mal, pensaba cosas que yo no pensaba. Yo no había pensado mi vida más allá del estudio. Estudiar, eso era mi vida. Y lo que estaba estudiando era lo máximo.

Jamás se me ocurrió que alguna vez debía ganarme la vida, o en planear mi vida en algún sentido. Yo estaba frente a la Ciencia con mayúsculas, como una tímida advenediza, sin perder el asombro, sumergida en un mundo exclusivo, conmovedor, que hacía nacer en mí una persona nueva cada día, cada clase.

Y ella insistía. Mirá el óptico Mizrahi (el que me hacía los anteojos) qué linda profesión, y qué linda profesión para una mujer..., decía suspirando. A mí no me molestaban esos comentarios, más bien me dejaban perpleja. No entendía qué cosa pasaba por la mente de mi mamá. Pero las palabras iban entrando en mi cabeza, como si un sutil método de trepanación indolora hubiera horadado mi cerebro.

En realidad, yo no estaba bien. Y ella lo notaba. Creo que se notaría la escasa confianza en mí misma, la falta de planes sobre el futuro. Sentía que el mundo de la ciencia superaba mi enorme pequeñez. Y estaba comparándome todo el tiempo con mis compañeros.

Por un lado, con los genios, Guillermo Fernández D'Oliveira, Alfredo Iusem, y otros cuyos nombres ya olvidé. Unos cuantos intelectos superlativos que de las clases sacaban un mundo de conclusiones, mientras yo apenas si me sentía capaz de hacer pié en lo menos hondo de esa pileta sin límite. Desazón era lo que sentía, pero no abandonaba permanecer al lado de tales maravillas humanas, educados en el Nacional Buenos Aires, por supuesto, no como yo, en un bachillerato liviano de Belgrano.

Por otro lado, me comparaba con los chatos aprobadores de materias. Había unas cuantas chicas, que estaban diciendo todo el tiempo que "no entendían nada", y que sin embargo, aprobaban. APROBABAN. Como yo, aprobaban.

Y me sentía mal, angustiada. Muy angustiada. Y se ve que mi mamá lo notaba.

Eva Row

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4 de febrero de 2008

Concursos de Belleza


Los que peleamos por derechos de la mujer, somos enemigos del machismo, no de los varones, y no somos amigos de todas las mujeres. No nos juntamos por la forma de los genitales, sino del pensamiento. Varones y mujeres antimachistas se enfrentan contra varones y mujeres machistas y contra el modelo de mujer que forjó el machismo, encarnado sin duda en muchas mujeres.

Si hay alguna característica machista preponderante en varones y mujeres, ésta es la arbitrariedad. Y la Biblita es la arbitrariedad con patas y boca de jarro.

Los concursos de belleza y sus reinas, son la fiesta más infame del machismo. Así que burlar a la Biblita por su afán de ganar ese concurso, se encuadra perfectamente en la crítica al modelo femenino que no respetamos. Vale también para Cristina por los botox que le arruinaron la cara de mujer de rostro encantador, que tenía antes de caer en aspirante al mismo concurso.

¿Reina de Belleza? Sí, Reina de Belleza, ¿Comebombones? Sí, comebombones. ¿Señora Feudal del Chaco? Sí. ¿Puntaesteña? Sí, puntaesteña. Y antiabortista, como cuadra a una buena hija de la oligarquía chupacirios bienpensante del interior.

Ya sé, Cristina también antiabortista, ya lo sé, no hace falta que lo digan, no se molesten por favor en hacérmelo recordar, que me duele bastante. Sin embargo, tengo la esperanza de que algo pase a este respecto, todavía Cristina no dijo que “vetaría una ley del Congreso si fuera aprobada”.

La Biblita es por ahora la dueña de la jaula de los gorilas. Pero como los gorilas responden a su domador, los EEUU del Norte de América, en cualquier momento se pasan al zoológico que está poniendo Macri.


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3 de febrero de 2008

Mi óptica


Todos dicen "mi óptica", "según mi óptica", "desde mi óptica", "de acuerdo a mi óptica", y yo siempre, cuando escucho esta expresión, pienso: "yo sí que tengo mi óptica".

