Les hemos dejado a los especímenes de derecha que se apropien y privaticen el discurso de los "valores morales" porque nosotros por no ser hipócritas abandonamos la prédica creyendo que la libertad de acción sin límites es lo correcto. Creyendo que no existen valores morales que predicar, que cada uno haga lo que pueda.
La libertad propuesta por la modernidad de todo el orbe, que no tiene propuestas éticas para la vida individual salvo la de no cometer delitos, es un engaño que oprime a las mayorías sujetas por voluntad a una propuesta de vida con una ética que aunque sea costumbrista, es un proyecto comprometido que exige una claridad filosófica de la cual se carece.
Esta ética sin códigos expuestos tiene eje en la vida familiar con la crianza de los hijos para el bienestar de ellos en la infancia y para cuando lleguen a adultos.
Pero además incluye la felicidad de los padres y su vida de pareja. Ya no se considera el sacrificio ninguna virtud.
Pero los divorcios transcurren en medio de una tormenta de la cual aprovechan los servicios profesionales clásicos como abogados y psicólogos con gran desgaste económico para los divorciandos y sufrimiento de los hijos.
Si hubiera una filosofía que amparara la vida moderna de las familias y sus períodos críticos, la evolución familiar sería más tranquila y menos estresante, desarmando los rencores que impiden el salvatale del patrimonio común y sumen en la desesperación a muchos que jamás se reponen del daño.
En la vida religiosa judía por ejemplo, desde la antigüedad existe el divorcio religioso, cosa que le da al divorciando una aceptación comunitaria respetuosa y encara la separación de bienes en términos de acuerdo. Hace falta también que la Iglesia Católica acepte el divorcio y termine con el matrimonio para toda la vida que es una forma de habilitar la opresión de la mujer. Porque la sociedad sigue aceptando el divorcio del varón pero mira con malos ojos a la mujer que se divorcia.
La estabilidad de las parejas hoy ya no es tan común como lo era antes en el tiempo. Las familias ensambladas, sin embargo, logran mantener el vínculo entre padres varones y sus hijos aún cuando ha habido un divorcio entre ellos. Esto otorga una estabilidad a la vida familiar que antes era inconcebible.
La familia subsiste y la mayoría de los niños superan el divorcio de sus padres y pueden incluso aceptar los nuevos integrantes de las parejas paternas y maternas. Incluso hay multitud de abuelazgos porque ya los abuelos también pueden haberse divorciado y haber formado nuevos vínculos, por lo que cada niño puede tener cuatro abuelos por el padre y cuatro por la madre, lo que suman ocho abuelos que hasta concurren juntos a los cumpleaños. Y los hermanastros hoy se consideran hermanos en una familia extendida.
Estas familias pueden ser ensambladas y felices o pueden no haber superado la separación de los padres viviendo en conflicto eterno. Ambas dos se ven ignoradas por una nueva construcción ética discursiva que le falta a lo que funciona como una práctica efectiva.
El discurso moral va solo en el sentido de aceptar las minorías sexuales como si esto hubiera ganado todos los estrados intelectuales desplazando a la necesidad de formular una ética para vida familiar moderna en la que está sembrada la semilla de los próximos adultos que formarán la próxima sociedad.
No les estamos dando a los que lo necesitan, los códigos éticos de tan importante función social y comunitaria, dejando que la derecha más hipócrita siga haciendo creer que ellos son los dueños de la honestidad mientras como machistas rompen en esencia con todos los derechos de la mujer y apelan a todos los recursos delictivos para aumentar sus ganancias.
Es hora de elevar el discurso ético que además garantiza la función del Estado que acompaña las necesidades de la mujer y la familia mayoritaria. Nadie dice que no se amparen las minorías. Pero no puede ser que se haya eclipsado a las mayorías, ignorándolas.
Esta falta también se paga políticamente.
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