Decime ¿vos tenés marido o esposa, o novia o padres o hijos, o amigos? Claro que sí. ¿Y ellos son perfectos?¿Son como a vos te gustaría que fueran? ¿No es cierto que no? ¿No tienen defectos? Claro que sí. Y algunos de sus defectos ¿no son grandes defectos? Claro que sí. ¿Y por qué creés que seguís viviendo con ellos a pesar de sus defectos? No es por sacrificio, a no ser que seas muy desgraciado. Es porque también tienen virtudes.
Uno traza los lazos de la vida por las virtudes que tienen los que enlazamos. Necesitamos de ellos eso que están en condiciones de darnos. Y nos bancamos lo demás, a veces protestando, otra veces aguantando.
Las personas valen por sus virtudes, independientemente de sus defectos. No puede ser que el valor de una persona se determine únicamente por sus defectos sin tomar en cuenta ni la calidad ni la cantidad de sus virtudes.
Hay algo en la noción de justicia que falla. Esa balanza que tiene en la mano la mujer con los ojos vendados no es equitativa. Se manda presa a una persona por un delito. Se supone que las virtudes no tienen peso, no hay una balanza que determine un promedio entre virtuosidad y delincuencia. Parece difícil el tema. Nadie aceptaría sopesar esas dos cosas, porque sería como habilitar un crédito para delinquir a quienes son virtuosos. Pero no es eso. Se trata de que no se puede tratar igual al que vive para el delito que al que ha hecho una excepción a la regla de su virtud. Cuando se le hace una causa por mala praxis a un médico, no pesan para nada todas las vidas que ese médico haya salvado. Obviamente que el problema judicial que planteo, es muy difícil de resolver. Aunque Maimónides dice en el Libro de los Preceptos, que si bien el juez debe fallar en contra de un débil, si este es culpable, luego está en obligación de ayudarlo a pagar su delito. Aquí encontré una visión diferente aunque no exacta a lo que estoy proponiendo.
Pero no hablemos de la justicia de los jueces que condenan delitos. Hablemos de cuando nosotros condenamos defectos.
Todo esto viene a cuento de que no comprendo la reacción de la gente que se traga que Cristina se robó todo, que al no poder ver la cantidad de virtudes del gobierno de Cristina, no tiene capacidad para ver la realidad. Le alcanza con que sea medianamente convincente que Cristina tuvo algo que ver con corrupción, no sabe siquiera cuánto, no está probado nada, pero le alcanza con eso para condenar por más virtudes de las que tenga certezas.
Por eso saqué el tema de Sarmiento. Quise ver cuánta gente se bancaba tomar en cuenta solo las virtudes de Sarmiento para juzgarlo, dejando de lado los defectos. Pero es muy difícil superar la cultura idealista, la del perfeccionismo moral. Una cultura que nació para perseguir, para domesticar, para culpabilizar, para deshumanizar. En definitiva, para dominar. Mientras la cultura ordena ser perfecto y millones de personas se sienten culpables, los que dominan, que imponen la moral a los demás, gozan de la vida pecando de la forma más aberrante.
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