Pocas personas, en relación a todas las personas que hay en el mundo, tienen su óptica. Yo sí tengo una.

Yo tengo una óptica en el Once, un negocio de óptica, soy óptica, hago anteojos recetados. Comencé en el año 71, después de tomar la decisión de abandonar la Facultad de Ciencias Exactas, la carrera de Física. Una decisión terrible.

Mi madre pergeñó todo, fui una pieza del ajedrez al que ella estaba jugando. Increible, ya era grande, y seguía siendo manipulada por mi mamá.

Voy a contar la historia, de a poco.
Eva Row

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2 de febrero de 2008

A ULSCHMIDT

Le escribo ésto en la madrugada,
desvelado, tras soñar con un nogal
y un lobo blanco en sus ramas
cuya cola se rizaba,
y se rizaban los rizos de la cola
en infinitos fractales.

Ulschmidt



Hasta los veinte años todos somos poetas,
después, sólo los poetas. Eva



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¿Qué pasa con Freud?


El aparato psíquico, aportado por Freud a la consideración de la cultura, es una “propuesta gráfico-descriptiva-funcional”, en la que ocupa un lugar preponderante el inconsciente. Digo aportación a la cultura, porque muchos sufrimientos humanos se han aliviado o desaparecido, sin necesidad de tratamiento individual. Y muchos sufrimientos serán evitados a futuros congéneres gracias al cambio ocurrido en la cultura por influencia de Freud. Claro que no todo lo que ha escrito Freud tiene la misma importancia ni efectividad. Lo que vale es lo que subsiste, lo que ha modificado para siempre el modo de pensar sobre muchos temas, como el de la sexualidad. Hasta quien ignora totalmente lo que dijo o hizo Freud, no puede exiliarse del cambio cultural operado en la sociedad.

Así como ciertos problemas matemáticos pueden resolverse por método gráfico, así Freud, presenta una solución gráfica eficaz para explicar los procesos psíquicos y sus derroteros. En vano los cultores de la Neuro-Físico-Química del cerebro se enfrentan a la propuesta de Freud, y la resisten como si ésta amenazara el progreso de la otra. Los caminos son diferentes y los objetivos también. Ni la propuesta de Freud pretende reemplazar a la Medicina del cerebro, ni ésta debe pretender lo imposible que es suplantar con una pastilla de bienestar químico la tarea propuesta por Freud de aprender a lidiar con el dolor normal de la vida y soportarlo, y a defenderse del dolor inútil propiciado por los manipuladores de nuestra voluntad que viven sus malas vidas a nuestras expensas, y a firmar un tratado de paz entre nuestros deseos y nuestra moral, sin dejar de lado a ninguno de los dos contendientes
.

