HAY QUE MATAR AL PADRE
Hay una frase de Freud tan brutal y poco estratégica en lo comunicativo, que repugna al no apercibido que la lee, y los pocos que la entienden no se animan a decirla ante público desprevenido. Pero él no buscó simpatizar sino comover, horrorizar, con el horror que se merece el drama por el que pasan las criaturas humanas en la crianza de sus padres. La frase es "el que no mata al padre, muere". Desgraciadamente esta frase poco feliz no fue tomada en cuenta como se merece, por eso la educación infantil sigue siendo un albur por el que padres bienintencionados llegan a ver cómo sus hijos se pierden de las buenas enseñanzas paternas y terminan por ejemplo en la droga que los mata.
No voy a perder el tiempo explicando el origen de esta frase, sino señalar que la palabra "padre" alude a ley moral impuesta sin consenso del hijo, "matar al padre" es una metáfora de destronar la imposición moral paterna para reemplazarla por la propia, y "muere" indica que el hijo que no supera la imposición moral por la adhesión propia o el rechazo franco, no puede alcanzar la autonomía necesaria para la vida. La frase traducida a una lengua comprensible sería, "el que no supera la imposición ajena por la decisión propia, está condenado".
Toda la educación infantil debería tener el único norte de que el niño alcance su autonomía, y que pueda liberarse de toda tutela. Lo tenemos claro en cuanto educamos al hijo para que pueda valerse por sí mismo en un trabajo, que se independice económicamente de nosotros. A eso le dedicamos todos los esfuerzos, para eso lo mandamos al colegio, para que mañana pueda tener una autonomía económica y formar una familia, etc. Pero ni se nos ocurre el propiciarle una autonomía de pensamiento, todo lo contrario. Hacemos lo indecible por que se someta a nuestro esquema moral, que consideramos el mejor. No formamos un ser independiente, sino un apéndice. Como mucho le respetamos la "vocación": que elija lo que quiera ser. Pero hasta ahí no más. Porque hay algunas profesiones que no nos gustarían. Y hay algunas amistades que no nos gustarían. ¿Está mal esto? ¡NO, no está mal! El problema es que deberíamos lograr que el hijo adhiera voluntariamente a estos parámetros y en lugar de sentir que el hijo nos traiciona si se aparta de estos, pensar que no tuvimos suficiente capacidad de convicción o que él no está de acuerdo con nuestros "valores" y tiene todo el derecho a eso. O que nuestro modo de IMPOSICIÓN por la fuerza de la autoridad es el mayor fracaso de toda educación y OBLIGA al hijo a rechazar los valores paternos por más buenos que sean, para poder tener una vida sin asfixia psíquica.
De tal manera, los mejores valores que los padres intentan transmitir, si se los impone por la autoridad, no hacen más que convertirse en los valores más nefastos para el hijo, y rebelarse a estos será el único modo en el que hijo pueda sentirse humano.
Desde los primeros años el niño quiere gobernarse por sí mismo. Ni bien empieza a caminar, detesta que lo corran del camino por donde se le ocurre circular. Los padres necesitan someterlos desde el principio a que acepten la autoridad para no correr riesgos gravísimos de vida. Pero al mismo tiempo tan tempranamente empiezan a enseñarles reglas "morales" y lo hacen con la misma vehemencia con la que lo protegen de los peligros. Los padres tratan de mostrarles el disgusto que les causan ciertas actitudes naturales como la de tirarle el pelo al hermanito. Entonces los padres se convierten en efusivos enojados con rostros serios y descompuestos y palabras fuertes, para que registren displacer y sientan que han disgustado al ser que más idolatran.
Y así se van constituyendo las leyes morales desde el vamos, con la misma táctica, la de imponer la imagen descompuesta del padre para que el hijo la vea y se conmueva. Claro que al mismo tiempo recurren a las explicaciones de cómo hay que proceder y cómo no hay que proceder en la medida en que el hijo puede entender qué es lo que quiere el padre que haga para no disgustarlo. Los padres se engolosinan con esta práctica, y no abandonan nunca el pedestal de autoridad, porque creen que es el resguardo contra cualquier desviación del hijo. Se cree que la autoridad del padre es el fundamento de una educación exitosa. Y es mentira.
La educación de un niño hoy no pasa de ser una domesticación en la que el hijo va comprendiendo cómo no disgustar al padre y cómo no disgustar al maestro, y cómo no disgustar a la sociedad. El hijo que sigue al pie de la letra todas estas pautas, elige la profesión, la novia, la vida que esperan todos que él lleve, y se convence de que así debe ser y hasta se siente feliz. Pero en le fondo tiene sepultado a una persona que nunca llegó a ser. No tiene ni la menor idea de cómo llegó a ser lo que es y para qué vive.
