Cada vez que hago el examen de refracción de los ojos me topo con la subjetividad del paciente, que parece estar adherida con garras al proceso físico óptico, entreverándose con su material psíquico inasible. Es tan fuerte, tan constante en muchas personas, que obliga a tomar en cuenta este ingrediente anímico-psíquico-emocional-espiritual para discriminarlo de la mera óptica con sus leyes fijas e inamovibles. En principio está la declaración tramposa de "veo mal" o "yo no veo nada" o "yo veo bien". Esto solo merecía un libro entero de análisis.
¿Por qué una persona que ve bastante bien dice que ve mal? ¿Por qué una persona que ve mal dice que ve bien?
Si partimos de esto imagínense lo que le espera al examen, lo que lo amenaza, lo que lo interfiere para llegar a una verdad tan sencilla si no tuviera estas piedras en el camino. Lo triste es que el examinador no está preparado para sortear estos escollos. Así salen las cosas.
Lo primero que tiene que hacer un examinador de la vista es desconfiar y hasta desechar de cuajo cualquier consideración subjetiva del paciente. LLegando al final de la revisión puede encontrarse que el paciente lee todo bien hasta la letra más chica pero considera que ve mal. Y por lo contrario, el paciente que apenas ve las primeras filas y considera que ve bien. El primero estará siempre insatisfecho viendo perfecto y el segundo se siente satisfecho viendo muy poco. Y hay un caso en el que el paciente de verdad no ve nada, no ve ninguna letra de los optotipos del cartel, y luego de ir haciéndole ver cada vez mejor hasta llegar a las nueve décimas de diez, volverse exquisito y sentirse decepcionado porque solo no alcanza a ver la letra más pequeña.
Cuando pregunto ¿ve mejor ahora o antes? al comparar un probín con otro, no me contestan a la pregunta, me dicen qué es lo que no ven todavía. Tengo que exigir que me contesten a la pregunta, no que me digan su apreciación sobre lo que creen que deberían ver.
Yo soy muy firme en el examen. Y tengo que ir peleando contra la subjetividad para que me deje avanzar en el desarrollo de mi método, que es un método cartesiano, firme y racional, y necesita solamente que la persona deje de querer controlar y se ponga en manos de alguien que aplica un método estricto, por medio del cual se escudriña el defecto de la visión. Pero para lograr que la persona abandone el control muchas veces tengo que ponerme a analizar con el paciente las razones psíquicas del control. En principio tengo que analizar la situación general de desconfianza que los pacientes -incluso yo por supuesto- tenemos a los profesionales de todo tipo. Nos han decepcionado tanto que nos hemos convertido en especialistas de toda materia. Y luego de analizar la sociología cultural general, paso a hablar de la característica neurótica obsesiva que no permite al paciente estar satisfecho nunca. Pobre del médico que se deja manejar por un paciente obsesivo. Hoy por eso en las clínicas están los aparatos que no necesitan la opinión del paciente para encontrar los defectos refractivos. Solo que los aparatos largan una serie de combinaciones en una tira de papel que no es cuestión de tirar los dados para encontrar la mejor, o sea la correcta.
Con mi intervención contra la subjetividad logro bajar la guardia controladora del paciente, ponerse en mi manos y entregarme la confianza que necesito para avanzar con mi método paso a paso. TAn solo necesito que se conteste a mis preguntas, nada más. Y cuesta tanto.
Lo más extraordinario es que los ojos, que son el cerebro que sale a mirar, hacen asociaciones ilícitas que les ordena el cerebro para poder ver. Si el examinador se anima a romper ese vicio puede eventualmente recuperar la función independiente de cada ojo porque no hay derecho a tirar a la basura un ojo teniendo dos. El cerebro hizo lo que pudo en defecto de una atención correcta. Nosotros podemos ayudarlo a cumplir su función sin que tenga que hacer malabares.
Si vas a un examen de la visión, ponete en manos del examinador sin estarlo controlando. Dejalo proceder porque no toca guitarra de oído. En todo caso ponele tus dudas al final.
Hay pacientes que llegan a la óptica diciendo que no confían en la receta que traen. Dicen que no les gustó como lo atendieron. Yo reviso la receta que traen y si encuentro un error lo hago notar y lo corregimos. Muchas veces hay errores, errores graves como el número de un ángulo. El último error fue un 20 que en realidad era un 70, que en un astigmatismo es un error catastrófico.
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