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Sholem Mandelbrot


“Eso ya estaba ahí, y yo simplemente lo descubrí”, dijo Mandelbrot. Todos aquí le dimos la misma interpretación a los dichos, y eso desató una polémica. Nadie dijo que Mandelbrot quiso decir otra cosa que lo que entendimos todos. Y sin embargo….hay otra interpretación posible de los dichos. Veamos. El resultado de mi investigación necesita comenzar por el principio.
Benoît (Beni) Mandelbrot nació en Varsovia en el año 1924, en el seno de una familia judía en la que el padre hacía compraventa de ropa. Los tíos de Mandelbrot eran matemáticos y educaron al niño en esa disciplina. Decidieron que debía estudiar en el Gimnasium (secundario polaco) para después ir a la Universidad a estudiar Matemáticas. En el año 1936, toda la familia se traslada a Francia, porque Beni ya no podía aspirar al Gimnasium, en Polonia los judíos tenían la cuota cada vez más limitada, en cambio en Francia las cosas eran todavía diferentes.
En Francia los tíos de Mandelbrot consiguen cátedras en el Politécnico. Viene la guerra en el 39 y BM deja de concurrir a la escuela secundaria, pero estudia en casa, vigilado y asistido por los tíos. Al finalizar la guerra BM se presenta en el colegio secundario para continuar sus cursos, pero en lugar de ello le toman un examen y le otorgan el Título Secundario. Todo en el mismo día.
BM va a la Universidad Politécnica donde enseñan sus tíos. En el año 45 su tío Sholem le muestra un trabajo de Julia publicado en 1911, sobre un asunto muy complejo y extraño, la descripción matemática de una estructura muy caprichosa, y además con gráficos de las estructuras. El tío cree que ese debe ser el camino por el que tiene que transitar su sobrino. Pero Benoît Mandelbrot estaba rebelándose contra su tío, y algo así como que se lo tira por la cabeza. Su vida empieza desde entonces a ser gobernada por sí mismo.
Decide irse de Francia, se va y vuelve, y vuelve a irse, es un poco nómade e inestable, y termina trabajando para IBM en EEUU en los años 70, en investigación de la computación. Tanto tiempo después, se acordó de ese trabajo perdido en la neblina del olvido y lo rescató en principio para representar gráficamente esas estructuras de Julia como fuente de imágenes interesantes, de las que tenía las fórmulas. Para llevar esto a cabo, tuvo que desarrollar no solo nuevas ideas matemáticas, sino también algunos de los primeros programas de computación para imprimir gráficos. Y de paso se entusiasmó y la siguió.
El camino del fractal le abrió un mundo nuevo. Su destino estalló como un fractal. Fue además, tan perspicaz como para darse cuenta de que la estructura fractal está presente en casi todos lados. No es verdad que sólo se puso a iterar fórmulas, trabajó en serio, duro y recto para obtener lo que obtuvo.
Los fractales le dieron fama mundial. Se aplican las estructuras fractales para explicar el crecimiento de las células mamarias, para explicar la forma del brócoli, el comportamiento de los mercados, y ahora don Mandelbrot (en idish: pan de almendras) está sacando un libro sobre el comportamiento fractal de las ganancias bursátiles.
Don Mandelbrot tiene muchos motivos para sentir culpas y remordimientos. El trabajo original, el verdadero mérito, no es suyo sino de Julia. El haberlo conocido se lo debe al tío. El haber mandado a paseo a su tío, junto al trabajo que le proponía continuar, se le debe revelar como una injusticia irreparable. Crimen y castigo. Éxito y castigo, en este caso.
Es muy probable que Mandelbrot haya hablado por el inconsciente cuando dijo “yo no hice nada, estaba todo ahí”. Es muy probable que interiormente no se sienta en paz con el necio pago que dio a su tío Sholem, cuyos huesos deben regocijarse hoy en algún cementerio del suelo francés.
El inconsciente funciona así. Ahí está Rascolnicov (el de Dostoievsky) torturado por la culpa, siendo reo y juez de sí mismo, condenado por su conciencia, engrilletado por su inconsciente, preso entre dos entidades internas, una en pugna con la otra. “Yo no hice nada, estaba todo ahí”.
Eva Row

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El maestro Firpo




Si se quiere describir la regularidad del mundo físico y químico, se aplicarán las matemáticas, y luego, se tendrá la convicción de que el mundo se comporta en forma matemática.

Si se quiere describir la belleza del mundo, se copiarán sus formas y colores en una tela, y luego se tendrá la convicción de que el mundo se comporta como un cuadro.

Si se quiere describir la tristeza y la alegría de la vida, escribe uno una comedia o una tragedia, y luego concluye que la vida es un teatro.

Yo llamaraía a eso "pensamiento fractal".

Y,para amenizar la velada, voy a evocar un texto salido del libro "Qué porquería es el glóbulo" del maestro Firpo, uruguayo, que guardó y publicó cosas que escribieron sus alumnos de la primaria, hace mucho tiempo.

El maestro Firpo les pidió a los niños que escribieran una composición tema "Virtudes del sol". Un niño escribió lo siguiente: "Si no hubiera sol, no habría sombra para refrescarse cuando hace calor". Éste, tanto como que los números están en la naturaleza del mundo, son pensamientos fractales. Le voy a pedir permiso a Mandelbrot y enseguida vuelvo.

