Cuando yo era chica, todas las tardes, después del colegio y de almorzar, miraba con "la Susi" la película argentina que daban en Canal 7, en el programa "De lo nuestro lo mejor". En muchas películas argentinas aparecía la fe católica envuelta en un manto místico romántico de fervor emocional y sentimientos de profunda piedad y misericordia.
Viendo esas películas me enamoré de los conceptos de la piedad y la misericordia católicas. Mi religión era más dura. En mi casa no se usaban esas palabras. Todo se centraba en cumplir las reglas. Ocuparse del "otro" era una obligación que no proporcionaba ni emoción ni reconocimiento. Ayudar al necesitado era una ley, no se afincaba en el corazón, sino en el cerebro. Dar, era una obligación. Así tocaba a la puerta de mi casa un cobrador de la ayuda para el orfanato o el asilo de ancianos judíos, y mi padre iba a buscar dinero, lo daba, tomaba el recibo, y ni gracias le decía el cobrador sino "buenas tardes" en idish. No éramos ricos, más bien éramos bastante humildes, pero mi papá siempre tenía para dar, nunca dijo que no. A mí me daba envidia la parte emotiva de la religión católica.
De grande todavía me asombra la falta de fidelidad que tienen tantos católicos hacia un concepto tan bello, tan maravilloso como la piedad, o como la misericordia. Cada vez que un católico es impiadoso o inmisericorde, me pregunto por qué no le caló hondo la piedad y la misericordia por el prójimo que le enseñaron en la Iglesia, como me caló a mí la obligación, de la cual no me puedo desprender, por haber sido tan férreo el mandato paterno.
Claro que no todos los judíos tienen calado el mandato de la obligación. También me asombra a cuántos eso no les caló ni hondo ni en la superficie. Lo mismo les pasa que a los católicos impiadosos e inmisericordes. Pero entiendo que es mucho más fácil que las cosas entren por la emoción que por la razón. Considero más difícil eludir la piedad que la obligación.
Así me asombro también con la cuestión de la conversión.
Hace poco, con la muerte de Néstor Kirchner, muchos "se dieron cuenta", como dice Orlando Barone. Y como Pablo Llonto, que pidió perdón a Néstor Kirchner por haberle sido opositor, muchos se conviertieron a la fe kirchnerista de la noche a la mañana. Pero aparece alguien como Orlando Barone a protestar por qué no se dieron cuenta antes. Y me llama la atención.
Me llama la atención que algunos católicos, criados en el Evangelio, donde el relato original es el de unos apóstoles que salen por el mundo a contar la Buena Nueva, y a cosechar "conversos" a la Nueva Fe, me llama la atención que no reciban a los conversos con los brazos abiertos. El cristianismo no es sólo una fe, también es una cultura. Aunque la fe se pierda, no tiene por qué perderse lo que entró por la cultura.
A mí me caló el relato del Evangelio mirando las películas argentinas. Un converso me parece una bendición. Les tengo mucho respeto a quienes son capaces de cambiar.
La carta de Pablo Llonto me llena de emoción. Bienvenido hermano Llonto querido, a esta pasión por Néstor y Cristina Kirchner.
Emotiva carta de Pablo Llonto a Kirchner
Viendo esas películas me enamoré de los conceptos de la piedad y la misericordia católicas. Mi religión era más dura. En mi casa no se usaban esas palabras. Todo se centraba en cumplir las reglas. Ocuparse del "otro" era una obligación que no proporcionaba ni emoción ni reconocimiento. Ayudar al necesitado era una ley, no se afincaba en el corazón, sino en el cerebro. Dar, era una obligación. Así tocaba a la puerta de mi casa un cobrador de la ayuda para el orfanato o el asilo de ancianos judíos, y mi padre iba a buscar dinero, lo daba, tomaba el recibo, y ni gracias le decía el cobrador sino "buenas tardes" en idish. No éramos ricos, más bien éramos bastante humildes, pero mi papá siempre tenía para dar, nunca dijo que no. A mí me daba envidia la parte emotiva de la religión católica.
De grande todavía me asombra la falta de fidelidad que tienen tantos católicos hacia un concepto tan bello, tan maravilloso como la piedad, o como la misericordia. Cada vez que un católico es impiadoso o inmisericorde, me pregunto por qué no le caló hondo la piedad y la misericordia por el prójimo que le enseñaron en la Iglesia, como me caló a mí la obligación, de la cual no me puedo desprender, por haber sido tan férreo el mandato paterno.
Claro que no todos los judíos tienen calado el mandato de la obligación. También me asombra a cuántos eso no les caló ni hondo ni en la superficie. Lo mismo les pasa que a los católicos impiadosos e inmisericordes. Pero entiendo que es mucho más fácil que las cosas entren por la emoción que por la razón. Considero más difícil eludir la piedad que la obligación.
Así me asombro también con la cuestión de la conversión.
Hace poco, con la muerte de Néstor Kirchner, muchos "se dieron cuenta", como dice Orlando Barone. Y como Pablo Llonto, que pidió perdón a Néstor Kirchner por haberle sido opositor, muchos se conviertieron a la fe kirchnerista de la noche a la mañana. Pero aparece alguien como Orlando Barone a protestar por qué no se dieron cuenta antes. Y me llama la atención.
Me llama la atención que algunos católicos, criados en el Evangelio, donde el relato original es el de unos apóstoles que salen por el mundo a contar la Buena Nueva, y a cosechar "conversos" a la Nueva Fe, me llama la atención que no reciban a los conversos con los brazos abiertos. El cristianismo no es sólo una fe, también es una cultura. Aunque la fe se pierda, no tiene por qué perderse lo que entró por la cultura.
A mí me caló el relato del Evangelio mirando las películas argentinas. Un converso me parece una bendición. Les tengo mucho respeto a quienes son capaces de cambiar.
La carta de Pablo Llonto me llena de emoción. Bienvenido hermano Llonto querido, a esta pasión por Néstor y Cristina Kirchner.
Emotiva carta de Pablo Llonto a Kirchner