¿Cómo se hace entonces? Se trata de administrar con inteligencia el enojo-aprobación inapelables como moneda de cambio educativo. Tratar de abandonar lo antes posible este modo de opresión psíquica. Lo antes posible el padre debe empezar a decir "yo creo esto, hijo". No como la verdad sino como una forma de pensamiento. Por supuesto no en todas las cosas. Sino en las que no es estrictamente necesario imponer la autoridad.
Y lo más importante: no hay cosa más aberrante que el castigo. No me refiero al físico, que por supuesto ha sido superado. Me refiero a ese castigo que parece inocente, como "no hay postre" o "no vas a pasear". Ese castigo es la aberración más desorbitada. La educación debe conducirse sólo con premios a las acciones que los padres consideran positivas. Nunca con castigos. Y menos con la humillación que estos castigos conllevan. Porque mostrar el placer de los padres es el modo moralmente habilitado de condicionar educando. Mostrar el disgusto es condicionar por el temor, y hasta por el terror.
Llegando a la adolescencia el ser humano quiere valerse por sí mismo todo lo que puede. Si no tiene detrás una ley inapelable, no va a ir a buscar a quien le permita burlar al padre para sentirse humano.
Capaz que ahora podés entender mejor la frase de Freud: el que no mata al padre, muere.
Si recibís este post por mail y querés comentar, no respondas a este correo. Escribí un comentario en el blog o envía un mail evarow@gmail.com
Hay una frase de Freud tan brutal y poco estratégica en lo comunicativo, que repugna al no apercibido que la lee, y los pocos que la entienden no se animan a decirla ante público desprevenido. Pero él no buscó simpatizar sino comover, horrorizar, con el horror que se merece el drama por el que pasan las criaturas humanas en la crianza de sus padres. La frase es "el que no mata al padre, muere". Desgraciadamente esta frase poco feliz no fue tomada en cuenta como se merece, por eso la educación infantil sigue siendo un albur por el que padres bienintencionados llegan a ver cómo sus hijos se pierden de las buenas enseñanzas paternas y terminan por ejemplo en la droga que los mata.
No voy a perder el tiempo explicando el origen de esta frase, sino señalar que la palabra "padre" alude a ley moral impuesta sin consenso del hijo, "matar al padre" es una metáfora de destronar la imposición moral paterna para reemplazarla por la propia, y "muere" indica que el hijo que no supera la imposición moral por la adhesión propia o el rechazo franco, no puede alcanzar la autonomía necesaria para la vida. La frase traducida a una lengua comprensible sería, "el que no supera la imposición ajena por la decisión propia, está condenado".
Toda la educación infantil debería tener el único norte de que el niño alcance su autonomía, y que pueda liberarse de toda tutela. Lo tenemos claro en cuanto educamos al hijo para que pueda valerse por sí mismo en un trabajo, que se independice económicamente de nosotros. A eso le dedicamos todos los esfuerzos, para eso lo mandamos al colegio, para que mañana pueda tener una autonomía económica y formar una familia, etc. Pero ni se nos ocurre el propiciarle una autonomía de pensamiento, todo lo contrario. Hacemos lo indecible por que se someta a nuestro esquema moral, que consideramos el mejor. No formamos un ser independiente, sino un apéndice. Como mucho le respetamos la "vocación": que elija lo que quiera ser. Pero hasta ahí no más. Porque hay algunas profesiones que no nos gustarían. Y hay algunas amistades que no nos gustarían. ¿Está mal esto? ¡NO, no está mal! El problema es que deberíamos lograr que el hijo adhiera voluntariamente a estos parámetros y en lugar de sentir que el hijo nos traiciona si se aparta de estos, pensar que no tuvimos suficiente capacidad de convicción o que él no está de acuerdo con nuestros "valores" y tiene todo el derecho a eso. O que nuestro modo de IMPOSICIÓN por la fuerza de la autoridad es el mayor fracaso de toda educación y OBLIGA al hijo a rechazar los valores paternos por más buenos que sean, para poder tener una vida sin asfixia psíquica.
De tal manera, los mejores valores que los padres intentan transmitir, si se los impone por la autoridad, no hacen más que convertirse en los valores más nefastos para el hijo, y rebelarse a estos será el único modo en el que hijo pueda sentirse humano.