Eva Row

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Pino Solanas, su política buitre y la resolución de Ballesteros

EN QUÉ CONSISTE LA POLÍTICA "BUITRE" DE SOLANAS 9/01/2010
Buitre, porque para conseguir el poder se alía estratégicamente con la derecha como un comensal, y la alienta al proceso de destruir al Gobierno creyendo poder así alzarse con el poder al fin de la destrucción, porque confía en que su discurso más verborrágico e incendiario que el de la misma derecha, va a poder eclipsarlo y finalmente va a poder liderar el último tramo de la destrucción y alzarse con el poder.
Leer el post..
RESUELVO: 1) SOBRESEER DEFINITIVAMENTE en la presente causa N° 14467(expte 7723/98) en la que no existen procesados (art. 434 inc. 2° del Código de Procedimientos en Materia Penal) 2) REMITIR copia de la presente resolución (mediante disco) y poner las actuaciones a disposición de las HONORABLES CAMARAS DE SENADORES Y DIPUTADOS DEL CONGRESO DE LA NACION para su consulta o extracción de copias de las piezas procesales que se indiquen a los efectos que estimen conducentes. TEXTO DEL FALLO Leer comentarios

Cuentos de vida

12/02/2008 EL HOMBRE DEL PODRIDO TORNILLO(cuento)
Voy caminando sin mucho apuro para abrir mi óptica. Desde lejos veo que alguien que no conozco está frente a la puerta. El hombre consulta el reloj en su muñeca. Cruza los brazos sobre el pecho. Levanta la cabeza hacia el cielo. Baja luego la cabeza y mira sus zapatos. Descruza los brazos y mete las manos en los bolsillos. Termina la secuencia espasmódica descansando su esqueleto sobre un auto estacionado, mirando la puerta cerrada de la óptica. Vuelve a mirar el reloj. Sigue...
22/02/2010 - UN ÁNGEL EN COLECTIVO (relato)
Yo estaba tan embarazada, que había pasado la fecha de parto y mi familia me cargaba con la siguiente pregunta ¿y cuándo vas a parir? Y yo me reía, esperando que la naturaleza se ocupara en cualquier momento de que llegara mi bebé.
Lady D también estaba embarazada de su primer hijo. El papá de mi hijo decía que nuestro bebé tenía mejor ajuar que el hijo del Príncipe Carlos. Eran épocas de todo importado, y yo, eufórica por mi maternidad, había comprado el mejor cochecito de Harrod's y las ropas y utensilios para bebé, de lo más hermosos que encontré. Leer completo...
06/03/2008 - LOS GLADIOLEROS (cuento)
En el baño empezó a gotear la ducha. Hace de esto cinco años. Llamé a uno de esos brujos de la humanidad que atesoran saberes aquilatados y añejados en paneles de roble, uno de esos que miramos las mujeres agachando la cabeza, reconociendo nuestra inferioridad por efecto de la prueba contundente.
El plomero, que aparece con su bonete inmenso sobre el cual tiene una estrella, trae consigo herramientas que como la varita mágica, sólo obedecen a su secreto conjuro. La casa es un poco vieja, me dijo al irse, la próxima vez no le va a poder cambiar el cuerito a la canilla, va a tener que cambiar los caños. La sentencia estaba echada.
Cinco años después, es decir, ahora, se volvió a romper el cuerito y volvió a gotear la ducha. Leer más...
9/10/2008 - LOS JUDÍOS Y LOS REYES MAGOS (cuento)
Era la mañana del 6 de enero de 1954. Verano. En ese año yo iría al colegio por primera vez. Era la hija mayor de un matrimonio de judíos polacos inmigrantes. Teníamos un local de comercio seguido de vivienda, como había entonces. En el local, estaba mi papá. En la cocina de la vivienda, estaba mi mamá haciéndome el desayuno. Mis dos hermanitos, de 3 y 4 años, estaban aún en las cunas. Yo desayuné, y como hacía todos los días, salí a la calle a jugar con mis amiguitas. Serían las 10 de la mañana. Salgo a la calle y lo primero que veo es que todas mis amiguitas están juntas, y tienen algún juguete en la mano. Me extrañó muchísimo.
