LA TERCERA CLASE SOCIAL
Marx solo se concentró en la existencia de dos clases sociales que concurren al mercado capitalista: el Capital y el Trabajo, los capitalistas y los asalariados: el que compra fuerza de trabajo ajena y el que vende la propia.
Para resolver la injusticia flagrante de que el destino de las personas esté determinado por nacimiento a la pertenencia a una de las dos clases estratificadas sin movilidad posible, Marx concluyó que la única solución definitiva era destruir el Capitalismo a través de una sociedad socialista que distribuya los medios de producción capitalista hasta constituirse al final de los tiempos en una sociedad comunista, el régimen social de justicia absoluta. El planteo teórico es impecable e insuperable. El armado lógico es inapelable.
Marx creyó que el futuro que preveía era inminente y se mantuvo luchando sin evitar cualquier sacrificio personal en pos de monitorear, inducir y vigilar la pureza de la lucha hacia ese objetivo, sobre todo argumentando contra quienes además de pensar en una justicia absoluta para el final de los tiempos, querían conseguir objetivos intermedios que aligeraran la vida de los condenados por la historia a la Revolución o la miseria.
En estos casi doscientos años de la época más revolucionaria contemporánea a Marx, el Capitalismo se ha consolidado sin obstáculos infranqueables, avanzando en su poder a niveles insospechados. La tecnología desarrollada ha formado un mercado cada vez más atractivo, necesario e imprescindible para todos los seres humanos, pero además cada vez más útil a la afirmación del poder del Capitalismo. Destruir el sistema capitalista globalizado es hoy un objetivo mucho más impensable que cuando se trataba de matar al Zar de Rusia. A pesar de lo cual no deja de ser un objetivo justo. Lo que ha cambiado es la posibilidad real de semejante hazaña, no su caracter de justicia.
Sin ánimo de dejar de soñar con la justicia absoluta que significa la destrucción del Capitalismo, hoy este sueño no puede seducir masivamente a los asalariados como objetivo único sin estaciones intermedias. Es más, la lógica de la observación actual obliga a pensar el camino hacia esa justicia absoluta como una escalera con peldaños intermedios. Si Marx no lo vio así, no fue porque era un ciego obstinado fanático neurótico obsesivo grave: fue porque en su época eso era distraer la concentración de fuerzas que sin duda estaban en condiciones de realizar una Revolución efectiva. De hecho la Revolución rusa fue un acontecimiento colosal y efectivo que pareció cambiar definitivamente la historia humana y puso en jaque político al Capitalismo durante casi todo el siglo XX. La existencia del “peligro” comunista hizo bailar sobre carbones encendidos a la avaricia capitalista, propiciando mejoras para las apetencias de los asalariados, con el fin de no ser seducidos por las ideas “totalitarias” que amenazaban (realmente) la supervivencia del sistema.
A pesar de que no es científico hacer historia contrafáctica, es de toda lógica y hasta de toda justicia decir que viendo las cosas como están hoy, Marx no hubiera presentado el mismo panorama que presentó antaño como escenario de su época. Hoy Marx hubiera armado un escenario diferente, en el que se hubiera centrado en la construcción de poder de una tercera clase social, construida con la asociación de trabajadores en la producción cooperativa, a través del acceso al conocimiento del mecanismo productivo y con el mismo fin último de llegar a una sociedad socialista gradualmente construida por sus actores directos.
Lo que planteo yo acá. puede graficarse con una comparación de fantasía. Supongamos que un guía territorial de la época prehistórica en que grandes masas humanas caminaban por la tierra hubiera recomendado a un grupo transitar hacia lo que hoy es el continente americano, por lo que hoy es el Estrecho de Behring. Ese era el camino de tierra más corto, y efectivamente fue el que recorrieron aquellos seres humanos para trasladarse a este continente; pero hoy el estrecho está cubierto de agua, así que el consejo no podría ser el mismo. No es historia contrafáctica decir que el guía certero de su época no habría podido repetir el mismo consejo, hoy diría que la travesía se hiciera en barco, haciendo estación en la Isla Big Diomede y luego en la Little Diomede que son postas intermedias en el camino al objetivo.