Desde los primeros años el niño quiere gobernarse por sí mismo. Ni bien empieza a caminar, detesta que lo corran del camino por donde se le ocurre circular. Los padres necesitan someterlos desde el principio a que acepten la autoridad para no correr riesgos gravísimos de vida. Pero al mismo tiempo tan tempranamente empiezan a enseñarles reglas "morales" y lo hacen con la misma vehemencia con la que lo protegen de los peligros. Los padres tratan de mostrarles el disgusto que les causan ciertas actitudes naturales como la de tirarle el pelo al hermanito. Entonces los padres se convierten en efusivos enojados con rostros serios y descompuestos y palabras fuertes, para que registren displacer y sientan que han disgustado al ser que más idolatran.
Y así se van constituyendo las leyes morales desde el vamos, con la misma táctica, la de imponer la imagen descompuesta del padre para que el hijo la vea y se conmueva. Claro que al mismo tiempo recurren a las explicaciones de cómo hay que proceder y cómo no hay que proceder en la medida en que el hijo puede entender qué es lo que quiere el padre que haga para no disgustarlo. Los padres se engolosinan con esta práctica, y no abandonan nunca el pedestal de autoridad, porque creen que es el resguardo contra cualquier desviación del hijo. Se cree que la autoridad del padre es el fundamento de una educación exitosa. Y es mentira.
La educación de un niño hoy no pasa de ser una domesticación en la que el hijo va comprendiendo cómo no disgustar al padre y cómo no disgustar al maestro, y cómo no disgustar a la sociedad. El hijo que sigue al pie de la letra todas estas pautas, elige la profesión, la novia, la vida que esperan todos que él lleve, y se convence de que así debe ser y hasta se siente feliz. Pero en le fondo tiene sepultado a una persona que nunca llegó a ser. No tiene ni la menor idea de cómo llegó a ser lo que es y para qué vive.
¿Cómo se hace entonces? Se trata de administrar con inteligencia el enojo-aprobación inapelables como moneda de cambio educativo. Tratar de abandonar lo antes posible este modo de opresión psíquica. Lo antes posible el padre debe empezar a decir "yo creo esto, hijo". No como la verdad sino como una forma de pensamiento. Por supuesto no en todas las cosas. Sino en las que no es estrictamente necesario imponer la autoridad.
Y lo más importante: no hay cosa más aberrante que el castigo. No me refiero al físico, que por supuesto ha sido superado. Me refiero a ese castigo que parece inocente, como "no hay postre" o "no vas a pasear". Ese castigo es la aberración más desorbitada. La educación debe conducirse sólo con premios a las acciones que los padres consideran positivas. Nunca con castigos. Y menos con la humillación que estos castigos conllevan. Porque mostrar el placer de los padres es el modo moralmente habilitado de condicionar educando. Mostrar el disgusto es condicionar por el temor, y hasta por el terror.
Llegando a la adolescencia el ser humano quiere valerse por sí mismo todo lo que puede. Si no tiene detrás una ley inapelable, no va a ir a buscar a quien le permita burlar al padre para sentirse humano.
Capaz que ahora podés entender mejor la frase de Freud: el que no mata al padre, muere.
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4 comentarios:
La diferencia entre un adulto y un chico, es que el segundo es vulnerable, y necesita limites, pero tambien necesita afecto. Un menor de edad, si bien no posea un arsenal de conocimientos y experiencia del adulto, su intuicion detecta las contradicciones que puede tener un adulto, y las sale a relucir, como es posible que me quieres enseniar tal cosa, pero haces esto?.El buen padre, o el capacitado maestro, debe tener un conocimiento claro, para llevarlo a las mejores interacciones, donde un chico puede obtener un mejor desarrollo cognitivo, emocional, y social, y el objetivo es que progresivamente a medida que avanza, en edad y desarrollo, el menor, vaya dandose cuenta que el es un ser independiente, y con ideas propias, que a veces puede ser diferentes al propio padre, o al maestro, y aqui donde se puede aplicar la frase freudiana, " Hay que matar al padre", pero muchos maestros y padres no tienen la madurez necesario, y coartan el proceso sociatorio que es el mejor para el chico.
TODOS CON MILANI
Nos juntamos en la panchería de Guillermo Moreno el Sabado a las 15hs para marcha r a Plaza de Mayo y hacer una vigili exigiendo la inmediata liberacion del compañero Milani.
HASTA LA VICTORIA, SIEMPRE!
Excelente!!!
Muchas gracias! Gran reflexión!
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