La Susi, mi mejor amiguita, tenía una enorme muñeca de trapo que yo no conocía, y la abrazaba y la ponía en el suelo a caminar, y la muñeca blanduzca se bamboleaba sacudiendo las trenzas rubias de hilos de lana de tejer.Leer Más...
16/09/2008 - MI LIBRO DE LECTURA DEL 55 (cuento)
El 16 de septiembre de 1955 yo tenía siete años, y estaba en "primero superior" (hoy segundo grado) de la escuela primaria.
La Revolución Libertadora trajo un cambio a la Escuela. Desaparecieron los carteles que cubrían las paredes en su parte superior tocando el techo de mi aula. De letras inmensas, decían "Segundo Plan Quinquenal-Perón cumple-Evita dignifica". La palabra "quinquenal" me encandilaba con sus sonidos juguetones, y no entendía bien qué quería decir "dignifica".
La presencia de Perón y Evita se trocó por paredes ascépticas, vacías, que me impresionaron cuando volví a la Escuela, después de unos días de asueto. El retrato de San Martín lucía ahora solitario y único símbolo del aula, como frío testimonio en blanco y negro de una historia lejana, sin la companía de aquellos carteles de colores alegres, de fondo amarillo y letras rojas, que representaban cosas del presente. Leer más...
13/11/2008 - GUEFILTE FISH (cuento)
Como yo soy la intelectual de la familia, mi cuñada Rivke me tiene envidia. ¿Qué creías? Te voy a contar lo que pasó. Era Rosh Hashaná y mamá invitó a hacer fiesta en su casa. Yo no le dije que no, ¿qué, acaso quiero cocinar para diez personas? Si a ella le gusta, que lo haga ella. El día que no esté mamá, va a ser otra cosa. Ahí voy a tener que cocinar yo, porque no voy a esperar que mi cuñada aprenda a cocinar, ni voy a comer esas porquerías que hace que no tienen gusto a nada.
Bueno, te estaba diciendo. Resulta que me puse a leer la historia del guefilte fish, en un libro antiguo de cultura idish. Vos sabés que a mí me gustan los libros, no voy a dejar de leer libros sólo para que mi cuñada no se sienta mal. Entonces leí que el guefilte fish estaba formado por tres distintas clases de pescado por una razón. Yo siempre me pregunté cuál serìa la razón de que fuera necesario hacerlo de distintos pescados. Leer más...
24/12/2008 - UN CUENTO DE NAVIDAD (cuento)
A pesar de ser judía, celebré Navidad mientras duró el matrimonio con el padre de mi hijo, que murió en el año 1994. Era gallego, socialista y agnóstico, pero le encantaba la Navidad, una costumbre que su madre engalanaba con una enorme Empanada a la Gallega que quedó en la memoria de sus cinco hijos. La Empanada a la Gallega de Doña Encarnación, a quien no tuve el gusto de conocer porque llegué tarde a la vida de esa familia, se repetía cada Navidad, con el consiguiente comentario obligado, “nada que ver con la que hacía la vieja”.

Mi nene era muy chiquito, recién ese año se había dado cuenta del personaje de Papá Noel. Su papá se disfrazaba y hacía las delicias de todos los chicos. Le habíamos dicho que iba a venir Papá Noel, con una bolsa de regalos. Leer más...
04/05/2008 - BUNGE ME SALVÓ LA VIDA (relato)
Bunge me salvó la vida con el mismo extraño mecanismo con el que mi hermanito descubrió la palmeta. Primero cuento la historia de mi hermanito. Después retomo con Bunge.
Capítulo 1. El extraño caso de mi hermanito y la palmeta
Un día apareció Raid.
Un aviso novedoso decía por televisión: ¡con la palmeta NO! ¡Llegó Raid! y aparecía en un dibujo animado, una palmeta estrellando insectos en la pared enchastrada de moscas aplastadas, y luego una señorita disparando el Raid por el ambiente. Mi hermanito y yo estábamos mirando televisión, y ambos nos asombramos. Leer más...