Marx no quiso perder el tiempo ni distraerse en la existencia de una posible movilidad de clase dentro del Capitalismo que trasladara personas de ser asalariadas a formar empresas cooperativas que disputaran en el mercado capitalista, haciendo el aprendizaje de producir con capital asociativo. La movilidad de clase era ya un hecho en época de Marx, solo que él la despreciaba, y de ahí que vino a ser una especie de insulto el caracterizar a un individuo como pequeño burgués. Si un capitalista es un enemigo de clase ¿cómo se podría nominar al aspirante a ser alguien tan peligroso sin que reciba un mote despectivo por ser aspirante a convertirse en enemigo? Todavía hoy y aquí el mote de "pequeño burgués" quiere tener algún significado en sinonimia de "gorila".
El hecho es que la movilidad de clase existe, y los presuntos constructores del Socialismo marxista la siguen despreciando, en lugar de promoverla en la dirección de la asociación cooperativa que fuera fundando de hecho una economía de mercado presocialista que pudiera poner en jaque a la economía neoliberal encontrando un atajo para no ser cautiva del Capitalismo.
Pudiéndose evaluar correctamente como presocialista, el populismo funciona como un atajo contra la economía de mercado neoliberal, solo que su fuerza se afinca únicamente en el poder del estado, un estado que a través de los pocos recursos democráticos que se escapan al dominio del poder económico, apunta a controlar el mercado e intervenir en este activamente, favoreciendo el consumo y el trabajo asalariado. Otra vez, la fuerza real del poder popular de la movilidad social es desestimada.
Los gobiernos populistas no han descubierto todavía que en la movilidad de clase está la clave y el reaseguro de la supervivencia del mismo populismo y la posibilidad de continuar interviniendo en el mercado a favor de la economía nacional. Igual que el marxismo ortodoxo clásico, los populismos hablan solo de capital y trabajo, de capitalistas y asalariados, y se preocupan por aumentar “los puestos de trabajo” y luchar por el valor del salario “digno” y aumentar los derechos del “trabajador”. Pero no se preocupan lo necesario por fomentar la movilidad de clase, que resulta tan despreciada por igual por los dos actores políticos que hoy disputan los gobiernos nacionales en el planeta. Tampoco los neoliberales están interesados en fomentar las aventuras de los emprendedores sin capital heredado ( o habido de cualquier forma moral, no importa). Los gobiernos populistas se ocupan de los altos ingresos de los asalariados, y son ellos justamente quienes reclaman más, se niegan a pagar impuestos y no se dan cuenta de que su alto salario es solo fruto de la ideología populista, no de la evolución natural del mercado ni de su capacidad personal fascinanate.
Las aspiraciones de las clases bajas de constituirse en actores de producción y de servicio independientes no solo siguen recibiendo desprecio, sino que están sujetas a vérselas con las generales de la ley que legislan la actividad de las grandes empresas.
En todos los populismos se habla de favorecer a las “pymes”. Pero en estas pymes no están incluidos los innumerables operarios, comerciantes y pequeños talleristas que trabajan por su cuenta y no tienen ingresos suficientes ni siquiera para aportar al Impuesto a las Ganancias. De hecho la mayoría de estas pequeñísimas empresas no tienen suficientes recursos económicos como para pagar las cargas sociales de un empleado registrado, y se ven obligadas a tomar trabajadores en negro para poder subsistir y poder competir en precios con las empresas mayores, tal vez ofreciendo precios más bajos al consumidor, convirtiéndose en muchos casos en una competencia peligrosa para los grandes capitales.
Un partido de izquierda de hoy, que piensa en construir una sociedad socialista y espera que algún día se den los factores revolucionarios para alcanzar el gobierno, debería pelear por la promoción de la movilidad de clase y por exigir al estado populista que subsidie con exenciones impositivas especiales a quienes formen empresas cooperativas, con la idea de que los “trabajadores” adquieran las herramientas, las maquinarias y el conocimiento del método operativo de provisión de la producción. De tal manera la situación “revolucionaria” podría darse casi aceitada, cuando de hecho sean los trabajadores cooperativistas quienes estén ya familiarizados con un mercado efectivo, sin tener que hacer pasar a la población por carencias de consumo y hasta hambre, como sucedió en Rusia y en otros intentos revolucionarios que hicieron agua por el mismo costado.
