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Tenía una clienta de algo más de setenta años, con una artrosis en la pierna que la hacía necesitar un bastón para caminar. Ella era alta y pesada, una mole. Hablaba sin parar. Y encima era bastante sorda, y era como son los sordos, que hablan sin parar porque no esperan oir lo que se les contesta. El bastón que llevaba era de color ciruela, larguísimo y gruesísimo, para soportar a la dueña. Siempre contaba cosas de una nieta que bailaba danzas clásicas en el cuerpo de baile infantil del Colón. Que había bailado en tal función, que se había comprado tal pollera de tul, y tales zapatillas, y dale y dale con la nieta, año tras año, contando detalles insportables hasta que mis oídos reventaban. Claro que entre cuento y cuento encargaba un anteojo recetado. Forzosamente yo le contestaba alguna cosa, a lo que ella contestaba ¿qué dijo?. Y yo le repetía lo que dije, y ella seguía y seguía su cuento. Una vez vino a hacerse un cambio de cristales en el acto.
Las personas que no podían quedarse sin los anteojos, esperaban en la zona de antención al público mientras yo iba a atrás, a mi pequeño taller, a sacar los cristales viejos, a cortar los cristales nuevos, a biselarlos en la moladora, y a encastrarlos en los marcos. Trataba por todos los medios de no tener que hacerlo, porque la tarea es mejor hacerla en soledad y tranquilidad. Pero no podía evitarlo si el caso lo requería. Este era el caso.
La señora gigantesca hablaba sin parar, sentada en la parte de adelante, mientras yo trataba de concentrarme en mi tarea, al mismo tiempo que tenía oir su cuento y responder a su pregunta ¿me está escuchando? Y yo tenía que gritar ¡sí, la estoy escuchando! Ella volvía a preguntar si la estoy escuchando, y yo volvía a gritar más fuerte, entonces ella continuaba el cuento de la nieta.
Temía que los nervios me hicieran romper los cristales, esa era mi mayor preocupación. En medio de la tensión terminé de biselar, coloqué el par de cristales nuevitos en la mesa del taller, encendí el calefactor para dilatar los armazones, y en ese momento la sorda me grita otra vez ¿me escucha? Mientras se calentaban los marcos, me fui un segundo adelante para que me viera la boca diciéndole que sí, que la escucho. Volví atrás, ella siguió con el cuento y yo coloqué los cristales y respiré.
Fui para adelante, ella se calzó los anteojos y siguió hablando sin decir si veía bien o mal con la nueva receta. Yo estaba estufada y tenía ganas de hacerla callar con algún argumento. Estaba hablando de Dios y de cómo ella cree en Dios y cómo Dios la escucha y guía a su nieta al éxito. Aproveché para decirle que yo no creía en Dios, y ella hizo un silencio, yo respiré y sentí que poseía un arma fatal contra esta mujer, como si hubiera encontrado una cruz de madera que mostrar a un vampiro. La señora me pagó, silenciosa, y se despidió.
Al día siguiente, la vecina del kiosco me interpela en el camino antes de llegar a abrir mi negocio, y me cuenta: ¿Sabés lo que pasó recién? Estuvo una mujer muy alta con un bastón y empezó a golpear el bastón contra la cortina de la óptica, y a gritar que vos eras una estafadora, que le habías cobrado por poner cristales nuevos y le volviste a poner los viejos que estaban todos rayados, que sólo una persona que no creía en Dios podía hacer algo tan repugnante, y gritaba y golpeaba con el bastón hasta que se cansó y se fue.
Yo trataba de entender qué pasó. Lo primero que pensé es que la vieja enloqueció del todo. Cuando fui para atrás al taller, ví el par de cristales que le saqué a los anteojos de la sorda que habían quedado sobre la mesa, y me dí cuenta de que en el atolladero, me había olvidado de devolverlos. Si se los hubiera devuelto, la vieja no hubiera dudado. ¡Qué suerte! dije para mí, acá tengo la prueba de que se los cambié.
