EL ESCRITOR IGNOTO
El hombre del que te voy a contar murió hace poco, durante la cuarentena. Era un tipo especial. Pequeño de estatura supo tener una vida que suplantó la falta de centímetros con algún valor que le dio altura. Empezó en la pobreza del campo y la naturaleza indómita con peligros que aprendió a sortear formándose un físico atlético y musculoso con el que trompeó a un vecino en una reunión de consorcio. Por el peronismo le llegaron los estudios primarios y secundarios y el trabajo y el sindicalismo. El hombre se hizo de un cargo importante en el Estado, no se cual. La cuestión es que estaba jubilado con una suma grande de dinero de acuerdo al cargo importante que tuvo y conservó durante décadas. Yo no sabía nada de él, solo que cuando salí en 6,7,8 me vino a saludar dando a conocer su afiliación política y regocijándose de mi militancia y compromiso. Yo le hacía los anteojos a toda su familia, pero nada más, nunca habíamos hablado más allá de los anteojos.
La cuestión es que me contó que estaba escribiendo sus memorias y un día me trajo su libro editado. Lo empecé a leer y no pude creer lo bien escrito que estaba y las maravillosas historias que contaba de su niñez y su adolescencia. Adoré ese libro y lo llené de elogios y le manifesté mi respeto y admiración. Y me quedé asombrada de cómo la obra de una persona puede configurar la imagen de esa persona en nuestra percepción. Hasta antes de leer ese libro, este vecino y cliente era un tipo cualquiera que no se le notaba ningún mérito, insospechado de poder escribir un texto de tan valiosa y bella literatura. Para mí esta experiencia fue un shock. Me quedaba pensando en lo poco que sabemos de una persona cuando la tratamos parcialmente sin conocer sus entrañas anímicas. Y trataba de corregir esa indiferencia con que lo había tratado siempre, haciéndole saber mi admiración.
El me decía que estaba escribiendo la segunda parte y quería que yo le corrigiera el texto. Que lectoras como yo tenía poco y nada. Yo lo consideraba una perla y le decía que no estaba en condiciones de esa tarea, que podía leer y darle mi opinión, que seguro iba a ser puro elogio.
Estaba entusiasmada esperando la segunda parte, que es cuando entra de sindicalista peronista a pelear contra la dictadura.
Me trajo el texto terminado de la segunda parte de su libro. En hojas impresas en computadora por él mismo. Me dejó un grueso manojo en una carpeta y le prometí el comentario con mucho entusiasmo. Sentí que era un privilegio.
Pero cuando empecé a leer, me dí cuenta de una triste verdad insoportable. Ese texto no estaba escrito por la misma persona que el anterior. Este texto era una porquería insufrible, algo insoportable de leer sin importar qué estaba contando. Me agarró una indignación total. De pronto se me cayó el ídolo de barro y sentí que había sido víctima de una estafa.
A los pocos días vino el susodicho a ver qué me había parecido la segunda parte. Fui lo más cruel que pude. Lo primero le pregunté quién escribió la primera parte y esta segunda parte seguro que no fue la misma persona sino él mismo. El petiso no se inmutó, ni le dolió, ni se avergonzó, porque le pareció muy natural aceptar que la primera parte pagó para que un "corrector" le escribiera el texto mientras él le contaba las anécdotas de la infancia. Pero como era muy caro y costaba mucha plata pensó que yo podía hacerle de correctora solo cambiando algunas cosas, algunas comas, alguna falta de ortografía, algún defecto gramatical.
¿Alguna qué? le grité repitiendo la secuencia de faltas posible. ¡Ese texto hay que escribirlo todo de nuevo y borrar todo lo escrito por usted! Haga un favor, busque a su corrector que es una persona excepcional, un escritor maravilloso que está detrás de su primer libro como el verdadero autor. Búsquelo, páguele, que así debe estarse ganando la vida siendo un artista entrañable. Hágame un favor, no escriba más ni me haga leer a mí nada más de lo que usted escriba.
El petiso agarró la carpeta y riéndose como si nada pasara comenzó a hablarme de sus anteojos. De ahí en más así como se volvió un ser admirado, volvió a ser ese vecino capaz de romperle la cara a otro en una Asamblea de copropietarios. Se murió hace poco sin haberse ofendido. Y me quedó la tristeza de haber conocido a un escritor ignoto a quien admiro sin poder saber quién es.
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