Un partido populista de hoy, que quiere mantenerse en la continuidad gubernativa, y espera ser votado por las grandes mayorías para continuar controlando el mercado a favor de la economía nacional, debería fomentar la promoción y movilidad de clase de los trabajadores autónomos y de los asalariados que quieren ser autónomos, facilitando su ingreso a la economía registrada, haciéndose cargo el estado de los costos laborales que estos emprendimientos casi quijotescos no pueden afrontar, ofreciéndoles una financiación estatal por medio de exenciones a las generales de la ley, y legislando especialmente para esta condición en forma específica, y segmentada de la que rige para la empresa que está en condiciones económicas de afrontar toda la legislación normal. Así, un empleo ofrecido por un emprendedor de clase baja, debería permitir al empleado estar registrado con cargo al estado de sus costos laborales como afiliación a un sindicato, pago de cuota jubilatoria y aseguradora de riesgo de trabajo, esto como crédito para el empleador hasta tanto la pequeñísima empresa alcance el nivel de facturación que le permita hacerse cargo de todos los gastos sociales.
La persecución al trabajo no registrado encubre dos errores básicos imperdonables. Uno es el de considerar por igual a una multinacional que a una empresa unipersonal sin capital de sustento. Eso somete a multas y juicios laborales equivalente a dos entidades disímiles, siendo de consecuencias muy dispares para una y para otra. Mientras a la multinacional las multas y los juicios no le hacen mella, a la empresita unipersonal la funde y se lleva el pequeño patrimonio personal del empleador quijotesco. El otro error es perseguir al factor que compite en precios con las grandes empresas, haciendo de la persecución al trabajo no registrado una lucha a favor de los precios altos de la economía concentrada monopólica. Nadie más interesado que la empresa monopólica para perseguir al trabajo no registrado a cargo de quienes le hacen la competencia.
Así por ejemplo, los grande supermercados como Carrefour se obstinan en instalarse frente a los supermercados chinos para hacerlos desaparecer y poder elevar los precios sin problemas. Si el gobierno llegara a controlar el registro de empleo y la legalidad impositiva de los supermercados chinos de barrio, a cargo de una familia sola, seguramente los precios de los alimentos subirían sin dique de contención y Carrefour cerraría todas las bocas de expendio barriales, celebrando con champán.
Lo mismo sucede con esta persecución a los "talleres clandestinos", que huele a empresas multinacionales que luchan por el dominio total del mercado. Si el gobierno les diera la oportunidad de registrarse a estas empresas familiares con exenciones importantes dejarían de ser trabajadores clandestinos, todos saldrían a la luz y no habría más situaciones terroríficas como las que se presentan criminalmente. Solo con darles la oportunidad de registrarse sin afectar su economía, alcanzaría para mantener muchas economías familiares que no pueden afrontar las exigencias del registro de su actividad. Pero hace falta coraje, decisión e inteligencia. En una década apenas, muchos inmigrantes que trabajaron como "esclavos" de algún pariente que les pagó el pasaje, ahora se compraron un cero kilómetro a pagar en doce cuotas y a su vez traen parientes de sus países para que hagan el mismo recorrido que ellos hicieron. Que por otro lado, hicieron muchos de los inmigrantes argentinos por generaciones. Solo que antes parecía normal que la galleguita viniera La Coruña a trabajar al almacén del tío en Buenos Aires sin cobrar salario, solo por la comida. No se trata de aceptar lo inaceptable. Se trata de no ser hipócritas y ser funcionales a los capitalistas líderes del mercado, por no tener una inventiva legal que saque a la luz las condiciones de trabajo inaceptables y las conviertan en legales con el estado haciéndose cargo de lo que no pueden los particulares hasta tanto puedan.