Iba a llevárselos a su casa para que viera que eran los que le saqué, pero cuando los miré bien, vi que eran los nuevos que corté. Los nervios me habían traicionado y le había puesto de vuelta los viejos en lugar de los nuevos. Me pasó por ir para adelante a que me mire la boca. Estoy segura de que si yo no le hubiera dicho que no creía en Dios, ella no hubiera armado tal escándalo, y hubiera venido a aclarar la situación. Pero decidió enfrentar al demonio.
Fui hasta la casa con los cristales nuevos cortados para que entendiera la equivocación. Luché para que me dejara entrar y poder mostrarle la evidencia de "mi buena fe" y del error. Se lo expliqué y lo entendió. Pero se negó a darme de nuevo los anteojos, me dijo que no confiaba más en mí, que no podía confiar en alguien que no creía en Dios. Le dejé el dinero que pagó, y me fui. De alguna manera contenta, porque me la saqué de encima para siempre.
Eva Row
11 comentarios:
Usted debió tener un cartelito que indique que la óptica se reserva el derecho de elegir a la clientela. Su historia me recordó un par de diálogos que tuve y que temrinaron en discusiones. Una vez una de las bibliotecas de la UNLP (no diremos ahora cual para que todas se asuten, porque todas lo hacen) tiraron libros y publicaciones que consideraron desactualizados o repetidos. Pasaba y los colecté, descubriéndo que muchos eran valiosísimos. Se corrió la bola y finalmente la biblioteca anunció su "error" y pidió que si alguno los tenia los regresase. Cuando los llevé alguien me dijo "Dios te iluminó" a lo cual contesté que si dios existe hubiera sido mejor que ilumine al idiota que tiró los libros. Alli se inició la primera desagradable discusión. La segunda por ayudar a una abuela con sus tres nietos que se quedó con su fitito destartalado sin nafta en medio de la calle. Le fui a buscar un bidón con 5 litros de super y ella dijo "Vos sos un ángel, venis del cielo" y le expliqué que no, que no tenía porque desvalorizarme como ser humano, que venía de mi casa, que su auto no me dejaba pasar al mío y que me dio pena verla con los crios. En fin, ¿Porque será que los creyentes asumen que todos lo son?
Pensamiento: lo peor no es la creencia en dios, sino su contrapartida: el diablo. De hecho, la creencia en dios implica al diablo. Dios es la abstracción del "bien", el diablo la del "mal". En la religión que conocemos, éste representante del mal se apropia de personas reales. Los creyentes en dios, así tienen chivos emisarios para todas sus frustaciones en aquellos que no creen. Uno debiera pensarlo antes de manifestarse como ateo ante una persona "poseída" por la fe divina.
Sin intención de ser solemne, la cosmovisión del creyente y del no creyente son irreconciliables. Lo mejor es no hablar del asunto, para convivir.
Ulschmidt: estamos de acuerdo.
Buenisimo.
Gracias, Carlos Leiro. Eva
Yo creo...que hiciste bien.
Primero la salud. A los fundamentalistas mas vale lejos, aunque nos coiste, oi oi oi!
Me es grato leerte.
Gracias.
Yo creo...que hiciste bien. Primero la salud. A los fundamentalistas mas vale lejos, aunque nos coiste, oi oi oi!
Me es grato leerte.
Gracias.
La diferencia entre los que creen en dios y los que no es que los que no creen aceptan que haya creyentes, pero los creyentes no soportan que alguien no crea. Debe ser porque se sienten cuestionados...
Qué bueno, Eva! Me hiciste cagar de risa. Y si quisieras hacer indignar más a la mole sorda, recomendále el siguiente blog:
http://blog-sin-dioses.blogspot.com/
Seguramente va a terminar autoflagelándose con su pedazo de bastón color ciruela!
Besos!
Gracias "nigger"!!!
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