En Buenos Aires, en toda la Argentina, nadie sabía que el presidente Sarmiento tenía una hija mujer. Sólo se sabía de Dominguito muerto en la guerra del Paraguay. Sarmiento lo tenía como hijo adoptivo, aunque tal vez fuera propio. Pero de la hija, nadie sabía nada.
De pronto un día, cuando fue el 18 cumpleaños de la hija, lo más próximo al presidente de la sociedad porteña recibió la invitación al festejo de gala. La sorpresa fue escandalosa.
Sarmiento refugiado en Chile fue minero, luego consiguió ser maestro y más tarde ya amigo personal del presidente Montt. Pero cuando era maestro, se enamoró de una alumna. Y la pasión fue intensa. La chica quedó embarazada. El pidió la mano de la niña para casarse con ella, pero los padres, de raigambre aristocrática, le negaron la concesión al pedido por ser un don nadie y pobretón, en ese tiempo. La familia de la chica encaraba mandarla a Europa a cargar el embarazo, tener la criatura y entregarla en adopción. Y volver a Chile sin que se haya sabido nada.
Sarmiento se enteró de esos planes y empezó a pedir a la familia que le dieran el bebé a él . Se las arregló para que se lo concedieran. Habrá querido hacer valer el derecho de paternidad. Y lo logró. A la chica no la volvió a ver. Llegó el día en que nació la nena, su hija. Sarmiento se llevó a la bebé.
¿Qué iba a hacer un hombre solo con una criatura recién nacida? Por supuesto que nada.
Necesitaba a su madre y a sus hermanas. Doña Paula Albarracín fue convocada por el hijo para llevarse a la nena y criarla en su casa, oculta del mundo. Sarmiento estaba en Chile y no podía entrar a la Argentina. Así que le entregó la nena a su madre en un paso en cordillera. Doña Paula vino en mula, cargó la bebé y se la llevó a su casa.
Las hermanas de Sarmiento criaron a la niña con las instrucciones precisas de darle una educación de primera. Así aprendió inglés y francés, ciencias, historia, música y pintura.
Ana Faustina Sarmiento bajó las escaleras del salón repleto de invitados, con un vestido de gala, y se presentó en sociedad.
Ana se casó con un amigo de Sarmiento, el imprentero francés Julio Belín con quien tuvo seis hijos. Uno de ellos, Augusto Belín, fue el nieto más próximo de Sarmiento.
Hace unos años vino a la óptica una señora que encargó un anteojo. Ella trabajaba en el banco Credicoop. Me dijo el apellido Belín y yo salté. Le pregunté si era descendiente de Sarmiento y me dijo que sí. Me empezó a contar esta historia.
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