La tercera clase social es la de los emprendedores sin capital de sustento, que solo se afincan en su capacidad de trabajo y en la demanda de su producción y su servicio, que necesitan del apoyo del estado en un tratamiento especialísimo para generar producción a precios competitivos en el mercado interno y puestos de trabajo con salarios dignos eximidos de las cargas sociales e impuestos que no pueden afrontar, haciéndose cargo el estado de todas las cargas sociales de esos empleados hasta que la empresa crezca lo suficiente. Un control de la marcha y desarrollo de estas pequeñísimas empresas haría el pasaje a la registración y legalidad de muchos emprendimientos que hoy resultan ilegales, siendo la semilla tanto de una sociedad presocialista como la de una sociedad que vota al populismo sin dejarse seducir por las promesas neoliberales. Y siendo la semilla de la constitución de Pymes de verdad, expuestas a las generales de la ley, generando empresas nacionales que suplanten la dependencia del exterior.
Si recibís este post por mail y querés comentar, no respondas a este correo. Escribí un comentario en el blog o envía un mail evarow@gmail.com
Marx solo se concentró en la existencia de dos clases sociales que concurren al mercado capitalista: el Capital y el Trabajo, los capitalistas y los asalariados: el que compra fuerza de trabajo ajena y el que vende la propia.
Para resolver la injusticia flagrante de que el destino de las personas esté determinado por nacimiento a la pertenencia a una de las dos clases estratificadas sin movilidad posible, Marx concluyó que la única solución definitiva era destruir el Capitalismo a través de una sociedad socialista que distribuya los medios de producción capitalista hasta constituirse al final de los tiempos en una sociedad comunista, el régimen social de justicia absoluta. El planteo teórico es impecable e insuperable. El armado lógico es inapelable.
Marx creyó que el futuro que preveía era inminente y se mantuvo luchando sin evitar cualquier sacrificio personal en pos de monitorear, inducir y vigilar la pureza de la lucha hacia ese objetivo, sobre todo argumentando contra quienes además de pensar en una justicia absoluta para el final de los tiempos, querían conseguir objetivos intermedios que aligeraran la vida de los condenados por la historia a la Revolución o la miseria.
En estos casi doscientos años de la época más revolucionaria contemporánea a Marx, el Capitalismo se ha consolidado sin obstáculos infranqueables, avanzando en su poder a niveles insospechados. La tecnología desarrollada ha formado un mercado cada vez más atractivo, necesario e imprescindible para todos los seres humanos, pero además cada vez más útil a la afirmación del poder del Capitalismo. Destruir el sistema capitalista globalizado es hoy un objetivo mucho más impensable que cuando se trataba de matar al Zar de Rusia. A pesar de lo cual no deja de ser un objetivo justo. Lo que ha cambiado es la posibilidad real de semejante hazaña, no su caracter de justicia.
Sin ánimo de dejar de soñar con la justicia absoluta que significa la destrucción del Capitalismo, hoy este sueño no puede seducir masivamente a los asalariados como objetivo único sin estaciones intermedias. Es más, la lógica de la observación actual obliga a pensar el camino hacia esa justicia absoluta como una escalera con peldaños intermedios. Si Marx no lo vio así, no fue porque era un ciego obstinado fanático neurótico obsesivo grave: fue porque en su época eso era distraer la concentración de fuerzas que sin duda estaban en condiciones de realizar una Revolución efectiva. De hecho la Revolución rusa fue un acontecimiento colosal y efectivo que pareció cambiar definitivamente la historia humana y puso en jaque político al Capitalismo durante casi todo el siglo XX. La existencia del “peligro” comunista hizo bailar sobre carbones encendidos a la avaricia capitalista, propiciando mejoras para las apetencias de los asalariados, con el fin de no ser seducidos por las ideas “totalitarias” que amenazaban (realmente) la supervivencia del sistema.
A pesar de que no es científico hacer historia contrafáctica, es de toda lógica y hasta de toda justicia decir que viendo las cosas como están hoy, Marx no hubiera presentado el mismo panorama que presentó antaño como escenario de su época. Hoy Marx hubiera armado un escenario diferente, en el que se hubiera centrado en la construcción de poder de una tercera clase social, construida con la asociación de trabajadores en la producción cooperativa, a través del acceso al conocimiento del mecanismo productivo y con el mismo fin último de llegar a una sociedad socialista gradualmente construida por sus actores directos.
Lo que planteo yo acá. puede graficarse con una comparación de fantasía. Supongamos que un guía territorial de la época prehistórica en que grandes masas humanas caminaban por la tierra hubiera recomendado a un grupo transitar hacia lo que hoy es el continente americano, por lo que hoy es el Estrecho de Behring. Ese era el camino de tierra más corto, y efectivamente fue el que recorrieron aquellos seres humanos para trasladarse a este continente; pero hoy el estrecho está cubierto de agua, así que el consejo no podría ser el mismo. No es historia contrafáctica decir que el guía certero de su época no habría podido repetir el mismo consejo, hoy diría que la travesía se hiciera en barco, haciendo estación en la Isla Big Diomede y luego en la Little Diomede que son postas intermedias en el camino al objetivo.
Marx no quiso perder el tiempo ni distraerse en la existencia de una posible movilidad de clase dentro del Capitalismo que trasladara personas de ser asalariadas a formar empresas cooperativas que disputaran en el mercado capitalista, haciendo el aprendizaje de producir con capital asociativo. La movilidad de clase era ya un hecho en época de Marx, solo que él la despreciaba, y de ahí que vino a ser una especie de insulto el caracterizar a un individuo como pequeño burgués. Si un capitalista es un enemigo de clase ¿cómo se podría nominar al aspirante a ser alguien tan peligroso sin que reciba un mote despectivo por ser aspirante a convertirse en enemigo? Todavía hoy y aquí el mote de "pequeño burgués" quiere tener algún significado en sinonimia de "gorila".
El hecho es que la movilidad de clase existe, y los presuntos constructores del Socialismo marxista la siguen despreciando, en lugar de promoverla en la dirección de la asociación cooperativa que fuera fundando de hecho una economía de mercado presocialista que pudiera poner en jaque a la economía neoliberal encontrando un atajo para no ser cautiva del Capitalismo.
Pudiéndose evaluar correctamente como presocialista, el populismo funciona como un atajo contra la economía de mercado neoliberal, solo que su fuerza se afinca únicamente en el poder del estado, un estado que a través de los pocos recursos democráticos que se escapan al dominio del poder económico, apunta a controlar el mercado e intervenir en este activamente, favoreciendo el consumo y el trabajo asalariado. Otra vez, la fuerza real del poder popular de la movilidad social es desestimada.
Los gobiernos populistas no han descubierto todavía que en la movilidad de clase está la clave y el reaseguro de la supervivencia del mismo populismo y la posibilidad de continuar interviniendo en el mercado a favor de la economía nacional. Igual que el marxismo ortodoxo clásico, los populismos hablan solo de capital y trabajo, de capitalistas y asalariados, y se preocupan por aumentar “los puestos de trabajo” y luchar por el valor del salario “digno” y aumentar los derechos del “trabajador”. Pero no se preocupan lo necesario por fomentar la movilidad de clase, que resulta tan despreciada por igual por los dos actores políticos que hoy disputan los gobiernos nacionales en el planeta. Tampoco los neoliberales están interesados en fomentar las aventuras de los emprendedores sin capital heredado ( o habido de cualquier forma moral, no importa). Los gobiernos populistas se ocupan de los altos ingresos de los asalariados, y son ellos justamente quienes reclaman más, se niegan a pagar impuestos y no se dan cuenta de que su alto salario es solo fruto de la ideología populista, no de la evolución natural del mercado ni de su capacidad personal fascinanate.
Las aspiraciones de las clases bajas de constituirse en actores de producción y de servicio independientes no solo siguen recibiendo desprecio, sino que están sujetas a vérselas con las generales de la ley que legislan la actividad de las grandes empresas.
En todos los populismos se habla de favorecer a las “pymes”. Pero en estas pymes no están incluidos los innumerables operarios, comerciantes y pequeños talleristas que trabajan por su cuenta y no tienen ingresos suficientes ni siquiera para aportar al Impuesto a las Ganancias. De hecho la mayoría de estas pequeñísimas empresas no tienen suficientes recursos económicos como para pagar las cargas sociales de un empleado registrado, y se ven obligadas a tomar trabajadores en negro para poder subsistir y poder competir en precios con las empresas mayores, tal vez ofreciendo precios más bajos al consumidor, convirtiéndose en muchos casos en una competencia peligrosa para los grandes capitales.
Un partido de izquierda de hoy, que piensa en construir una sociedad socialista y espera que algún día se den los factores revolucionarios para alcanzar el gobierno, debería pelear por la promoción de la movilidad de clase y por exigir al estado populista que subsidie con exenciones impositivas especiales a quienes formen empresas cooperativas, con la idea de que los “trabajadores” adquieran las herramientas, las maquinarias y el conocimiento del método operativo de provisión de la producción. De tal manera la situación “revolucionaria” podría darse casi aceitada, cuando de hecho sean los trabajadores cooperativistas quienes estén ya familiarizados con un mercado efectivo, sin tener que hacer pasar a la población por carencias de consumo y hasta hambre, como sucedió en Rusia y en otros intentos revolucionarios que hicieron agua por el mismo costado.
Un partido populista de hoy, que quiere mantenerse en la continuidad gubernativa, y espera ser votado por las grandes mayorías para continuar controlando el mercado a favor de la economía nacional, debería fomentar la promoción y movilidad de clase de los trabajadores autónomos y de los asalariados que quieren ser autónomos, facilitando su ingreso a la economía registrada, haciéndose cargo el estado de los costos laborales que estos emprendimientos casi quijotescos no pueden afrontar, ofreciéndoles una financiación estatal por medio de exenciones a las generales de la ley, y legislando especialmente para esta condición en forma específica, y segmentada de la que rige para la empresa que está en condiciones económicas de afrontar toda la legislación normal. Así, un empleo ofrecido por un emprendedor de clase baja, debería permitir al empleado estar registrado con cargo al estado de sus costos laborales como afiliación a un sindicato, pago de cuota jubilatoria y aseguradora de riesgo de trabajo, esto como crédito para el empleador hasta tanto la pequeñísima empresa alcance el nivel de facturación que le permita hacerse cargo de todos los gastos sociales.
La persecución al trabajo no registrado encubre dos errores básicos imperdonables. Uno es el de considerar por igual a una multinacional que a una empresa unipersonal sin capital de sustento. Eso somete a multas y juicios laborales equivalente a dos entidades disímiles, siendo de consecuencias muy dispares para una y para otra. Mientras a la multinacional las multas y los juicios no le hacen mella, a la empresita unipersonal la funde y se lleva el pequeño patrimonio personal del empleador quijotesco. El otro error es perseguir al factor que compite en precios con las grandes empresas, haciendo de la persecución al trabajo no registrado una lucha a favor de los precios altos de la economía concentrada monopólica. Nadie más interesado que la empresa monopólica para perseguir al trabajo no registrado a cargo de quienes le hacen la competencia.
Así por ejemplo, los grande supermercados como Carrefour se obstinan en instalarse frente a los supermercados chinos para hacerlos desaparecer y poder elevar los precios sin problemas. Si el gobierno llegara a controlar el registro de empleo y la legalidad impositiva de los supermercados chinos de barrio, a cargo de una familia sola, seguramente los precios de los alimentos subirían sin dique de contención y Carrefour cerraría todas las bocas de expendio barriales, celebrando con champán.
Lo mismo sucede con esta persecución a los "talleres clandestinos", que huele a empresas multinacionales que luchan por el dominio total del mercado. Si el gobierno les diera la oportunidad de registrarse a estas empresas familiares con exenciones importantes dejarían de ser trabajadores clandestinos, todos saldrían a la luz y no habría más situaciones terroríficas como las que se presentan criminalmente. Solo con darles la oportunidad de registrarse sin afectar su economía, alcanzaría para mantener muchas economías familiares que no pueden afrontar las exigencias del registro de su actividad. Pero hace falta coraje, decisión e inteligencia. En una década apenas, muchos inmigrantes que trabajaron como "esclavos" de algún pariente que les pagó el pasaje, ahora se compraron un cero kilómetro a pagar en doce cuotas y a su vez traen parientes de sus países para que hagan el mismo recorrido que ellos hicieron. Que por otro lado, hicieron muchos de los inmigrantes argentinos por generaciones. Solo que antes parecía normal que la galleguita viniera La Coruña a trabajar al almacén del tío en Buenos Aires sin cobrar salario, solo por la comida. No se trata de aceptar lo inaceptable. Se trata de no ser hipócritas y ser funcionales a los capitalistas líderes del mercado, por no tener una inventiva legal que saque a la luz las condiciones de trabajo inaceptables y las conviertan en legales con el estado haciéndose cargo de lo que no pueden los particulares hasta tanto puedan.
La tercera clase social es la de los emprendedores sin capital de sustento, que solo se afincan en su capacidad de trabajo y en la demanda de su producción y su servicio, que necesitan del apoyo del estado en un tratamiento especialísimo para generar producción a precios competitivos en el mercado interno y puestos de trabajo con salarios dignos eximidos de las cargas sociales e impuestos que no pueden afrontar, haciéndose cargo el estado de todas las cargas sociales de esos empleados hasta que la empresa crezca lo suficiente. Un control de la marcha y desarrollo de estas pequeñísimas empresas haría el pasaje a la registración y legalidad de muchos emprendimientos que hoy resultan ilegales, siendo la semilla tanto de una sociedad presocialista como la de una sociedad que vota al populismo sin dejarse seducir por las promesas neoliberales. Y siendo la semilla de la constitución de Pymes de verdad, expuestas a las generales de la ley, generando empresas nacionales que suplanten la dependencia del exterior.
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5 comentarios:
Revisar la polémica de Trotsky con Berstein
Enrique
Enrique: gracias
Excelente, Eva, como siempre!
Celia
Hola, Eva. Hola y permiso.
Llego a tu blog desde una publicación tuya que apareció en mi muro de facebook a instancias de un amigo en común.
Tengo una idea atinente a lo que dices en tu artículo, aunque, en cierto sentido, contraria.
No tengo evidencias para decir que lo que sigue describe un fenómeno común y repetitivo, pero creo que es una buena hipótesis de trabajo.
Opino que la movilidad social no solo mejora la calidad de vida de los otrora asalariados sino que cambia también el signo de su voto.
En nuestro caso particular, creo que gruesas masas de sujetos atrapados en la crisis de 2001 que votaron a Kirchner y mantuvieron su apoyo luego, al populismo de Cristina Fernandez, son los mismos que ahora, en mucha mejor posición social, votan a Macri.
Creo que esto ocurre en general con los sujetos que ascienden: se "cambian de bando". Cuando el hombre tiene carencias elige políticas distributivas porque necesita recibir. Cuando tiene propiedades elige políticas conservadoras porque no quiere que le quiten.
El sujeto es el mismo, que ha progresado en la escala social.
Lo que establecería una diferencia y realmente haría que un sujeto siguiera firme a sus convicciones distributivas aún cuando ha ascendido en la escala social es su grado de "altruismo / egoísmo", un aspecto que no deberíamos pasar por alto a la hora de pensar modos de organización económica de las sociedades humanas.
Una abrazo.
Cristian: excelente tu comentario. Y estoy de acuerdo. Es importante distribuir también "convicciones" y alentar a que la sociedad sostenga un grado inteligente de altruismo y reprima su grado natural de egoísmo. Pero en lo que yo voy acá, es en ignorar al sector que debiera ser promovido con justicia y desde la legislación. A ese sector, al estar invisibilizado por el gobierno populista, le queda solamente esperar que sea cierto lo del derrame capitalista. La ecuación es un poco simplista, pero trato de explicar lo que quiero decir. Gracias por colaboración interesantísima.
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